jueves, 12 de septiembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 12 de Septiembre de 2013
23ª semana del tiempo ordinario
Fiesta del Santísimo Nombre de María




LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS COLOSENSES 3,12-17

Hermanos: Puesto que Dios los ha elegido a ustedes, los ha consagrado a él y les ha dado su amor, sean compasivos, magnánimos, humildes, afables y pacientes. Sopórtense mutuamente y perdónense cuando tengan quejas contra otro, como el Señor los ha perdonado a ustedes. Y sobre todas estas virtudes, tengan amor, que es el vínculo de la perfecta unión.

Que en sus corazones reine la paz de Cristo, esa paz a la que han sido llamados como miembros de un solo cuerpo. Finalmente, sean agradecidos. Que la palabra de Cristo habite en ustedes con toda su riqueza. Enséñense y aconséjense unos a otros lo mejor que sepan. Con el corazón lleno de gratitud, alaben a Dios con salmos, himnos y cánticos espirituales, y todo lo que digan y todo lo que hagan, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dándole gracias a Dios Padre, por medio de Cristo.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL
(SAL 150, 1-6)

R Alabemos al Señor con alegría.

Alabemos al Señor en su templo,
alabémoslo en su augusto firmamento.
Alabémoslo por sus obras magníficas,
alabémoslo por su inmensa grandeza./R

Alabémoslo tocando trompetas,
alabémoslo con arpas y cítaras.
Alabémoslo con tambores y danzas,
alabémoslo con cuerdas y flautas /R

Alabémoslo con platillos sonoros,
alabémoslo con platillos vibrantes.
Que todo ser viviente alabe al Señor /R



LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 6,27-38.

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los aborrecen, bendigan a quienes los maldicen y oren por quienes los difaman. Al que te golpee en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite el manto, déjalo llevarse también la túnica. Al que te pida, dale; y al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.

Traten a los demás como quieran que los traten a ustedes; porque si aman sólo a los que los aman, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores aman a quienes los aman. Si hacen el bien sólo a los que les hacen el bien, ¿qué tiene de extraordinario? Lo mismo hacen los pecadores. Si prestan solamente cuando esperan cobrar, ¿qué hacen de extraordinario? También los pecadores prestan a otros pecadores, con la intención de cobrárselo después. Ustedes, en cambio, amen a sus enemigos, hagan el bien y presten sin esperar recompensa.

Así tendrán un gran premio y serán hijos del Altísimo, porque él es bueno hasta con los malos y los ingratos. Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso.

No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados; den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



Reflexión

Col. 3, 12-17. Formando nosotros el nuevo Pueblo elegido por Dios, demos testimonio con nuestras buenas obras de que el Señor no sólo está en medio de nosotros, sino que habita como huésped en el corazón de los creyentes. Por eso hemos de comportamos a la altura de la fe recibida, de tal forma que seamos un vivo reflejo del Señor en medio del mundo. Aprendamos, por tanto, a ser misericordiosos, bondadosos, humildes, mansos, pacientes, capaces de soportar a los demás y siempre dispuestos a perdonar a los que nos ofenden, como nosotros hemos sido perdonados por Dios.
Ciertamente, puesto que Dios es amor, es, precisamente el amor lo que dará su auténtica perfección a la vida del cristiano. Sin él nuestra vida quedaría muy lejos de convertirse en un signo del Señor para los demás. Ese amor debe llevarnos a proclamar la Palabra de Cristo de un modo eficaz, pues no sólo hablaremos con la Sabiduría que procede de Dios, sino que toda nuestra vida se convertirá en una continua Acción de Gracias y alabanza del Nombre del Señor. Por eso nuestras obras y nuestras palabras las hemos de realizar en el Nombre del Señor; es decir: démosle cabida al Señor en nosotros para que, por medio nuestro, Él continúe pasando haciendo el bien a todos y proclamando la Buena Noticia de su amor y misericordia en favor de todos.

Sal. 150. Toda nuestra vida se ha de convertir en una continua alabanza del Nombre del Señor. Para eso hemos sido llamados a la vida; para eso somos llamados a la Vida eterna. Tenemos una y mil razones para entonar nuestra acción de gracias al Señor. No importa que a veces la vida se nos haya complicado; el Señor siempre ha estado, está y estará a nuestro lado como Padre y como fuerte defensor nuestro; por eso, hemos de reconocer la grandeza de su amor y nos hemos de convertir, nosotros mismos, en un grito de alabanza agradecido a su santo Nombre. Aleluya, alabado sea el Nombre del Señor, ahora y por siempre. Amén. Aleluya.

Lc. 6, 27-36. Nuestra vocación en Cristo mira a hacer siempre el bien, nunca el mal. Hemos de amar a nuestro prójimo como nosotros hemos sido amados por Dios en Cristo Jesús, que por reconciliarnos con Dios entregó su vida por nosotros.

Cuando respondemos bendiciendo a quien nos maldice; cuando oramos por quienes nos difaman, estamos propiciando una convivencia menos salvaje y, por lo menos, más humana; ojalá logremos que sea más fraterna y entonces, como dice el profeta Isaías: haremos de nuestras espadas arados, de nuestras lanzas podaderas; nadie se levantará contra los demás, ni nos prepararemos más para la guerra, pues caminaremos no conforme a nuestras miradas torpes y miopes, sino a la luz del Señor.

En esta Eucaristía el Señor nos quiere fraternalmente unidos. Para lograrlo ha dado su vida por nosotros, para que, quienes hemos sido rescatados al precio de su sangre, no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Aquel que por nosotros murió y resucitó.
Que su Palabra no sólo se pronuncie sobre nosotros sino que habite, con toda su riqueza, en todo nuestro ser. Entonces podremos ser auténticos testigos del Señor de tal forma que, tanto con nuestras palabras como, especialmente con nuestras obras, contribuyamos para que los demás puedan también encontrarse con Cristo, pues nuestro testimonio de vida concordará con nuestras palabras.

El Señor, que nos confía el anuncio de su Evangelio, nos fortalece con su Cuerpo y con su Sangre, y nos da como amigo que nos acompaña, su Espíritu Santo, que impulsa nuestra vida, para que nuestro testimonio de fe sea dado con la Fuerza y valentía que nos viene de lo alto. Hagamos de nuestra Eucaristía, no un momento vivido como una costumbre sin proyección hacia la vida, sino como un compromiso que nos lleve a amar, a perdonar, a comprender a nuestro prójimo, dando, incluso nuestra vida por él, aun cuando en algún momento pudiera haberse opuesto a nosotros. Recordemos que el Señor nos envía a buscar y a salvar a las ovejas descarriadas de su Pueblo.

No podemos en verdad decir que somos miembros del Cuerpo del Señor, es decir, de su Iglesia, cuando en ella vivimos luchando unos contra otros, cuando nos convertimos en motivo de escándalo o de sufrimiento para los demás. El Señor no escogió a su Iglesia para condenar, sino para llamar a la reconciliación, para perdonar, para proclamar la Buena Nueva del amor que nos une como hijos en torno nuestro único Padre común: Dios. Pasemos haciendo el bien.
Que por ningún motivo seamos nosotros los que tengamos que ser soportados a causa de aborrecer, maldecir o difamar a los demás. Si queremos que los demás nos amen y nos hagan el bien, hagamos lo mismo nosotros mismos primero con ellos, pues con la misma medida con que los midamos seremos nosotros medidos.
Jamás cerremos nuestro corazón a alguna persona; aprendamos cómo Dios, a pesar de nuestras ingratitudes y maldades, jamás nos ha retirado su amor; por eso hagamos a los demás lo mismo que nosotros hemos recibido del Señor.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar con un corazón que, lleno de Dios, se convierta en signo de unión y de paz para todos los pueblos. Amén.

Reflexión de Homilía católica



No hay comentarios:

Publicar un comentario