LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Martes, 10 de Septiembre de 2013
23ª semana del tiempo ordinario.
Cristo nos hizo revivir con El, perdonando todas nuestras faltas
LECTURA DE LA CARTA DEL
APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE
COLOSAS 2, 6-15
Hermanos:
Vivan
en Cristo Jesús, el Señor, tal como ustedes lo han recibido, arraigados y
edificados en Él, apoyándose en la fe que les fue enseñada y dando gracias
constantemente. No se dejen esclavizar por nadie con la vaciedad de una
engañosa filosofía, inspirada en tradiciones puramente humanas y en los
elementos del mundo, y no en Cristo.
Porque
el Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y ustedes
participan de esa plenitud en Cristo, que es la Cabeza de todo Principado y de
toda Potestad. En Él fueron circuncidados, no por mano de hombre, sino por una
circuncisión que los despoja del cuerpo carnal, la circuncisión de Cristo. En
el bautismo, ustedes fueron sepultados con Él, y con Él resucitaron, por la fe
en el poder de Dios que los resucitó de entre los muertos.
Ustedes
estaban muertos a causa de sus pecados y de la incircuncisión de su carne, pero
Cristo los hizo revivir con Él, perdonando todas nuestras faltas. Él canceló el
acta de condenación que nos era contraria, con todas sus cláusulas, y las hizo
desaparecer clavándolas en la cruz.
En
cuanto a los Principados y a las Potestades, los despojó y los expuso
públicamente a la burla, incorporándolos a su cortejo triunfal.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 144, 1-2. 8-11
R. ¡El Señor es bueno con todos!
Te
alabaré, Dios mío, a ti, el único Rey,
y
bendeciré tu nombre eternamente;
día
tras día te bendeciré,
y
alabaré tu Nombre sin cesar. R.
El
Señor es bondadoso y compasivo,
lento
para enojarse y de gran misericordia:
el
Señor es bueno con todos
y
tiene compasión con todas sus criaturas. R.
Que
todas tus obras te den gracias, Señor,
y
tus fieles te bendigan:
que
anuncien la gloria de tu reino
y
proclamen tu poder. R.
EVANGELIO
Pasó
toda la noche en. oración. Eligió a los que dio el nombre de apóstoles.
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR
JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 6, 12-19
Jesús
se retiró a una montaña para orar, y pasó toda la noche en oración con Dios.
Cuando
se hizo de día, llamó a sus discípulos y eligió a doce de ellos, a los que dio
el nombre de Apóstoles: Simón, a quien puso el sobrenombre de Pedro, Andrés, su
hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago, hijo de
Alfeo, Simón, llamado el Zelote, Judas, hijo de Santiago, y Judas Iscariote,
que fue el traidor.
Al
bajar con ellos se detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos
y una gran muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la
región costera de Tiro y Sidón, para escucharlo y hacerse sanar de sus
enfermedades. Los que estaban atormentados por espíritus impuros quedaban
sanos; y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza que sanaba
a todos.
Palabra
del Señor.
Reflexión
Col. 2, 6-15. Si
en verdad hemos aceptado a Jesús como Cristo y Señor, permanezcamos arraigados
y cimentados en Él. Nuestra vida debe manifestar la novedad del amor y de la
libertad de que gozamos en Cristo. En Jesús habita toda la plenitud de la
divinidad; y nosotros, bautizados en Él, participamos de esa plenitud como los
miembros de un cuerpo participan de la misma vida que tiene la cabeza.
Por
medio de Cristo nuestros pecados han sido perdonados, pues los principados y
potestades de este mundo fueron sometidos y humillados por el poder de Cristo a
la vista de todos, y sólo aquellos que rechazan a Cristo volverán a caer bajo
el dominio de las fuerzas de maldad, que se oponen al Señor.
Manifestemos
nuestra fe en el Señor siéndole fieles y celebrando continuamente la Acción de
Gracias en su honor, para que, en una continua comunión de vida con Él, seamos
fortalecidos por su Espíritu y caminemos con seguridad, dando testimonio de
nuestra fe, hasta encontrarnos, juntos, unidos plena y definitivamente con el
Señor
Sal. 145 (144). El
Señor es Rey; bendigámoslo. Él es nuestro Padre compasivo y misericordioso,
lento para enojarse y generoso para perdonar; alabémoslo y bendigamos su santo
Nombre.
El
Señor, creador de todo, nos ha contemplado a nosotros, creados a su imagen y
semejanza, y sabe que, desde nuestra adolescencia, estamos inclinados al
pecado. El Señor nos comprende y entiende; y Él, a pesar de nuestras ofensas,
quiere que, perdonados, algún día estemos con Él eternamente. Por eso ha salido
a nuestro encuentro con toda su compasión y misericordia por medio de Jesús, su
Hijo hecho uno de nosotros. En Él nos ofrece, generosamente, el perdón de
nuestros pecados. Ojalá y esta oferta de salvación no caiga, en nosotros, en
saco roto; sino que, más bien, produzca en nosotros frutos abundantes que hagan
que el amor de Dios, por medio nuestro, vaya llegando a todos los ambientes,
como la levadura, para transformarlos; y colaboremos, así, para que el Reino de
Dios en verdad esté entre nosotros con toda su fuerza salvadora y
misericordiosa.
Lc. 6, 12-19. ¿De
qué platicaría Jesús en el monte con su Padre Dios toda aquella noche, después
de la cual escogió a los doce discípulos, a los que llamó también apóstoles?
Tal vez algo intuimos cuando, al llamarlos, escoge pescadores, un recaudador de
impuestos, un fanático de la Ley; y... y un traidor, para que estén con Él y
para que, al contemplar sus obras, y al escuchar sus palabras, se preparen para
que, en el futuro, realmente sean apóstoles que no sólo proclamen el Evangelio
con sus labios, sino con sus actitudes manifestando que realmente se han
revestido de Cristo.
A
pesar de las carencias de toda esta gente, Dios les dará su Espíritu, y
entonces serán realmente sus testigos hasta los últimos rincones de la tierra.
Cuando
Jesús baja con ellos del monte, inicia la instrucción de cómo ha de ser la
forma de proceder de sus discípulos: antes que nada han de saber acoger a todos
con amor, proclamarles la Buena Nueva, curarles de sus enfermedades y
liberarlos de su esclavitud al mal. Quien haya de cumplir con esta misión debe,
antes, ser una persona de profunda oración en una auténtica intimidad de amistad
con Dios; además el discípulo, convertido en apóstol, en enviado, en misionero,
no ha de confiar en sus propias cualidades y en los métodos humanos, por muy
buenos que parezcan, sino que ha de confiar en Dios y en la fuerza del Espíritu
de Dios que Él nos ha comunicado, para que sea Él, y no nosotros, quien haga
que todos lleguemos a la verdad plena y seamos, realmente, transformados en
hijos de Dios, libres de todo aquello que nos había alejado de su presencia y
de su amor.
El
Señor nos ha convocado en esta Eucaristía para manifestarnos la plenitud del
amor de Dios, que ha hecho suya nuestra naturaleza humana.
Él
nos llama para que seamos testigos de su amor que se hace entrega hasta el
extremo, de su misericordia que se hace perdón sin importar la gravedad de
nuestras culpas. Él nos habla para invitarnos a la conversión; Él entrega su
vida para que, entrando en comunión con Él, participemos de la misma Vida que
Él recibe del Padre Dios.
Celebremos
gozosos esta Eucaristía, con un corazón limpio, y con la voluntad decidida de
seguir los caminos de Cristo y de convertirnos en testigos suyos para todos los
que caminan junto a nosotros en la vida.
Puesto
que quienes nos reunimos en la Eucaristía profesamos nuestra fe diciendo que
pertenecemos a la Iglesia apostólica de Cristo, no podemos conformarnos con
decir que del Señor recibimos la plenitud de la Vida, que Él posee recibida del
Padre, pues somos miembros de su Cuerpo, ya que Él es Cabeza de la Iglesia.
Instruidos
por el Señor, nos hemos de convertir en auténticos apóstoles de su Evangelio en
los diversos ambientes en que se desarrolle nuestra existencia, hasta los
últimos rincones del mundo. Quien no ha asumido con seriedad este compromiso;
quien sólo está en esta celebración como espectador, y no como discípulo
verdadero sino como traidor, tal vez al retornar a sus quehaceres diarios
vuelva dominado por los principados y potestades de este mundo, y, en lugar de
esforzarse por construir un mundo más justo, más fraterno, se convertirá en un
destructor del bien y de la vida.
Vayamos
como apóstoles leales al Señor para darle su verdadera dimensión a nuestra vida
y a nuestra historia; llamemos a todos a un encuentro personal con Cristo para
que seamos capaces de que nuestro mundo sea realmente un hogar de hermanos,
donde, haciendo el bien a todos, nos convirtamos en un verdadero signo del
Reino de Dios entre nosotros.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de sabernos dejar formar y guiar por el
Espíritu Santo, para que proclamemos su Nombre como auténticos testigos suyos.
Amén.
Homilía
católica
Santoral: San Nicolás de Tolentino y Beato Francisco
Garat
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