jueves, 5 de septiembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves, 5 de Septiembre de 2013
22ª semana del tiempo ordinario C

Dios nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido



LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE COLOSAS 1, 9-14

Hermanos:
Oramos y pedimos sin cesar por ustedes, para que Dios les haga conocer perfectamente su voluntad, y les dé con abundancia la sabiduría y el sentido de las cosas espirituales. Así podrán comportarse de una manera digna del Señor, agradándolo en todo, fructificando en toda clase de obras buenas y progresando en el conocimiento de Dios. Fortalecidos plenamente con el poder de su gloria, adquirirán una verdadera firmeza y constancia de ánimo, y darán gracias con alegría al Padre, que nos ha hecho dignos de participar de la herencia luminosa de los santos. Porque Él nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados.

Palabra de Dios.


SALMO RESPONSORIAL  97, 2-6

R.   ¡El Señor manifestó su victoria!

El Señor manifestó su victoria,
reveló su justicia a los ojos de las naciones:
se acordó de su amor y su fidelidad
en favor del pueblo de Israel. R.

Los confines de la tierra han contemplado
el triunfo de nuestro Dios.
Aclame al Señor toda la tierra,
prorrumpan en cantos jubilosos. R.

Canten al Señor con el arpa
y al son de instrumentos musicales;
con clarines y sonidos de trompeta
aclamen al Señor, que es Rey. R.


EVANGELIO

Abandonándolo todo, lo siguieron


EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 5, 1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes».
Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes». Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador». El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón.
Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres».
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

Palabra del Señor.



Reflexión


Col. 1, 9-14. Orar por aquellos a quienes, por medio nuestro, Dios abrió al Evangelio y los hizo partícipes de su Vida, de su Luz y de su Sabiduría, nos hace conscientes de que la obra de salvación es de Dios y no nuestra. Por ese motivo nosotros no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo; su Evangelio es para nosotros la Sabiduría que Dios nos ha manifestado, para que, conociéndola y aceptándola en nuestra vida, podamos dar fruto abundante con toda clase de buenas obras, siendo, así, gratos a Dios.
Hechos partícipes del Reino de la luz, no seremos vencidos por las tinieblas, pues el Poder del Señor en nosotros nos ayudará a resistir y a perseverar en el bien, de tal forma que, cuando nos reunamos para celebrar la Acción de Gracias, vayamos con la alegría de saber que Dios ha hecho su obra en nosotros, y nos ha conservado en su amor participándonos de su Vida y de su Reino. Efectivamente, por medio del Bautismo, Él nos ha liberado del poder de las tinieblas, haciendo que, junto con su Hijo, nos levantemos de aquello que nos retenía en la muerte y lejos de su presencia; y para que, hechos hijos en el Hijo, ahora vivamos para Aquel que por nosotros murió y resucitó. Así formamos el Reino del Hijo amado de Dios.
Unidos al Señor, el Padre Dios nos contempla con el mismo amor con que contempla a su Hijo, y nos hace coherederos con Él de la misma herencia que le corresponde como a Hijo suyo.

Sal. 98 (97). En Cristo Jesús, Dios se ha levantado victorioso sobre el pecado y la muerte.
Todas las naciones son testigos del amor que Dios le ha tenido a su Pueblo Santo.
A pesar de nuestras infidelidades, Él permanece fiel, y su lealtad jamás da marcha atrás. Quienes se adhieran al Señor, aún sin pertenecer al antiguo Pueblo de Dios, podrán no sólo aclamarlo, sino participar de su victoria y, formando un único pueblo basado en la fe en Jesucristo, podrán tenerlo como su Señor y Rey. Entonces, todas las naciones podrán aclamar jubilosas al Señor eternamente.
Efectivamente Jesucristo ha derrumbado el muro que nos separaba: el odio; y nos ha unido en el amor que procede de Dios, de tal forma que ahora todos vivamos y caminemos en el amor fraterno teniendo un sólo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.
Que esta dignación con que Dios nos ha distinguido nos ayude a no seguirnos dividiendo, sino a vivir la unidad en el amor fraterno querida por Jesucristo, y que servirá como testimonio para que el mundo crea.

Lc. 5, 1-11. La Iglesia, simbolizada en la barca de Pedro, teniendo consigo a Cristo, proclama la Buena Nueva a todos, invitándolos a unirse a ella para que la salvación se haga realidad para todos.
No podemos anunciar el Nombre de Dios sin preocuparnos de atraer a todos hacia Cristo. Cuando el Señor pide a Pedro arrojar las redes al mar, lo está invitando a cumplir fielmente con la misión de hacer que la salvación, por medio del anuncio del Evangelio, que conduce a la fe en Cristo, llegue a todos los hombres sin distinción.

Esa labor no podrá hacerse al margen de Cristo. Antes que nada, la Iglesia debe saber escuchar al Señor y serle fiel. No son nuestros métodos, ni nuestras imaginaciones o investigaciones técnicas lo que le da su eficacia a la Palabra de Dios. Es el Señor quien nos salva y nos conduce para que, abandonando nuestro antiguo modo de vivir, nos convirtamos en testigos suyos por caminar tras sus huellas. Entonces el anuncio eficaz del Evangelio no será fruto de la ciencia humana, sino de nuestra experiencia personal del Señor, y del Espíritu que nos conduce a la Verdad plena.

Venimos ante el Señor trayendo todas nuestras fatigas apostólicas y humanas. Él nos precede con su cruz, con su entrega. Él nos hace saber que, a pesar de que, por serle fieles dando testimonio de Él en los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra vida, encontremos dificultades, persecuciones, e incluso la muerte, jamás debemos dar marcha atrás en la escucha fiel de su Palabra y en la puesta en práctica de la misma.

Efectivamente, nuestra fe en Cristo no puede quedarse arrinconada en actos litúrgicos. Cuando acudimos a la Celebración de la Eucaristía nos presentamos ante el Señor trayendo como ofrenda nuestra propia vida con todas nuestras ilusiones; aun cuando traemos también nuestras angustias y todo aquello que, por algún motivo, nos ha querido impulsar a dar marcha atrás en el camino recto, o en nuestra entrega en favor del bien hecho a quienes nos rodean. El Señor nos contempla con gran amor y nos invita a seguir sus huellas, sin claudicar de aquello que dará un nuevo rumbo a nuestra historia.

No importa que la noche totalmente oscura se haya cernido sobre nosotros; el Señor nos invita a que le demos espacio en la barca de nuestra propia vida para que conozcamos la Buena Nueva de su amor, y recuperemos la paz y el ánimo de seguirnos esforzando por darle sentido a nuestra vida.
Por eso el Señor nos dice: Conduce la barca mar adentro. Yo voy contigo; aprende a escuchar mi Palabra y a ponerla en práctica. La salvación no puede estar al margen de tu esfuerzo continuo por vivir conforme al Camino que yo te he indicado.
Si queremos convertirnos en pescadores de hombres; si queremos ser colaboradores para que todos encuentren el camino del amor fraterno, para que, unidos a Cristo, le demos un nuevo rumbo a nuestra existencia comprometiéndonos constantemente por erradicar de nosotros la pobreza, los encarcelados injustamente por oponerse a las propias ideas, las injusticias sociales, el pecado y el enviciarse en él, antes que nada nosotros mismos hemos de tomar las actitudes de Cristo que el mundo requiere para encontrar en nosotros un poco más de luz, de amor y de esperanza en su vida. No podemos sólo predicarles la Buena Nueva; es necesario ponernos a trabajar echando las redes y afanándonos para que ese Reino de Dios, ese mundo nuevo se abra paso entre nosotros.

A pesar de que nuestros intentos anteriores por colaborar en el bien hayan sido fallidos, ahora, con Cristo presente en nosotros, fieles a su Palabra, vayamos mar adentro; no huyamos del mundo y sus problemas; acerquémonos a todos para proclamarles el Nombre del Señor, tanto con nuestras palabras, como, sobre, todo, con nuestro propio testimonio.
Así, siendo instrumentos eficaces en las manos de Dios, nosotros seremos realmente colaboradores para que Él continúe realizando su obra salvadora entre nosotros.

Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de esforzarnos continuamente, guiados por el Espíritu Santo, para que su Reino esté en nosotros y nos ayude a vivir como hijos de un mismo Dios y Padre. Amén.

Homilía católica



Santoral: San Lorenzo Justiniano, Santa Raisa, Santos Pedro Nguyen Van Tu y José Hoang Luong Canh.


No hay comentarios:

Publicar un comentario