sábado, 30 de abril de 2011

MENSAJITOS

LECTURAS DE LA MISA DEL DOMINGO 1º DE MAYO DE 2011


DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA
Segundo Domingo de Pascua

Dichosos los que creen sin haber visto



Primera Lectura

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (2, 42-47)

En los primeros días de la Iglesia, todos los hermanos acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles hacían en Jerusalén.

Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba.

Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Salmo Responsorial Salmo 117


La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

Diga la casa de Israel:

“Su misericordia es eterna”.

Diga la casa de Aarón:

“Su misericordia es eterna”.

Digan los que temen al Señor:

“Su misericordia es eterna”.

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

Querían a empujones derribarme, pero Dios me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi alegría, en el Señor está mi salvación.

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente.

Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo.

La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.



Segunda Lectura

Lectura de la primera carta  del apóstol san Pedro (1, 3-9)

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni mancharse y que él nos tiene reservada como herencia en el cielo. Porque ustedes tienen fe en Dios, él los protege con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que él revelará al final de los tiempos.

Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego.

A Cristo Jesús ustedes no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.



Aclamación antes del Evangelio

Aleluya, aleluya.

Tomás, tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor.

Aleluya.



† Lectura del santo Evangelio según san Juan (20, 19-31)

Gloria a ti, Señor.

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús:

“La paz esté con ustedes.

Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”.

Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo:

“Reciban el Espíritu Santo.

A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”.

Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.

Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales milagrosas hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritas en este libro. Se escribieron éstas para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.


Oración de los Fieles

Celebrante:

Oremos a Cristo que con su resurrección ha vencido la muerte y el pecado, y pidámosle que tenga piedad del mundo y lo bendiga.

Digamos:

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por la Iglesia: que los cristianos seamos constantes en la escucha de la Palabra de Dios y demos testimonio de Jesús resucitado.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por los pastores del Pueblo de Dios: que la fuerza de Cristo Resucitado los proteja y anime, y dé fecundidad a su ministerio pastoral.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por la paz en el mundo y en los corazones: que la victoria de Cristo sobre la muerte la haga renacer y la afiance donde peligra.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por los que ven vacilar su fe, por los que se resisten a creer, por los que rechazan a Dios: que descubran la presencia de Cristo en sus vidas.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por los difuntos: que gocen eternamente de la vida que Cristo nos mereció.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.

Por nosotros y por todos los cristianos: que sepamos reconocer a Cristo en los hermanos y en los acontecimientos.

Oremos al Señor.

Tú que eres la vida, escúchanos.


* *Oración después de la Comunión * *

Concédenos, Dios todopoderoso, que la gracia recibida en este sacramento nos impulse siempre a servirte mejor.

Por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

LAS GRACIAS A RECIBIR EN LA FIESTA DE LA DIVINA MISERICORDIA


 Cada Domingo posterior al Domingo de la Resurrección del Señor conmemoramos la Fiesta de la Divina Misericordia.  Es una Fiesta nueva en la Iglesia, que tiene la particularidad de haber sido solicitada por el mismo Jesucristo a través de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca del siglo XX, quien murió en 1938 a los 33 años de edad.

Sor Faustina fue canonizada por el Papa Juan Pablo II, precisamente en la Fiesta de la Divina Misericordia del año 2000.  Nos dijo el Papa que esta paisana suya, Sor Faustina, recibió gracias místicas especialísimas a través de la oración contemplativa, para comunicar al mundo el conmovedor misterio de la Divina Misericorida del Señor.  “Dios habló a nosotros a través de Sor Faustina Kowalska ... invitándonos al abandono total en El”, nos dijo el Papa.

Veamos qué cosas nos dice Dios a través de Sor Faustina.

En el Antiguo Testamento le enviaba a mi pueblo los profetas con truenos.  Hoy te envío a toda la humanidad con mi Misericordia.  No quiero castigar a la humanidad llena de dolor, sino sanarla estrechándola contra mi Corazón misericordioso.

Habla al mundo de mi Misericordia, para que toda la humanidad conozca la infinita Misericordia mía.  Es la señal de los últimos tiempos.  Después de ella vendrá el día de la justicia.  Todavía queda tiempo ... Antes de venir como Juez justo, abro de par en par las puertas de mi Misericordia.  Quien no quiera pasar por la puerta de mi Misericordia, deberá pasar por la puerta de mi Justicia.

Dios posee todos sus atributos o cualidades en forma infinita.  Así es, infinitamente Misericordioso, pero también infinitamente Justo.  Su Justicia y su Misericordia van a la par.

Pero a través de esta Santa de nuestro tiempo nos hace saber que por los momentos, para nosotros, tiene detenida su Justicia para dar paso a su Misericordia.  No nos castiga como merecemos por nuestros pecados, ni castiga al mundo como merecen los pecados del mundo, sino que nos ofrece el abismo inmenso de su Misericordia infinita.  Pero si no nos abrimos a su Misericordia, tendremos que atenernos a su Justicia.  ¡Graves palabras del Señor!  Por lo demás, coinciden con su Palabra contenida en el Evangelio ... Y llegará el momento de su Justicia ... Llegará ...

Hoy en el Evangelio (Jn. 20, 19-31)  hemos leído el momento y las palabras con que Jesucristo instituyó el Sacramento de la Confesión, del Perdón.  Es el Sacramento de su Misericordia.  Pero veamos también qué nos ha dicho el Señor sobre la Confesión a través de Santa Faustina:

Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el Confesionario, sólo que estoy oculto en el Sacerdote.  Pero Yo mismo actúo en el alma.  Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia.

Llama a la Confesión Tribunal de la Misericordia.  ¡Qué nombre tan apropiado! Porque es así:  un tribunal al que vamos invitados (no obligados) y donde siempre salimos absueltos (no nos culpan, ni nos condenan).  Insólito:  nos convocan para absolvernos de nuestra falta.  La sentencia es siempre el perdón.  Es un tribunal que nos absuelve aunque seamos culpables.

¡Cómo es que tanta gente deja de aprovechar las gracias que Jesús nos reparte en su Tribunal de Misericordia!

Y para acogerse a El no nos pide grandes cosas:  sólo basta acercarse con fe a los pies de mi representante  (el Sacerdote) y confesarle con fe su miseria ... Aunque el alma fuera como un cadáver descomponiéndose  (es decir, muerta y descompuesta por el pecado) y que pareciera estuviese todo ya perdido, para Dios no es así.

¡Oh!  ¡Cuán infelices son los que no se aprovechan de este milagro de la Divina Misericordia!  Porque si no aprovechamos la Misericordia ahora, tenemos que atenernos a la Justicia después.  Esa son nuestras opciones.

En el Evangelio de hoy también hemos visto cuán importante es la Fe.  “Bienaventurados los que, sin ver, creen”,  dijo Jesucristo a Santo Tomás Apóstol, quien no quería creer que Cristo había resucitado, porque no lo había visto.  La Fe es la virtud sobre la cual se funda la Esperanza.  De la Fe brota la confianza y ésta nos lleva a la Esperanza.  La confianza es esencial para poder aprovecharnos de las gracias de la Misericordia de Dios.

La confianza está en la esencia de la devoción a la Divina Misericordia.   La confianza es esa actitud que tiene el niño que confía en sus padres.  Así debemos ser nosotros, como niños, que en todo momento confiamos sin medida en el Amor Misericordioso y en la Omnipotencia del Padre Celestial.

La confianza es una consecuencia directa de la Fe:  no hay verdadera Fe si no hay confianza.  De Fe, confianza y Esperanza nos habla San Pedro en la Segunda Lectura (1 Pe. 1, 3-9).  Nos habla de la esperanza de una vida nueva en el Cielo, de la fe necesaria para la salvación que nos tiene preparada el Señor y que será revelada plenamente al final de los tiempos.

Este trozo de la Primera Carta de San Pedro nos refiere el conocido símil del sufrimiento como el fuego que purifica el oro:  “Alégrense aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de toda clase, a fin de que su fe sea sometida a prueba ... la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola en el fuego”.

La Primera Lectura (Hch. 2, 42-47) nos narra el espíritu en que vivían los cristianos al comienzo de la Iglesia:  “acudían asiduamente a escuchar las enseñanzas de los Apóstoles, vivían en comunión fraterna y se congregaban para orar en común y celebrar la fracción del pan ... vivían unidos y tenían todo en común ... diariamente se reunían en el Templo”.   

 Volviendo a la Fiesta de la Divina Misericordia, el Señor Jesús dijo también a Santa Faustina:

Deseo conceder gracias inimaginables a las almas que confían en mi Misericordia.  Que se acerquen a ese mar de mi Misericordia con gran confianza.  Los pecadores obtendrán justificación  (es decir, serán hechos justos).  Y los justos serán fortalecidos en el bien.

La confianza no sólo es la esencia de esta devoción, sino a la vez condición para recibir las gracias.  Cuanto más confíe un alma, más recibirá, nos dice el Señor a través de Sor Faustina.

¿Cómo podemos acogernos a su Misericordia?  Veamos qué más nos ha dicho a través de Sor Faustina:

Sobre la Fiesta de hoy:  Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores ... Ese día derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Misericordia.  El alma que se confiese y reciba la Santa Comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas ... Que ningún alma tema acercarse a Mí, aunque sus pecados sean como escarlata  (o sea, muy graves o muy feos).

Con este ofrecimiento del Señor para el día de hoy, quien verdaderamente arrepentido se confiese y también comulgue, acogiéndose a este llamado de la Divina Misericordia, podría quedar –si su arrepentimiento es genuino- como si se acabara de bautizar:  totalmente purificado de toda culpa, como si no hubiera cometido nunca ningún pecado.  Es el abismo insondable de la Misericordia Infinita de Dios, que no desea la muerte de nosotros, pecadores, sino que nos convirtamos y vivamos para la Vida Eterna, la que nos espera después de esta vida terrenal que ahora vivimos.

Como si fuera poco, aparte de quedar totalmente preparados para el Cielo, purificados de toda culpa, si aprovechamos las gracias que la Misericordia Divina nos tiene para este día, tenemos la promesa del Señor de que recibiremos lo que pidamos en este día de la Fiesta de la Divina Misericordia, siempre que lo que solicitemos esté acorde con la Voluntad de Dios.

Para recibir las gracias otorgadas este Día de la Divina Misericordia, es necesario recibir la Eucaristía y haberse confesado, condición para recibir el perdón total de las culpas y de las penas, que son consecuencia de nuestros pecados.

Veamos que nos dice el Señor sobre la Sagrada Comunión:  Deseo unirme a las almas humanas:  mi gran alegría es unirme a las almas ... Cuando en la Santa Comunión llego a un corazón humano, tengo las manos llenas de toda clase de gracias.  Deseo dárselas al alma, pero las almas ni siquiera me prestan atención:  me dejan solo y se ocupan de otras cosas.  ¡Oh! ¡Qué triste es para Mí que las almas no correspondan Mi Amor!

 ¡Oh!  ¡Cuánto me duele que muy rara vez las almas se unan a Mí en la Santa Comunión.  Espero a las almas y ellas son indiferentes a Mí.  Las amo con tanta ternura y ellas no confían en Mí.  Deseo colmarlas con gracias y ellas no desean aceptarlas.  Me tratan como una cosa muerta, y Mi Corazón está lleno de Amor y Misericordia.

Otro de los elementos importantes en esta Fiesta de hoy es la imagen de la Divina Misericordia, que representa a Cristo resucitado con las señales de la crucifixión en sus manos y sus pies y saliendo de su Corazón dos rayos.  Y ¿qué nos ha dicho el Señor Jesucristo sobre esta imagen?

El rayo luminoso simboliza el agua que purifica a las almas.  El rayo rojo simboliza la sangre que es la vida de las almas.  Ambos rayos brotaron de las entrañas más profundas de mi Misericordia, cuando mi Corazón agonizante fue abierto en la cruz por una lanza.  Estos rayos representan, pues, los Sacramentos y todos los dones del Espíritu Santo ... Bienaventurado quien viva a la sombra de ellos, porque no le alcanzará la justa mano de Dios.

¿En qué consiste, en resumen, la Devoción a la Divina Misericordia?  Además de invitarnos a una oración en fe y en confianza al Señor, esa oración debe llevarnos, en imitación a El, a realizar nosotros mismos obras de misericordia hacia los demás.  Es decir, esta devoción a la Divina Misericordia nos lleva a un aumento de las tres grandes virtudes, las llamadas Virtudes Teologales:  Fe, Esperanza y Caridad.

  El culto a la imagen de la Divina Misericordia consiste en una oración confiada, acompañada de obras de misericordia hacia el prójimo; es decir, a ser nosotros mismos misericordiosos.   Dice el Señor:  Esta imagen ha de recordar las exigencias de mi Misericordia, porque la fe sin obras, por fuerte que sea, es inútil.

Y sobre esto nos instruye el mismo Cristo a través de Sor Faustina:  Te doy tres formas de ejercer misericordia:  la primera es la acción, la segunda, la palabra, y la tercera la oración ... Si el alma no practica la misericordia de alguna manera, no conseguirá mi Misericordia en el día del Juicio.

Esta exigencia coincide perfectamente con las palabras de Jesús  en su Evangelio sobre el día del Juicio:  “tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber ...”  (Mt. 25, 31-46) .

  Coinciden estas palabras también con las Obras de Misericordia Espirituales y Corporales que nos da el Magisterio de la Iglesia, las cuales son:  Enseñar al que no sabe.  Dar buen consejo a quien lo necesita.  Corregir al que se equivoca.  Perdonar las injurias.  Consolar al triste.  Sufrir con paciencia los defectos de los demás.  Rogar a Dios por vivos y difuntos.  Dar de comer al hambriento.  Dar techo a quien no lo tiene.  Vestir al desnudo.  Visitar a los enfermos y presos.  Enterrar a los muertos.  Redimir al cautivo.  Socorrer a los pobres.

La Fiesta de la Divina Misericordia nos invita, entonces, a creer sin ver, a confiar sin medida y a amar con la Misericordia del Señor.  Aprovechemos las gracias que en esta Fiesta especialísima nos quiere dar Jesucristo.  Acojámonos a Su Divina Misericordia, recibiendo su perdón y sus gracias, y aprendamos con esta Devoción a imitarlo a El siendo nosotros mismos  misericordiosos.

Por último, veamos el significado etimológico de la palabra “misericordia”

MISER-I-CORDIA:MISER Y CORDES. La cualidad de nuestro Dios, en que la miseria del hombre (miser) se encuentra con y se acoge al Corazón (cordes) insondable de Dios nuestro Señor.



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FUENTE: HOMILIA. ORG.

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viernes, 29 de abril de 2011

MENSAJITOS


LECTURAS Y REFLEXION DE LA MISA DEL DIA VIERNES 29 DE ABRIL DE 2011


 


Viernes, 29 de Abril de 2011

VIERNES
DE LA OCTAVA DE PASCUA

No existe otro Nombre
por el cual podamos salvarnos



Lectura de los Hechos de los Apóstoles  4, 1-12

Mientras los Apóstoles hablaban al pueblo, se presentaron ante ellos los sacerdotes, el jefe de los guardias del Templo y los saduceos, irritados de que predicaran y anunciaran al pueblo la resurrección de los muertos cumplida en la persona de Jesús. Éstos detuvieron a los Apóstoles y los encarcelaron hasta el día siguiente, porque ya era tarde.
Muchos de los que habían escuchado la Palabra abrazaron la fe, y así el número de creyentes, contando sólo los hombres, se elevó a unos cinco mil.
Al día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes de los judíos, los ancianos y los escribas, con Anás, el Sumo Sacerdote, Caifás, Juan, Alejandro y todos los miembros de las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer a los Apóstoles y los interrogaron: «¿Con qué poder o en nombre de quién ustedes hicieron eso?»
Pedro, lleno del Espíritu Santo, dijo: «Jefes del pueblo y ancianos, ya que hoy se nos pide cuenta del bien que hicimos a un enfermo y de cómo fue sanado, sepan ustedes y todo el pueblo de Israel: este hombre está aquí sano delante de ustedes por el nombre de nuestro Señor Jesucristo de Nazaret, al que ustedes crucificaron y Dios resucitó de entre los muertos. El es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular. Porque en ningún otro existe la salvación, ni hay bajo el cielo otro Nombre dado a los hombres, por el cual podamos salvamos».

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL   117, 1-2. 4. 22-27a

R.    ¡Den gracias al Señor, porque es bueno,
       porque es eterno su amor!

Que lo diga el pueblo de Israel:
¡es eterno su amor!
Que lo digan los que temen al Señor:
¡es eterno su amor!  R.

La piedra que desecharon los constructores
es ahora la piedra angular.
Esto ha sido hecho por el Señor
      y es admirable a nuestros ojos.
Éste es el día que hizo el Señor:
      alegrémonos y regocijémonos en él.  R.

Sálvanos, Señor, asegúranos la prosperidad.
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!
Nosotros los bendecimos desde la Casa del Señor:
el Señor es Dios, y Él nos ilumina.  R.

SECUENCIA
Como el Domingo de Pascua, Misa del día.



EVANGELIO

Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio,
e hizo lo mismo con el pescado



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo  según san Juan  21, 1-14

Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades.
Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar».
Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era Él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?»
Ellos respondieron: «No».
Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor! »
Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar».
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres?», porque sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.

Palabra del Señor.

 Reflexión


Hech. 4, 1-12. El anuncio de Jesús hecho con poder mediante obras y palabras siempre causa oposición entre quienes ven amenazados sus intereses. Sin embargo, el verdadero enviado no se deja intimidar, e incluso aprovecha el momento de estar frente a quienes rechazan a Cristo para anunciarles, con toda valentía, el Nombre del Señor.
Los apóstoles no se ofuscan a causa de su condición humilde para dejar de proclamar a Cristo ante los poderosos. Ellos saben que van con el Espíritu del Señor que les prometió estar con ellos y poner palabras sabias en sus labios cuando llegaran estos momentos de prueba.
No somos nosotros, es Dios quien hace su obra por medio nuestro. Si realmente amamos al Señor y vivimos nuestro compromiso con su Evangelio, no dejaremos de proclamarlo aun cuando seamos amenazados por la espada o por el despojo de lo nuestro. No podemos hacer del Evangelio nuestro negocio para que nada nos falte, ni dinero, ni poder ni prestigio. Nuestro único negocio será el tener como botín a todos aquellos que, ganados para Cristo, nos hagan llegar a la presencia de Dios, no solos, ni con las manos vacías, sino acompañados por quienes, habiendo sido dispersados por el pecado, han creído en Dios, y, unidos a Cristo, van con quienes Él ha querido hacernos signos de su amor y de su entrega, para que, viviendo ya desde ahora como hermanos, algún día juntos estemos en la Asamblea de los Santos, después de haber pasado, tal vez muchas tribulaciones por la proclamación auténtica y comprometida del Evangelio, que Dios nos ha confiado.
Ante los poderosos que han fallado tenemos el deber de proclamar con valentía el Evangelio, y no con diplomacia para evitar conflictos con ellos. El Evangelio no puede proclamarse con palabras timoratas ni con ambigüedades o acomodos que quisieran dar la razón a quien no la tiene. Jesucristo ha venido como Aquel por quien toma uno posición en la vida para vivir conforme a sus enseñanzas, y no para tenerlo como consuelo, ni mucho menos como cómplice de nuestras tonterías.
Dios nos ha enviado a proclamarlo como aquel que salva a todos y no como el que sirve a nuestros intereses personales para aprovecharnos de su mensaje a favor de nuestras comodidades o intereses económicos, o de poder o de prestigio.
¿Somos fieles al Señor no sólo por la pulcritud con que algunos viven, por los rezos más que por las oraciones, sino por nuestra entrega que se hace cercanía para salvar, para levantar, para socorrer, para consolar, para, finalmente, amar hasta sus últimas consecuencias? ¿Somos fieles a la Iglesia por entregar nuestra vida para que todos encuentren en Cristo la salvación, o sólo somos fieles para adquirir prestigio y puestos en la Iglesia mientras vemos con desprecio a los demás y nos apartamos de ellos como de la mugre en lugar de acercarnos para levantarlos y fortalecerlos en Cristo?.
Los poderosos en nuestra mente ¿Están como aquellos que son responsables de muchas injusticias, del hambre, de la pobreza, del dolor y del sufrimiento de millones de hermanos nuestros y a quienes, por nuestra fidelidad al Evangelio, les hacemos conciencia de su pecado? o ¿Por el contrario vemos en ellos la manera de encontrar seguridad para nosotros y los nuestros, y evitamos molestarlos con el anuncio auténtico del Evangelio?
Cristo nos envió a Evangelizar, ojalá y no lo traicionemos ni a Él ni a su Evangelio.

Sal. 118 (117). Demos gracias a Dios por su bondad, pues no dejó que nuestros enemigos se rieran de nosotros. Él es quien nos ha dado la victoria. En Cristo, piedra rechazada por los arquitectos humanos, pero convertida por Dios en piedra angular del nuevo templo de Dios, el Señor se ha convertido para nosotros en salvación y seguridad para que el mal no nos domine.
Dios ha visitado y redimido a su pueblo; que Él se convierta para nosotros en luz que ilumine nuestros pasos por el camino de la salvación.
No cerremos nuestro corazón a la voluntad de Dios que consiste en esto: en que creamos en Aquel que Él ha enviado. No hay otro nombre en el cual podamos nosotros salvarnos. Quien rechaza a Cristo, rechaza a Aquel que lo envió; y quien rechaza a quien lo envió ya está condenado, pues la vida de Dios no permanece en Él. Y el rechazo de Cristo no sólo se hace con los labios, sino que se manifiesta también con las obras que, cargadas de maldad, indican que Dios no habita en ese corazón, sino que se tiene como huésped al autor de la maldad, quien hace que esa persona sea esclava del pecado.
Cristo victorioso sobre la maldad y la muerte ha de ser no sólo objeto de nuestra fe, sino Aquel por quien vivimos, nos movemos y somos.

Jn 21, 1-14. La Misión Evangelizadora no corresponde sólo a los Apóstoles, sino a toda la Iglesia. En el Evangelio de este día se nos habla de que quienes están en la barca pescando no son sólo los apóstoles, sino también otros discípulos.
La Iglesia, toda la Iglesia, todos sus miembros, han nacido para Evangelizar. Y no podemos contentarnos pensando que cumplimos con el mandato del Señor de llevar su Evangelio a todos los pueblos cuando trabajamos hacia dentro de la Iglesia.
Es sencillo pensar que pescamos mucho cuando tenemos grupos apostólicos nutridos de gente que ha respondido a Dios. Finalmente ellos ya estaban dentro, y, aunque necesitan también ser constantemente evangelizados, no pueden ser la meta final de nuestras aspiraciones apostólicas, sino el principio de solidaridad en la Misión, de tal forma que vayamos al encuentro de quienes no conocen a Cristo para que también a esos pueblos llegue el anuncio del Evangelio.
No vamos a ir con fábulas o inventos humanos. Llevamos a Cristo, y es Él quien nos indica, con su Palabra, la forma como ha de ser realizada la misión que nos ha confiado. La fidelidad a su Palabra, escuchada y puesta en práctica por nosotros, es la única forma de no trabajar en vano, sino con la eficacia que el mismo Cristo quiere darle a su Palabra. Vivamos con amor nuestra fidelidad a Cristo.
En la Eucaristía el Señor nos convoca junto al fuego de su amor para alimentarnos con sus enseñanzas proclamadas en la Palabra que nos ha dirigido. Escuchémoslo con amor. No permitamos que su Palabra sólo nos haga cosquillas en los oídos o suene como campanillas agradables.
La fuerza de la palabra de Dios nos ha de ayudar a corregir nuestros caminos de apostolado. Es el Señor quien ha de ser proclamado. La fuerza del Evangelio y su eficacia radican en el mismo Cristo que nos habla; no son los medios que utilizamos, es el Señor, a cuyo servicio ponemos todos los avances técnicos y científicos para que la persona de hoy pueda encontrarse con el Señor y escuchar su Palabra y darle un nuevo rumbo a su vida.
En la Eucaristía el Señor vuelve a partir su pan para nosotros. Su vida, por medio de este Alimento-Sacramento, llega a nosotros con toda su fuerza.
Nuestros apostolados han de culminar con las redes llenas de gentes llevadas a la orilla donde está Cristo; en la Eucaristía culminan todos nuestros apostolados. De la Eucaristía todos, todos sin distinción, volvemos a conducir nuestra barca mar adentro para continuar la obra del Señor, hasta que al final lleguemos a la orilla donde, juntos, todos juntos, seamos invitados, por el mismo Cristo, a sentarnos para siempre a su mesa, en el Banquete eterno.
Es nuestra experiencia del resucitado, nuestro reconocimiento del Él como Señor y Salvador de nuestra vida; es el haber participado de su mesa en que Él ha tomado su Pan y nos lo ha compartido; es su vida entregada por nosotros como la máxima muestra de su amor lo que nos hace sus testigos fidedignos.
Nuestra barca, llena de peces, de gentes ganadas para Cristo, ha de ser conducida, bajo la guía de Pedro, a quien toda la Iglesia escucha como al mismo Cristo, hacia la orilla donde se inicia la eternidad junto al Señor, siendo santos, como él es Santo; ahí donde ya no tendremos necesidad de preguntar nada acerca de Él, pues, viéndolo cara a cara, sabremos que es el Señor que nos ha amado y que es Aquel con quien estaremos para siempre en su Gloria.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de darle nuestro sí de fidelidad a la Misión que Él nos ha confiado de ser testigos del Evangelio que es Cristo. Así, fieles al Señor, seremos dignos de participar eternamente del mismo amor que Dios le tiene a su Hijo amado, en quien Él se complace. Amén.

Reflexión de Homiliacatolica .com
Fuente: celebrando la vida . com



miércoles, 27 de abril de 2011

MENSAJITOS


Bendecido jueves sacerdotal.

LECTURAS Y REFLEXION DE LA MISA DEL DIA JUEVES 28 DE ABRIL DE 2011



Jueves, 28 de Abril de 2011

JUEVES
DE LA OCTAVA DE PASCUA

Ustedes mataron al autor de la vida,
pero Dios lo resucitó de entre los muertos



Lectura de los Hechos de los Apóstoles 3, 11-26

Como el paralítico que había sido sanado no soltaba a Pedro y a Juan, todo el pueblo, lleno de asombro, corrió hacia ellos, que estaban en el pórtico de Salomón.
Al ver esto, Pedro dijo al pueblo: «Israelitas, ¿de qué se asombran? ¿Por qué nos miran así, como si fuera por nuestro poder o por nuestra santidad, que hemos hecho caminar a este hombre? El Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, el Dios de nuestros padres, glorificó a su servidor Jesús, a quien ustedes entregaron, renegando de Él delante de Pilato, cuando éste había resuelto ponerlo en libertad. Ustedes renegaron del Santo y del Justo, y pidiendo como una gracia la liberación de un homicida, mataron al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de entre los muertos, de lo cual nosotros somos testigos.
Por haber creído en su Nombre, ese mismo Nombre ha devuelto la fuerza al que ustedes ven y conocen. Esta fe que proviene de Él, es la que lo ha sanado completamente, como ustedes pueden comprobar. Ahora bien, hermanos, yo sé que ustedes obraron por ignorancia, lo mismo que sus jefes. Pero así Dios cumplió lo que había anunciado por medio de todos los profetas: que su Mesías debía padecer.
Por lo tanto, hagan penitencia y conviértanse, para que sus pecados sean perdonados. Así el Señor les concederá el tiempo del consuelo y enviará a Jesús, el Mesías destinado para ustedes. El debe permanecer en el cielo hasta el momento de la restauración universal, que Dios anunció antiguamente por medio de sus santos profetas.
Moisés, en efecto, dijo: "El Señor Dios suscitará para ustedes, de entre sus hermanos, un profeta semejante a mí, y ustedes obedecerán a todo lo que él les diga. El que no escuche a ese profeta será excluido del pueblo". Y todos los profetas que han hablado a partir de Samuel, anunciaron también estos días.
Ustedes son los herederos de los profetas y de la Alianza que Dios hizo con sus antepasados, cuando dijo a Abraham: "En tu descendencia serán bendecidos todos los pueblos de la tierra. Ante todo para ustedes Dios resucitó a su Servidor, y lo envió para bendecirlos y para que cada uno se aparte de sus iniquidades".

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL   8, 2a. 5-9

R.    ¡Señor, nuestro Dios, qué admirable es tu Nombre!
        en toda la tierra!

Al ver el cielo, obra de tus manos,
la luna y las estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él,
el ser humano para que lo cuides?  R.

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos,
todo lo pusiste bajo sus pies.  R.

Todos los rebaños y ganados,
y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas.  R.

SECUENCIA
Como el Domingo de Pascua, Misa del día.


EVANGELIO

Estaba escrito: el Mesías debía sufrir
y resucitar de entre los muertos al tercer día




Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 35-48

Los discípulos, que retornaron de Emaús a Jerusalén, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo habían reconocido a Jesús al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes».
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: «¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo».
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies. Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: «¿Tienen aquí algo para comer?» Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; Él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: «Cuando todavía estaba con ustedes, Yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos».
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: «Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de todo esto».

Palabra del Señor

 Reflexión

Hech 3, 11-26. En este anuncio de toda la obra salvífica de Jesús, en que se indica que cada uno es responsable de la entrega y del rechazo del mismo a la muerte, se nos disculpa, conforme al estilo en que san Lucas nos habla de la misericordia divina. Parece haber un eco de aquellas palabras: Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen.
La responsabilidad del profeta, cuyas palabras pueden estar acompañadas de grandes señales, consiste en saber reportar su Misión y sus obras a Aquel que lo llamó y lo envió como testigo. No se anuncia el propio nombre, sino el Nombre de Jesús. No puede uno creerse dueño de las comunidades, sino solo siervo del Evangelio.
Hay muchos títulos que se le aplican al Señor en esta lectura: Siervo, Santo, Justo, Autor de la vida, Mesías, Señor, Profeta, Descendencia de Abraham. Podemos aumentar muchos más; esto no nos salva, pues no basta decir Señor, Señor, para entrar en el Reino de los cielos. Hay que reconocer a Dios como nuestro Padre; arrepentirnos de nuestras faltas y convertirnos a Él. Sólo así, perdonados nuestros pecados, Dios enviará a su Hijo para que nosotros nos unamos a Él como las ramas se unen al tronco, y así seamos adoptados como hijos de Dios; y entonces, sólo entonces, Dios se convertirá para nosotros en una bendición.

Sal 8. Dios, su Nombre es admirable en toda la tierra. Dios, el Todopoderoso, es el Creador de todo lo que contemplan nuestros ojos.
En la tierra la persona humana es el ser más grandioso creado por Dios. El Señor puso todo en sus manos para que ejerciera poder sobre ello. Por eso Dios nos hizo apenas inferiores a un dios.
nuestra misión sobre la tierra es vivir y actuar como representantes, vicarios de Dios en este mundo.
Muchas veces la maldad ha ofuscado, endurecido, desviado, oscurecido esa misión que Dios nos ha confiado; y es entonces cuando no han quedado muy claros el amor, la verdad, la rectitud, la santidad, la justicia, la solidaridad, la paz.
Reconocer que se ha deteriorado la imagen de Dios en nosotros y que la Misión de ser Signos vivos del amor de Dios se ha oscurecido y nos hemos desviado por caminos incorrectos, nos ha de ayudar a tomar la firme determinación de unir nuestra vida a la vida del Resucitado, pues en él se hacen nuevas todas la cosas.
Quienes hemos puesto nuestra fe en Cristo, si somos serios en ella, debemos permitirle al Señor que, desde nuestra frágil vida, sea Él quien en verdad se convierta en Señor de todas la cosas, para que dejen de esclavizarnos; y al mismo tiempo, desde nosotros, se convierta en hermano de todos para que dejemos de odiarnos, de destruirnos y de oprimirnos unos a otros.

Lc. 24, 35-48. Ya los discípulos han recibido el testimonio de Pedro, de los discípulos de Emaús, de María Magdalena y de otras mujeres.
Ahora Jesús se hace presente ante ellos y ellos podrán constatar la presencia del Resucitado de modo personal. Sólo así podrán ellos ser testigos, no de fábulas, sino de su experiencia personal con el Señor.
A Jesús se le conocerá a través de las Escrituras, que han tenido en Él su cumplimiento. No podemos hacer una interpretación de la Palabra de Dios al margen del resucitado; es Él quien abre nuestra inteligencia para que ahí lo reconozcamos como lo que es: el Enviado del Padre, que, amándonos, ha dado su vida por nosotros y nos ha confiado la misión de llevar su amor, su misericordia, su entrega a nuestro hermanos.
Quien proclame un evangelio distinto, o una interpretación distinta del mismo, y que deje de manifestarnos el amor y la misericordia de Dios hacia todos nosotros, no conoce al Señor, que ha salido al encuentro del pecador envuelto y esclavizado por las cosas pasajeras, o por sus maldades y vicios, para rescatarlo, salvarlo y reunir en un sólo pueblo a los hijos de Dios que el pecado había dispersado.
En la Eucaristía nos reunimos convocados por el Señor resucitado. No venimos a contemplar un fantasma que quisiera espantarnos con palabras de ultratumba, infundiendo miedo en nosotros con falsas revelaciones que nos reunieran en torno al Señor más por el miedo que por el amor.
Su Palabra debe transformar nuestros corazones y hacerlos arder en amor por Dios, para que dé su fruto y nos convirtamos no sólo en quienes anuncian la Palabra de Dios, sino en quienes dan testimonio de la misma con sus obras.
El Señor nos alimenta con su Eucaristía no sólo para habitar en nuestro corazón, sino para impulsar nuestra vida y convertirnos en constructores de su Reino aceptando y afrontando con amor todas las consecuencias del haber pronunciado nuestro sí a la voluntad de Aquel que nos llamó, nos instruyó con su Palabra y ejemplo, nos fortaleció con el Pan del Cielo y con la participación de su Espíritu, y nos envió como testigos suyos.
Nuestra misión no termina en la alabanza que tributamos a Dios en la Eucaristía; más bien, de ahí surge, con todo el compromiso de llevar, no nuestras palabras, sino la presencia del Señor que, hecha experiencia personal, ha de llegar hasta los últimos los rincones de la tierra y a todos los tiempos de nuestra historia.
No podemos inventarnos un nuevo evangelio; no podemos hacer relecturas del mismo acomodadas a nuestros criterios de maldad, de violencia, de desorden o de desequilibrios internos.
Cristo es el Señor de la historia que pasa por ella haciendo el bien, salvando por medio del amor, reinando en los corazones y no convirtiéndose en bandera para la violencia, para la destrucción, para la injusticia, para la persecución y la muerte.
Así como Él no se convierte en espanto para quienes lo contemplan, así como Él manifestó las huellas de su amor marcadas en sus manos, en sus pies y en su costado, así hemos de ser motivo de paz y no de guerra ni de angustia para nuestros hermanos. Hemos de ser motivo de entrega de nuestro propio ser para que los demás tengan vida y no motivo de destrucción de la vida de los demás pensando que así habremos barrido con la maldad que anidaba en los malvados.
Si Cristo nos ha mostrado las llagas que le causó el amor que tuvo a los pecadores hasta sus últimas consecuencias, ese ha de ser también el camino que manifiesta su Iglesia para que salve a los culpables, no para que los condene ni destruya.
¿Cuáles son las huellas de nuestro amor?
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser portadores de la paz, de la alegría, y de su amor. Que nos ayude a conducirlos a todos hacia Cristo para que seamos todos hijos en el Hijo. Que nuestra predicación no se base en el miedo, sino en el amor, para que, unidos por el amor fraterno y por un sólo Espíritu, estemos preparados para el día del Señor, no con el temor nacido del pecado, sino con las lámparas que, llenas del amor de Dios, iluminan a los demás por las buenas obras, por la generosidad, por la entrega, por la bondad y misericordia de Dios reflejadas en nuestra vida. Amén.



Reflexión de Homiliacatolica.com
Fuente: celebrando la vida. Com

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LECTURAS Y REFLEXION DE LA MISA DEL DIA MIERCOLES 27 DE ABRIL DE 2011




Miércoles, 27 de Abril de 2011

MIÉRCOLES
DE LA OCTAVA DE PASCUA

Te doy lo que tengo: en el Nombre de Jesús, levántate y camina



Lectura de los Hechos de los Apóstoles  3, 1-10

En una ocasión, Pedro y Juan subían al Templo para la oración de la tarde. Allí encontraron a un paralítico de nacimiento, que ponían diariamente junto a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», para pedir limosna a los que entraban. Cuando él vio a Pedro y a Juan entrar en el Templo, les pidió una limosna.
Entonces Pedro, fijando la mirada en él, lo mismo que Juan, le dijo: «Míranos».
El hombre los miró fijamente esperando que le dieran algo. Pedro le dijo: «No tengo plata ni oro, pero te doy lo que tengo: en el Nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y camina». Y tomándolo de la mano derecha, lo levantó; de inmediato, se le fortalecieron los pies y los tobillos.
Dando un salto, se puso de pie y comenzó a caminar; y entró con ellos en el Templo, caminando, saltando y glorificando a Dios. Toda la gente lo vio caminar y alabar a Dios. Reconocieron que era el mendigo que pedía limosna sentado a la puerta del Templo llamada «la Hermosa», y quedaron asombrados y llenos de admiración por lo que le había sucedido.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL   104, 1-4. 6-9


R.    Alégrense los que buscan al Señor

¡Den gracias al Señor, invoquen su Nombre,
hagan conocer entre los pueblos sus proezas;
canten al Señor con instrumentos musicales,
pregonen todas sus maravillas!  R.

¡Gloríense en su santo Nombre,
alégrense los que buscan al Señor!
¡Recurran al Señor y a su poder,
busquen constantemente su rostro!  R.

Descendientes de Abraham, su servidor,
hijos de Jacob, su elegido:
el Señor es nuestro Dios,
en toda la tierra rigen sus decretos.  R.

Él se acuerda eternamente de su alianza,
de la palabra que dio por mil generaciones,
del pacto que selló con Abraham,
del juramento que hizo a Isaac.  R.


SECUENCIA
Como el Domingo de Pascua, Misa del día.



EVANGELIO

Lo reconocieron al partir el pan


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 24, 13-35

El primer día de la semana, dos de los discípulos iban a un pequeño pueblo llamado Emaús, situado a unos diez kilómetros de Jerusalén. En el camino hablaban sobre lo que había ocurrido.
Mientras conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió caminando con ellos. Pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran. Él les dijo: «¿Qué comentaban por el camino?»
Ellos se detuvieron, con el semblante triste, y uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: «¡Tú eres el único forastero en Jerusalén que ignora lo que pasó en estos días!»
«¿Qué cosa?», les preguntó.
Ellos respondieron: «Lo referente a Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y en palabras delante de Dios y de todo el pueblo, y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que fuera El quien librara a Israel. Pero a todo esto ya van tres días que sucedieron estas cosas. Es verdad que algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado: ellas fueron de madrugada al sepulcro y al no hallar el cuerpo de Jesús, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles, asegurándoles que Él está vivo. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como las mujeres habían dicho. Pero a Él no lo vieron».
Jesús les dijo: «¡Hombres duros de entendimiento, cómo les cuesta creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?» y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas, les interpretó en todas las Escrituras lo que se refería a El.
Cuando llegaron cerca del pueblo adonde iban, Jesús hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le insistieron: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se acaba».
Él entró y se quedó con ellos. Y estando a la mesa, tomó el pan y pronunció la bendición; luego lo partió y se lo dio. Entonces los ojos de los discípulos se abrieron y lo reconocieron, pero Él había desaparecido de su vista. Y se decían: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»
En ese mismo momento, se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los Once y a los demás: que estaban con ellos, y éstos les dijeron: «Es verdad, ¡el Señor; ha resucitado y se apareció a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

Reflexión

Hech. 3, 1-10. Lo más importante no es tanto el dar la salud corporal, sino la salvación.
No caminamos hacia el Señor. Él ha salido a nuestro encuentro y no sólo dio su vida por nosotros, ¡Nos da, nos comunica su propia Vida! Nuestro paso por esta vida es un ir con Alguien que nos ama y que se ha hecho ya parte de nuestra propia existencia.
Es cierto que, día a día, debemos estar en una continua conversión, no sólo para que el Señor habite en nosotros como en un templo cada vez más digno, sino para que seamos un signo más claro de su presencia en nosotros. Él ha de llenar nuestra vida. Ojalá y que para hacer felices a los demás no queramos llenarlos de oro y de plata, siendo lo único que pudiésemos ofrecerles para que caminen por la vida, pues al final podrían quedarse con las manos vacías, pues su corazón se habría quedado vació de la Presencia del Señor, que es lo que realmente debemos entregarles.
No tengo oro ni plata; pero lo único que tengo, el amor de Dios y su poder para tenderte la mano y fortalecer tus manos cansadas y tus rodillas vacilantes, es lo que te doy para que, recobrada la paz y la esperanza de la vida que se va renovando, tengas contigo a Aquel que ya está conmigo y que le ha dado sentido a toda mi existencia y puedas, tú también, entrar a su Santuario y seas capaz de danzar de alegría y hacer que tu lengua lo alabe.
Entonces seremos testigos de un mundo nuevo, el Reino de Dios que ya estará dentro de nosotros.

Sal. 105 (104). Dios es fiel a sus promesas. En este Salmo hacemos un memorial de toda la historia de salvación desde las promesas hechas por Dios a Abraham y a sus descendientes, los cuales, después de dura esclavitud en Egipto, de su Liberación por el Poder de Dios, y del camino por el desierto guiados por Moisés llegaron a la tierra prometida. Por eso, alabemos y demos gracias al Señor.
A nosotros nos ha correspondido vivir en la etapa del cumplimiento de las promesas, llegando a la plenitud de los tiempos, pues Dios nos ha enviado a su propio Hijo, nacido de mujer, hecho uno de nosotros. Él nos ha liberado de la esclavitud del pecado, nos ha hecho hijos de Dios, y, habiéndose levantado victorioso sobre el pecado y la muerte, nos conduce, día a día, hacia la posesión de los bienes definitivos.
Mientras vayamos de camino hacia la Patria eterna, su Espíritu nos fortalecerá para que nos amemos con el mismo amor que Dios nos ha tenido, y, por ese amor, demos testimonio de la Verdad ante todos los pueblos para conducirlos a la unión con el Señor.
Por eso entonemos himnos y cantos al Señor, no sólo con los labios, sino con toda nuestra vida.

Lc 24, 13-35. Dios se hace compañero de viaje en nuestra vida diaria. Él se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con todo lo que Él ha recibido del Padre.
No tanto nos ha querido enriquecer con bienes temporales, pues de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma, si Él no nos ha dado su Vida y su Espíritu. Este es el don más preciado que podamos tener.
Ojalá y no seamos insensatos y duros de corazón, de tal forma que la Vida y el Espíritu del Señor no tengan forma de hacerse parte de nuestra propia vida.
En la Eucaristía el Señor parte su pan para nosotros. Así, la Eucaristía se convierte para nosotros en el compromiso de amar y de actuar en la misma forma que Dios lo ha hecho con nosotros.
La Comunión de Vida con Cristo es, por tanto, no un acto intranscendente, sino una misión para ser portadores del estilo de vida de Cristo para nuestros hermanos.
Ojalá y no vengamos sólo a pedirle al Señor que nos vaya bien en el día, que nos conceda bienes materiales, que tengamos el pan de cada día, sino que nos conceda tener un corazón noble y sincero, como la tierra buena en la que se siembre su Palabra, y fructifique en abundancia de obras buenas selladas por el amor.
Desde la vida de la persona de fe, Dios quiere hacerse compañero de viaje de todos los pueblos. No quiere ir con ellos sólo haciéndoles arder sus corazones con palabras llenas aliento, cariño y amor; quiere también sentarlos a su mesa, y compartir con ellos su pan.
A nosotros corresponde el no esconder la luz con que Dios ha iluminado nuestra vida. Llenos del amor de Dios, hemos de ser un signo claro del mismo para nuestros hermanos. Esto nos llevará a vivir cercanos ante sus desesperanzas y faltas de fe, para ayudarlos a que, recobrándolas, puedan nuevamente arder en el amor fraterno y reencontrar el sentido de su vida.
Además nos hemos de preocupar de que vivan con mayor dignidad, compartir con ellos lo que Dios ha puesto en nuestra manos, no para que nos sintamos dueños de ello, sino sólo administradores de lo pasajero.
Siendo, así, personas nuevas en Cristo, podremos continuar su obra de salvación y de solidaridad, y de amor fraterno que Cristo ha iniciado en nosotros.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que como su Hijo se hizo para nosotros Hermano, Compañero de viaje, Salvador y Consumador de nuestra vida, así nosotros, teniendo al Señor en nuestra vida, nos preocupemos de estar cercanos a nuestro prójimo para ayudarlo, animarlo y fortalecerlo en su camino hacia el Padre. Amén.


Reflexión de Homiliacatolica. Com
Fuente: celebrando la vida . com