LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
VIERNES
29 DE AGOSTO DE 2014
TIEMPO
ORDINARIO A. SEMANA 21
El
Martirio de San Juan Bautista
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Cfr. Sal 118, 46-47)
Sin
temor alguno he expuesto tu ley ante los reyes y he repetido tus preceptos porque
en verdad los amo.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, tú que quisiste que san Juan Bautista fuera el Precursor del
nacimiento y de la muerte de tu Hijo, concédenos que, así como él dio la vida
como testigo de la verdad y la justicia, también nosotros luchemos con valentía
en la afirmación de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive
y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los
siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
Predicamos a Cristo
crucificado, escándalo para los hombres, pero sabiduría de Dios para los
llamados.
DE LA PRIMERA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS: 1, 17-25
Hermanos:
No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y eso, no con
sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. En efecto, la
predicación de la cruz es una locura para los que van por el camino de la
perdición; en cambio, para los que van por el camino de la salvación, para
nosotros, es fuerza de Dios. Por eso dice la Escritura: Anularé la sabiduría de
los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.
¿Acaso
hay entre ustedes algún sabio, algún erudito, algún filósofo? ¿Acaso no ha
demostrado Dios que tiene por locura la sabiduría de este mundo? En efecto,
puesto que mediante su propia sabiduría, el mundo no reconoció a Dios en las
obras de su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la
predicación de la locura del Evangelio.
Por
su parte, los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría.
Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos
y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos,
Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más
sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que
la fuerza de los hombres.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 32
R/.
El amor del Señor llena la tierra.
Que
los justos aclamen al Señor; es propio de los justos alabarlo. Demos gracias a
Dios al son del arpa, que la lira acompañe nuestros cantos. R/.
Sincera
es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y
el derecho, la tierra llena está de sus bondades. R/.
Frustra
el Señor los planes de los pueblos y hace que se malogren sus designios. Los
proyectos de Dios duran por siempre, los planes de su amor, todos los siglos.
R/.
ACLAMACIÓN
(Mt 5, 1o) R/. Aleluya, aleluya.
Dichosos
los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
cielos, dice el Señor. R/.
Quiero que me des
ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN MARCOS: 6, 17-29
En
aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la
cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías,
mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer
de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no
acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un
hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba
desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por
su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente
principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a
Herodes y a los convidados.
El
rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y
le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella
salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La
madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró
ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora
mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El
rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso
desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan.
Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a
la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos,
fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Por
estos dones que te presentamos, concédenos, Señor, seguir rectamente tus
caminos, como enseñó san Juan Bautista, la voz que clama en el desierto, y
confirmó valerosamente derramando su sangre. Por Jesucristo, nuestro Señor.
PREFACIO
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre
y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo,
Señor nuestro.
Porque
en la persona de su Precursor, Juan el Bautista, alabamos tu magnificencia, ya
que lo consagraste con el más grande honor entre todos los nacidos de mujer.
Al
que fuera, en su nacimiento, ocasión de gran júbilo, y aun antes de nacer
saltara de gozo ante la llegada de la salvación humana, le fue dado, sólo a él
entre todos los profetas, presentar al Cordero que quita el pecado del mundo.
Y
en favor de quienes habrían de ser santificados, lavó en agua viva al mismo
autor del bautismo, y mereció ofrecerle el supremo testimonio de su sangre. Por
eso, unidos a los ángeles, te alabamos continuamente en la tierra, proclamando
tu grandeza sin cesar: Santo, Santo, Santo.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Cfr. Jn 3, 27. 30)
Refiriéndose
a Jesús, Juan Bautista decía a sus discípulos: Es necesario que Él crezca y que
yo venga a menos.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Al
celebrar el martirio de san Juan Bautista, concédenos, Señor, venerar el
misterio de los sacramentos de salvación que hemos recibido y alegrarnos por
sus frutos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
HOMILIA
Fr. Nelson Medina,
O.P
1. La palabra mártir
1.1
Precioso este día de nuestra liturgia para reflexionar juntos sobre el sentido
y la grandeza del martirio cristiano.
Hemos transcrito aquí breves apartes del comienzo de la obra "10 lecciones sobre el
martirio", de Paul Allard, que se halla disponible en la página de Catholic.net. Lo que sigue es
tomado de ahí. El martirio, entendido
según su estricta significación etimológica [testimonio], no se conoció
antes del cristianismo. No hay mártires
en la historia de la filosofía: "Nadie -escribe San Justino- creyó en Sócrates hasta el extremo
de dar la vida por su doctrina" (II
Apología 10). Tampoco el paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que,
con sufrimientos y muerte voluntariamente
aceptados, diera testimonio de la verdad de
las religiones paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron
fanáticos, como los galos, que se hacían
incisiones en los brazos y hasta se mutilaban
lamentablemente en honor de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar
en ocasiones al suicidio, como entre
aquellos de la India que, buscando ser aplastados por su ídolo, se arrojaban bajo las ruedas de
su carro. Pero éstos y otros arrebatos
religiosos salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable,
reflexiva, razonada de un hecho o de una
doctrina.
1.2
El martirio, sin duda, quedó ya esbozado en la antigua Alianza, en figuras admirables, como las de los tres jóvenes
castigados en Babilonia a la hoguera,
Daniel en el foso de los leones, los siete hermanos Macabeos, inmolados
con su madre... Pero el judío se dejaba
matar antes que romper su fidelidad a la religión que era privilegio de su raza, mientras que
el cristiano acepta morir para probar la
divinidad de una religión que debe llegar a ser la de todos los hombres
y todos los pueblos.
1.3
Y ése es, precisamente, el significado de la palabra mártir: testigo, que
afirma un testimonio de máxima certeza,
dando su propia vida por aquello que afirma. La
palabra misma, con toda la fuerza de su significación, no se halla antes
del cristianismo; tampoco en el Antiguo
Testamento. Es preciso llegar a Jesucristo para
encontrar el pensamiento, la voluntad declarada de hacer de los hombres
testigos y como fiadores de una
religión.
1.4
"Vosotros -dijo Jesús- seréis testigos (mártires) de estas cosas" (Lc
24,48). Más aún: "Vosotros seréis
mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los últimos confines de la tierra" (Hch 1,8). Y los
Apóstoles aceptan esta misión con todas sus
consecuencias.
1.5
Así San Pedro, para sustituir a Judas, el traidor, declara: "Es necesario
que entre los hombres que nos han
acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió con nosotros... haya uno que con nosotros sea
testigo de la resurrección" (Hch
1,22). Y en su primer discurso después de Pentecostés: "Dios ha
resucitado a Jesucristo, y de ello somos
testigos todos nosotros" (2,32). Y con Juan, ante el Sanedrín: "Nosotros somos testigos de
estas cosas... y con nosotros el Espíritu
Santo que Dios ha dado a todos aquellos que le obedecen" (5,32.41).
Otra vez, después de azotados, salen del
Consejo "felices de haber sido hallados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús"
(5,41). Y al fin de su vida, escribiendo a
las iglesias de Asia, Pedro persiste en el mismo lenguaje: "Yo
exhorto a los ancianos que hay entre
vosotros, yo que también soy anciano y testigo de los padecimientos de Cristo"... (1Pe
5,1).
1.6
Así pues, el significado primero de la palabra mártir es el de testigos
oculares de la vida, de la muerte y de
la resurrección de Cristo, encargados de afirmar ante el mundo estos hechos con su palabra. Desde
el primer día este testimonio se dio en
el sufrimiento y, como hemos visto, en la alegría de padecer por Cristo. Enseguida, después de estas primeras pruebas,
vino el sacrificio de la misma vida,
como testimonio supremo de la palabra.
1.7
Ya Jesucristo lo había predicho a los Apóstoles: "Seréis entregados a
los tribunales, y azotados con varas en
las sinagogas, y compareceréis ante los
gobernadores y reyes por mi causa, y así seréis mis testigos en medio de
ellos" (Mc 13,9; +Mt 10,17-18; Lc
21,12-13).
1.8
Al mismo tiempo, les asegura su asistencia: "Cuando os hagan comparecer
ante los jueces, no os preocupéis de lo
que habréis de decir, sino decid lo que en aquel momento os será dado, porque no sois vosotros
los que tenéis que hablar, sino el
Espíritu Santo... El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el
padre al hijo; los hijos se levantarán
contra sus padres y los harán morir; y vosotros seréis odiados por todos a causa de mi nombre. Pero
el que persevere hasta el fin se
salvará" (Mc 13,11-13; +Mt 10,19-20; Lc 12,11-12; 16-17).
1.9
Cuando los cristianos pudieron comprender por los acontecimientos la fuerza
de estas palabras de su Maestro, se
consideró la muerte gloriosa de sus más antiguos y fieles discípulos como el coronamiento de
su testimonio. Desde entonces, muerte y
testimonio quedaron entre sí definitivamente asociados.
1.10
Antes, pues, de finalizar la edad apostólica, la palabra mártir adquiere ya
su significado preciso y claro, y se
aplicará a aquel que no solo de palabra, sino
también con su sangre, ha confesado a Jesucristo.
1.11
Pero ya en ese mismo tiempo se extiende también su significado a quienes podrían decirse testigos de segundo grado, a
aquellos "bienaventurados que
creyeron sin haber visto" (Jn 20,29), y que, habiendo creído así,
testificaron su fe con su sangre.
1.12
San Juan, concretamente, a fines del siglo I, emplea la palabra mártir en
dos ocasiones con este sentido. En el
mensaje que dirige a la iglesia de Pérgamo,
hablando en el nombre del Señor, menciona a "Antipas, mi fiel
testigo, que ha sido entregado a la
muerte entre vosotros, allí donde Satanás habita" (Ap 2,13). Alude a un cristiano martirizado por los paganos en
tiempos de Nerón. Y en otro pasaje,
cuando se alza ante el apóstol vidente el quinto sello del libro
misterioso, alcanza a ver "debajo
del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de Dios y del testimonio que habían
dado" (6,9).
1.13
Y no será la primera generación cristiana de creyentes la única en dar
este testimonio. La historia de los
mártires no había hecho entonces sino comenzar.
2. Relación entre
predicación del Evangelio y martirio
2.1
Durante tres siglos esta historia continuará en las regiones sometidas al Imperio Romano. Más aún, cuando a comienzos
del siglo IV un emperador [Constantino]
establezca la paz religiosa, no habrá terminado con eso para el cristianismo la era sangrienta. Otras
regiones, otros pueblos "sentados a la sombra de la muerte" (Lc 1,79), ofrecerán cada
día nuevos campos para el apostolado y el
martirio. Los Anales de la Propagación de la Fe serán continuación
natural de las Actas de los
Mártires.
2.2
Pero cuando éstas se cierran, en tiempos de Constantino, el cristianismo
ha conquistado ya pacíficamente toda la
cuenca del Mediterráneo gobernada por el
espíritu de Grecia y por las leyes de Roma. Mientras tanto, la sangre de
los mártires no habrá sido derramada
ocasionalmente o gota a gota: habrá corrido en torrentes durante persecuciones numerosas, metódicas,
encarnizadas. El edicto de paz fue,
pues, la confesión solemne de la impotencia de la soberanía pagana
contra el cristianismo. La historia de
los mártires, del siglo I al IV, forma, por tanto, un todo completo y suficiente, fecundo en
conclusiones, y que será el objeto de nuestro
estudio.
2.3
El martirio siguió naturalmente la ruta del cristianismo. Sólo hubo mártires
allí donde habían llegado los
misioneros. Por eso, antes de presentar a los cristianos que murieron por su fe, es preciso conocer
cuáles eran las regiones donde había
cristianos. Una rápida mirada a la historia de la Iglesia primitiva nos
muestra mártires en casi todas las
regiones. Parece como si el cristianismo se hubiera extendido por todo el mundo de repente. Y
esta impresión es verdadera, al menos en
parte; pero hay que precisarla más.
2.4
Para conocer bien la historia de los mártires es preciso, pues, señalar
primero las etapas de las misiones. El
mismo Señor nos sugiere este método, cuando antes de anunciar las persecuciones, asegura que
"es necesario primero que el Evangelio
sea predicado a todas las naciones" (Mc 13,10). Porque entre
predicación y martirio hay relación de
causa y efecto.
(Homiletica
org / Fr. Nelson Medina, O.P)
REFLEXIÓN
Hoy
conmemoramos el martirio de San Juan Bautista. El evangelio describe cómo murió
el Bautista, sin proceso, durante un banquete, víctima de la prepotencia y de
la corrupción de Herodes y de su corte.• Marcos 6,17-20. La causa de la prisión
y del asesinato de Juan. Herodes era un empleado del imperio romano. Quien mandaba
en Palestina, desde el año 63 antes de Cristo, era César, el imperador de Roma.
Herodes, para no ser depuesto, trataba de agradar a Roma en todo. Insistía
sobre todo en una administración eficiente que diera lucro al Imperio y a él
mismo.
La preocupación de Herodes era su propia promoción y seguridad. Por esto,
reprimía cualquier tipo de subversión. A él le gustaba ser llamado bienhechor
del pueblo, pero en realidad
era
un tirano (cf. Lc 22,25). Flavio José, un escritor de aquel época, informa que
el motivo de la prisión de Juan Bautista era el miedo que Herodes tenía a un
levantamiento popular. La denuncia de Juan Bautista contra la moral depravada
de Herodes (Mc 6,18), fue la gota que hizo desbordar el vaso, y Juan fue
llevado a la cárcel.
Marcos
6,21-29: La trama del asesinado. Aniversario y banquete de fiesta, con danzas y orgías. Era
un ambiente en que los poderosos del reino se reunían y en el cual se hacían las
alianzas. La fiesta contaba con una presencia “de los grandes de la corte y de
las personas importantes de Galilea”. En este ambiente se trama el asunto de
Juan Bautista. Juan, el profeta, era una denuncia viva de ese sistema
corrompido. Por eso fue eliminado bajo pretexto de un problema de venganza personal.
T Todo
esto revela la debilidad moral de Herodes.
Tanto
poder acumulado en mano de un hombre sin control de sí. En el entusiasmo de la
fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento liviano a una joven bailarina.
Supersticioso como era, pensaba que tenía que mantener el juramento. Para Herodes,
la vida de los súbditos no valía nada. Disponía de ellos como de la posición de
las sillas en su sala. Marcos cuenta el hecho tal y cual y deja a las
comunidades y a nosotros la tarea de sacar conclusiones.
•
Pero entre líneas, el evangelio de hoy trae muchas informaciones sobre el
tiempo en que Jesús vivió y sobre la manera en qué era ejercido el poder por
los poderosos de la época. Galilea, tierra de Jesús, era gobernada por Herodes Antipas,
hijo del rey Herodes, el Grande, desde el 4 antes de Cristo hasta el 39 después
de Cristo. En todo ¡43 años! Durante todo el tiempo en que Jesús vivió, no hubo
mudanza en el gobierno en Galilea. Herodes era dueño absoluto de todo, no daba
cuenta a nadie, hacía lo que le pasaba por la cabeza. ¡Prepotencia, falta de
ética, poder absoluto, sin control por parte de la gente!
•
Herodes construyó una nueva capital, llamada Tiberíades. Sefforis, la antigua
capital, había sido destruida por los romanos en represalia por un
levantamiento popular. Esto aconteció cuando Jesús tenía quizás siete años.
Tiberíades, la nueva capital, fue inaugurada trece años más tarde, cuando Jesús
tenía 20 años. Era llamada así para agradar a Tiberio, el emperador de Roma.
Tiberíades era un lugar extraño en Galiela. Allí vivían el rey, “los grandes,
los generales y los magnates de Galilea” (Mc 6,21). Allá moraban los dueños de las
tierras, los soldados, los policías, los jueces muchas veces insensibles (Lc
18,1-4). Hacia allí se llevaban los impuestos y el producto de la gente. Era
allí donde Herodes hacia sus orgías de muerte (Mc 6,21-29). No consta en los
evangelios que Jesús hubiese entrado en la ciudad.
A
lo largo de aquellos 43 años de gobierno de Herodes, se crió toda una clase de
funcionarios fieles al proyecto del rey: escribas, comerciantes, dueños de
tierras, fiscales del mercado, publicanos y recaudadores de impuestos, promotores,
jefes locales. La mayor parte de este personal moraba en la capital, gozando de
los privilegios que Herodes ofrecía, por ejemplo, exención de impuestos. La
otra parte vivía en las aldeas. En cada aldea o ciudad había un grupo de personas
que apoyaban al gobierno. Varios escribas y fariseos estaban ligados al sistema
y a la política del gobierno. En los evangelios, los fariseos aparecen junto
con los herodianos (Mc
3,6;
8,15; 12,13), lo cual refleja la alianza que existía entre el poder religioso y
el poder civil. La vida de la gente en las aldeas de Galilea era muy
controlada, tanto por el gobierno como por la religión. Era necesario tener
mucho valor para comenzar algo nuevo, como hicieron Juan y Jesús. Era lo mismo
que atraer sobre sí la rabia de los privilegiados, tanto del poder religioso
como del poder civil, tanto a nivel local como estatal.
(Homiletica
org / Carmelitas)
REFLEXIÓN
Mc.
6, 17-29: Jesús, rechazado por sus paisanos, se va a los pueblos de alrededor
para continuar con la proclamación de la Buena Noticia. Entonces envía a sus
apóstoles de dos en dos con el mismo poder que Él ha recibido del Padre. El
enviado, finalmente se convierte en Aquel que le envía; por eso, quien rechaza
al enviado, está rechazando al que lo envió. Si a Jesús lo persiguieron hasta
asesinarlo, el enviado ha de aceptar con valentía, firmeza y lealtad también
ese riesgo, sin diluir, ni acomodar la misión recibida para eludir las
consecuencias que podrían venírsele por cumplir con lo que Dios le ha confiado.
El
asesinato de Juan el Bautista, profeta nada endeble aún en el llamado que hace
al mismo rey Herodes a reconocer sus errores y a convertirse, preanuncia a los
apóstoles y a todos los fieles testigos del Señor lo que puede sucederles a
causa de su fidelidad a Él. Jesús nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y
a seguirlo. Él sabe que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; y
que esa vida es vida eterna, glorificados como hijos amados junto a Dios.
¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué significa en nuestra vida? Ojalá y no lo
confundamos con un fantasma, ni con la encarnación de algún antepasado. Jesús,
glorificado junto al Padre, continúa entre nosotros con su amor, con su
misericordia, con su entrega, por medio de su Iglesia que lo hace presente en
la historia. Él nos envía para que, en su Nombre, hagamos cercana su salvación
a todas las naciones en todos los tiempos.
Ojalá
y no nos acobardemos ante lo que pueda sucedernos si proclamamos su Nombre sin
acomodos, sino con fidelidad, porque, finalmente, la gloria que nos espera
supera nuestros sufrimientos que hayamos de pasar por anunciar el Evangelio con
todas sus consecuencias.. Jesús no se ha quedado en vana palabrería. En esta
Eucaristía celebramos el testimonio de su amor por nosotros que ha llegado
hasta el extremo. Su muerte, clavado en la cruz, a la par que nos hace
comprender la aceptación voluntaria de la entrega de su vida por nosotros, nos
recuerda hasta dónde puede llegar la obcecación de aquellos que se cierran a la
verdad y al amor, persiguiendo y acabando con la vida de quien sólo pasó
haciendo el bien, pero que se convirtió en un firme reproche a las actitudes de
quienes no quisieron aceptar sus propios errores para darle un nuevo rumbo a su
vida.
El
Señor nos invita a hacer nuestra su vida y su misión, sin temores ante lo que
podría esperarnos. Él nos dice: En el mundo tendrán tribulaciones; pero, ánimo,
no tengan miedo; yo he vencido al mundo Quienes participamos de esta
Eucaristía, voluntariamente aceptamos como nuestra la misma Misión del Señor
con quien entramos en comunión; y aceptamos, también voluntariamente, todas las
consecuencias que nos vengan por vivir y proclamar su Evangelio siendo fieles a
Aquel que nos lo ha confiado. Nadie nos quita la vida, nosotros estamos
dispuestos a entregarla, si es preciso, como el resultado de nuestra fidelidad
a Dios, que nos envía; y de fidelidad a aquellos a quienes hemos enviados para
conducirlos a un encuentro personal y comprometido con el Señor.
Tratemos
de no ser nosotros mismos los que nos convirtamos en quienes quitan la vida a
los demás, por pagarles un salario de hambre, por corromperles la vida, por
robarles la paz y la alegría y sumirlos en la incertidumbre y la tristeza. No
queramos quedar bien ante los demás; no queramos conservar nuestra vida y
nuestro poder a base de hacer caer la cabeza de los demás. Si el Espíritu del
Señor está realmente en nosotros, pasemos haciendo el bien y no el mal;
trabajemos por la justicia, el amor y la paz; seamos congruentes con aquello
que decimos profesar; seamos constructores de un mundo nuevo donde reine el
amor fraterno y donde todos vivamos unidos en torno a un sólo Dios y Padre.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber pronunciar un sí
comprometido al amor que Él nos ofrece, y al amor que quiere confiarnos para
hacerlo reinar en el mundo, aun cuando en eso se nos vaya la vida, sabiendo
que, finalmente, la alegría y la paz junto a Dios serán para nosotros la vida
eterna, que ya nadie jamás podrá arrebatarnos. Amén.
(Homilía
católica)
Santos
San Zaqueo, laico. Beata Beatriz de Nazaret, religiosa.
Memoria (Rojo)
No hay comentarios:
Publicar un comentario