LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Sábado,
21 de Septiembre de 2013
24ª
semana del tiempo ordinario. C
San
Mateo, Apóstol y Evangelista, Fiesta
Ef
4,1-7.11-13; Sal 18; Mt 9,9-13
Color
Litúrgico: Rojo
LECTURA
DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS EFESIOS 4,1-7.11-13
Hermanos:
Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida
digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean
comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos
en el espíritu con el vínculo de la paz. Porque no hay más que un solo cuerpo y
un solo Espíritu, como es también sólo una la esperanza del llamamiento que
ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo
Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en
todos.
Cada
uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado.
Él fue quien concedió a unos ser apóstoles; a otros, ser profetas; a otros, ser
evangelizadores; a otros, ser pastores y maestros. Y esto, para capacitar a los
fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo
de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el
conocimiento del Hijo de Dios y lleguemos a ser hombres perfectos, que
alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL
(Sal
18)
R
El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.
Los
cielos proclaman la gloria de Dios
y
el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un
día comunica su mensaje al otro día
y
una noche se lo trasmite a la otra noche /R
Sin
que pronuncien una palabra,
sin
que resuene su voz,
a
toda la tierra llega su sonido,
y
su mensaje hasta el fin del mundo /R
LECTURA
DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 9,9-13
En
aquel tiempo, Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado a su mesa de
recaudador de impuestos, y le dijo: “Sígueme”. Él se levantó y lo siguió.
Después, cuando estaba a la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y
pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos. Viendo esto,
los fariseos preguntaron a los discípulos: “¿Por qué su Maestro come con
publicanos y pecadores?” Jesús los oyó y les dijo: “No son los sanos lo que
necesitan de médico, sino los enfermos. Vayan, pues, y aprendan lo que
significa: Yo quiero misericordia y no sacrificios. Yo no he venido a llamar a
los justos, sino a los pecadores”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Ef. 4, 1-7. 11-13. La
iglesia es el gran proyecto que Dios tiene en su mente, antes, incluso de la
creación del mundo: que todos lleguemos hacer uno en Cristo. La Iglesia no es
una mera comunidad de fe, que peregrina por este mundo, pues en las comunidades
se dan muchas tensiones, que han roto la unidad. La Iglesia es la Esposa de
Cristo, que se hace una con Él y que se convierte en signo verdadero de su
presencia, llena de humildad, de mansedumbre, de paciencia y capaz de soportar
a todos por amor.
Ninguno
puede llenarse de orgullo y pensar que ha agotado en sí mismo la presencia de
Cristo. Nuestro Dios y Padre a cada uno de nosotros nos ha concedido la gracia
a la medida de los dones de Cristo. Y conservando la unidad en un solo
Espíritu, todos, transformados en Cristo, debemos ponernos al servicio de la
unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios.
Mientras
haya divisiones entre nosotros y nos mordamos unos a otros, tal vez podamos
decir que nuestra vida cristiana se desenvuelve en una comunidad de creyentes
en Cristo, pero difícilmente podríamos decir que somos la Iglesia y Esposa de
Cristo.
Sal. 19 (18).
Todo se hizo por aquel que es la Palabra eterna del Padre, y sin Él no se hizo
nada. Así, todo lo creado es una expresión de Dios entre nosotros.
Sin
que las cosas pronuncien palabra alguna, a su modo nos hablan de Aquel que las
ha creado.
La
persona humana, en sí, debería ser el mejor de los lenguajes de Dios entre
nosotros, pues el Señor nos creó a su imagen y semejanza.
Llegada
la plenitud de los tiempos, Dios nos envió a su propio Hijo, el cual mediante
sus palabras, sus obras, sus actitudes y su vida misma es para nosotros la
suprema revelación del Padre.
Y
del costado abierto de Jesús, dormido en la cruz, nació la iglesia. Mediante
Ella resuena por toda la tierra la Palabra que nos hace conocer a Dios y
experimentar su amor, hasta el último rincón de la tierra.
Que
Dios nos conceda convertirnos en un signo verdadero y creíble de su presencia
salvadora en el mundo.
Mt. 9, 9-13.
¿Quién de nosotros puede decir que no tiene pecado? Y a pesar de nuestras
esclavitudes a él, a pesar de las grandes injusticias que hayamos cometido en
contra de nuestro prójimo, y de las grandes traiciones a Cristo y a su Iglesia,
Él vuelve a pasar junto a nosotros y nos llama para que vayamos tras sus
huellas.
El
poder de su Palabra es un poder salvador, que nos llama a la vida, que nos
libra de nuestras tinieblas de maldad y que nos saca a la luz, para qué seamos
criaturas nuevas en Cristo.
Pero
no basta haber recibido los dones de Dios. Los que vivimos en comunión de vida
con Cristo debemos hacer nuestros los mismos sentimientos del corazón
misericordioso del Señor, y trabajar para que el Proyecto de Dios sobre la
Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, unido por el amor y por un mismo Espíritu, se
haga realidad, ya desde ahora, entre nosotros.
Una
iglesia que se encerrara para recibir en su seno sólo a los puros, y cerrara la
puerta a los pecadores no podría, en verdad, llamarse Iglesia de Cristo.
Jesús
ama a los pecadores, no porque quiera que continuemos pecando, sino porque
quiere sanar nuestras heridas para que, arrepentidos, renovados en Él,
convertidos en Él en hijos de Dios, sea nuestro el Reino de los cielos.
Como
auténtica iglesia de Cristo ¿este camino y ejemplo del Señor es el que impulsa
nuestra labor evangelizadora?
El
Señor, pasando junto a nosotros nos ha dicho: Sígueme. Y nosotros, convocados
por Él, estamos en su presencia para dejarnos, no sólo instruir, sino
transformar por su Palabra poderosa, que nos perdona, nos santifica y nos va
configurando día a día, hasta que lleguemos a ser hombres perfectos, y
alcancemos nuestra plenitud en Cristo Jesús.
Y
Él nos sienta a su mesa, a nosotros, pecadores amados por Él; amados hasta el
extremo de tal forma que se entregó por nosotros, para santificarnos, pues nos
quiere totalmente renovados para poder presentarnos, justos y santos, ante su
Padre Dios.
Dejémonos
amar por el Señor, y permitámosle llevar a cabo en nosotros su obra salvadora.
Amados
por Dios y reconciliados con Él en Cristo Jesús, seamos la Iglesia de Cristo,
que continúa en el mundo y su historia la encarnación del Hijo de Dios. Sigamos
trabajando constantemente por la justicia, por el amor fraterno y por la paz.
No seamos ocasión de división ni de luchas fratricidas entre nosotros.
A
pesar de que contemplemos grandes miserias y pecados en nuestro prójimo, jamás
lo rechacemos; antes al contrario, acerquémonos y convivamos con él no para
irnos con él tras las huellas de la maldad y del pecado, sino para ganarlo para
Cristo con actitudes de amor, de alegría, de bondad, de justicia y de paz; pues
así como nosotros hemos sido amados por Cristo, así debemos amarnos entre
nosotros; y así como el Señor sale al encuentro de nosotros, pecadores, para
salvarnos, así salgamos al encuentro de los pecadores para ayudarlos a volver a
la casa de nuestro Dios y Padre, lleno de bondad y de misericordia para con
todos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber aceptar en nosotros el perdón de
nuestros pecados, y la Vida y el Espíritu que proceden de Él, de tal forma que,
juntos, podamos formar, en Cristo, su verdadera Iglesia, que haga que el Rostro
de su Señor continúe brillando, con todo su amor y su misericordia, en medio de
nosotros hasta llegar algún día, a nuestra plenitud en Cristo, y podamos
participar de la Gloria que, como a Hijo, le corresponde, y que nos ha
prometido como herencia nuestra. Amén.
Reflexión
de Homilía católica
Santoral: San
Mateo, Apóstol y Evangelista
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