LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Viernes,
27 de Septiembre de 2013
Semana
25ª durante el año
San
Vicente de Paúl, Memoria
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA AGEO 1,15-2,9
El
día veintiuno del séptimo mes del año segundo del reinado de Darío, la palabra
del Señor vino, por medio del profeta Ageo, y dijo: “Diles a Zorobabel, hijo de
Sealtiel, gobernador de Judea, y a Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote, y al
resto del pueblo: ‘¿Queda alguien entre ustedes que haya visto este templo en
el esplendor que antes tenía? ¿Y qué es lo que ven ahora? ¿Acaso no es muy poca
cosa a sus ojos?
Pues
bien, ¡ánimo!, Zorobabel; ¡ánimo!, Josué, hijo de Yosadac, sumo sacerdote;
¡ánimo!, pueblo entero. ¡Manos a la obra!, porque yo estoy con ustedes, dice el
Señor de los ejércitos. Conforme a la alianza que hice con ustedes, cuando
salieron de Egipto, mi espíritu estará con ustedes. No teman’. Esto dice el
Señor de los ejércitos: ‘Dentro de poco tiempo conmoveré el cielo y la tierra,
el mar y los continentes. Conmoveré a todos los pueblos para que vengan a
traerme las riquezas de todas las naciones y llenaré de gloria este templo. Mía
es la plata y mío es el oro. La gloria de este segundo templo será mayor que la
del primero, y en este sitio daré yo la paz’, dice el Señor de los ejércitos”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL (SAL 42, 1-4)
R
Envíame, Señor, tu luz y tu verdad.
Defiéndeme,
Señor,
hazme
justicia contra un pueblo malvado;
del
hombre tramposo
y
traicionero ponme a salvo /R
Si
tú eres de verdad mi Dios-refugio,
¿por
qué me has rechazado?
¿Por
qué tengo que andar tan afligido,
viendo
cómo me oprime el adversario? /R
Envíame,
Señor, tu luz y tu verdad;
que
ellas se conviertan en mi guía
y
hasta tu monte santo me conduzcan,
allí
donde tú habitas /R
Al
altar del Señor me acercaré,
al
Dios que es mi alegría,
y
a mi Dios, el Señor,
le
daré gracias al compás de la cítara /R
EVANGELIO
LECTURA
DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9,18-22.
Un
día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario
para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron:
“Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; y otros, que alguno de
los antiguos profetas, que ha resucitado”.
Él
les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El Mesías de
Dios”. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie. Después
les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la
muerte y que resucite al tercer día”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Ag. 1, 15-2, 9. No
es bueno hacer comparaciones, sino esforzarnos para que lo que hagamos sea lo
mejor, aun cuando no alcancemos a realizar lo que otros hicieron en otros
tiempos.
Ciertamente
los Israelitas, vueltos del desierto, no contaban con todos los recursos que
David había dejado a su hijo Salomón para la construcción del Templo, que se
considera como una de las siete maravillas del tiempo antiguo. Quienes lo
conocieron y se entristecieron por su destrucción, ahora, al levantar un nuevo
santuario en honor del Señor, comparando lo sencillo de este con el esplendor
del primero, pueden decir que es muy poca cosa a sus ojos. Sin embargo, no es
lo externo, sino el corazón que busca al Señor para darle culto, aun cuando sea
en un lugar muy sencillo, lo que importa; por eso hay que vivir con fidelidad a
la alianza pactada con el Señor; entonces Él será Dios-con-nosotros, pues su
Espíritu estará con nosotros.
Al
llegar los tiempos Mesiánicos el Señor, finalmente, será el Dios-con-nosotros;
el Dios, cuyo Espíritu habita en nosotros como en un templo, sin importar
nuestro porte externo, sino nuestro amor fiel que nos lleve a escuchar su
Palabra y a ponerla en práctica.
Que
otros tiempos fueron mejores en el camino de la fe; que no había tantos
desórdenes ni tentaciones como ahora se nos presentan; que era más fácil creer;
esto no debe desanimarnos, sino por el contrario, hacernos poner el mejor de
nuestros empeños, pues, en medio de un mundo de voces contrarias, el Señor nos
concede los medios necesarios para que podamos proclamar su Nombre a todas las
naciones; y de este esplendor no podía gozar antes la Iglesia; ojalá y lo
aprovechemos para que el Señor sea cada vez más conocido y más amado.
Sal. 43 (42). En
Cristo Jesús no sólo encontramos refugio en contra de nuestros enemigos, sino
que, elevados a la dignidad de hijos de Dios en el Hijo, disfrutamos de la
Victoria lograda por el Señor.
Quien
camina en las tinieblas del error y del pecado, quien continúa destruyendo a su
prójimo, quien destruye la paz y provoca dolor, sufrimiento y muerte, ni conoce
a Dios ni lo ama.
Si
queremos disfrutar de un mundo más fraterno, quienes creemos en Cristo hemos de
manifestar nuestra fe no sólo con palabras, sino con nuestra vida entregada a
hacer el bien y a amar a todos a imagen de como Dios nos ha amado en Cristo
Jesús.
Lc. 9, 18-22.
¿Quién es Jesús para nosotros? No podemos responder a esa pregunta con palabras
magistrales nacidas del estudio. Nuestra respuesta debe ser muy sencilla;
nacida de la vida, de lo que realmente hemos experimentado de Él; de cómo le
hemos permitido entrar en nuestra vida y darle un cambio a nuestro ser y
actuar; o, por desgracia, de cómo lo hemos ignorado o, peor, aún, de cómo lo
hemos expulsado de nuestra vida para poder llevar una existencia conforme a
nuestros caprichos e inclinaciones equivocadas.
Cuando
el Señor nos dice: Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea
rechazado por los anciano, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea
entregado a la muerte y que resucite al tercer día, nos está dando a conocer
qué somos nosotros para Él; ante Él valemos el precio de su sangre, de su
muerte, de su resurrección. Él nos ama de tal manera que ha salido a nuestro
encuentro para ofrecernos el perdón y darnos la oportunidad de participar de su
Gloria a la diestra de su Padre. El quiere, así, que seamos sus amigos y
hermanos, de su misma sangre, disfrutando de la misma herencia que le corresponde
como Hijo.
Ojalá
y el Señor también signifique mucho en nuestra existencia, y aceptando en
nosotros su Vida, y dejándonos guiar por su Espíritu no sólo digamos que Él es
el Mesías, el Hijo de Dios Vivo, el Salvador, sino que esa realidad de fe nos
ayude a darle un nuevo sentido a nuestra existencia y a convertirnos en
testigos de su amor en medio de nuestros hermanos.
El
Señor nos manifiesta su amor hasta el extremo en este Memorial de su Pascua; Él
sigue amándonos y confiando en nosotros; Él continúa llamándonos para que
estemos con Él en este momento de soledad, convertido en momento de soledad
sonora por estar en un diálogo de amor con Él.
Así
como Jesús se retiró con sus discípulos a un lugar solitario a orar, así ahora
estamos solos con Él para que en un encuentro personal podamos responder a su
cuestionamiento sobre lo que Él significa en nuestra vida.
Este
momento de encuentro entre Dios y nosotros no puede reducirse a un desgranar
oraciones por costumbre; es el momento de tomar conciencia de lo que Dios es en
nuestra vida y de lo que nosotros somos para Dios.
Abramos
todo nuestro ser para que en Él habite el Señor; entonces será posible esa
Comunión de Vida entre Él y nosotros; y nuestro volver a la vida ordinaria será
un ir como criaturas renovadas que podrán manifestar su fe viviendo a la altura
de hijos de Dios, y esforzándose para que su Reino se haga realidad en medio de
las actividades de todos, reinando la paz, la justicia, la bondad, la
fraternidad, la alegría, la solidaridad. Entonces, en verdad, no sólo habremos
venido a visitar a Cristo, sino que Él irá con nosotros, e impulsará nuestra
vida para que trabajemos de tal forma que no sólo anunciemos su Evangelio con
los labios, sino que nosotros mismos nos convirtamos en una Buena Noticia del
amor salvador de Dios para todos los pueblos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe en Cristo como un esfuerzo
constante que nos lleve a hacer de nuestro mundo un signo verdadero del Reino
del amor, de la justicia y de la paz que Dios nos ha ofrecido en Cristo Jesús,
Señor nuestro. Amén.
Reflexión
de Homilia católica
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