LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Miércoles,
4 de septiembre de 2013
22ª
semana del tiempo ordinario. C
La
palabra de la verdad que ustedes han recibido se extiende en el mundo entero
LECTURA DE LA CARTA DEL
APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE COLOSAS 1, 1-8
Pablo,
Apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Timoteo saludan a
los santos de Colosas, sus fieles hermanos en Cristo. Llegue a ustedes la
gracia y la paz que proceden de Dios, nuestro Padre.
Damos
gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando sin cesar por
ustedes, desde que nos hemos enterado de la fe que tienen en Cristo Jesús y del
amor que demuestran a todos los santos, a causa de la esperanza que les está
reservada en el cielo.
Ustedes
oyeron anunciar esta esperanza por medio de la Palabra de la verdad, de la
Buena Noticia que han recibido y que se extiende y fructifica en el mundo
entero.
Eso
mismo sucede entre ustedes, desde que oyeron y comprendieron la gracia de Dios
en toda su verdad, al ser instruidos por Epafras, nuestro querido compañero en
el servicio de Dios. Él es para ustedes un fiel ministro de Cristo, y por él
conocimos el amor que el Espíritu les inspira.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 51, 10-11
R. ¡Confiamos en tu misericordia, Señor!
Yo,
como un olivo frondoso
en
la casa de Dios,
he
puesto para siempre mi confianza
en
la misericordia del Señor. R.
Te
daré gracias eternamente
por
lo que has hecho,
y
proclamaré la bondad de tu Nombre
delante
de tus fieles. R.
EVANGELIO
También a las otras ciudades debo anunciar el
Evangelio, porque para eso he sido enviado
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 4, 38-44
Al
salir de la sinagoga, Jesús entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía
mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella. Inclinándose sobre ella,
Jesús increpó a la fiebre y ésta desapareció. En seguida, ella se levantó y se
puso a servirlos.
Al
atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias se los
llevaron, y Él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba. De
muchos salían demonios gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!» Pero Él los
increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando
amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud comenzó a
buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se alejara de
ellos. Pero Él les dijo: «También a las otras ciudades debo anunciar la Buena Noticia
del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado».
Y
predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
Palabra
del Señor.
***
Reflexión
Col. 1, 1-8.
Pablo, y Timoteo, se dirigen en una carta, llena de afecto, a los cristianos de
Colosas, comunidad fundada por Epafras, discípulo de san Pablo y, en ese
momento, compañeros en la cárcel. Pablo llama santos a los Colosenses,
consciente de que participan de la misma dignidad del Hijo de Dios, Jesucristo,
por su unión a Él. Efectivamente: así como una persona sin linaje, unida en
alianza matrimonial con un personaje importante participa del linaje de este
último, y como tal se le ha de reconocer por todos, así, quien se une a Cristo
en Alianza con Él, en Él participa de la gracia que le corresponde como a Hijo
unigénito del Padre Dios. Sin embargo no basta esa Alianza con el Señor para
ser santos; hay que vivirle fieles; y así Pablo lo expresa: Los hermanos santos
y fieles en Cristo. De esta manera, junto con Pablo y con todos los que se han
unido al Señor, participan de la Gracia que Dios comunica a quienes han
pronunciado su sí, lleno de amor, a la oferta salvadora que Dios nos hace, para
vivir unidos a Él sin desviarnos por caminos equivocados. Nuestra fe en Cristo
nos ha de llevar al amor fraterno aún en medio de grandes dificultades, sin
perder la esperanza de que, al final, después de haber pasado por grandes
tribulaciones, viviremos unidos eternamente al Señor. Conscientes de que esa
unión ya se ha iniciado en esta vida, hemos de manifestar con obras que el
Evangelio crece y fructifica día a día en nosotros, y que no se ha quedado como
una semilla sembrada en un terreno estéril. Trabajemos, pues, constantemente,
guiados por el Espíritu Santo, para que el Reino de Dios llegue en nosotros a
su plenitud.
Sal. 52 (51).
Muchas persecuciones sufre el justo, pero de todas ellas Dios lo libra. El
malvado se engríe en su maldad, se abalanza sobre los pobres e indefensos para
maltratarlos y acabar con ellos, y piensa: Dios no lo ve, el Señor se oculta
para no enterarse. Sin embargo, por los huesos del justo vela Dios y no le
alcanzará la maldad de los inicuos. Por eso, quien confía en el Señor y en su
amor sabe que ha plantado su vida como se plantan los olivos junto a las
corrientes de los ríos, y no lo alcanzará tormento alguno; a pesar de los
contratiempos, su esperanza en el Señor le conservará constantemente dando
frutos de bondad, pues la presencia del Señor en el hombre justo no puede
quedar infecunda, a pesar de la persecución y de la muerte. Confiados en el
amor que el Señor nos tiene ofrezcámosle, no sólo un sacrificio de acción de
gracias, sino toda nuestra vida, convertida en un continuo sacrificio de
alabanza a su Santo Nombre.
Lc. 4, 38-44.
Buscar a Jesús; ojalá y no sea sólo para recibir la curación o la solución de
los problemas que nos agobian. Ciertamente que por medio de Él Dios se ha
manifestado misericordioso con nosotros; y también es cierto que cuando por
medio de alguna persona recibimos el remedio de nuestros males nos apegamos a
ella. Así sucede con Cristo de tal forma que las multitudes no le dejan espacio
ni para comer. Sin embargo Jesús no vino como un curandero; Él ha venido como
el Hijo de Dios que nos libera de la esclavitud del pecado; que nos desata de
nuestros males para que trabajemos en el bien y construyamos su Reino. La
Iglesia tiene como vocación el anuncio del Reino de Dios en todas partes. A
partir de vivir y caminar en el amor, que procede de Dios, será posible
construir un mundo más justo, con menos pobreza y con más oportunidades para
que todos disfruten de una vida más digna. Es necesario que no sólo nos fijemos
en la solución de la enfermedad y de la pobreza material; tenemos que luchar
porque el Reino de Dios nos quite nuestro anquilosamiento espiritual, que nos
hace vivir como postrados en cama, sólo pensando en nosotros mismos y en
nuestro provecho personal. Hemos de permitir que el Espíritu de Dios nos
levante y nos ponga a servir, en amor fraterno, a quienes necesitan de una
mano, no que los explote y maltrate, sino que les sirva con el amor que procede
de Dios y que Él ha infundido en nosotros.
En
esta Eucaristía nos reúne Aquel que no sólo vino a aliviar nuestros
sufrimientos y a soportar nuestros dolores, sino también a cargar sobre sí
nuestras culpas y a interceder por nosotros, pecadores, para que por sus llagas
seamos curados, para que fueran perdonados nuestros pecados. Por eso Dios lo
resucitó de entre los muertos y le dio un Nombre que está por encima de todo
nombre. La Celebración de la Eucaristía nos hace comprender el amor que el
Señor nos tiene y cómo, a costa de la entrega de su propia vida, nos ha elevado
a la dignidad de hijos de Dios, manifestándonos, así, un amor como nadie más
puede tenernos.
Quienes
Creemos en Cristo y nos hemos hecho uno con Él debemos meditar en el banquete
que el Señor nos ha preparado; cómo Él nos alimenta con la entrega de su propia
vida, para que nosotros tengamos vida; para que, así como Él nos ha amado, nos
amemos los unos a los otros. El verdadero discípulo del Señor no sólo recibe la
Palabra que lo salva y lo alimenta, sino que se convierte en portador de la
misma para que otros conozcan al Señor, reciban la salvación que Él nos ha
traído, y puedan, también ellos, esforzarse para que más y más vayan al Señor y
se dejen salvar por Él. Aquel que destruye la vida de su prójimo, el que le
mata sus ilusiones, o le deja inutilizado para caminar y progresar, el que lo
escandaliza, y destruye en él el amor de Dios, no puede en verdad llamarse hijo
de Dios, pues el Señor no vino a destruir, sino a salvar a todos los que se
habían perdido y desbalagado como ovejas sin pastor; y esta es la misma misión
que Él ha confiado a su Iglesia, su esposa fiel.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de abrir nuestro corazón para que en él habite el amor
misericordioso de Dios, de tal forma que desde nosotros produzca fruto
abundante que, convertido en un serio apostolado a favor del Evangelio, nos
haga colaboradores que ayuden a que la semilla de la Buena Nueva pueda ser
sembrada en el corazón de todas las personas, de tal forma que, convertidos en
testigos del Dios-Amor podamos construir verdaderamente su Reino ya desde ahora
entre nosotros. Amén.
Homilía
católica.
Santoral:
Santa Rosalía, Santa Irma y San Marino
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