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DE SEPTIEMBRE FIESTA DEL SANTÍSIMO NOMBRE DE MARÍA
REFLEXIONES DE SAN ALFONSO
MARIA DE LIGORIO SOBRE EL SANTISIMO NOMBRE DE MARIA
1. María, nombre santo
El
augusto nombre de María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni
inventado por la mente humana o elegido por decisión humana, como sucede con
todos los demás nombres que se imponen. Este nombre fue elegido por el cielo y
se le impuso por divina disposición, como lo atestiguan san Jerónimo, san
Epifanio, san Antonino y otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice Ricardo de
San Lorenzo– salió el nombre de María”. De él salió tu excelso nombre; porque
las tres divinas personas, prosigue diciendo, te dieron ese nombre, superior a
cualquier nombre, fuera del nombre de tu Hijo, y lo enriquecieron con tan
grande poder y majestad, que al ser pronunciado tu nombre, quieren que, por
reverenciarlo, todos doblen la rodilla, en el cielo, en la tierra y en el
infierno. Pero entre otras prerrogativas que el Señor concedió al nombre de
María, veamos cuán dulce lo ha hecho para los siervos de esta santísima Señora,
tanto durante la vida como en la hora de la muerte.
2. María, nombre lleno de
dulzura
En
cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María –dice el monje
Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso san Antonio de
Papua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san Bernardo en el
nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de María”, decía
aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía para el oído
de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de Saluzzo, que al
pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura sensible tan grande,
que se relamía los labios. También se refiere que una señora en la ciudad de
colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando pronunciaba el nombre de María,
sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y, tomando el obispo la misma
costumbre, también experimentó la misma dulzura. Se lee en el Cantar de los
Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles preguntaron por tres veces:
“¿Quién es ésta que sube del desierto como columnita de humo? ¿Quién es ésta
que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién es ésta que sube del desierto
rebosando en delicias?” (Ct 3, 6; 6, 9; 8, 5). Pregunta Ricardo de San Lorenzo:
“¿Por qué los ángeles preguntan tantas veces el nombre de esta Reina?” Y él
mismo responde: “Era tan dulce para los ángeles oír pronunciar el nombre de
María, que por eso hacen tantas preguntas”.
Pero
no quiero hablar de esta dulzura sensible, porque no se concede a todos de
manera ordinaria; quiero hablar de la dulzura saludable, consuelo, amor,
alegría, confianza y fortaleza que da este nombre de María a los que lo
pronuncian con fervor.
3. María, nombre que alegra
e inspira amor
Dice
el abad Francón que, después del sagrado nombre de Jesús, el nombre de María es
tan rico de bienes, que ni en la tierra ni en el cielo resuena ningún nombre
del que las almas devotas reciban tanta gracia de esperanza y de dulzura. El
nombre de María –prosigue diciendo– contiene en sí un no sé qué de admirable,
de dulce y de divino, que cuando es conveniente para los corazones que lo aman,
produce en ellos un aroma de santa suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye
el mismo autor– consiste en que aunque lo oigan mil veces los que aman a María,
siempre les suena como nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo
pronunciar.
Hablando
también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María,
sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el
gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le
fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en
el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María
¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.Contemplando a su
buena Madre el enamorado san Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa, oh
piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan
dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame
de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más
consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo:
“Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto
más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia
de las tristezas de la vida presente”.
Tu
nombre, oh Madre de Dios –como dice san Metodio– está lleno de gracias y de
bendiciones divinas. De modo que –como dice san Buenaventura– no se puede
pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia al que devotamente lo invoca.
Búsquese un corazón empedernido lo más que se pueda imaginar y del todo
desesperado; si éste te nombra, oh benignísima Virgen, es tal el poder de tu
nombre –dice el Idiota– que él ablandará su dureza, porque eres la que conforta
a los pecadores con la esperanza del perdón y de la gracia. Tu dulcísimo nombre
–le dice san Ambrosio– es ungüento perfumado con aroma de gracia divina. Y el
santo le ruega a la Madre de Dios diciéndole: “Descienda a lo íntimo de
nuestras almas este ungüento de salvación”. Que es como decir: Haz Señora, que
nos acordemos de nombrarte con frecuencia, llenos de amor y confianza, ya que
nombrarte así es señal o de que ya se posee la gracia de Dios, o de que pronto
se ha de recobrar.
Sí,
porque recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone en camino de
salvación al que de él se había apartado, y conforta a los pecadores para que
no se entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de Sajonia. Y dice el
P. Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha aportado al mundo el
remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su nombre santísimo
compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a los pecadores.
4. María, nombre que da
fortaleza
Por
eso, en los Sagrados cantares, el santo nombre de María es comparado al óleo:
“Como aceite derramado es tu nombre” (Ct 1, 2). Comenta así este pasaje el B.
Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado porque, así como el
aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta la lámpara, así
también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el corazón y lo
inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo anima a los
pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará para
curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no ceda al
instante ante el poder del nombre de María”.
Por
el contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de tal manera a la
Reina del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de
fuego que los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida, que no hay
pecador tan frío en el divino amor, que invocando su santo nombre con propósito
de convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al instante. Y otra
vez le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y pavor a su nombre
que en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que tenían
aprisionada entre sus garras.
Y
así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír invocar el
nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden numerosos los
ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan.
Atestigua
san Germán que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el
nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se
conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de
la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre, añade
Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en que se verán libres de la
muerte eterna, los pecadores que en él se refugien; por muy perdidos que
hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y salvados.
Torre
defensiva que no sólo libra a los pecadores del castigo, sino que defiende
también a los justos de los asaltos del infierno. Así lo asegura el mismo
Ricardo, que después del nombre de Jesús, no hay nombre que tanto ayude y que
tanto sirva para la salvación de los hombres, como este incomparable nombre de
María. Es cosa sabida y lo experimentan a diario los devotos de María, que este
nombre formidable da fuerza para vencer todas las tentaciones contra la
castidad. Reflexiona el mismo autor considerando las palabras del Evangelio: “Y
el nombre de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice que estos dos nombres de
María y de Virgen los pone el Evangelista juntos, para que entendamos que el
nombre de esta Virgen purísima no está nunca disociado de la castidad. Y añade
san Pedro Crisólogo, que el nombre de María es indicio de castidad; queriendo
decir que quien duda si habrá pecado en las tentaciones impuras, si recuerda
haber invocado el nombre de María, tiene una señal cierta de no haber
quebrantado la castidad.
5. María, nombre de
bendición
Así
que, aprovechemos siempre el hermoso consejo de san Bernardo: “En los peligros,
en las angustias, en las dudas, invoca a María. Que no se te caiga de los
labios, que no se te quite del corazón”. En todos los peligros de perder la
gracia divina, pensemos en María, invoquemos a María junto con el nombre de
Jesús, que siempre han de ir estos nombres inseparablemente unidos. No se
aparten jamás de nuestro corazón y de nuestros labios estos nombres tan dulces
y poderosos, porque estos nombres nos darán la fuerza para no ceder nunca jamás
ante las tentaciones y para vencerlas todas. Son maravillosas las gracias
prometidas por Jesucristo a los devotos del nombre de María, como lo dio a
entender a santa Brígida hablando con su Madre santísima, revelándole que quien
invoque el nombre de María con confianza y propósito de la enmienda, recibirá
estas gracias especiales: un perfecto dolor de sus pecados, expiarlos cual
conviene, la fortaleza para alcanzar la perfección y al fin la gloria del
paraíso. Porque, añadió el divino Salvador, son para mí tan dulces y queridas
tus palabras, oh María, que no puedo negarte lo que me pides.
En
suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la llave que abre la
puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso tiene razón san
Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la invocan”, como si
fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la salvación eterna.
También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y dulce nombre lleva
a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una gloria sublime en la
otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis, hermanos míos, ser
consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María, invocad a María,
obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María, llorad con María,
caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente desead vivir y morir
con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante en los caminos del
Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo ciertamente
atenderá a la Madre”.
6. María, nombre consolador
Muy
dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo nombre de María, por
las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitos. Pero más consolador les
resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte que les
otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que asistieran a
un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de María, dando como
razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en la hora de
la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al enfermo en
todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo de Lelis, recomendaba muy
encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos con frecuencia a
invocar los nombres de Jesús y de María como él mismo siempre lo había
practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la muerte,
como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los nombres, tan
amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que le
escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes, con
los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos nombres de Jesús
y de María, expiró el santo con una paz celestial. Y es que esta breve oración,
la de invocar los nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis, cuanto es
fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte para proteger
al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación.
7. María, nombre de
buenaventura
¡Dichoso
–decía san Buenaventura– el que ama tu dulce nombre, oh Madre de Dios! Es tan
glorioso y admirable tu nombre, que todos los que se acuerdan de invocarlo en
la hora de la muerte, no temen los asaltos de todo el infierno.
Quién
tuviera la dicha de morir como murió fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que
expiró cantando: “Oh María, oh María, la criatura más hermosa; quiero ir al
cielo en tu compañía”. O como murió el B. Enrique, cisterciense, del que
cuentan los anales de su Orden que murió pronunciando el dulcísimo nombre de
María.
Roguemos
pues, mi devoto lector, roguemos a Dios nos conceda esta gracia, que en la hora
de la muerte, la última palabra que pronunciemos sea el nombre de María, como
lo deseaba y pedía san Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte segura, si está
protegida y acompañada con este nombre salvador que Dios concede que lo
pronuncien los que se salvan! ¡Oh mi dulce Madre y Señora, te amo con todo mi
corazón! Y porque te amo, amo también tu santo nombre. Propongo y espero con tu
ayuda invocarlo siempre durante la vida y en la hora de la muerte. Concluyamos
con esta tierna plegaria de san Buenaventura: “Para gloria de tu nombre, cuando
mi alma esté para salir de este mundo, ven tú misma a mi encuentro, Señora
benditísima, y recíbela”. No desdeñes, oh María –sigamos rezando con el santo–
de venir a consolarme con tu dulce presencia. Sé mi escala y camino del
paraíso. Concédele la gracia del perdón y del descanso eterno. Y termina el
santo diciendo: “Oh María, abogada nuestra, a ti te corresponde defender a tus
devotos y tomar a tu cuidado su causa ante el tribunal de Jesucristo”.
San Alfonso María de Ligorio de su libro "Las glorias de María"
Fuente: ACI prensa
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