sábado, 30 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Sábado, 30 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Sábado, 30 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año
San Andrés, Apóstol

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 10,9- 18
Hermanos: Basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse. En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.

Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él.

Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias! Sin embargo, no todos han creído en el Evangelio. Ya lo dijo Isaías: Señor, ¿quién ha creído en nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo.

Entonces yo pregunto: ¿Acaso no habrán oído la predicación? ¡Claro que la han oído!, pues la Escritura dice: La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo y sus palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL 18, 2-3. 4-5
R El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.

Los cielos proclaman la gloria de Dios y
el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día y
una noche se lo transmite a la otra noche /R

Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido y
su mensaje hasta el fin del mundo /R



EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 4,18-22
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.




Reflexión
Rom. 10, 9-18. El acontecimiento salvífico de la Resurrección de Cristo nos hace comprender el Poder que tiene Dios para iniciar una nueva creación, pues aun cuando hayamos sido los más grandes pecadores, Dios nos llama para que participemos de su misma Vida y de su mismo Espíritu.
Pero para que eso se haga realidad en nosotros es necesario que aceptemos en la fe el Don de Dios, pues de nada sirve que confesemos con los labios la fe que sólo haya anidado en nuestra mente, mientras la Palabra de Dios no haya descendido a nuestro corazón, ni haya movido nuestra voluntad para ponernos en camino como criaturas renovadas en Cristo, y no sólo como meros parlanchines, tal vez muy eruditos, de las cosas de la fe.
Y el Señor nos llama a todos para que vivamos y vayamos tras sus huellas. Por eso la Palabra de Dios no sólo ha de ser estudiada a profundidad por nosotros, sino que ha de ser escuchada por quienes hemos sido llamados a vivir como discípulos fieles del Señor para dar testimonio, con las obras, de la fe que hemos depositado en Cristo.
Así, a través nuestro, que nos gloriamos de ser la Iglesia del Señor, ha de resonar por toda la tierra el mensaje de Salvación, ciertamente con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestras obras, con nuestro testimonio, de tal forma que, viendo los demás nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre Dios, que está en los cielos.

Sal. 19 (18). Los cielos proclaman la Gloria de Dios. Ese Dios que ha descendido a la tierra para anunciarnos, más aún, para manifestarnos el gran amor que Él nos tiene.
Y por ese su amor hacia nosotros el mismo Dios Encarnado ha querido convertirse en camino, en el único Camino que nos conduce al Padre, para que lleguemos a ser tan perfectos como Él.
Y es el amor, como única Ley, la que desde el cielo ha brillado para nosotros.
Los que nos gloriamos de creer en Cristo Jesús, y de ser, en Él, hijos de Dios, hemos de continuar proclamando el amor de Dios a toda creatura, a través de toda la historia de nuestro mundo.
Y tal vez no pronunciemos palabra alguna; sin embargo nuestra vida justa, cercana a quienes padecen enfermedades, pobrezas, desilusiones; y nuestra lucha por erradicar todos esos males, y trabajando esforzadamente para que todos vuelvan al camino del bien y se salven por su fe en Cristo Jesús, será la mejor forma de conducir a nuestros hermanos al conocimiento de Aquel que ha sido enviado como Evangelio viviente de salvación para todos los pueblos.
Y esta Misión que el Señor confió a sus apóstoles, la Iglesia continúa cumpliéndola a través del tiempo, pues no nos llamó el Señor para que vivamos de un modo cobarde nuestra fe, sino para que continuemos, con valentía, su obra en el mundo.
¿En verdad el Evangelio resuena por toda la tierra, y lo hará hasta el fin del mundo? Ojalá y no defraudemos la confianza que el Señor nos ha tenido.

Mt. 4, 18-22. Siempre dispuestos. Totalmente dispuestos para escuchar la voz del Señor, que nos llama; y emprender el camino tras sus huellas, como discípulos fieles.
Y entonces se inicia en nosotros un continuo camino de conversión, en el que poco a poco desaparecerán los propios criterios, y las propias seguridades; y día a día se irá formando en nosotros la imagen del Señor; y seremos sus testigos, y no sólo los que hablen de Él desde la ciencia humana.
Y Dios tiene nuestra hora; y Él sabe desde dónde nos va a llamar. Y nosotros hemos de estar dispuestos a dejarlo todo, hasta lo que humanamente pensamos que es lo más preciado para nosotros, pues ante Él todo lo demás queda como una penumbra de amor.
Tengamos fija la mirada en lo que será el final de la Misión que el Señor nos está confiando.
Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y a nosotros nos ha confiado el Mensaje de la reconciliación, de tal forma que todos volvamos a Dios como a nuestro Padre, y volvamos a nuestro prójimo como a nuestro hermano. Entonces habremos ganado a todos para Cristo, y la pesca realmente habrá sido abundante.
Y no podemos esperar para mañana. Dentro de la vida familia, dentro de las diversas actividades que realizamos en los diversos ambientes del mundo, hemos de esforzarnos para que los principios del Evangelio, especialmente el amor, rijan la vida de toda la humanidad, de tal forma que el Reino de Dios empiece a construirse, ya desde ahora entre nosotros sobre la Roca firme, que es Cristo, y sobre el cimiento de los apóstoles y sus sucesores.
Por eso tratemos de que nuestra fe no se reduzca a un intimismo personal y cobarde, sino que se manifieste en nuestras actividades de cada día, de tal forma que al ver los demás nuestras buenas obras glorifiquen a nuestro Dios y Padre, que está en los cielos.
La Iglesia se construye en torno a la Eucaristía. Es el Memorial de la Pascua de Cristo lo que le da sentido y culmen a nuestra fe. El Señor nos reúne en torno suyo para que, como discípulos, continuemos siendo instruidos, no sólo a través de discursos eruditos, sino mediante la meditación fiel de su Palabra, sabiendo que el Señor quiere encarnarse en nuestra propia vida, de tal forma que, liberándonos de toda esclavitud al pecado, nos convierta en un signo creíble de su Reino para el mundo entero.
Ciertamente necesitamos reconocer nuestra fragilidad y nuestros pecados; y no tanto para vivir con una culpabilidad enfermiza, sino para saber desde dónde nos está llamando el Señor para darle un nuevo sentido a todo nuestro ser, de tal forma que, por pura bondad suya, podamos llegar a ser un signo creíble de su amor, de su bondad y de su misericordia para el mundo entero, anunciando el Evangelio desde la experiencia de la misericordia de Dios que nosotros mismos hayamos tenido.
En esta Eucaristía el Señor nos vuelve a manifestar cuánto nos ama. Pero al mismo tiempo nos llama para ir tras sus huellas, de tal forma que podamos llegar a colaborar, con Él, en su obra salvadora en el mundo a través de la historia.
¿Realmente seguimos a Cristo? ¿Realmente son nuestros los criterios del Evangelio? No podemos inventarnos un Cristo y un Evangelio a la medida de nuestras expectativas. El Señor nos ha manifestado lo que espera de nosotros: Que estemos dispuestos a darlo todo, con tal de salvar a todos.
Y no podemos quedarnos en una pastoral demasiado miope, de tal forma que sólo trabajemos en ganar para Cristo a aquellos que siempre están dispuestos a escucharnos, y a darle a Dios culto junto con nosotros.
Todos hemos de salir a los cruces de los caminos; y hemos de estar dispuestos a empolvar nuestras sandalias, y a dejar nuestras comodidades y poltronerías para buscar a las ovejas que se descarriaron en un día de nubarrones y oscuridad.
Aquel que cree en Cristo no puede continuar siendo un destructor de las ilusiones de sus hermanos; no puede continuar siendo un hipócrita en su fe, de tal forma que su vida no concuerde con lo que anuncia.
El Señor nos llamó para que conociéramos en Él el amor que el Padre Dios nos tiene; y nos quiere enviar como ministros de su Evangelio, de tal forma que desde nuestra vida el mundo continúe experimentando, a través de la historia, el gran amor que Él tiene a todos, y no sólo a unos grupos especiales.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos realmente en sus Apóstoles, trabajando constantemente para lograr que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. Amén


Reflexión de Homilía católica.


viernes, 29 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Viernes, 29 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Viernes, 29 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL 7,2-14

Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaron el océano y de él salieron cuatro bestias enormes, todas diferentes entre sí.

La primera bestia era como un león con alas de águila. Mientras yo lo miraba, le arrancaron las alas, lo levantaron del suelo, lo incorporaron sobre sus patas, como un hombre y le dieron inteligencia humana.

La segunda bestia parecía un oso en actitud de incorporarse, con tres costillas entre los dientes de sus fauces. Y le decían: “Levántate; come carne en abundancia”. Seguí mirando y vi otra bestia semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y con cuatro cabezas. Y le dieron poder.

Después volví a ver en mis visiones nocturnas una cuarta bestia, terrible, espantosa y extraordinariamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro; comía y trituraba, y pisoteaba lo sobrante con sus patas. Era diferente a las bestias anteriores y tenía diez cuernos.

Mientras estaba observando los cuernos, despuntó de entre ellos otro cuerno pequeño, que arrancó tres de los primeros cuernos. Este cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería blasfemias.

Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve y sus cabellos blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros. Admirado por las blasfemias que profería aquel cuerno, seguí mirando hasta que mataron a la bestia, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras bestias les quitaron el poder y las dejaron vivir durante un tiempo determinado.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor


SALMO RESPONSORIAL Dn 3, 75-78. 80-81
R Bendito seas para siempre, Señor.

Montañas y colinas, bendigan al Señor.
Todas las plantas de la tierra, bendigan al Señor /R

Fuentes, bendigan al Señor. Mares y ríos,
bendigan al Señor /R

Ballenas y peces, bendigan al Señor. Aves del cielo,
bendigan al Señor. Fieras y ganados, bendigan al Señor /R




EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,29-33

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión

Dan. 7, 2-14. El mar, en la Escritura es símbolo del abismo, del caos, de la maldad. De él surgen cuatro bestias que detentarán el poder en el mundo. Pero de esas bestias no puede esperarse ni la salvación ni la paz. Lo único que hacen es destruir, pisotear, triturar a las naciones y llenarse el hocico de sangre inocente. Y Dios se encarga de destituirlos y despojarlos de su poder. Pero a una bestia, que además de hacer todos esos males profiere blasfemias, se ordena matarla, descuartizarla y echarla al fuego. Recordemos que todo poder viene de Dios, de lo alto, no de lo bajo, de la maldad. Y aquel que ha sido puesto por Dios para regir al pueblo no puede dedicarse a destruir a los suyos. Todo reino es pasajero; sólo Aquel Hijo de Dios e Hijo del Hombre, que no viene del abismo sino entre las nubes del cielo, Aquel que procede de Dios y ha puesto su morada entre nosotros, posee un Reino que jamás será destruido, pues no actuará sino bajo la guía del Espíritu del mismo Dios. Los que pertenecemos al Reino y Familia de Dios, no vivamos como destructores de la paz y de la dignidad de nuestro prójimo. Más aún: si tenemos algún poder en la tierra, sepamos que no lo hemos recibido de los hombres sino de Dios; y por tanto no queramos llamarnos cristianos para después, cobijados por el poder, dedicarnos a destruir a quienes nos fueron confiados, o a quienes se opongan a nuestros intereses.

Dan. 3, 75-81. Todo debe unirse a la alabanza hecha al Nombre de Dios, pues Él se ha convertido en nuestro Salvador. Si toda la tierra ha contemplado la Victoria de nuestro Dios, que todas las naciones bendigan su Santo Nombre. Aquella armonía, perdida a causa del pecado, ahora vuelve a acompañarnos a través de nuestra vida, pues el Señor nos ha dado su paz. A nosotros corresponde conservar e incrementar esa convivencia serena con todas las criaturas y no destruirla a causa de nuestros intereses mezquinos. Todo está al servicio del hombre, pero debe ser utilizado, no como una explotación enriquecedora egoístamente, sino con la responsabilidad que nos lleva a respetar los recursos de la naturaleza, que Dios ha puesto en nuestras manos. Así, por medio de nosotros, redimidos, la redención de Cristo alcanzará a todas las criaturas que, unidas a nosotros, bendecirán al Señor.

Lc. 21, 29-33. Ojalá y la Palabra de Dios llegue en nosotros a su pleno cumplimiento. Pues sólo nosotros somos los únicos capaces de evitar que esa Palabra se haga realidad entre nosotros. Cuando uno vive de espaldas a Dios su Palabra, no cumplida en nosotros a causa de nuestra cerrazón a ella, en lugar de salvarnos se nos convertirá en Palabra que nos juzgue y condene. Y el Señor ha venido como Salvador, como Dios entrañablemente misericordioso para con nosotros. Ojalá y escuchemos hoy su voz y no endurezcamos nuestro corazón ante Él. Que la Iglesia de Cristo dé abundantes frutos de salvación, porque sus obras pongan de manifiesto la fecundidad del Espíritu, que ha sido derramado en nuestros corazones. Entonces, cuando el Señor llegue para llevarnos con Él, no seremos condenados, sino introducidos a su presencia para gozar eternamente de los bienes, que Él ha reservado para quienes le vivan fieles.
Hemos hecho caso al Señor que nos ha llamado para estar con Él en esta Eucaristía, banquete de su amor. Él nos convoca para que renovemos nuestra alianza que nos une a su Hijo con lazos más fuertes que los lazos de la alianza nupcial. Mediante la Eucaristía nosotros somos del Señor y Él es nuestro. Nosotros vivimos en Él y Él en nosotros. Él está en nosotros y nosotros en Él, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre. Nosotros somos el Reino de Dios, por vivir unidos a Aquel que es Cabeza de La Iglesia, Reino y Familia de Dios. Nuestra vocación mira a anunciar la Buena Nueva de salvación a todos los pueblos, mediante nuestras palabras, obras, actitudes y vida misma. Y el Señor nos reúne para recordarnos que no podemos vivir conforme a los criterios de poder de este mundo, sino conforme a lo que Él nos enseñó: El que de ustedes quiera ser grande que se convierta en el servidor de todos, que tome su cruz de cada día y me siga, pues nadie tiene amor más grande que aquel que da la vida por sus amigos.
Y volveremos a nuestras labores diarias; y ahí será el tiempo y la hora de manifestarnos como redimidos del pecado y de la muerte, y no como esclavos de la maldad y de lo pasajero. Ojalá y no permanezcamos como varas secas, incapaces de producir frutos que alimenten la vida, sino que comencemos a manifestar con nuestras buenas obras no sólo que el Reino de Dios está cerca, sino dentro de nosotros. Que lo pasajero no embote nuestra mente, ni nuestro corazón, para que el día del Señor no nos tome desprevenidos. No vivamos con la mirada puesta en la tierra, en las riquezas que nos encadenan, en el mal uso del poder que nos hace destruir a los demás. Pongamos más bien nuestra vida al servicio del amor fraterno; pues sólo entonces podremos decir que la Palabra de Dios se ha cumplido en nosotros, y que nos lleva a la Plenitud del Hijo de Dios. Que la Iglesia de Cristo se manifieste como una esposa digna, adornada con las virtudes que proceden de Dios, y guiada por el Espíritu Santo, y convertida en signo de salvación para todos los pueblos. No dejemos que nos dominen los criterios del mundo, ni nos dejemos manipular por los poderes temporales. Que seamos un signo profético de Dios que llame a todos a vivir como hermanos, y a trabajar para que nadie sea humillado, perseguido o destruido por quienes nos proclamamos como hijos de Dios, pues Dios no nos llamó para ser signos de muerte, sino de vida que haga que la salvación y el amor de Dios llegue a todos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir en un verdadero servicio a Él, amándolo no sólo de rodillas en su presencia, sino sirviéndolo amorosa y fraternalmente en nuestros hermanos, especialmente en los más necesitados. Amén.

Reflexión de Homilía católica



Santoral

San Gregorio Taumaturgo, San Saturnino, San Radbodo, San Cutberto



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Jueves, 28 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 28 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL 6,12-28
Yo, Daniel, tuve una visión nocturna: los cuatro vientos del cielo agitaron el océano y de él salieron cuatro bestias enormes, todas diferentes entre sí. La primera bestia era como un león con alas de águila. Mientras yo lo miraba, le arrancaron las alas, lo levantaron del suelo, lo incorporaron sobre sus patas, como un hombre y le dieron inteligencia humana.

La segunda bestia parecía un oso en actitud de incorporarse, con tres costillas entre los dientes de sus fauces. Y le decían: “Levántate; come carne en abundancia”.

Seguí mirando y vi otra bestia semejante a un leopardo, con cuatro alas de ave en el lomo y con cuatro cabezas. Y le dieron poder.

Después volví a ver en mis visiones nocturnas una cuarta bestia, terrible, espantosa y extraordinariamente fuerte; tenía enormes dientes de hierro; comía y trituraba, y pisoteaba lo sobrante con sus patas. Era diferente a las bestias anteriores y tenía diez cuernos. Mientras estaba observando los cuernos, despuntó de entre ellos otro cuerno pequeño, que arrancó tres de los primeros cuernos. Este cuerno tenía ojos humanos y una boca que profería blasfemias.

Vi que colocaban unos tronos y un anciano se sentó. Su vestido era blanco como la nieve y sus cabellos blancos como lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas encendidas. Un río de fuego brotaba delante de él. Miles y miles lo servían, millones y millones estaban a sus órdenes. Comenzó el juicio y se abrieron los libros.

Admirado por las blasfemias que profería aquel cuerno, seguí mirando hasta que mataron a la bestia, la descuartizaron y la echaron al fuego. A las otras bestias les quitaron el poder y las dejaron vivir durante un tiempo determinado.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna y vi a alguien semejante a un hijo de hombre, que venía entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano de muchos siglos y fue introducido a su presencia. Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino. Y todos los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.los pueblos y naciones de todas las lenguas lo servían. Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno, y su reino jamás será destruido.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL Dn 3, 68-74
R Bendito seas para siempre, Señor.

Montañas y colinas,
bendigan al Señor Todas las plantas de la tierra,
bendigan al Señor /R

Fuentes,
bendigan al Señor.
Mares y ríos, bendigan al Señor /R

Ballenas y peces, bendigan al Señor.
Aves del cielo, bendigan al Señor.
Fieras y ganados, bendigan al Señor /R


EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,29-33

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
EN LA CASA SANTA MARTA EL 28/11/ 2013

Hay “poderes mundanos” que querrían que la religión fuera “una cosa privada”. Pero a Dios, que ha vencido el mundo, se lo adora hasta el final “con confianza y fidelidad”. Es el pensamiento que el Papa Francisco ofreció esta mañana durante la homilía de la Misa celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta. Los cristianos que hoy son perseguidos – dijo – son el signo de la prueba que anuncia la victoria final de Jesús.

En la lucha final entre Dios y el Mal, que la liturgia propone al final del año, hay una gran insidia, que el Papa llama “la tentación universal”. La tentación de ceder a los halagos de quien quisiera salirse con la suya sobre Dios. Pero precisamente quien cree, tiene un punto de referencia límpido hacia el cual mirar. Es la historia de Jesús, con las pruebas que padeció en el desierto y después las “tantas” soportadas en su vida pública, sazonadas con “insultos” y “calumnias”, hasta la afrenta extrema, la Cruz, pero donde el príncipe del mundo pierde su batalla ante la Resurrección del Príncipe de la paz. El Papa Francisco indicó estos pasajes de la vida de Cristo porque en el trastorno final del mundo, descrito en el Evangelio, la puesta en juego es más alta que el drama representado por las calamidades naturales:

“Cuando Jesús habla de estas calamidades en otro pasaje nos dice que se producirá una profanación del templo, una profanación de la fe, del pueblo: que se producirá la abominación, se producirá la desolación de la abominación. ¿Qué significa eso? Será como el triunfo del príncipe de este mundo: la derrota de Dios. Parece que él, en aquel momento final de calamidades, parece que se adueñará de este mundo, será el amo del mundo”.

He aquí el corazón de la “prueba final”: la profanación de la fe. Que, entre otras cosas, es muy evidente – observó Francisco – dado lo que padece el profeta Daniel, en el relato de la primera lectura: echado en la fosa de los leones por haber adorado a Dios en lugar de al rey. Por tanto, “la desolación de la abominación” – reafirmó el Papa – tiene un nombre preciso, “la prohibición de adoración”:

“No se puede hablar de religión, es una cosa privada, ¿no? De esto públicamente no se habla. Se quitan los signos religiosos. Se debe obedecer a las órdenes que vienen de los poderes mundanos. Se pueden hacer tantas cosas, cosas bellas, pero no adorar a Dios. Prohibición de adoración. Éste es el centro de este fin. Y cuando llegue a la plenitud – al ‘kairós’ de esta actitud pagana, cuando se cumpla este tiempo – entonces sí, vendrá Él: ‘Y verán al Hijo del hombre venir sobre una nube con gran poder y gloria’. Los cristianos que sufren tiempos de persecución, tiempos de prohibición de adoración son una profecía de lo que nos sucederá a todos”.

Y sin embargo, concluyó el Papa Francisco, en el momento en el que los “tiempos de los paganos se habrán cumplido” será el momento de levantar la cabeza, porque estrá “cerca” la “victoria de Jesucristo”:

“No tengamos miedo, sólo Él nos pide fidelidad y paciencia. Fidelidad como Daniel, que ha sido fiel a su Dios y ha adorado a Dios hasta el final. Y paciencia, porque los cabellos de nuestra cabeza no caerán. Así lo ha prometido el Señor. Esta semana nos hará bien pensar en esta apostasía general, que se llama prohibición de adoración y preguntarnos: ‘¿Yo adoro al Señor? ¿Yo adoro a Jesucristo, el Señor? ¿O un poco a medias, hago el juego del príncipe de este mundo?’. Adorar hasta el final, con confianza y fidelidad: ésta es la gracia que debemos pedir esta semana”.

(María Fernanda Bernasconi – RV).

Fuente: es Radio Vaticano va


Reflexión

Dan. 6, 12-28. Quien confíe en el Señor jamás será defraudado por Él. Y todo lo que el Señor realice a favor nuestro no será sólo para que nosotros sintamos su cercanía y su amor de Padre, sino para que todos conozcan el amor que Dios tiene a quienes han puesto en Él toda su confianza, lo reconozcan como su Dios y Padre y experimenten su amor desde nosotros. La Iglesia de Cristo no sólo es depositaria del amor y de la salvación de Dios; sino que, además, debe convertirse en el instrumento a través del cual todos lleguen al conocimiento de Dios; y esto, no sólo porque lo anuncie denodadamente a través de la proclamación constante del Evangelio, sino porque, a pesar de verse perseguida y condenada a muerte, jamás dé marcha atrás en el amor y en la confianza que ha depositado en Dios. Muchos hermanos nuestros, por esa confianza en Dios, fueron perseguidos y entregados a la muerte, y ahora viven para siempre como un ejemplo de santidad para toda la Iglesia. Viendo cómo Jesús, después de padecer ahora reina para siempre; y viendo que es el mismo camino de testimonio que han experimentado muchos hermanos nuestros, con la mirada fija en Dios, esforcémonos constantemente en dar testimonio de nuestra fe, sin jamás avergonzarnos del Señor, aun cuando seamos objeto de burla, de persecución y de muerte, pues desde la Resurrección de Cristo sabemos que, no la muerte, sino la vida, tiene la última palabra.

Dan. 3, 60-74. Hay momentos en que el amor a Dios se inflama en nuestro corazón. Entonces todo sonríe y uno se siente amado por el Amado. Parece uno caminar entre algodones, y por muy fuertes que sean las persecuciones, uno está dispuesto a darlo todo por el Señor. Pero de repente todo ese sentimiento se derrumba y la imaginación misma deja de funcionar; pareciera que el rocío, la nieve, el hielo, el frío, la noche y las tinieblas se han apoderado de nuestro ser. Pareciera que todo ha perdido sentido y deja uno de caminar en el goce de Dios y de su cielo, y vuelve uno a la tierra en medio de angustias y de momentos difíciles y amargos que meten, incluso, dudas en la cabeza acerca de que si el Señor le sigue a uno amando, o si se alejó y nos dejó en la más terrible de las soledades. ¡Alerta! El Señor siempre está a nuestro lado. En esos momentos no podemos caer en la rutina, pues estaríamos al borde del abandono de nuestra fidelidad a Él. Hay que orar, aun cuando la oración sepa a pasto seco y no satisfaga el corazón. Rocíos y nevadas, bendigan al Señor; hielo y frío, bendigan al Señor; heladas y nieves, bendigan al Señor; noches y días, bendigan al Señor; luz y tinieblas, bendigan al Señor; rayos y nubes, bendigan al Señor; tierra, bendice al Señor. Que esta sea nuestra confesión de fe en el Señor en esos momentos en que lo sentimos lejos, y en que todo pareciera haber perdido sentido.

Lc. 21, 20-28. Jerusalén, ciudad de paz; ese es su nombre; esa es su vocación. De ahí brotará la salvación como un río en crecida que fecundará toda la tierra, y la hará producir frutos agradables a Dios; y llegará incluso hasta el mar de aguas saladas y lo saneará, pues nada hay imposible para Dios. Pero Jerusalén se ha corrompido y, llegado Aquel que ha cumplido las promesas y el anuncio de la Ley y los Profetas, ha sido rechazado. Por eso Jerusalén ha sido destruida y no ha quedado en ella piedra sobre piedra, y sus hijos han sido dispersados por todas las naciones. Los que formamos la Iglesia del Cordero, ¿realmente creemos en Él? No podemos responder con sólo nuestras palabras; nuestra respuesta ha de darse de un modo vital, pues son nuestras obras, son nuestras actitudes hacia nuestro prójimo, es nuestra vida misma lo que manifiesta hasta qué punto vivimos fieles al Señor. El momento en que se acabe este mundo no debe confundirnos ni angustiarnos. El Señor nos pide una vigilancia activamente amorosa para que cuando Él venga levantemos la cabeza, sabiéndonos hijos amados de Dios. No descuidemos nuestra fe constante en el Señor a pesar de lo que tengamos que padecer, pues si nos alejamos de Él y comenzamos a destruirnos unos y otros, por más que proclamemos el Nombre del Señor, nuestro mal comportamiento echaría por tierra toda la obra de salvación. Entonces, en lugar de ser parte de la construcción del Reino de Dios seríamos destruidos irremediablemente. Trabajemos por el Señor; y no lo hagamos por temor, ni por interés, sino por amor, un amor que nos lleve a permitirle al Señor hacer su obra de salvación en nosotros, y en el mundo por medio nuestro, aun cuando por ello también nosotros tengamos que entregar nuestra propia vida por el bien de todos, pues nadie tiene amor más grande por sus amigos que el que da la vida por ellos.
Dios, nuestro Dios misericordioso y Padre, nos ha convocado en este día en torno a Jesús, su Hijo, Señor nuestro. No se dirige a nosotros por medio de señales que nos llenen de terror y angustia, sino en la sencillez de los signos frágiles mediante los cuales se manifiesta a nosotros. Ahí esta su Palabra, dirigida a nosotros con toda sencillez, pero con toda su fuerza salvadora. Ahí está Él convertido en alimento nuestro en la sencillez de los signos sacramentales del pan y del vino; pero con todo su poder que nos fortalece para seguirle siendo fieles trabajando para que su Evangelio llegue a todos. Ahí está su Iglesia, representada mediante los miembros de la misma que nos hemos reunido para celebrar al Señor; somos frágiles e inclinados a la maldad, pero el Señor nos llena de su Espíritu para que seamos un signo de alegría, de paz, de misericordia y de luz para el mundo entero. Abramos nuestro corazón a Él, para que, habitando en nosotros, Él nos convierta en un signo de su amor para todos los pueblos.
Dios no nos llamó a unirnos a Él para que nos convirtamos en perseguidores de nuestros semejantes. Hemos de desterrar de nosotros todo sentimiento y todo gesto de envidia y persecución. Hemos de ser un signo de Cristo que salva, y no dar una imagen que el Señor no tiene: condenar a quienes van de camino por este mundo, pues Él no vino a condenar, sino a salvar todo lo que se había perdido. Sólo al final, confrontada nuestra vida con su Palabra, se hará el juicio de nuestras obras, para que reconozcamos si somos o no dignos de estar para siempre con el Señor. Por eso debemos vivir con la cabeza levantada, no por orgullo, sino para contemplar a Aquel que nos ha precedido con su cruz, y poder seguir sus huellas amando y sirviendo a nuestro prójimo, pues no hay otro camino, sino el mismo Cristo, que nos lleve al Padre. Que no sólo acudamos al Señor para darle culto, sino que vayamos a Él para ser fortalecidos con su Espíritu, y poder así vivir nuestro compromiso de fe en medio de los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. No vivamos en el temor, pensando que el mundo se nos acabará de un momento a otro; vivamos más bien amando al Señor y a nuestro prójimo para que, cuando Él vuelva, nos encuentre dispuestos a ir con Él a gozar de la Gloria del Padre.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de pasar haciendo siempre el bien a todos; que esto lo hagamos no por simple filantropía, sino porque amamos a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros, y porque seamos conscientes de que lo que hagamos a los demás se lo estaremos haciendo al mismo Cristo, pudiendo así Él reconocernos como suyos al final del tiempo. Amén.

Reflexión de Homilía católica.




Santoral
San Hilario, Santa Quieta, San Santiago de la Marca

y San Andrés Trân Van Trông

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Miércoles, 27 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Miércoles, 27 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año
Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL 5,1-6.13-14.16-17.23-28

En aquellos días, el rey Baltasar dio un gran banquete en honor de mil funcionarios suyos y se puso a beber con ellos. Animado por el vino, Baltasar mandó traer los vasos de oro y de plata que su padre, Nabucodonosor, había robado del templo de Jerusalén, para que bebieran en ellos el rey y sus funcionarios, sus mujeres y sus concubinas.

Trajeron, pues, los vasos de oro y de plata robados del templo de Jerusalén, y en ellos bebieron el rey y sus funcionarios, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron y comenzaron a alabar a sus dioses de oro y plata, de bronce y de hierro, de madera y de piedra.

De repente aparecieron los dedos de una mano, que se pusieron a escribir en la pared del palacio, detrás del candelabro, y el rey veía cómo iban escribiendo los dedos. Entonces el rey se demudó, la mente se le turbó, le faltaron las fuerzas y las rodillas le empezaron a temblar.

Trajeron a Daniel y el rey le dijo: “¿Eres tú Daniel, uno de los judíos desterrados, que mi padre Nabucodonosor trajo de Judea? Me han dicho que posees el espíritu de Dios, inteligencia, prudencia y sabiduría extraordinarias. Me han dicho que puedes interpretar los sueños y resolver los problemas. Si logras leer estas palabras y me las interpretas, te pondrán un vestido de púrpura y un collar de oro y serás el tercero en mi reino”. Daniel le respondió al rey: “Puedes quedarte con tus regalos y darle a otro tus obsequios. Yo te voy a leer esas palabras y te las voy a interpretar.Tú te has rebelado contra el Señor del cielo: has mandado traer los vasos de su casa, y tú y tus funcionarios, tus mujeres y tus concubinas han bebido en ellos; has alabado a dioses de plata y de oro, de bronce y de hierro, de madera y de piedra, que no ven ni oyen ni entienden, pero no has glorificado al Dios que tiene en sus manos tu vida y tu actividad. Por eso Dios ha enviado esa mano para que escribiera.

Las palabras escritas son: ‘Contado, Pesado, Dividido’ y ésta es su interpretación. ‘Contado’: Dios ha contado los días de tu reinado y les ha puesto límite. ‘Pesado’: Dios te ha pesado en la balanza y te falta peso. ‘Dividido’: Tu reino se ha dividido y se lo entregarán a los medos y a los persas”.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor


SALMO RESPONSORIAL Dn 3, 62-67
R Bendito seas para siempre, Señor.

Sol y luna, bendigan al Señor.
Estrellas del cielo, bendigan al Señor /R

Lluvia y rocío, bendigan al Señor.
Todos los vientos, bendigan al Señor /R

Fuego y calor, bendigan al Señor.
Fríos y heladas, bendigan al Señor /R


EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 21,12-19

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Los perseguirán y los apresarán, los llevarán a los tribunales y a la cárcel, y los harán comparecer ante reyes y gobernantes por causa mía.

Con esto ustedes darán testimonio de mí. Grábense bien que no tienen que preparar de antemano su defensa, porque yo les daré palabras sabias, a las que no podrá resistir ni contradecir ningún adversario de ustedes.

Los traicionarán hasta sus padres y hermanos, sus parientes y amigos. Matarán a algunos de ustedes, y todos los odiarán por causa mía. Sin embargo, ni un cabello de su cabeza perecerá. Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

 MORIR EN CRISTO 
Catequesis del Papa Francisco
Texto completo de la catequesis del Papa en la Plaza de San Pedro.
«Creo en la resurrección de la Carne: morir en Cristo»

Queridos hermanos y hermanas
Buenos días y felicitaciones porque son valientes, con este frío en la plaza. ¡Muchas felicitaciones!
Deseo concluir las catequesis sobre el “Credo”, desarrolladas durante el Año de la Fe, que se clausuró el domingo pasado. En esta catequesis y en la próxima, quisiera considerar el tema de la resurrección de la carne, enfocando dos aspectos, así como los presenta el Catecismo de la Iglesia Católica. Es decir, nuestro morir y nuestra resurrección en Jesucristo. Hoy me detengo en el primer aspecto, «morir en Cristo».

1. Entre nosotros comúnmente, hay una forma equivocada de mirar la muerte. La muerte nos atañe a todos y nos interroga de forma profunda, en especial cuando nos toca de cerca, o cuando golpea a los pequeños, los indefensos de una manera que nos resulta «escandalosa». A mí siempre me impactó la pregunta: ¿por qué sufren los niños? ¿Por qué mueren los niños? Si se entiende como el fin de todo, la muerte asusta, aterroriza, se transforma en amenaza que despedaza todo sueño, toda perspectiva, toda relación e interrumpe todo camino. Ello sucede cuando consideramos nuestra vida como un tiempo encerrado entre dos polos: el nacimiento y la muerte; cuando no creemos en un horizonte que va más allá de la vida presente; cuando se vive como si Dios no existiera. Esta concepción de la muerte es típica del pensamiento ateo, que interpreta la existencia como un encontrarse de casualidad en el mundo y un caminar hacia la nada. Pero también hay un ateísmo práctico, que es un vivir sólo para sus propios intereses, un vivir sólo para las cosas terrenas. Si nos dejamos llevar por esta visión equivocada de la muerte, no tenemos otra opción que la de ocultar la muerte, negarla o banalizarla, para que no nos asuste.

2. Pero contra esta falsa solución, se rebela el ‘corazón’ del hombre, el anhelo que todos tenemos de infinito, la nostalgia que todos tenemos de lo eterno. Y, entonces, ¿cuál es el sentido cristiano de la muerte? Si miramos los momentos más dolorosos de nuestra vida, cuando perdimos a un ser querido – nuestros padres, un hermano, una hermana, un esposo, un hijo un amigo – percibimos que, aun ante el drama de la pérdida, aun lacerados por la separación, se eleva del corazón la convicción de que no puede haber acabado todo, que el bien dado y recibido no ha sido inútil. Hay un instinto poderoso dentro de nosotros, que nos dice que nuestra vida no acaba con la muerte.

Esta sed de vida ha encontrado su respuesta real y digna de confianza en la resurrección de Jesucristo. La resurrección de Jesús no da sólo la certeza de la vida más allá de la muerte, sino que ilumina también el misterio mismo de la muerte de cada uno de nosotros. Si vivimos unidos a Jesús, fieles a Él, seremos capaces de afrontar con esperanza y serenidad también el pasaje de la muerte. La Iglesia, en efecto reza: «Si nos entristece la certeza de tener que morir, nos consuela la promesa de la inmortalidad futura». ¡Ésta una hermosa oración de la Iglesia!

Una persona tiende a morir como ha vivido. Si mi vida fue camino con el Señor, un camino de confianza en su inmensa misericordia, voy a estar preparado para aceptar el último momento de mi existencia terrena, como confiado abandono definitivo en sus manos acogedoras, en espera de contemplar cara a cara su rostro. Y esto es lo más bello que puede sucedernos. Contemplar cara a cara aquel rostro maravilloso del Señor, verlo como Él es: hermoso, lleno de luz, lleno de amor, lleno de ternura. Nosotros vamos hacia esa meta: encontrar al Señor.

En este horizonte se comprende la invitación de Jesús a estar siempre listos, vigilantes, sabiendo que la vida en este mundo nos es dada también para preparar la otra vida, aquella con el Padre celestial. Y para ello hay un camino seguro: prepararse bien a la muerte, estando cerca de Jesús. Ésta es la seguridad: yo me preparo a la muerte estando cerca de Jesús. ¿Y cómo se está cerca de Jesús?: con de la oración, con los Sacramentos y también en la práctica de la caridad. Recordemos que Él mismo se identificó en los más débiles y necesitados. Él mismo se identificó con ellos en la célebre parábola del juicio final, cuando dice: «tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver... Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo». (Mt 25,35-36.40). Por lo tanto, un camino seguro es el de recuperar el sentido de la caridad cristiana y del compartir fraterno, cuidar las llagas corporales y espirituales de nuestro prójimo. La solidaridad en el compartir el dolor e infundir esperanza es premisa y condición para recibir en herencia ese Reino preparado para nosotros. El que practica la misericordia no teme la muerte. Piensen bien en esto: ¡el que practica la misericordia no teme la muerte! ¿Están de acuerdo? ¿Lo decimos juntos para no olvidarlo? El que practica la misericordia no teme la muerte. Y ¿por qué no teme la muerte? Porque la mira a la cara en las heridas de los hermanos y la supera con el amor de Jesucristo.

Si abrimos la puerta de nuestra vida y de nuestro corazón a los hermanos más pequeños y necesitados, entonces también nuestra muerte será una puerta que nos llevará al cielo, a la patria bienaventurada, hacia la cual nos dirigimos, anhelando morar para siempre con nuestro Padre, Dios, con Jesús, con la Virgen María y los santos.

(Traducción del italiano: Cecilia de Malak – RV)

FUENTE: ES  RADIO VATICANA VA

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RESUMEN DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO Y SUS SALUDOS EN NUESTRO IDIOMA:
Queridos hermanos y hermanas:
Concluyendo ya las catequesis sobre el Credo, hoy quisiera detenerme en la "resurrección de la carne", y hablarles del sentido cristiano de la muerte y de la importancia de prepararnos bien para morir en Cristo. Para quien vive como si Dios no existiese, la muerte es una amenaza constante, porque supone el final de todo en el horizonte cerrado del mundo presente. Por eso, muchos la ocultan, la niegan o la banalizan para vivir sin aprensión la vida de cada día.
Sin embargo, hay un deseo de vida dentro de nosotros, más fuerte incluso que el miedo a la muerte, que nos dice que no es posible que todo se quede en nada. La respuesta cierta a esta sed de vida es la esperanza en la resurrección futura.
La victoria de Cristo sobre la muerte no sólo nos da la serena certeza de que no moriremos para siempre, sino que también ilumina el misterio de la muerte personal y nos ayuda a afrontarla con esperanza. Para ser capaces de aceptar el momento último de la existencia con confianza, como abandono total en las manos del Padre, necesitamos prepararnos. Y la vigilancia cristiana consiste en la perseverancia en la caridad. Así, pues, la mejor forma de disponernos a una buena muerte es mirar cara a cara las llagas corporales y espirituales de Cristo en los más débiles y necesitados, con los que Él se identificó, para mantener vivo y ardiente el deseo de ver un día cara a cara las llagas transfiguradas del Señor resucitado.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España, México, Guatemala, Argentina y los demás países latinoamericanos. No olviden que la solidaridad fraterna en el dolor y en la esperanza es premisa y condición para entrar en el Reino de los cielos. Muchas gracias. 

Fuente: es radio vaticana va

Reflexiones

Dan. 5, 1-6. 13-14. 16-17. 23-28. Somos templo del Espíritu de Dios y vaso de elección en el que reposa el Señor. No podemos convertirnos en asiento de maldad y corrupción, ni podemos utilizar a los demás para saciar en ellos nuestras inclinaciones pecaminosas. Nadie está autorizado para pisotear la dignidad de su prójimo. Dios nos ha consagrado para que seamos suyos, por lo que debemos vivir siendo santos como Dios es Santo. No podemos robar la inocencia ni ser motivo de escándalo para los pequeños, pues de ellos es el Reino de los cielos. No podemos echar las cosas santas a los perros ni a los cerdos, pues Dios saldrá en defensa de los suyos, y entonces ¿quién podrá soportar la llegada del Señor? Entonces temblaremos en su presencia y querremos taparnos el rostro, pero sabremos que su sentencia está pronunciada contra aquellos a quienes hubiese sido mejor colgarles al cuello una de esas enormes piedras de molino, y arrojarlos al fondo del mar. Pero, mientras Dios nos concede este tiempo de gracia, no despreciemos la oportunidad que el Señor no da, sino que más bien volvamos a Él con el corazón arrepentido, dejándonos perdonar y salvar por Él. Así, llenos de su amor, volveremos a pertenecerle con un corazón indivisible, y nos esforzaremos para que, quienes se alejaron de Él o fueron vejados en su dignidad, encuentren en Cristo el camino que los lleve a la unión con el Padre amoroso y misericordioso, y se libren de la destrucción y de la muerte, que caerá sobre aquellos que miraron al que traspasaron, pero no quisieron abandonar sus propios caminos equivocados.

Dan. 3, 62-67. Que toda la naturaleza bendiga al Señor, pues Él ha hecho resplandecer su Rostro sobre todas las cosas. Efectivamente, condenada al fracaso, no por propia voluntad, sino por aquel que así lo dispuso, la creación vive en la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción y de participar así en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. No podemos convertirnos en destructores de la naturaleza; ella está a nuestro servicio, y, con nosotros, participa de la dignidad que le corresponde conforme a la voluntad soberana del Creador de todo. Por eso no podemos hacer de las cosas nuestro enemigo; no podemos utilizarla para destruirnos unos y otros, pues la continuaríamos esclavizando al mal y a la corrupción. Ella debe estar al servicio del bien de todos, pues todos tienen el mismo derecho a disfrutar de los bienes de la tierra para vivir con dignidad y decoro. Cuando la naturaleza cumpla con la función que el Señor le ha asignado estará, con ello, bendiciendo al Señor, pues estará, finalmente, al servicio de la vida y no de la muerte.

Lc. 21, 12-19. En esta exhortación que el Señor nos hace a permanecer firmes en el testimonio de nuestra fe, aceptando con amor todas las consecuencias que nos vengan por confesarnos hijos en el Hijo; y en que nos invita a perseverar sin claudicar de nuestro compromiso con Cristo cuando la persecución arrecie; y en que nos promete que si nos mantenemos firmes, conseguiremos la vida, pareciéramos escuchar aquellas palabras de Jesús: Bienaventurados serán ustedes cuando los injurien y los persigan, y digan contra ustedes toda clase de calumnias por causa mía. Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos, pues así persiguieron a los profetas que vivieron antes que ustedes. Cuando los Israelitas fueron al destierro el Señor les habló por medio de uno de sus profetas diciéndoles: El Señor los ha traído para que, por medio de ustedes, los paganos conozcan al Señor. Y el Señor nos dice: cuando sean llevados a los tribunales déjenme hablar a mí por medio de ustedes, pues con esto ustedes darán testimonio de mí. Dejemos que el Espíritu Santo hable por medio nuestro. Muchas veces queremos hablar con la erudición humana. Y lo que salva no son nuestras palabras, sino la Palabra que Dios sigue pronunciando día a día por medio de su Iglesia. Por eso debemos aprender a estar a los pies del Maestro para que, cuando vayamos a proclamar su Nombre, podamos decir como los auténticos profetas: esto dice el Señor, en lugar de decir lo que dice determinado autor humano, por muy eruditas que sean sus palabras. Y cuando Dios hable nadie podrá resistir a esas palabras que Él pronuncie por medio nuestro. Entonces el malvado podrá volver al Señor y el reino del Malo habrá llegado a su fin, no por obra nuestra, sino por la obra que Dios realice por medio nuestro.
En torno a Cristo Él pronuncia su Palabra sobre nosotros. Su Espíritu nos la hace comprender. La Iglesia, unida a su Señor, se convierte, así, en una Palabra viva, en el Evangelio viviente del Padre para todos los pueblos. El Señor nos instruye con su Palabra y con su ejemplo, para que vayamos nosotros también a proclamar su Evangelio no sólo con los labios, sino con la vida que se entrega para que los demás encuentren al Señor, unan su vida a Él, participen de sus dones y se salven. Cristo entrega su vida para que nosotros tengamos vida. Él fue odiado y perseguido hasta que, finalmente, dio su vida por nosotros. Ese es el camino que debemos afrontar quienes nos unimos a Él no sólo en la oración, sino en la participación de su Cuerpo, que se entrega por nosotros y de su Sangre, que se derrama por nosotros, para que vayamos y hagamos nosotros lo mismo.
La Misión está dada. No podemos entrar en comunión de vida con el Señor para después convertirnos en vaso de maldad y de corrupción. Cristo nos quiere como signos claros de su amor en medio del mundo y al paso de la historia. Meditemos si hemos colaborado para que desaparezcan las injusticias, las maldades, las guerras y persecuciones en el mundo, o si, llamándonos cristianos, hemos colaborado para que el mal avance en el mundo. Cristo quiere que demos testimonio de Él no sólo con una vida personal intachable, sino haciendo nuestras las miserias y sufrimientos de todos para darles una solución adecuada, no desde nuestras imaginaciones cortas y miopes, sino desde la inspiración del Espíritu que nos lleva, no por donde nosotros queramos, sino por donde Él quiere. Entonces, a pesar de que tengamos que pasar por la muerte, el mismo Espíritu nos conducirá hasta la Gloria del Padre, y todo lo que hayamos tenido que padecer por el Nombre de Dios será comprendido como los caminos incomprensibles de Dios para nosotros, pero dentro de la voluntad decidida y salvífica de Dios para la humanidad de todos los tiempos y lugares.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de estar abiertos a las inspiraciones de su Espíritu Santo en nosotros, dejándonos conducir por Él hasta lograr la eterna bienaventuranza. Amén.

Reflexión de Homilía católica

Santoral:
Santa Catalina Labouré, San Máximo,San Severino y San Virgilio.