LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Viernes, 13 de Septiembre de 2013
23ª semana del tiempo ordinario
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A TIMOTEO (1TM 1,1-2.12-14) :
Yo,
Pablo, apóstol de Jesucristo por disposición de Dios, nuestro salvador, y de
Cristo Jesús, nuestra esperanza, te deseo a ti, Timoteo, mi verdadero hijo en
la fe, la gracia, la misericordia y la paz, de parte de Dios Padre y de Cristo
Jesús, Señor nuestro.
Doy
gracias a aquel que me ha fortalecido, a nuestro Señor Jesucristo por haberme
considerado digno de confianza al ponerme a su servicio, a mí, que antes fui
blasfemo y perseguí a la iglesia con violencia; pero Dios tuvo misericordia de
mí, porque en mi incredulidad obré por ignorancia, y la gracia de nuestro Señor
se desbordó sobre mí al darme la fe y el amor que provienen de Cristo Jesús.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL
(Sal
15, 1-2a. 5. 7-8. 11).
R
Nuestra vida está en manos del Señor.
Protégeme,
Dios mío, pues eres mi refugio.
Yo
siempre he dicho que tú eres mi Señor,
El
Señor es la parte que me ha tocado en herencia:
mi
vida está en sus manos /R
Bendeciré
al Señor, que me aconseja,
hasta
de noche me instruye internamente.
Tengo
siempre presente al Señor
y
con él a mi lado jamás tropezaré /R
Enséñame
el camino de la vida,
sáciame
de gozo en tu presencia
y
de alegría perpetua junto a ti /R
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS 6, 39-42
En
aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un
ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es
superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su
maestro.
¿Por
qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo?
¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en
el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca
primero la viga que llevas en tu ojo y que entonces podrás ver, para sacar la
paja del ojo de tu hermano.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Tim. 1, 1-2. 12-14. A
Timoteo, cristiano de origen judeo pagano; muy amigo y compañero de viaje del
Apóstol de los gentiles y ahora al frente de una comunidad cristiana, Pablo le
escribe una carta llena de afecto llamándole su verdadero hijo en la fe. Lo invita
a la fidelidad; y Pablo mismo, desde su experiencia personal de la misericordia
divina, invita a Timoteo a vivir en la fe, en la gracia, en la misericordia y
en la paz, que provienen de Dios. A pesar de nuestras miserias pasadas, Dios
jamás nos abandonará. Él quiere no sólo que todos nos salvemos, sino que nos
convirtamos en testigos suyos, sabiendo que aquel que en verdad ha
experimentado el amor de Dios podrá convertirse en un fidedigno testigo suyo
que, con la fuerza del Espíritu Santo, podrá ayudar a los demás a ir por el
mismo camino que ya han andado sus propios pies. Seamos, pues, portadores del
amor de Dios, proclamando ante los demás lo misericordioso que ha sido el Señor
para con cada uno de nosotros.
Sal 16 (15). En
el reparto de herencias a nosotros nos ha tocado el Señor. Muchos han recibido
riquezas, naciones enteras. Nosotros tenemos al Señor como nuestro refugio,
como nuestro consejero, como nuestro protector, como nuestro gozo y nuestra
alegría perpetua. Por eso, sintamos en nosotros la paz, la confianza de saber
que el Señor vela por nosotros. Nosotros, por nuestra parte, dejémonos instruir
y conducir por Él, pues Él no sólo quiere estar con nosotros en nuestro camino
por esta vida, sino que nos quiere junto a Él en la vida eterna; pero esto sólo
está reservado para quienes le vivan fieles.
LC. 6, 37-42. Aquel
que quiera conducir a su prójimo por el camino del amor, de la fidelidad, de la
rectitud, debe antes él mismo dejarse conducir por Cristo por el mismo camino.
El camino de perfección no es algo inventado por el hombre; Jesús va delante de
nosotros. Él nos dijo que era necesario que el Hijo del hombre padeciera todo
lo que tuvo que padecer para entrar así en su Gloria. El Señor nos invita a
tomar nuestra cruz de cada día y seguirlo. No podemos caminar al margen de su
ejemplo y de sus palabras. Querer hacer fácil el camino que nos lleva a la
perfección en Dios es tanto como dar palos de ciego. Por eso nosotros mismos
hemos de ser los primeros en vivir en el amor de Dios, aceptando ser renovados
por Él, pues sólo así Él hará que resplandezcamos con la misma perfección que
nos manifestó en Cristo Jesús. Permitámosle al Señor quitar de nosotros la paja
o la viga de nuestras maldades, para que, por ningún motivo, nos convirtamos en
jueces, sino en hermanos, llenos de bondad y de misericordia para con todos,
pues así nosotros hemos sido amados y comprendidos por Dios.
Dios
nos ha convocado a esta Eucaristía considerándonos dignos de confianza para
ponernos a su servicio. A pesar de que hayamos estado en una fosa profunda y
cenagosa, el Señor se ha inclinado hacia nosotros y nos ha tendido la mano, por
medio de Jesús, su Hijo hecho uno de nosotros por obra del Espíritu Santo, en
el Seno Virginal de María de Nazaret; asentó nuestros pies sobre roca firme y
ha consolidado nuestros pasos para que, sin tropiezos, caminemos haciendo el
bien a todos. Por eso, en esta reunión Eucarística le entonamos un cántico
nuevo, que procede de la presencia del Espíritu en nosotros. No sólo venimos a
alabarlo con los labios, sino que traemos nuestras obras; aquello bueno que, en
su Nombre hemos hecho a favor de los demás, pues no somos siervos inútiles y
mudos, sino que, elevados a la dignidad de hijos de Dios, nos hemos de esforzar
día a día por dar a conocer su Nombre a todos, especialmente mediante nuestro
testimonio de vida. Sabiendo, sin embargo, que somos frágiles, en esta
Eucaristía nosotros mismos nos ponemos sobre el Altar como ofrenda, que el
Señor mismo ha de santificar para que le sea grata no sólo en esta celebración,
sino durante toda nuestra existencia convertida en una ofrenda agradable a su
Santo Nombre.
Es
verdad que el Señor es nuestra herencia. Nosotros le pertenecemos y Él, por
pura gracia y dignación suya hacia nosotros, Él nos pertenece a nosotros. Esa
nuestra herencia, que es el Señor, no es para que la guardemos egoístamente,
sino para que la pongamos a la disposición de los demás. Jamás nos quedaremos
con las manos vacías por hacer partícipes a todos de la salvación, del amor y
de la misericordia que nosotros disfrutamos en Cristo. Por eso, estando nuestra
vida en manos de Dios, esforcémonos por llevarlo a los demás, para que,
conociéndolo lo amen; amándolo den testimonio de Él; y, dando testimonio de Él,
se conviertan, junto con nosotros, en constructores del Reino de Dios ya desde
este mundo. Así como Moisés respondía al joven Josué: ¡Ojalá y todo el pueblo
profetizara y el Señor infundiera en todos su Espíritu! cómo quisiéramos que
esto se hiciera realidad. Entonces nuestro mundo sería más justo, más recto,
más solidario de quienes viven con menos oportunidades en la vida. Sin embargo
muchos han cerrado su corazón al Espíritu Santo, y lo han rechazado para evitar
el verse comprometidos a fondo con la realización del bien a favor de todos.
¿No será acaso esto un pecado en contra del Espíritu Santo en nuestros días?
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, el ser dóciles a su Espíritu para que, siendo
transformados por Él, seamos cada día más conforme a la imagen de su Hijo
Jesús, y, en comunión de vida con Él, pasemos haciendo el bien a todos. Amén.
Reflexión
de Homilía católica
Santoral:
San Juan Crisóstomo y San Amado
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