LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Lunes, 23 de Septiembre
de 2013
Semana 25ª
durante el año
Memoria
obligatoria – Blanco
San Pío de
Pietrelcina, Presbítero
LECTURA DEL
LIBRO DE ESDRAS 1, 1-6
En
el primer año de Ciro, rey de Persia, para que se cumpliera la palabra del
Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, rey de
Persia, y éste mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino:
«Así
habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, ha puesto en mis manos
todos los reinos de la tierra, y me ha encargado que le edifique una Casa en
Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, que su Dios lo
acompañe y suba a Jerusalén, de Judá, para reconstruir la Casa del Señor, el
Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. Que la población de cada lugar
ayude a todos los que queden de ese pueblo, en cualquier parte donde residan,
proporcionándoles plata, oro, bienes y ganado, como así también otras ofrendas
voluntarias para la Casa del Dios que está en Jerusalén».
Entonces
los jefes de familia de Judá y de Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y
todos los que se sintieron movidos por Dios, se pusieron en camino para ir a
reconstruir la Casa del Señor que está en Jerusalén.
Sus
vecinos les proporcionaron toda clase de ayuda: plata, oro, bienes, ganado y
gran cantidad de objetos preciosos, además de toda clase de ofrendas
voluntarias.
Palabra
de Dios.
SALMO
RESPONSORIAL 125, 1-6
R. ¡Grandes cosas hizo el Señor por nosotros!
Cuando
el Señor cambió la suerte de Sión,
nos
parecía que soñábamos:
nuestra
boca se llenó de risas
y
nuestros labios, de canciones. R.
Hasta
los mismos paganos decían:
«
¡El Señor hizo por ellos grandes cosas!»
¡Grandes
cosas hizo el Señor por nosotros
y
estamos rebosantes de alegría! R.
¡Cambia,
Señor, nuestra suerte
como
los torrentes del Négueb!
Los
que siembran entre lágrimas
cosecharán
entre canciones. R.
El
sembrador va llorando
cuando
esparce la semilla,
pero
vuelve cantando
cuando
trae las gavillas. R.
EVANGELIO
La
lámpara se coloca sobre un candelero, para que los que entren vean la luz.
EVANGELIO DE
NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 8, 16-18
Jesús
dijo a sus discípulos:
No
se enciende una lámpara para cubrirla con un recipiente o para ponerla debajo
de la cama, sino que se la coloca sobre un candelero, para que los que entren
vean la luz. Porque no hay nada oculto que no se descubra algún día, ni nada
secreto que no deba ser conocido y divulgado.
Presten
atención y oigan bien, porque al que tiene, se le dará, pero al que no tiene,
se le quitará hasta lo que cree tener.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Esd. 1, 1-6. Ha concluido el
destierro; hay que volver a la tierra prometida; frente a quienes retornan irán
los jefes de familia. Al igual que a su salida de Egipto, los habitantes del
lugar les entregan oro, plata, utensilios, ganado y objetos preciosos; además,
ofrendas voluntarias.
El
Rey no es castigado, sino que es movido por Dios, pues Él mismo se reconoce
siervo del Dios de Israel escuchando sus mandatos y poniéndolos en práctica. El
Rey es comparado con David y Salomón, que construyeron el Templo al Señor, y
ahora hay que aportar todo lo necesario para que dicho templo se reconstruya.
Dios,
a nosotros, por medio de Jesús, ha venido a reconstruir nuestra vida, no a
ejemplo de nuestros antiguos padres, sino como el Dios de misericordia, que nos
quiere conforme a la imagen de su propio Hijo.
Por
eso, también a nosotros, unidos a Cristo, nos corresponde reconstruir ese
templo del Señor. Y la Escritura nos dice: y ustedes son el templo de Dios. Que
nuestra vida esté firmemente edificada en Cristo; que quede adornada por las
virtudes coronadas por el amor.
Que
en verdad seamos una digna morada del Espíritu de Dios en nosotros, para que,
saliendo de nuestras esclavitudes, nos convirtamos en un signo cada vez más
claro del amor de Dios en medio de nuestros hermanos.
Sal 126 (125). Qué alegría es
volver del cautiverio; y volver trayendo todo aquello que se necesita para
reconstruir el templo de Dios. Sin embargo la obra se torna difícil y el ánimo
decae; por eso se pide a Dios que cambie la suerte de su pueblo como cambian
los torrentes del Négueb.
No
es fácil vivir constantemente comprometidos con el Señor y con su Iglesia. Los
ánimos de quienes se comprometen como colaboradores en el anuncio del
Evangelio, podrían poco a poco venirse abajo ante lo duro en que se convierte
la obra, y ante la poca respuesta de aquellos a quienes uno va en nombre de
Dios.
No
podemos bajar la guardia, dar la vuelta y dejar la obra a medio concluir. No
confiemos en nuestros débiles esfuerzos. Pongámonos en manos de Dios y, fortalecidos
por su Espíritu, seamos perseverantes en hacer el bien y en proclamar el Nombre
del Señor con la vida y con las palabras.
Roguémosle
a Dios que sea Él quien haga su obra de salvación por medio nuestro, y que nos
dé la fortaleza necesaria para que el desaliento no nos domine, aun cuando
pareciera que avanzamos demasiado lento.
Lc. 8, 16-18. El Señor ha
sembrado, en nuestros corazones, su Palabra que nos santifica. Ojalá esa
Palabra sea fecunda y produzca en nosotros abundantes frutos que no sólo los disfrutemos
nosotros, sino que otros se alimenten de ellos para que tengan vida en
abundancia.
La
vida que hemos recibido de Dios, vida que nos ha iluminado, sacándonos de
nuestras tinieblas y esterilidades, no puede ocultarse cobardemente, ni puede
vivirse como si fuera de un grupo cerrado incapaz de dar vida a los demás. El
Señor nos quiere apóstoles, capaces de llevar su vida, su salvación a todos. Él
nos envía a todo el mundo, hasta sus últimos rincones, para que el don de la
salvación que se nos ha comunicado, pueda iluminar la vida de todos los
pueblos, y puedan todos caminar a la luz del Señor, ya no como enemigos, ni
como esclavos del pecado, sino como hijos de Dios, purificados gracias a la
Sangre del Cordero inmaculado.
Quien
se convierta en mensajero de salvación recibirá en abundancia los dones que
Dios quiere hacer llegar a todos. A quien quiera llevar su vida con una piedad
personalista, pensando que mientras uno se salve no importa que los demás se
condenen, finalmente se le quitará aquello que pensaba poseer, pues sólo serán
dignos de estar junto con Cristo quienes hayan hecho de su vida un fruto que
haya alimentado a los demás, y no sólo una vida que, como la sabia que corre
oculta entre las ramas, se hubiera quedado sin hacernos saber su bondad y
sabrosura por medio de sus frutos; eso mismo pasa con quien posee al Señor y no
nos manifiesta la gran bondad y santidad que posee a través de los frutos de
que nos alimentamos mediante su trato, su preocupación por los desvalidos, y su
misericordia hacia los que han fallado.
Cristo,
Luz de las naciones, se hace presente entre nosotros con toda la fuerza
salvadora de su Pascua, mediante este Sacramento de su amor que estamos
celebrando.
Él
no sólo ilumina nuestra vida, sino que nos convierte también a nosotros en luz
de las naciones. Efectivamente, la luz de Cristo resplandece sobre el rostro de
la Iglesia. Unidos a Él, participamos de todo aquello con lo cual vino a
hacérsenos cercano. La Iglesia debe ser, ante el mundo, el sacramento, o signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género,
humano que Cristo vino a iniciar entre nosotros.
Entrar
en comunión con Cristo, mediante la participación en su Misterio Pascual, no
puede considerarse simple y sencillamente un acto de piedad personal, sino todo
un compromiso para esforzarnos, denodadamente, para que el Reino de Dios se
haga realidad entre nosotros.
La
Palabra y la Vida que Dios ha sembrado en nosotros, no es para que se quede
escondida, sino para que brote y produzca abundancia de frutos, pues el Señor
espera que no seamos como terrenos inútiles, incapaces de hacer que la vida de
Dios se haga vida nuestra, sino de que, a impulsos del Espíritu, realicemos
obras que manifiesten la bondad, la salvación, la misericordia, la paz que
Dios, por medio nuestro, sigue ofreciendo al mundo.
Es
así, dando luz, como nosotros colaboramos a la salvación de nuestros hermanos.
Es
menos pecador el que nunca ha encendido su luz en las tinieblas, que aquel que,
encendiéndola, la ha ocultado evitando que los demás sean iluminados por ella.
Creer
en Cristo y actuar como si no creyésemos en Él, tal vez nos haga del agrado del
mundo, pero no de Dios, que nos quiere colaboradores en el bien y no cómplices
de la maldad.
Iluminados
por el Señor, hechos, por Él, luz para las naciones, cobremos tal fortaleza en
Él mediante la oración y la meditación de su Palabra, que la vivamos y
testifiquemos con la fuerza de su Espíritu, de tal modo que a pesar de la
fuerza de los vientos, no nos apaguemos, sino continuemos brillando como punto
de referencia del actuar en la bondad, en la justicia, en la rectitud, en la
generosidad, en la misericordia, en el amor verdadero que necesita nuestro
mundo.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de ser, como su Hijo Jesucristo, luz que
ilumine el camino de quienes, viviendo en las tinieblas del pecado y del error,
necesitan de alguien que les ayude a encontrar el camino de la salvación, del
amor y de la paz. Amén.
Santoral:
San Constancio, San Pío de Pietrelcina, Santa Tecla, San Andrés Fournet, Beatos
Cristobal, Antonio y Juan, mártires mexicanos.
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