miércoles, 31 de mayo de 2017

El Santo del Dia: 31 DE MAYO VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA...

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martes, 30 de mayo de 2017







LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIÉRCOLES 31 DE MAYO DE 2017  
SEPTIMA SEMANA DE PASCUA
LA VISITACIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

Rom 12, 9-16; Lc 1, 39-56



ANTÍFONA DE ENTRADA Cfr. Sal 65, 16

Cuantos temen a Dios vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por mí.

Se dice Gloria.

ORACIÓN COLECTA

Dios todopoderoso y eterno, que inspiraste a la santísima Virgen María, cuando llevaba ya en su seno a tu Hijo, el deseo de visitar a Isabel, concédenos que, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, podamos con María proclamar siempre tu grandeza. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA**

Ayuden a los hermanos en sus necesidades y esmérense en la hospitalidad.

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 12, 9-16

Hermanos: Que el amor de ustedes sea sincero. Aborrezcan el mal y practiquen el bien; ámense cordialmente los unos a los otros, como buenos hermanos; que cada uno estime a los otros más que a sí mismo. En el cumplimiento de su deber, no sean negligentes y mantengan un espíritu fervoroso al servicio del Señor. Que la esperanza los mantenga alegres; sean constantes en la tribulación y perseverantes en la oración. Ayuden a los hermanos en sus necesidades y esmérense en la hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen; bendíganlos, no los maldigan. Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran. Que reine la concordia entre ustedes. No sean, pues, altivos; más bien pónganse al nivel de los humildes. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

O bien:

El Señor será el rey de Israel dentro de ti.

Del libro del profeta Sofonías: 3, 14-18

Canta, hija de Sion, da gritos de júbilo, Israel, gózate y regocíjate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha levantado su sentencia contra ti, ha expulsado a todos tus enemigos. El Señor será el rey de Israel en medio de ti y ya no temerás ningún mal.
Aquel día dirán a Jerusalén: "no temas, Sion, que no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Él se goza y se complace en ti; él te ama y se llenará de júbilo por tu causa, como en los días de fiesta. Apartaré de ti la desgracia y el oprobio que pesa sobre ti". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Isaías 12, 2-3. 4bcd. 5-6

R/. El Señor ha hecho maravillas con nosotros. Aleluya.

El Señor es mi Dios y salvador, con él estoy seguro y nada temo. El Señor es mi protección y mi fuerza y ha sido mi salvación. Sacarán agua con gozo de la fuente de salvación. R/.
Den gracias al Señor, invoquen su nombre, cuenten a los pueblos sus hazañas, proclamen que su nombre es sublime. R/.
Alaben al Señor por sus proezas, anúncienlas a toda la tierra. Griten jubilosos, habitantes de Sión, porque el Dios de Israel ha sido grande con ustedes. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Lc 1, 45
R/. Aleluya, aleluya.

Dichosa tú, santísima Virgen María, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor. R/.

EVANGELIO

¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?

Del santo Evangelio según san Lucas: 1, 39-56

En aquellos días, María se encaminó presurosa aun pueblo de las montañas de Judea y, entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".
Entonces dijo María: "Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre, y su misericordia llega de generación en generación a los que lo temen.
Ha hecho sentir el poder de su brazo: dispersó a los de corazón altanero, destronó a los potentados y exaltó a los humildes. A los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió sin nada.
Acordándose de su misericordia, vino en ayuda de Israel, su siervo, como lo había prometido a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia, para siempre". María permaneció con Isabel unos tres meses, y luego regresó a su casa. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Señor, recibe con agrado este sacrificio de salvación que ofrecemos a tu majestad, así como te fue grato el gesto de amor de la santísima Madre de tu Unigénito. El, que vive y reina por los siglos de los siglos.

PREFACIO II de santa María Virgen MR, p. 527 (528).

La iglesia alaba a Dios con las palabras de María

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación proclamar que eres admirable en la perfección de todos tus santos, y de un modo singular en la perfección de la Virgen María. Por eso, al celebrarla hoy, queremos exaltar tu benevolencia inspirados en su propio cántico. Pues en verdad, has hecho maravillas por toda la tierra, y prolongaste tu misericordia de generación en generación, cuando, complacido en la humildad de tu sierva, nos diste por su medio al autor de la salvación, Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Por él, los ángeles y los arcángeles te adoran eternamente, gozosos en tu presencia. Permítenos unirnos a sus voces cantando jubilosos tu alabanza: Santo, Santo, Santo...

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Lc 1, 48-49

Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo lo puede. Santo es su nombre.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios nuestro, que la Iglesia proclame tu grandeza, porque haces cosas grandes en tus fieles, y así como Juan Bautista se alegró al sentir la presencia oculta de tu Hijo, haz que tu pueblo pueda reconocer siempre con alegría en este sacramento al mismo Cristo viviente. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

REFLEXIÓN
Sof. 3, 14-18. Alegrémonos porque Dios ha cumplido sus promesas de salvación enviándonos a su propio Hijo, Cristo Jesús. Por medio de Él nuestro enemigo ha sido vencido, y nosotros hemos sido hechos hijos de Dios. Proclamemos, por eso, la grandeza del Señor. Que no sólo nuestros labios, sino toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza del Nombre del Señor.
Dios, a pesar de nuestras maldades, jamás ha dado marcha atrás en el amor que nos tiene. Ahora está en medio de nosotros como el Dios misericordioso y fiel; como el Dios que no viene a condenar sino a perdonar y a salvar.
La Iglesia, Pueblo santo de Dios, que formamos aquellos que hemos depositado nuestra fe en Jesús, no puede vivir en una falsa confianza, pensando que el amor de Dios está en nosotros sólo para anunciarlo a los demás. Nosotros hemos de ser los primeros beneficiados de ese amor y de esa salvación que Dios ofrece a todos. Y a partir de entonces el mundo debe conocer y experimentar, desde nosotros, a Dios, que se hace cercano a todos por sus signos de amor, de preocupación por los necesitados, de búsqueda de los pecadores para salvarlos.
Dios, por medio nuestro, quiere seguir en medio de su Pueblo liberando a todos de sus esclavitudes, perdonándoles sus pecados y conduciéndolos a la plena unión con Él. Seamos, pues, motivo de alegría y no de tristeza para cuantos nos traten.
Is. 12, 2-3. 4. 5-6. Aún en medio de las más grandes esclavitudes Dios se manifiesta como Padre amoroso para los suyos, y los libera de la mano de sus enemigos. Los conduce por el desierto hacia la posesión de la tierra que mana leche y miel, y que Él prometió dar a los descendientes de nuestros antiguos padres.
Por eso, teniendo a Dios de parte nuestra nada tememos, pues Él es nuestra fuerza y nuestra protección, y nos conducirá sanos y salvos, no tanto a la posesión de bienes temporales, sino hacia la posesión de los bienes definitivos.
Dios, en Cristo Jesús, se ha hecho presente entre nosotros para liberarnos de la esclavitud al mal y para conducirnos a la posesión de los bienes definitivos. Ojalá y escuchemos hoy su voz y vivamos en un camino de esperanza y de fe, no haciendo el paraíso aquí en la tierra, pero sí haciendo un reflejo de él entre nosotros por el amor fraterno y por esforzarnos para que cada día el Reino de Dios se abra paso con mayor firmeza entre nosotros.
Lc. 1, 39-56. Quien tenga a Dios consigo no podrá sino encaminarse, de un modo presuroso, para comunicarlo a los demás. Ante el amor hecho servicio tal vez los demás eleven cantos de alabanzas hacia nosotros y nos llamen dichosos, pues nos habremos convertido en una bendición para ellos. Mas no podemos convertirnos en ídolos de los demás. Nosotros sólo somos siervos inútiles, que no hacen si sólo aquello que debían hacer.
Por eso nuestro canto de Victoria y de alabanza será siempre reportado hacia Dios. Él, sólo Él es el que realiza la obra de salvación en nosotros. Nosotros sólo somos sus humildes siervos, instrumentos a través de los cuales Dios hace grandes cosas en favor de los suyos.
Dejémonos conducir por el Espíritu de Dios, de tal forma que la Iglesia de Cristo sea un instrumento eficaz de la misericordia que Dios quiere que llegue a todos. Sólo entonces la Victoria de Cristo será nuestra Victoria, pues vencido el pecado y la muerte, Dios reinará en nuestros corazones, y desde nosotros será ocasión de que se levanten las esperanzas de los decaídos, y de que todos brinquen de gozo porque Dios nos ha visitado y redimido, y se ha convertido en peregrino junto a nosotros, para conducirnos a la Patria eterna.
Dios, en Cristo, ha salido a nuestro encuentro. La iniciativa es de Dios. Él mismo es el que nos reúne en esta celebración Eucarística. Esta Obra de salvación de Dios es una de las grandes cosas que el Todopoderoso ha hecho en nosotros, pues entramos en Comunión de Vida con Él.
Su Muerte y su gloriosa Resurrección no son acontecimientos lejanos para nosotros, beneficiándonos de algo que históricamente sucedió hace ya mucho tiempo, sino que se realizan hoy para nosotros en un auténtico Memorial de la Pascua de Cristo, realizada de un modo concreto para nosotros, que en este tiempo peregrinamos hacia la Patria eterna.
El Padre Dios quiere que nos revistamos de su propio Hijo, que Él tome carne en nosotros, de tal forma que unidos al Cristo glorioso, peregrinemos por este mundo como un signo visible de Él con toda su fuerza y eficacia salvadora.
Por eso la participación en la Eucaristía no es un juego, ni una celebración realizada por costumbre o tradición, sino que es todo un compromiso de amar como nosotros hemos sido amados por Dios, pues Él ha convertido a su Iglesia en el único instrumento de salvación para todos los pueblos.
Participando de la Eucaristía y haciendo nuestra la misma vida de Cristo, el Señor, por obra del Espíritu Santo, nos hace ser la Palabra Encarnada, no al margen de Cristo, sino unidos a Él como se unen los miembros a la cabeza. Así en Cristo participamos, ya desde ahora, de su gloria, de su dignidad que le corresponde como a Hijo unigénito del Padre, y de su poder salvador.
Toda esta gracia recibida es para que nos encaminemos presurosos a comunicarla a los demás, a ser motivo de paz y de alegría para ellos por vivir con lealtad nuestro servicio nacido del amor fraterno.
La Iglesia de Cristo no puede provocar divisiones entre las personas, sino que debe ser instrumento de unidad y de paz para todos. Puestos al servicio de la salvación en favor de los demás debemos buscar sólo la gloria de Dios y no la nuestra, ya que si procedemos conforme a los criterios de este mundo, buscando nuestra gloria y utilizando mal el poder para oprimir o explotar a los demás, o para hacerles más pesada su vida, en lugar de gloria seremos destronados y humillados para siempre.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de sabernos amar como hermanos, de tal forma que la Iglesia se convierta en un auténtico signo del Señor, de su paz, de su alegría y de su amor para todo el mundo. Amén.
Homilia  catolica




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LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES 30 DE MAYO DE 2017   
SEPTIMA SEMANA DE PASCUA

Hech 20, 17-27; Sal 67; Jn 17, 1-11



ANTÍFONA DE ENTRADA Ap 1, 17-18

Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo para siempre. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Te pedimos, Dios omnipotente y misericordioso, que venga a nosotros el Espíritu Santo, que se digne habitar en nuestros corazones y nos perfeccione como templos de su gloria. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Quiero llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 20, 17-27

En aquellos días, hallándose Pablo en Mileto, mandó llamar a los presbíteros de la comunidad cristiana de Éfeso. Cuando se presentaron, les dijo:
"Bien saben cómo me he comportado entre ustedes, desde el primer día en que puse el pie en Asia: he servido al Señor con toda humildad, en medio de penas y tribulaciones, que han venido sobre mí por las asechanzas de los judíos. También saben que no he escatimado nada que fuera útil para anunciarles el Evangelio, para enseñarles públicamente y en las casas, y para exhortar con todo empeño a judíos y griegos a que se arrepientan delante de Dios y crean en nuestro Señor Jesucristo.
Ahora me dirijo a Jerusalén, encadenado en el espíritu, sin saber qué sucederá allá. Sólo sé que el Espíritu Santo en cada ciudad me anuncia que me aguardan cárceles y tribulaciones. Pero la vida, para mí, no vale nada. Lo que me importa es llegar al fin de mi carrera y cumplir el encargo que recibí del Señor Jesús: anunciar el Evangelio de la gracia de Dios.
Por lo pronto sé que ninguno de ustedes, a quienes he predicado el Reino de Dios, volverá a verme. Por eso declaro hoy que no soy responsable de la suerte de nadie, porque no les he ocultado nada y les he revelado en su totalidad el plan de Dios". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 67, 10-11.20-21

R/. Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.

A tu pueblo extenuado diste fuerzas, nos colmaste, Señor, de tus favores y habitó tu rebaño en esta tierra, que tu amor preparó para los pobres. R/.
Bendito sea el Señor, día tras día, que nos lleve en sus alas y nos salve. Nuestro Dios es un Dios de salvación porque puede librarnos de la muerte. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Jn 14, 16
R/. Aleluya, aleluya.

Yo le pediré al Padre y Él les dará otro Consolador, que se quedará para siempre con ustedes, dice el Señor. R/.

EVANGELIO

Padre, glorifica a tu Hijo.

Del santo Evangelio según san Juan: 17, 1-11

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado. La vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú has enviado.
Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste. Ahora, Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo existiera. He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y me diste. Eran tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que todo lo que me has dado viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste; ellos las han recibido y ahora reconocen que yo salí de ti y creen que tú me has enviado. Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste, porque son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido glorificado en ellos. Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos se quedan en el mundo".
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Recibe, Señor, las súplicas de tus fieles junto con estas ofrendas que te presentamos, para que, lo que celebramos con devoción, nos lleve a alcanzar la gloria del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Pascua, pp. 499-503 (500-504) o de la Ascensión, pp. 504-505 (505-506).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Mt 20, 28

El Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, dice el Señor, los instruirá en todo y les recordará lo que yo les he dicho. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Al recibir, Señor, el don de estos sagrados misterios, te suplicamos humildemente que lo que tu Hijo nos mandó celebrar en memoria suya, nos aproveche para crecer en nuestra caridad fraterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXIÓN
Hech. 20, 17-27. Proclamar el Nombre del Señor, su Evangelio, sin escatimar esfuerzo, sin perder oportunidad alguna, insistiendo a tiempo y destiempo, corrigiendo, reprendiendo y exhortando; haciéndolo sin perder la paciencia y conforme a la enseñanza, sin acomodos nacidos de conveniencias personales sino con la fidelidad total al Señor; esa es la responsabilidad que tiene aquel a quien el Señor le ha confiado el Mensaje de Salvación sin escatimar nada que sea útil para anunciar a los demás el Evangelio.
No podemos quedarnos en los templos contentos porque tal vez se llenan más allá de lo esperado. Hay muchísimos más que, finalmente, se han quedado fuera. Hay que salir a proclamar el Nombre del Señor por las calles y por las casas. Hay muchos que nos han rebasado en este esfuerzo, mientras nosotros nos conformamos con los que vienen al lugar de culto y nos espantamos porque muchos cambian su forma de creer, pero nos quedamos igual de inútiles en nuestro esfuerzo por no sólo conservarlos, sino fortalecerles su fe.
Ojalá nosotros, como Iglesia, no le demos tanta importancia a no perder nuestras comodidades, a conservar nuestra vida, a no ponerla en riesgo por el Señor y su Mensaje de Salvación, pues lo más importante para nosotros ha de ser el cumplimiento del encargo que Él nos hizo: Anunciar su Evangelio, sin ocultar nada de Él y revelando en su totalidad el plan de Dios.
¿Tenemos esa valentía? ¿A qué se reduce, o, por el contrario, hasta dónde nos lleva nuestra fe en Jesús y nuestro compromiso con su Evangelio?
 
Sal. 68 (67). A través del desierto el Señor no abandonó a su Pueblo. Como un buen pastor lo condujo sin sobresaltos, dándole la victoria sobre sus enemigos.
Dios cumplió su promesa introduciendo a su Pueblo en la posesión de la tierra que mana leche y miel, conforme a las promesas hechas a nuestros antiguos padres.
Por eso, aun en los más grandes peligros, si no perdemos nuestra fe y nuestra confianza en el Señor, Él velará por nosotros y nos llevará como en alas de águila. Dios es Salvación para su pueblo, e incluso puede librarnos de la muerte.
En Cristo, además de encontrar la salvación que Dios nos ofrece, encontramos el ejemplo que fortalece nuestra vida, pues, en Jesús, Dios nos ha hecho conocer la salvación y la gloria que espera a quienes creen en Él, que es camino verdad y vida, y le viven fieles.
 
Jn. 17, 1-11. La glorificación de Jesús se inicia con su encarnación por su fidelidad a la voluntad de su Padre Dios. Jesús glorificará a su Padre en el gesto más grande de su obediencia amorosa a Él muriendo por nosotros clavado en la cruz; esto es una decisión personal de Jesús; nadie le quita la vida, Él la entrega porque quiere. El Padre Dios responderá a ese gesto de amor obediente glorificando a Jesús al resucitarlo de entre los muertos y sentarlo a su diestra, convirtiéndolo, así, en fuente de vida para todos los que creamos en Él y, unidos a Él como las ramas al tronco, seamos hechos partícipes de la misma vida que Él recibe del Padre Dios.
Sin embargo no hay otro camino, sino el mismo de Cristo, tras cuyas huellas hemos de caminar cargando obediente y amorosamente nuestra cruz de cada día.
No por estar unidos a Jesús seremos sacados del mundo, sino que, permaneciendo en él, hemos de ser un signo vivo del Señor con todos los riesgos, hasta el de ser odiados, perseguidos, asesinados por causa del Evangelio. Pero, ¡Ánimo, nos dice el Señor, no tengan miedo, yo he vencido al mundo!, pues donde yo estoy, quiero que también estén ustedes.
Nosotros, enviados por Jesús, compartimos con Él la misma misión que Él recibió del Padre. ¿Hasta dónde llega nuestro amor obediente al Padre? ¿Confiamos en el Señor y en ser glorificados junto con Él, sin importarnos el que tengamos antes que pasar por muchas tribulaciones?
En esta Eucaristía celebramos el amor de Jesús al Padre y su amor por nosotros. No podemos celebrar algo que no hemos conquistado.
Si sólo hemos venido por costumbre; si no hemos iniciado nuestro camino hacia la cumbre de nuestro propio calvario, para desde ahí ser glorificados junto con Jesús; si no amamos a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados; si no nos convertimos en una palabra de amor que se pronuncie no sólo con los labios sino con la vida misma; si no somos alimento que fortalezca a nuestro prójimo, ¿qué sentido tiene creer en Jesús y darle culto?
Permanecemos en el mundo, somos del mundo sin pertenecerle. Somos testigos de un mundo nuevo. En medio de las realidades que vivimos cada día nuestra proclamación del Evangelio se hace dando voz a los desvalidos y tratados injustamente, socorriendo a los necesitados, perdonando a los que nos ofenden, siendo constructores de la paz, vistiendo a los desnudos, denunciando el pecado y anunciando en su totalidad, y sin acomodos inútiles, el plan de salvación que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús.
El Cristiano debe, por su propia vida, ser un memorial del Señor que sigue amando, salvando, consolando, fortaleciendo, dando su vida y dando vida a sus hermanos.
No tengamos miedo; veamos en el horizonte la Gloria que nos espera junto a Jesús y vayamos hacia ella derramando, incluso nuestra sangre, si es necesario. Que esto no brote de una imprudencia, sino del amor que ha llegado a su madurez y que cumple aquella invitación del Señor: nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no ser cobardes en la proclamación del Evangelio, sino que lo hagamos con la valentía que nos da el Espíritu Santo que habita en nosotros; y que lo hagamos no sólo con las palabras, sino con la vida misma; no sólo en los templos sino en todos los ambientes donde se desarrolle nuestra vida, convirtiéndonos así, verdaderamente, en fermento de santidad en el mundo. Amén.
 
Homilia  catolica




LECTURAS DE LA EUCARISTIA
LUNES 29 DE MAYO DE 2017
SEPTIMA SEMANA DE PASCUA

Hech 19, 1-8; Sal 67; Jn 16 29-33



ANTÍFONA DE ENTRADA Hch 1, 8

Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos hasta los confines de la tierra. Aleluya.

ORACIÓN COLECTA

Descienda sobre nosotros, Señor, la fuerza del Espíritu Santo, para que podamos cumplir fielmente tu voluntad y manifestarla con una vida santa. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

¿Han recibido el Espíritu Santo, cuando abrazaron la fe?

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 19, 1-8

En aquellos días, mientras Apolo estaba en Corinto, Pablo atravesó las regiones altas de Galacia y Frigia y bajó a Éfeso. Encontró allí a unos discípulos y les preguntó: "¿Han recibido el Espíritu Santo, cuando abrazaron la fe?" Ellos respondieron: "Ni siquiera hemos oído decir que exista el Espíritu Santo". Pablo replicó: "Entonces, ¿qué bautismo han recibido?" Ellos respondieron: "El bautismo de Juan".
Pablo les dijo: "Juan bautizó con un bautismo de arrepentimiento, pero advirtiendo al pueblo que debían creer en aquel que vendría después de Él, esto es, en Jesús".
Al oír esto, los discípulos fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús, y cuando Pablo les impuso las manos, descendió el Espíritu Santo y comenzaron a hablar lenguas desconocidas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Durante los tres meses siguientes, Pablo frecuentó la sinagoga y habló con toda libertad, disputando acerca del Reino de Dios y tratando de convencerlos. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 67, 2-3. 4-5ac. 6-7ah

R/. Cantemos a Dios un canto de alabanza. Aleluya.

Cuando el Señor actúa sus enemigos se dispersan y huyen ante su faz los que lo odian; cual se disipa el humo, se disipan; como la cera se derrite al fuego, así ante Dios perecen los malvados. R/.
Ante el Señor, su Dios, gocen los justos y salten de alegría. Entonen alabanzas a su nombre. En honor del Señor toquen la cítara. R/.
Porque el Señor, desde su templo santo, a huérfanos y viudas da su auxilio; Él fue quien dio a los desvalidos casa, libertad y riqueza a los cautivos. R/.



ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Col 3, 1
R/. Aleluya, aleluya.

Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. R/.

EVANGELIO

Tengan valor, porque yo he vencido al mundo.

Del santo Evangelio según san Juan: 16, 29-33

En aquel tiempo, los discípulos le dijeron a Jesús: "Ahora sí nos estás hablando claro y no en parábolas. Ahora sí estamos convencidos de que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por eso creemos que has venido de Dios".
Les contestó Jesús: "¿De veras creen? Pues miren que viene la hora, más aún ya llegó, en que se van a dispersar cada uno por su lado y me dejarán solo. Sin embargo, no estaré solo, porque el Padre está conmigo. Les he dicho estas cosas, para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Que este sacrificio inmaculado nos purifique, Señor, y fortalezca nuestros corazones con el poder divino de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio de Pascua, pp. 499-503 (500-504) o de la Ascensión, pp. 504-505 (505-507).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Jn 14, 18; 16, 22

No los dejaré huérfanos, dice el Señor; vendré de nuevo a ustedes y se alegrarán sus corazones. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Señor, muéstrate benigno con tu pueblo, y ya que te dignaste alimentarlo con los misterios celestiales, hazlo pasar de su antigua condición de pecado a una vida nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXION
Hech. 19, 1-8. El bautismo de Juan, bautismo de arrepentimiento, preparaba para recibir a Aquel que venía después de él: Jesús, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Creer en Jesús, después de haber sido catequizados sobre Él y su obra, ha de llevar a la persona a ser bautizada en Él para recibir, no sólo el perdón de los pecados, sino la participación de la misma Vida que el Hijo recibe del Padre; y la efusión, sobre el creyente, del don del Espíritu Santo, con una serie de manifestaciones carismáticas que no se reciben para hacer gala de ellas, sino para el bien de la misma Iglesia, de manera semejante a como las cualidades de cada uno de los miembros están al servicio de todo el cuerpo.
No basta que el Espíritu Santo sea derramado en nuestros corazones; es necesario recibirlo, es decir, darle amplitud de acción, de modo consciente, en nuestra propia vida.
En algunas ocasiones o en algunos lugares la Iglesia da la impresión de ser una Iglesia anquilosada, en la que el Espíritu Santo ha sido encadenado o acallado; pues se acude al culto, pero los miembros no tienen acción evangelizadora y apostólica; parece una iglesia que sólo se alimenta de la Eucaristía y de la Palabra de Dios, pero ha perdido su capacidad de ser fermento de santidad en el mundo.
Por eso debemos preguntarnos: ¿en verdad hemos recibido el Espíritu Santo, es decir, le hemos dado cabida en nuestra vida para que, por medio nuestro se continúe la obra salvadora de Cristo en el mundo?
 
Sal 68 (67). Parecen resonar en nuestros oídos aquellas palabras que pronunciara Moisés cuando, después de levantar el Campamento, el Arca se ponía en marcha para continuar el camino del Pueblo de Israel hacia la Tierra Prometida: ¡Levántate, Señor! Que se disipen tus enemigos, huyan ante ti tus adversarios.
Dios, en su trono de gloria, no se ha olvidado de sus pobres, de los huérfanos, de las viudas, ni de los desvalidos y cautivos. Dios a todos ha manifestado su amor en Cristo Jesús, en quien encontramos la salvación, pues Él, siendo de condición divina, no consideró codiciable el ser igual a Dios. Al contrario se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo y se hizo semejante a nosotros.
Por eso, por haber padecido como nosotros puede compadecerse de nuestras flaquezas. Así es Dios, el Dios de cielo y tierra que no sólo ha dirigido su mirada hacia nosotros, sino que ha salido a nuestro encuentro para manifestarnos su amor.
 
Jn. 16, 29-33. Creer en Jesús es aceptar su Palabra, su Vida, su Espíritu en nosotros con todas las consecuencias que conlleva dicha aceptación.
No basta ver con claridad el mensaje de Cristo, como parece verse después de un retiro espiritual que ha emocionado nuestro interior. Hay que saber que el ardor del amor puede venirse abajo ante las pruebas que la vida presenta a nuestra fe. Esto no puede desanimarnos antes de tiempo; no podemos marcharnos ante las palabras, a veces insoportables, que nos dirige el Señor. Él fue perseguido y crucificado por dar testimonio de la Verdad hasta sus últimas consecuencias. Él nos amonesta: En el mundo tendrán tribulaciones; pero tengan valor, porque yo he vencido al mundo.
Es verdad que nosotros somos frágiles, y que nuestra fe muchas veces es inmadura. Sin embargo, con la fuerza del Espíritu Santo podremos ser testigos fieles, valientes, firmes aún en las más grandes tribulaciones.
Reunidos para celebrar el Memorial del Señor en esta Eucaristía, seamos de aquellos que le viven fieles escuchando su Palabra y poniéndola en práctica, tomando nuestra cruz de cada día y siguiéndolo.
Aquello que en Él parecía una derrota era, en realidad, su victoria definitiva sobre el mal, el pecado y la muerte.
Celebrando su victoria no podemos quedarnos contemplándola; hemos de hacerla nuestra con la seguridad de que esa decisión nos hará capaces de recibir el Espíritu Santo, que nos impulse a trabajar por el Reino de Dios y nos fortalezca para que, aun en las más grandes tribulaciones, no perdamos la paz.
No basta con hacer promesas sobre comportamientos que pensamos deben ser mejores; la vida que se entrega cada día en favor del Evangelio es lo único que puede manifestarle a Dios y al prójimo nuestro amor sincero, comprometido, fiel.
Ese compromiso con el Evangelio debe ayudarnos a no traicionar a Cristo en la vida diaria; nosotros debemos ser los más comprometidos con la justicia, con la verdad, con la rectitud, con la honestidad, con la responsabilidad, con el servicio de caridad a los necesitados.
En medio de críticas, burlas y persecuciones volvamos la mirada hacia Cristo, que nos ha precedido con su Cruz. Pidámosle que nos conceda la Fuerza de lo Alto para permanecerle fieles.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser sus fieles testigos, no sólo en el interior de los templos, sino en la vida diaria dándole su verdadera dimensión por realizarla desde la fe, con un amor sincero especialmente hacia los necesitados, y con una gran esperanza de que, por medio nuestro, Dios dará un nuevo rumbo a nuestra historia, aun cuando para ello tengamos que pasar por muchas tribulaciones. Amén.
 
Homilia  catolica


domingo, 28 de mayo de 2017

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sábado, 27 de mayo de 2017

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LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
DOMINGO 28 DE MAYO DE 2017   
SEPTIMO DOMINGO DE PASCUA
SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Hech 1, 1-11; Ef 1, 17-23; Mt 28, 16-20

ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 67, 33. 35

Canten a Dios, reinos de la tierra, toquen para el Señor, que asciende sobre los cielos; su majestad y su poder resplandecen sobre las nubes. Aleluya.

Se dice Gloria.

ORACIÓN COLECTA

Dios eterno, cuyo Hijo subió hoy al cielo en presencia de sus Apóstoles, te pedimos nos concedas que él, de acuerdo a su promesa, permanezca siempre con nosotros en la tierra, y nos permita vivir con él en el cielo. Él, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
En la celebración de la Misa de la Vigilia se utiliza el mismo formulario de lecturas que en la Misa del día de la Ascensión del Señor, tal como aparecen en las páginas que siguen.

Se dice Credo.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Dios nuestro, cuyo Unigénito, nuestro mediador, vive para siempre y está sentado a tu derecha para interceder por nosotros, concédenos acercarnos llenos de confianza al trono de la gracia y obtener así tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I o II de la Ascensión, MR, pp. 504-55 (505-506).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Cfr. Hb 10, 12

Cristo ofreció un solo sacrificio por el pecado, y se sentó para siempre a la derecha de Dios. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Te pedimos, Señor, que los dones que hemos recibido de tu altar, enciendan en nuestros corazones el deseo de la patria celeste, para que, siguiendo las huellas de nuestro Salvador, tendamos siempre a la meta a donde nos ha precedido. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.

MISA DEL DÍA MR, p. 385 (387)

ANTÍFONA DE ENTRADA Hch 1, 11

Hombres de Galilea, ¿qué hacen allí parados mirando al cielo? Ese mismo Jesús, que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto marcharse. Aleluya.

Se dice Gloria.

ORACIÓN COLECTA

Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA

PRIMERA LECTURA

Se fue elevando a la vista de sus apóstoles.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles: 1, 1-11

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.
Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: "No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo".
Los ahí reunidos le preguntaban: "Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?" Jesús les contestó: "A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra".
Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 46, 2-3. 6-7. 8-9

R/. Entre voces de júbilo, Dios asciende a su trono. Aleluya.

Aplaudan, pueblos todos; aclamen al Señor, de gozo llenos; que el Señor, el Altísimo, es terrible y de toda la tierra, rey supremo. R/.
Entre voces de júbilo y trompetas, Dios, el Señor, asciende hasta su trono. Cantemos en honor de nuestro Dios, al rey honremos y cantemos todos. R/.
Porque Dios es el rey del universo, cantemos el mejor de nuestros cantos. Reina Dios sobre todas las naciones desde su trono santo. R/.

SEGUNDA LECTURA

Lo hizo sentar a su derecha en el cielo.

De la carta del apóstol san Pablo a los efesios: 1, 17-23

Hermanos: Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo.
Le pido que les ilumine la mente para que comprendan cuál es la esperanza que les da su llamamiento, cuán gloriosa y rica es la herencia que Dios da a los que son suyos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros, los que confiamos en él, por la eficacia de su fuerza poderosa.
Con esta fuerza resucitó a Cristo de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro.
Todo lo puso bajo sus pies y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su cuerpo, y la plenitud del que lo consuma todo en todo.
Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 28, 19. 20
R/. Aleluya, aleluya.

Vayan y enseñen a todas las naciones, dice el Señor, y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. R/.

EVANGELIO

Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

Del santo Evangelio según san Mateo: 28, 16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea y subieron al monte en el que Jesús los había citado. Al ver a Jesús, se postraron, aunque algunos titubeaban.
Entonces, Jesús se acercó a ellos y les dijo: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo cuanto yo les he mandado; y sepan que yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice Credo.

PLEGARIA UNIVERSAL

Pongamos, hermanos, nuestra mirada en Jesús, nuestro gran sacerdote, que ha atravesado el cielo para interceder por nosotros, y pidámosle por las necesidades de todos los hombres diciendo: Te rogamos, Señor. (R/. Te rogamos, Señor.)
Para que Cristo, desde el trono de su gloria, venga en ayuda de su Iglesia, que lucha en medio de las dificultades del mundo, y no permia que sus fieles se dejen cautivar por los bienes de la tierra, roguemos al Señor.
Para que Jesús, el Señor, que prometió que, al ser elevado sobre la tierra, atraería a todos hacia sí, revele su nombre a los hombres que aún no lo conocen, roguemos al Señor.
Para que el Señor, que con su triunfo ha glorificado nuestra carne colocándola cerca de Dios Padre, llene de esperanza a los que sufren enfermedades en el cuerpo o angustias en el espíritu, roguemos al Señor.
Para que el Señor, elevado al cielo, nos envíe el Espíritu Santo, para que nos enseñe a amar los bienes de arriba a no dejarnos cautivar por las cosas de la tierra, roguemos al Señor.
Dios, Padre todopoderoso, que has resucitado a Cristo, tu Hijo, y los has hecho Señor del universo, reconoce la voz de tu amado en las oraciones de la Iglesia y concédenos lo que, te hemos pedido. Por Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina, inmortal y glorioso, por los siglos de los siglos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Al ofrecerte, Señor, este sacrificio en la gloriosa festividad de la ascensión, concédenos que por este santo intercambio, nos elevemos también nosotros a las cosas del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I o II de la Ascensión, pp. 505-505 (505-506).

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN Mt 28, 20

Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Dios todopoderoso y eterno, que nos permites participar en la tierra de los misterios divinos, concede que nuestro fervor cristiano nos oriente hacia el cielo, donde ya nuestra naturaleza humana está contigo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXIÓN
1.- ¡SU SUERTE, LA NUESTRA!

Por Javier Leoz

Cuarenta días atrás celebrábamos aquel día santo en el que –Cristo- saltó de la muerte a la vida y, con El, todos nosotros. Fueron horas de vigor en nuestra fe, de ganas por seguir adelante, de renovación en nuestra existencia bautismal y… de optar por Aquel que, subiendo del sepulcro, nos enviaba a dar razón y testimonio de su presencia.

1.- Hoy, con esta solemnidad de la Ascensión, caemos en la cuenta de que –al fin y al cabo- lo que esperaba a Jesús al final de su paso por la tierra era el abrazo con el Padre. De alguna manera se cierra el contacto visual y físico entre el Señor y los discípulos y comienza la etapa del Espíritu Santo, la llamada a la madurez eclesial y la invitación a no perder la esperanza: el Espíritu marchará junto a nosotros recordándonos lo qué tenemos que hacer, dónde y cómo.

Es duro ver partir a un buen amigo. Y, en la Ascensión del Señor, a buen seguro que los ojos de los apóstoles se humedecieron ante tal prodigio con sabor agridulce: el Señor, nuestro amigo y Señor, se nos va. ¿Qué vamos hacer? ¿Quién nos dará el pan multiplicado? ¿Quién nos saciará en la hora del hambre? ¿Quién calmará nuestras tormentas? ¿Quién pondrá paz cuando, por las ideas, nos distanciemos del evangelio?

Ante estas interpelaciones, aquellos entusiastas del apostolado, se responderían a sí mismos: el Señor se va pero, pronto, marcharemos también con El nosotros. Su suerte, la del cielo, será la nuestra; y por la puerta que El deje abierta, entraremos nosotros.

2.- Los sentidos, de aquellos discípulos, se quedaron contemplando aquel suceso pero, pronto, se dieron cuenta de que los pies los tenían en la tierra. Que estaban obligados a llevar al mundo lo que, Jesús, en tres años escasos les había transmitido: el amor de Dios.

En ese cometido, también nos encontramos nosotros. Con toda la Iglesia seguimos proclamando el Reino de Cristo (el que podemos construir ya en nuestro entorno) pero que culminará y se visualizará en todo su esplendor al final de los tiempos. No podemos detenernos en este empeño. Aunque nos parezca mentira, hay sed de Dios, ganas por conocerlo y amarlo. Mirando al cielo (exclusivamente) no se nos da garantía de seguir anunciando todo el legado que Jesús nos dejó mientras estuvo con nosotros. Fiándonos solamente de nuestras fuerzas, de las seducciones del mundo tampoco es que sea un seguro de vida para conseguir una humanidad sin odio ni rencor, sin injusticias ni maldades. Como siempre, en el término medio, oración/acción, encontraremos la clave para servir a Dios (como el merece) y para no olvidar las contrariedades de los hombres y mujeres de nuestro tiempo (obligados estamos desde el mandamiento del amor).

3.- Dejemos marchar al Señor al cielo. Crezcamos ahora con aquello que Él nos confió como vitamina eterna (la eucaristía); como presencia y seguridad (su Palabra); como aliento en nuestro caminar (su Espíritu Santo).

Un bebé, cuando ha de caminar por sí mismo, llora, tiene miedo, vértigo…va buscando los brazos de sus padres o los de aquellos que le rodean. Luego, al tiempo, comprende que el mundo es otra cosa cuando lo descubre por propia experiencia. Que también por nuestros propios senderos, podamos avanzar sin olvidar que –Jesús primero- los recorrió antes que nosotros.

¡Vete, Señor, al cielo! ¡Deja huella para que un día tus amigos podamos también encontrarlo!

4.- ¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!

¿Por qué  desapareces tan inesperadamente

sabiendo que  nos dejas huérfanos, Señor?

¿Quién  pronunciará las palabras certeras

cuando, a  nuestro lado, venza la confusión o la mentira?

¿Quién  proporcionará el pan multiplicado

cuando el  hombre, además de tu presencia,

nos exija el  sustento de cada día?

¿Quién  calmará los dolores de los enfermos?

¿Quién  resucitará a los que, de improviso,

han muerto y  estaban llamados a la vida?


¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!

Te vas al  cielo y, mirando a nuestro alrededor,

sentimos que  nos va a faltar tu mano,

que tus  huellas se difuminarán

como el agua  del mar elimina las de la arena


¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!

Proclamar tu  mensaje

cuando , los  oídos de los más cercanos,

están  dispuestos para todo…menos para Ti

Llevar tu  Palabra

cuando, los  que saben leer entre líneas,

prefieren  voces sin compromiso ni verdad

reclaman  señales con sabor a tierra

y no  pregones con promesas de eternidad


¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!

Vivir, según  Tú viviste

Amar, como  Tú amaste

Orar, como  Tú rezaste

Perdonar,  como Tú perdonaste

Sentir a  Dios Padre

como Tú,  Señor, sólo lo hiciste


¡QUÉ TAREA NOS DEJAS, SEÑOR!

Te vas al  cielo, al encuentro con el Padre

sabiendo  que, aún con muchas debilidades,

intentaremos  sostener tu obra aquí iniciada

¡Vete,  Señor! ¡Pero no nos abandones!

Vete, Señor,  y ojala pronto vuelvas

a culminar  Reino que no acaba aquí en esta tierra.

Amén

2.- SER SUS MENSAJEROS DE PAZ

Por Antonio García-Moreno

1.- EVANGELIO DEL ESPÍRITU SANTO.- San Lucas recuerda su primer libro, el evangelio en el que recogió los pasos principales de la vida y obra de Jesucristo. Ahora intenta escribir otro libro que refiera la vida inicial de la Iglesia, continuadora por voluntad divina de la tarea salvífica de Cristo. Con razón se ha llamado a este libro el quinto evangelio. En efecto, en los Hechos de los Apóstoles se vuelve a tratar de la Buena Nueva, a narrar los "magnalia Dei", las grandezas de Dios en favor de los hombres.

También se ha llamado a este libro de san Lucas el evangelio del Espíritu Santo. Con ello se pone de manifiesto la importancia del Paráclito en la obra salvadora, su impulso divino y su presencia misteriosa. Así, con mucha frecuencia, se nos refiere en el libro de los Hechos la presencia operante del Espíritu en la Iglesia. En efecto, ya desde el principio, y por siempre, la acción divina del Consolador vivifica a la Iglesia y la sostiene indefectiblemente.

En los últimos días, antes de su ascensión a los cielos, Jesús adoctrina a sus discípulos, pocos todavía, a causa quizá de la persecución y el rechazo de las autoridades judías. Esas enseñanzas versaban, una vez más, sobre el Reino de los cielos, el gran tema que abarca toda la doctrina de Cristo y sintetiza cuanto el Señor había dicho en orden a la salvación. Por algo llegó a enseñar: Buscad el Reino de los cielos y todo lo demás se os dará por añadidura... Pronto ese Reino, iniciado ya con la llegada de Jesucristo, comenzaría a consolidarse por medio de la Iglesia, siendo ella misma ese Reino en marcha. Se iniciaba así la salvación, que aún hoy sigue su curso.

Los Apóstoles, sin embargo, no habían entendido de qué se trataba realmente. Por eso preguntan por la restauración de Israel, soñando todavía con un triunfo temporal y político. Jesús comprende que no le entiendan y les exhorta a que sepan esperar. Cuando llegue el Espíritu Santo, cuando descienda sobre sus frentes la luz de lo alto, entonces comprenderán que su Reino no es de este mundo, que es algo mucho más grande y trascendente, un Reino de paz y amor, un Reino sin fronteras de espacio ni de tiempo, que al final acabará destruyendo a la misma muerte y alcanzará un triunfo formidable y sin término.

2.- ID POR TODO EL MUNDO.- Monte de Galilea, silencio y majestad de la cumbre, grandeza del cielo y de la tierra, contemplados desde la altura. Allí tuvo lugar el último episodio que Mateo nos refiere en su evangelio, como broche adecuado que cerraba una etapa, la más importante, en la historia de nuestra salvación. En esos momentos algunos se postraron ante Jesús resucitado, otros en cambio todavía dudaban. Es incomprensible, pero así era. Lo mismo que es incomprensible que nosotros dudemos del Señor, cuando tantas pruebas hemos recibido de su poder e inmenso amor.

Los dolores y sufrimientos de la Pasión habían sido superados, los horrores de la cruz estaban ya lejos. Aquellos terribles momentos sólo quedaban como memoria gloriosa de un tremendo combate, en el que Jesús había conseguido la más brillante victoria contra el más terrible enemigo. Todo aquello servía ahora para estímulo y ánimo en los momentos difíciles que también ellos, y los que vendríamos después, tendrían que superar. Por mucho que el enemigo se acercara, aunque pareciese que el triunfo era suyo, no había que tener miedo. La última batalla será ganada, de todas, por Jesucristo, y en él y con él, por todos los que le han seguido.

Pero Jesucristo es comprensivo y se explica que aún no se den cuenta de lo que estaba pasando. Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra, les dice. Son palabras que recuerdan los relatos de Daniel sobre el Hijo del Hombre. Jesús es ese misterioso personaje que se acerca al trono del anciano de muchos días, para recibir todo el poder y la gloria. Él tiene, por tanto, toda la autoridad del universo orbe. En virtud de esos poderes, él les envía mediante un imperativo categórico a predicar el evangelio por todo el mundo y bautizar a los hombres que creyeran en su palabra, el mandato de hacerlos discípulos de Cristo e hijos de Dios, el de enseñarles la doctrina que nos da la paz, que nos redime y nos salva.

Ellos debieron sentirse incapaces de tamaña empresa, lo mismo que tantos otros cuando fueran llamados por Dios a una empresa divina. Jesucristo lee sus pensamientos de temor y de reserva, y les anima. Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Y así ha sido, así es y así será. Dios está presente y nos empuja de nuevo para que seamos sus apóstoles, sus mensajeros de paz y alegría en medio de este mundo, siempre metido en guerras y siempre tan triste.

3.- LA PRESENCIA FÍSICA Y LA PRESENCIA ESPIRITUAL DE CRISTO

Por Gabriel González del Estal

1.- Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndole irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis, ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para irse al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse. Como sabemos, la Ascensión de Jesús al cielo es el momento último de su estancia en la tierra, de su presencia física entre los hombres. Fue muy importante, importantísima, la estancia de Jesús entre nosotros, la vida de Jesús en la tierra, como Verbo encarnado del Padre. Sin esta estancia física de Jesús en la tierra el cristianismo no hubiera sido posible. Jesús es el camino, la verdad y la vida, para que los hombres sepamos cómo llegar a nuestro Padre Dios, mientras vivimos en este mundo, y esto es posible porque vivió físicamente, en forma plenamente humana, entre nosotros. No tendríamos los Evangelios, ni el Nuevo Testamento, si Dios no se hubiera encarnado en Cristo. La presencia física de Cristo entre nosotros es por eso, como vengo diciendo, esencial en nuestra religión cristiana. Esto es algo que sabemos todos los cristianos y que nadie puede poner en duda. Pero al celebrar esta fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo celebramos también el momento en el que Jesús nos dice que ahora comienza nuestro tiempo de vivir el cristianismo sin la presencia física de Jesús entre nosotros. A partir de ahora ya no podemos caminar religiosamente, plantados en la tierra y mirando al cielo. ¿Es que Jesús nos ha dejado huérfanos? No, a partir de ahora los cristianos tendremos que caminar religiosamente dirigidos por la presencia espiritual de Cristo entre nosotros, dirigidos por el Espíritu de Cristo. No olvidemos que después de la fiesta de la Ascensión viene inmediatamente la fiesta de Pentecostés. La Iglesia cristiana no puede celebrar estas dos fiestas como algo separado; a la presencia física de Cristo en la tierra viene, inmediatamente y sin interrupción alguna de tiempo, la presencia espiritual de Cristo en nosotros y entre nosotros. Celebremos, pues, con gozo y agradecidamente, la fiesta de la Ascensión y comencemos a vivir ya desde ahora mismo, con el mismo gozo y agradecimiento, la fiesta de Pentecostés.

2.- Y todo lo puso bajo sus pies y lo dio a la Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo, en todos. Son palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios. Se refieren, por supuesto, a la voluntad del Padre que puso todo a los pies de su Hijo, y, a través del Hijo, lo puso todo a disposición de la Iglesia de Cristo. La Iglesia es el cuerpo místico de Cristo y Cristo es la cabeza de este cuerpo místico. Se refiere, evidentemente, a la Iglesia cristiana como comunidad espiritual, como comunidad de fe en Cristo. Es el Espíritu de Cristo el que debe regir la Iglesia de Cristo. No es el Papa, ni lo obispos, ni los sacerdotes, ni los fieles, los que deben regir la Iglesia. El Papa, los obispos, los sacerdotes, los fieles, deben actuar siempre movidos por el Espíritu de Cristo. La Iglesia no es democrática en el sentido político, no es la comunidad cristiana la que elige a su cabeza, a Cristo. Cristo es la única cabeza de la Iglesia; el Papa, los obispos, los sacerdotes, los fieles, son miembros vivos de la única cabeza espiritual de la Iglesia de Cristo. Naturalmente, como institución humana e histórica, la Iglesia de Cristo está dirigida y gobernada por una cabeza visible que es el Papa, en comunión con los obispos, sacerdotes y fieles. Seamos todos y cada uno de nosotros piedras vivas de este edificio, de este templo espiritual que es la Iglesia cristiana, cuya cabeza única es y debe ser siempre el Espíritu de Cristo. Que Dios, nuestro Padre, nos dé a todos “espíritu de sabiduría y revelación para conocer esto”.

3.- Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándolos a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Con estas palabras termina el evangelio según san Mateo. Cristo, físicamente ya no está entre nosotros; a partir de ahora debemos ser nosotros, la Iglesia de Cristo, los que debemos anunciar y proclamar el evangelio de Cristo, dirigidos siempre por su Espíritu. La Iglesia de Cristo, nosotros los cristianos, somos la presencia viva de Cristo en el mundo, los encargados de predicar el evangelio de Cristo. Repetimos una vez más: Seamos ahora nosotros, los cristianos, fieles continuadores de Cristo, de la presencia física de Cristo, aquí en la tierra. Tenemos la promesa de Cristo de que él no nos abandonará nunca, mientras nosotros seamos fieles a su Espíritu. Con la Ascensión terminó el tiempo de Cristo, de su presencia física de Cristo entre nosotros. Ahora es el tiempo de la Iglesia de Cristo, somos la presencia física de nuestra cabeza espiritual que es Cristo. El Espíritu de Cristo nos inundará, como veremos el domingo próximo, en la fiesta de Pentecostés.

4.- SOMOS TESTIGOS DE SU PRESENCIA ENTRE NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- Jesús se despide, pero sigue presenta en medio de la comunidad. No nos deja solos. Promete y hace realidad la llegada del Espíritu Santo a su Iglesia. Ahora nos pasa a nosotros el testigo, como acurre en las carreras de relevos. Pero El sigue presente también a través de su Palabra. Un portavoz de Jesucristo es el evangelista Lucas, que se comunica con su comunidad, representada aquí por Teófilo, a través de todo el relato de Hechos de los Apóstoles. También hoy Lucas se comunica con nosotros a través de este relato. Nosotros somos los Teófilos a los cuales Lucas habla hoy, y través de Lucas, el mismo Espíritu Santo se comunica con nosotros. ¿Somos hoy una Iglesia que realmente escucha el anuncio que Dios nos transmite. ¿Somos como Iglesia ese Teófilo a quien Lucas se dirige? El día de su ascensión Jesús vivió un desencuentro de sus discípulos. A pesar de haber abierto sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, ellos siguen pensando que Jesús va a restaurar ahora el Reino de Israel. ¿Existe también hoy un desencuentro entre Jesús resucitado y su Iglesia? ¿Entiende la Iglesia el proyecto del Reino tal como lo predicó Jesús o sigue soñando en proyectos humanos de poder religioso?

2.- El misterio de nuestra salvación nos desborda. Pablo en la Carta a los Efesios nos dice que necesitamos “espíritu de sabiduría” y la sabiduría del Espíritu, para llegar a comprender “la extraordinaria grandeza” de los dones que Dios nos concede por medio de Jesucristo. Lo que nosotros esperamos, “la riqueza de gloria que nos da en herencia”, podemos imaginarlo viendo el despliegue de poder y gloria realizado en Jesucristo. Veamos cómo Dios, “el Padre de la gloria”, resucitó a su Hijo, lo sentó a su derecha y lo puso por encima de todo. La Iglesia, nosotros, somos su complemento y plenitud.

3.- "Yo estoy con vosotros... hasta el fin del mundo". Todos los años nos sucede lo mismo al celebrar la solemne ascensión de Jesús a los cielos. Inevitablemente nos vienen a la memoria los sentidos versos de Fr. Luis de León: "Y dejas, Pastor santo, tu grey en este valle hondo, oscuro...". No podemos recordar el acontecimiento de fe sin que nos traicione el corazón con sus sentimientos ante la despedida. Sin embargo, tales sentimientos, por más que naturales, están muy lejos del evangelio, que es la buena noticia de la presencia de Jesús que nos promete seguir con nosotros hasta el fin. Vivir la certeza de que Él "está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo". Que la Encarnación es un gesto de Dios irreversible. Está, pero de otro modo. Y los apóstoles necesitaron semanas para comprender y hacerse a la idea. Es el sentido de lo sorprendente de cada "aparición". Reconocerle en tantas mediaciones: Iglesia, comunidad concreta, sacramentos, Eucaristía, los más abandonados, el perdón, etc. Encontrar al Señor en todo y de tantas maneras……

4.- No debemos quedarnos "ahí plantados mirando al cielo". Necesitamos volver a la ciudad, al trabajo..., pero siendo sus testigos aquí y allá, en medios eclesiales y fuera de ellos. Que "la memoria de Jesús" no sea nostalgia ni simple recuerdo, sentimiento intimista inoperante, intrascendente, sino impulso de seguirle hacia los hombres, hacia el Reino, hacia el Padre. El domingo pasado Jesús nos decía que el que le ama cumple sus mandamientos. Su mandato es sólo uno: "Amaos unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos". Es decir, se nos conocerá por nuestras obras. Si no hacemos las obras que Dios espera de nosotros, entonces es que no le conocemos ni le amamos. San Agustín decía que la necesidad de obrar seguirá en la tierra, pero el deseo de la ascensión ha de estar en el cielo: "aquí la esperanza, allí la realidad". Con frecuencia se ha acusado a los cristianos de desentenderse de los asuntos de este mundo, mirando sólo hacia el cielo. No podemos vivir una fe desencarnada de la vida. La Iglesia somos todos los bautizados, luego todos debemos implicarnos en la defensa de cosas tan importantes como la defensa de la vida, de la dignidad del ser humano, de la justicia y de la paz.

5.- UN FINAL Y UN PRINCIPIO

Por Ángel Gómez Escorial

1.- El VII Domingo de Pascua acoge, desde hace ya mucho tiempo, a la Solemnidad de la Ascensión. Es obvio que en algunos lugares esta gran fiesta litúrgica sigue situada en el jueves de la VI Semana. Pero parece oportuna su posición en la Asamblea Dominical pues, sin duda, engrandece al domingo, pero también el domingo --el día del Señor-- universaliza la celebración.

2.- Contamos en los textos de hoy con un principio y un final. Se leen los primeros versículos del Libro de los Hechos de los Apóstoles y los últimos del Evangelio de Mateo. En los Hechos se va a narrar de manera muy plástica la subida de Jesús a los Cielos y en el texto de Mateo se lee la despedida de Jesús que, sin duda, es impresionante: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Es el mandato de Jesús a sus discípulos y el ofrecimiento de sí mismo, de su cercanía, hasta el final de los tiempos. Interesa ahora referirse, por un momento, a la Segunda Lectura, al texto paulino de la Carta a los Efesios donde se explica la herencia de Cristo recibida por la Iglesia. Dice San Pablo: "Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos". Es, pues, la confirmación del mandato de Jesucristo

3.- En el texto del Libro de los Hechos aparece un detalle de mucho interés que expone cual era la posición de los discípulos el mismo día en el que Jesús se marcha, va a ascender al cielo: esperaban todavía la construcción del reino temporal de Israel. Parecía que la maravilla de la Resurrección, que ni siquiera la cercanía del Cuerpo Glorioso del Señor, les inspiraba para entender la verdadera naturaleza del Reino que Jesús predicaba. Y es que faltaba el Espíritu Santo. Será en Pentecostés --que celebramos el próximo domingo-- cuando la Iglesia inicie su camino activo y coherente con lo que va a ser después. Tras la venida del Espíritu ya no esperan reino alguno porque el Reino de Dios estaba ya en ellos. Y así se lo anuncia también: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo".

4.- Para nosotros, hoy, esa cercanía del Espíritu dos debe servir como colofón de todo el venturoso tiempo de Pascua. La Resurrección nos ha ofrecido el testimonio de la divinidad del Señor Jesús. Pero, al igual que ocurrió con los Apóstoles, nos falta todavía algo para entender mejor al Salvador. Sabemos que ha resucitado y "que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama", como dice San Pablo. Pero este Dios Padre, además, "desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro". Es muy necesario, leer y meditar, todo esto para sentirnos más cerca de Jesús y de su Iglesia.

4.- Las Ascensión no es un puro simbolismo. Se trata del final de una etapa y es la que Jesús quiso pasar en la tierra para construir la Redención y poner en marcha el camino hacia al Reino. Bajó primero y volvió, luego, al Padre. Y de acuerdo con su promesa sigue entre nosotros. Su presencia en el Pan y en Vino, en la Eucaristía, es un acto de amor supremo. Y nadie que reciba con sinceridad el Sacramento del Altar puede dejar de sentir una fuerza especial que ayude a seguir junto a Jesús y a consolidar el perdón de los pecados.

5.- Hoy debemos reflexionar sobre cómo ha sido nuestro camino en la Pascua, de cómo hemos reconocido en el mundo, en la vida, en la naturaleza, el cuerpo de Jesús Resucitado. Y de cómo, asimismo, nosotros hemos subido un peldaño más en la escala de la vida espiritual. Pero, nos faltaran motivos y fuerzas. Y esas nos las va a dar el Espíritu de Dios, pero conviene que analicemos nuestro propio sentir y talante al respecto, para que nos aproveche más y mejor esa llegada del Espíritu. Probablemente, seguimos pensando en el reino temporal, en las preocupaciones de la vida cotidiana: el trabajo, en el dinero, en el éxito, en nuestros rencores y miedos. Pues si es así, no importa porque definiremos la esencia de dicho reino temporal. Una vez conocido, será más fácil de arreglar. Y será el Espíritu quien nos haga ver lo verdaderamente importante. Esperemos, pues. Con alegría y emoción. Solo nos queda una semana de espera.

Fuente: La Homilia de Betania.-