LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Miércoles,
25 de Septiembre de 2013
Semana
25ª durante el año
LECTURA DEL LIBRO DE ESDRAS
9,5-9
Yo,
Esdras, al llegar la hora de la ofrenda de la tarde, salí de mi abatimiento y
con la túnica y el manto rasgados, me postré de rodillas, levanté las manos al
Señor, mi Dios, y le dije: “Dios mío, de pura vergüenza no me atrevo a levantar
el rostro hacia ti, porque nuestros pecados se han multiplicado hasta cubrirnos
por completo y nuestros delitos son tan grandes, que llegan hasta el cielo.
Desde el tiempo de nuestros padres hasta el día de hoy, hemos pecado gravemente
y por nuestros pecados nos has entregado a nosotros, a nuestros reyes y a
nuestros sacerdotes en manos de reyes extranjeros, para que nos maten, nos
destierren, nos saqueen y nos insulten, como sucede al presente.
Pero
ahora, Señor, Dios nuestro, te has compadecido de nosotros un momento y nos has
dejado algunos sobrevivientes, que se han refugiado en tu lugar santo; tú, Dios
nuestro, has iluminado nuestros ojos y nos has reanimado un poco en medio de
nuestra esclavitud. Porque éramos esclavos, pero tú no nos abandonaste en
nuestra esclavitud, sino que nos granjeaste el favor de los reyes de Persia,
para que nos perdonaran la vida y pudiéramos levantar tu templo y restaurar sus
ruinas y tuviéramos, así, un refugio en Judá y en Jerusalén”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos Señor.
Salmo responsorial
Sal (Tob 13, 2-4d. 5. 8c)
R
Bendito sea el Señor para siempre.
Él
castiga y tiene compasión,
hunde
hasta el abismo
y
saca de él
y
no hay quien escape de su mano /R
Él
los dispersó a ustedes entre los paganos,
que
no lo conocen, para que les dieran a conocer sus maravillas
y
para que los hicieran comprender
que
él es el único Dios todopoderoso /R
Miren
lo que ha hecho por nosotros,
denle
gracias de todo corazón
y
con sus obras bendigan
al
rey eterno /R
Yo
le doy gracias en el país de mi destierro,
pues
anunció su grandeza a un pueblo pecador.
Conviértanse,
pecadores, obren rectamente en su presencia
y
esperen que tenga compasión de ustedes /R
Evangelio
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN
LUCAS 9,1-6
En
aquel tiempo, Jesús reunió a los Doce y les dio poder y autoridad para expulsar
toda clase de demonios y para curar enfermedades. Luego los envió a predicar el
Reino de Dios y a curar a los enfermos.
Y
les dijo: “No lleven nada para el camino: ni bastón, ni morral, ni comida, ni
dinero, ni dos túnicas. Quédense en la casa donde se alojen, hasta que se vayan
de aquel sitio. Y si en algún pueblo no los reciben, salgan de ahí y sacúdanse
el polvo de los pies en señal de acusación”. Ellos se pusieron en camino y
fueron de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio y curando en todas partes.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús
Reflexión
ESD. 9, 5-9. Esdras,
cargando con un pecado que no había cometido: casarse con alguna mujer
extrajera como lo habían hecho los sacerdotes, levitas, jefes y algunos otros
del Pueblo elegido, desobedeciendo la orden de Dios en este aspecto; ahora,
Esdras confiesa ese pecado ante Dios, como si fuera suyo; reconoce el gran amor
de Dios y su misericordia y se acoge a Aquel que se compadece de todos. Pide su
perdón y agradece el permitirles encontrar protección y refugio en su templo, e
incluso el que Judá y Jerusalén se conviertan en lugar y ciudad de refugio,
donde no les alcance la ira de Dios por su pecado.
Quienes
creemos en Cristo, en Él hemos recibido la manifestación más grande del amor
misericordioso de Dios, que vuelve su mirada, llena de compasión, hacia
nosotros y nos ofrece su perdón y su paz.
En
Cristo no sólo encontramos refugio, sino que adquirimos la dignidad de hijos de
Dios, ya que Él, cargando sobre sí nuestras miserias, nos ha dado el perdón y
nos ha hecho partícipes de su vida y de su Espíritu.
Tratemos
de no perder, a causa de nuestros pecados, nuestra unión con el Señor; sino
que, por el contrario, abandonando nuestras esclavitudes al mal llegue a
nosotros en mayor abundancia la gracia de Dios.
TOB. 13. 2. 4. 6-8. Hacia
este cántico pareciéramos remontar una buena parte del cántico de María en el
Evangelio de san Lucas. Dios ha hecho grandes cosas por nosotros, por eso hemos
de darle gracias. Más aún: estando en un país que no conoce a Dios hay que
considerar eso como una luz, que Dios enciende por medio de sus elegidos, en
favor del pueblo infiel en que los hijos de Dios viven su destierro, para
invitarlo a la conversión, a portarse rectamente, pues ¿Acaso en alguna otra
ocasión el Señor los volverá a amar como ahora que tienen entre ellos al Pueblo
elegido de Dios?
Quizá
esta sea la última oportunidad de conocer, amar y servir a Dios. Por eso no hay
que dejar que la gracia de Dios caiga en saco roto. Dios nos ha dado la última
oportunidad de salvarnos; y esto no puede ser sino en el Nombre de Jesús, por
nuestra fe en Él y por recibir el Bautismo que nos hace ser miembros de su
Cuerpo, que es la Iglesia.
No
sólo tomemos conciencia de ese amor tan grande del Señor hacia nosotros, sino
que vivamos de tal forma que en verdad le permitamos que haga a favor nuestro y
por medio nuestro grandes obras para todos los pueblos.
Que
la Iglesia sea, en el mundo, el lugar y el tiempo oportuno para que todos,
desde el más pequeño hasta el más grande, conozcan al Señor y lo amen.
Lc.
9, 1-6. No podemos considerar este envío como un simple
entrenamiento, sino como el inicio de la misión que los apóstoles llevarán
adelante de proclamar el Evangelio con poder y autoridad para expulsar toda
clase de demonios y para curar enfermedades.
El
Señor quiere a los suyos como sus colaboradores en el anuncio del Reino de
Dios. Los apóstoles harán presente al Señor hasta los últimos rincones de la
tierra. Es bueno proclamar el Nombre de Dios, su Buena Noticia de amor. Pero el
Evangelio no puede ceñirse sólo a discursos magistralmente preparados y
bellamente pronunciados. Hay que propiciar que Jesús se haga cercano a aquel
que sufre por la pobreza o enfermedad, al que vive esclavo de sus pasiones,
para que la curación de todos estos males le haga saber que el pertenecer al
Reino de Dios por creer en Cristo Jesús, hace de los creyentes personas libres
de toda influencia del mal.
El
Señor nos quiere no tanto como promotores sociales sin trascender hacia Él; ni
nos quiere como predicadores angelistas, desencarnados de la realidad. El
anuncio del Evangelio debe integrar a la persona completa, con sus aspiraciones
y con sus debilidades, para ayudarle a vivir con mayor dignidad su ser de
imagen y semejanza de Dios, más aún, su ser de hijo de Dios por su fe y por su
unión, mediante el Bautismo, a Cristo Jesús.
En
esta Eucaristía celebramos el amor de Aquel que, conociendo nuestra fragilidad,
hizo suyos nuestros dolores, cargó sobre sí nuestras miserias y nos curó con
sus llagas. Él se presentó entre nosotros no como el Dios terrible, que da
miedo contemplar y escuchar; sino con la sencillez de quien nos ama
entrañablemente y se acerca a nosotros para manifestársenos como la Buena Nueva
que el Padre Misericordioso pronuncia en favor nuestro.
Hoy
estamos en torno a Él buscando, no sólo que nos conceda algún favor, sino que
nos haga partícipes de su Vida y de su Espíritu para vivir de un modo mejor la
fe que profesamos en Él.
Unidos
al Señor Él nos envía para que proclamemos ante los demás lo misericordioso que
Él ha sido para con nosotros. Les hemos de anunciar el Nombre del Señor; y lo
hemos de hacer desde nuestra experiencia personal con el Señor y la vivencia
fiel de sus enseñanzas.
Pero
no podemos quedarnos sólo en el anuncio con los labios, sino que también
nuestras obras deben convertirse en la proclamación de la Buena Nueva de
salvación. Sólo así podremos ser testigos del Señor que se preocupan de
remediar los males tanto personales, como los que hay en el mundo.
Hay
muchas enfermedades interiores que hemos de curar en aquellos que nos rodean,
como la soledad, la tristeza, la angustia, la inseguridad, el desbordamiento de
las pasiones, la codicia, la preocupación compulsiva por los bienes temporales
y por el poder; en fin, hay tantas esclavitudes que han atado a las personas y
que requieren de nuestra atención de hermanos para ayudarlos a darle un nuevo
rumbo a su vida, y, desde su vida, a toda la historia.
Dios
quiere que no hundamos a los demás en el abismo, sino que los ayudemos a salir
de él.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir confiados en su amor; pero al mismo
tiempo vivir fieles a todo aquello que nos ha encomendado, especialmente el
proclamar su Evangelio con las obras y con las palabras, de tal forma que, en
verdad, seamos constructores de su Reino entre nosotros. Amén.
Santoral:
San Fermín, San Carlos de Sezze, Beato Germán y Beato José Benito Dusmet .
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