viernes, 29 de agosto de 2014

VIERNES 29 DE AGOSTO DE 2014. LECTURAS DE LA EUCARISTÍA.


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
VIERNES 29 DE AGOSTO DE 2014
TIEMPO ORDINARIO  A. SEMANA 21
El Martirio de San Juan Bautista

ANTÍFONA DE ENTRADA (Cfr. Sal 118, 46-47)
Sin temor alguno he expuesto tu ley ante los reyes y he repetido tus preceptos porque en verdad los amo.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, tú que quisiste que san Juan Bautista fuera el Precursor del nacimiento y de la muerte de tu Hijo, concédenos que, así como él dio la vida como testigo de la verdad y la justicia, también nosotros luchemos con valentía en la afirmación de tu verdad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los hombres, pero sabiduría de Dios para los llamados.

DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS: 1, 17-25

Hermanos: No me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio, y eso, no con sabiduría de palabras, para no hacer ineficaz la cruz de Cristo. En efecto, la predicación de la cruz es una locura para los que van por el camino de la perdición; en cambio, para los que van por el camino de la salvación, para nosotros, es fuerza de Dios. Por eso dice la Escritura: Anularé la sabiduría de los sabios e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.
¿Acaso hay entre ustedes algún sabio, algún erudito, algún filósofo? ¿Acaso no ha demostrado Dios que tiene por locura la sabiduría de este mundo? En efecto, puesto que mediante su propia sabiduría, el mundo no reconoció a Dios en las obras de su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la predicación de la locura del Evangelio.
Por su parte, los judíos exigen señales milagrosas y los paganos piden sabiduría. Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos; en cambio, para los llamados, sean judíos o paganos, Cristo es la fuerza y la sabiduría de Dios. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fuerza de los hombres.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 32
R/. El amor del Señor llena la tierra.

Que los justos aclamen al Señor; es propio de los justos alabarlo. Demos gracias a Dios al son del arpa, que la lira acompañe nuestros cantos. R/.

Sincera es la palabra del Señor y todas sus acciones son leales. Él ama la justicia y el derecho, la tierra llena está de sus bondades. R/.

Frustra el Señor los planes de los pueblos y hace que se malogren sus designios. Los proyectos de Dios duran por siempre, los planes de su amor, todos los siglos. R/.

ACLAMACIÓN (Mt 5, 1o) R/. Aleluya, aleluya.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos, dice el Señor. R/.




Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 6, 17-29

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel, encadenado. El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener la mujer de su hermano. Herodías aborrecía a Juan y quería quitarlo de en medio; no acababa de conseguirlo, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre honrado y santo, y lo defendía. Cuando lo escuchaba, quedaba desconcertado, y lo escuchaba con gusto. La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados.
El rey le dijo a la joven: «Pídeme lo que quieras, que te lo doy.»
Y le juró: «Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino.»
Ella salió a preguntarle a su madre: «¿Qué le pido?»
La madre le contestó: «La cabeza de Juan, el Bautista.»
Entró ella en seguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista.»
El rey se puso muy triste; pero, por el juramento y los convidados, no quiso desairarla. En seguida le mandó a un verdugo que trajese la cabeza de Juan. Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre. Al enterarse sus discípulos, fueron a recoger el cadáver y lo enterraron.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS

Por estos dones que te presentamos, concédenos, Señor, seguir rectamente tus caminos, como enseñó san Juan Bautista, la voz que clama en el desierto, y confirmó valerosamente derramando su sangre. Por Jesucristo, nuestro Señor.

PREFACIO

En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
Porque en la persona de su Precursor, Juan el Bautista, alabamos tu magnificencia, ya que lo consagraste con el más grande honor entre todos los nacidos de mujer.
Al que fuera, en su nacimiento, ocasión de gran júbilo, y aun antes de nacer saltara de gozo ante la llegada de la salvación humana, le fue dado, sólo a él entre todos los profetas, presentar al Cordero que quita el pecado del mundo.
Y en favor de quienes habrían de ser santificados, lavó en agua viva al mismo autor del bautismo, y mereció ofrecerle el supremo testimonio de su sangre. Por eso, unidos a los ángeles, te alabamos continuamente en la tierra, proclamando tu grandeza sin cesar: Santo, Santo, Santo.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Jn 3, 27. 30)
Refiriéndose a Jesús, Juan Bautista decía a sus discípulos: Es necesario que Él crezca y que yo venga a menos.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Al celebrar el martirio de san Juan Bautista, concédenos, Señor, venerar el misterio de los sacramentos de salvación que hemos recibido y alegrarnos por sus frutos. Por Jesucristo, nuestro Señor.


HOMILIA
Fr. Nelson Medina, O.P

1. La palabra mártir

1.1 Precioso este día de nuestra liturgia para reflexionar juntos sobre el sentido y la  grandeza del martirio cristiano. Hemos transcrito aquí breves apartes del comienzo  de la obra "10 lecciones sobre el martirio", de Paul Allard, que se halla disponible en  la página de Catholic.net. Lo que sigue es tomado de ahí. El martirio, entendido  según su estricta significación etimológica [testimonio], no se conoció antes del  cristianismo. No hay mártires en la historia de la filosofía: "Nadie -escribe San  Justino- creyó en Sócrates hasta el extremo de dar la vida por su doctrina" (II  Apología 10). Tampoco el paganismo tuvo mártires. Nunca hubo nadie que, con  sufrimientos y muerte voluntariamente aceptados, diera testimonio de la verdad de  las religiones paganas. Los cultos paganos, a lo más, produjeron fanáticos, como  los galos, que se hacían incisiones en los brazos y hasta se mutilaban  lamentablemente en honor de Cibeles. El entusiasmo religioso pudo llevar en  ocasiones al suicidio, como entre aquellos de la India que, buscando ser aplastados  por su ídolo, se arrojaban bajo las ruedas de su carro. Pero éstos y otros arrebatos  religiosos salvajes nada tienen que ver con la afirmación inquebrantable, reflexiva,  razonada de un hecho o de una doctrina. 

1.2 El martirio, sin duda, quedó ya esbozado en la antigua Alianza, en figuras  admirables, como las de los tres jóvenes castigados en Babilonia a la hoguera,  Daniel en el foso de los leones, los siete hermanos Macabeos, inmolados con su  madre... Pero el judío se dejaba matar antes que romper su fidelidad a la religión  que era privilegio de su raza, mientras que el cristiano acepta morir para probar la  divinidad de una religión que debe llegar a ser la de todos los hombres y todos los  pueblos. 

1.3 Y ése es, precisamente, el significado de la palabra mártir: testigo, que afirma  un testimonio de máxima certeza, dando su propia vida por aquello que afirma. La  palabra misma, con toda la fuerza de su significación, no se halla antes del  cristianismo; tampoco en el Antiguo Testamento. Es preciso llegar a Jesucristo para  encontrar el pensamiento, la voluntad declarada de hacer de los hombres testigos y  como fiadores de una religión. 

1.4 "Vosotros -dijo Jesús- seréis testigos (mártires) de estas cosas" (Lc 24,48). Más  aún: "Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, Judea y Samaría, hasta los últimos  confines de la tierra" (Hch 1,8). Y los Apóstoles aceptan esta misión con todas sus  consecuencias. 

1.5 Así San Pedro, para sustituir a Judas, el traidor, declara: "Es necesario que  entre los hombres que nos han acompañado todo el tiempo que el Señor Jesús vivió  con nosotros... haya uno que con nosotros sea testigo de la resurrección" (Hch  1,22). Y en su primer discurso después de Pentecostés: "Dios ha resucitado a  Jesucristo, y de ello somos testigos todos nosotros" (2,32). Y con Juan, ante el  Sanedrín: "Nosotros somos testigos de estas cosas... y con nosotros el Espíritu  Santo que Dios ha dado a todos aquellos que le obedecen" (5,32.41). Otra vez,  después de azotados, salen del Consejo "felices de haber sido hallados dignos de  padecer ultrajes por el nombre de Jesús" (5,41). Y al fin de su vida, escribiendo a  las iglesias de Asia, Pedro persiste en el mismo lenguaje: "Yo exhorto a los  ancianos que hay entre vosotros, yo que también soy anciano y testigo de los  padecimientos de Cristo"... (1Pe 5,1). 

1.6 Así pues, el significado primero de la palabra mártir es el de testigos oculares  de la vida, de la muerte y de la resurrección de Cristo, encargados de afirmar ante  el mundo estos hechos con su palabra. Desde el primer día este testimonio se dio  en el sufrimiento y, como hemos visto, en la alegría de padecer por Cristo.  Enseguida, después de estas primeras pruebas, vino el sacrificio de la misma vida,  como testimonio supremo de la palabra. 

1.7 Ya Jesucristo lo había predicho a los Apóstoles: "Seréis entregados a los  tribunales, y azotados con varas en las sinagogas, y compareceréis ante los  gobernadores y reyes por mi causa, y así seréis mis testigos en medio de ellos" (Mc  13,9; +Mt 10,17-18; Lc 21,12-13). 

1.8 Al mismo tiempo, les asegura su asistencia: "Cuando os hagan comparecer ante  los jueces, no os preocupéis de lo que habréis de decir, sino decid lo que en aquel  momento os será dado, porque no sois vosotros los que tenéis que hablar, sino el  Espíritu Santo... El hermano entregará a su hermano a la muerte, y el padre al hijo;  los hijos se levantarán contra sus padres y los harán morir; y vosotros seréis  odiados por todos a causa de mi nombre. Pero el que persevere hasta el fin se  salvará" (Mc 13,11-13; +Mt 10,19-20; Lc 12,11-12; 16-17). 

1.9 Cuando los cristianos pudieron comprender por los acontecimientos la fuerza de  estas palabras de su Maestro, se consideró la muerte gloriosa de sus más antiguos  y fieles discípulos como el coronamiento de su testimonio. Desde entonces, muerte  y testimonio quedaron entre sí definitivamente asociados. 

1.10 Antes, pues, de finalizar la edad apostólica, la palabra mártir adquiere ya su  significado preciso y claro, y se aplicará a aquel que no solo de palabra, sino  también con su sangre, ha confesado a Jesucristo. 

1.11 Pero ya en ese mismo tiempo se extiende también su significado a quienes  podrían decirse testigos de segundo grado, a aquellos "bienaventurados que  creyeron sin haber visto" (Jn 20,29), y que, habiendo creído así, testificaron su fe  con su sangre. 

1.12 San Juan, concretamente, a fines del siglo I, emplea la palabra mártir en dos  ocasiones con este sentido. En el mensaje que dirige a la iglesia de Pérgamo,  hablando en el nombre del Señor, menciona a "Antipas, mi fiel testigo, que ha sido  entregado a la muerte entre vosotros, allí donde Satanás habita" (Ap 2,13). Alude a  un cristiano martirizado por los paganos en tiempos de Nerón. Y en otro pasaje,  cuando se alza ante el apóstol vidente el quinto sello del libro misterioso, alcanza a  ver "debajo del altar las almas de los que habían sido muertos por causa de la  palabra de Dios y del testimonio que habían dado" (6,9). 

1.13 Y no será la primera generación cristiana de creyentes la única en dar este  testimonio. La historia de los mártires no había hecho entonces sino comenzar. 

2. Relación entre predicación del Evangelio y martirio 

2.1 Durante tres siglos esta historia continuará en las regiones sometidas al  Imperio Romano. Más aún, cuando a comienzos del siglo IV un emperador  [Constantino] establezca la paz religiosa, no habrá terminado con eso para el  cristianismo la era sangrienta. Otras regiones, otros pueblos "sentados a la sombra  de la muerte" (Lc 1,79), ofrecerán cada día nuevos campos para el apostolado y el  martirio. Los Anales de la Propagación de la Fe serán continuación natural de las  Actas de los Mártires. 

2.2 Pero cuando éstas se cierran, en tiempos de Constantino, el cristianismo ha  conquistado ya pacíficamente toda la cuenca del Mediterráneo gobernada por el  espíritu de Grecia y por las leyes de Roma. Mientras tanto, la sangre de los mártires  no habrá sido derramada ocasionalmente o gota a gota: habrá corrido en torrentes  durante persecuciones numerosas, metódicas, encarnizadas. El edicto de paz fue,  pues, la confesión solemne de la impotencia de la soberanía pagana contra el  cristianismo. La historia de los mártires, del siglo I al IV, forma, por tanto, un todo  completo y suficiente, fecundo en conclusiones, y que será el objeto de nuestro  estudio. 

2.3 El martirio siguió naturalmente la ruta del cristianismo. Sólo hubo mártires allí  donde habían llegado los misioneros. Por eso, antes de presentar a los cristianos  que murieron por su fe, es preciso conocer cuáles eran las regiones donde había  cristianos. Una rápida mirada a la historia de la Iglesia primitiva nos muestra  mártires en casi todas las regiones. Parece como si el cristianismo se hubiera  extendido por todo el mundo de repente. Y esta impresión es verdadera, al menos  en parte; pero hay que precisarla más. 

2.4 Para conocer bien la historia de los mártires es preciso, pues, señalar primero  las etapas de las misiones. El mismo Señor nos sugiere este método, cuando antes  de anunciar las persecuciones, asegura que "es necesario primero que el Evangelio  sea predicado a todas las naciones" (Mc 13,10). Porque entre predicación y martirio  hay relación de causa y efecto. 

(Homiletica org / Fr. Nelson Medina, O.P)



REFLEXIÓN

Hoy conmemoramos el martirio de San Juan Bautista. El evangelio describe cómo murió el Bautista, sin proceso, durante un banquete, víctima de la prepotencia y de la corrupción de Herodes y de su corte.• Marcos 6,17-20. La causa de la prisión y del asesinato de Juan. Herodes era un empleado del imperio romano. Quien mandaba en Palestina, desde el año 63 antes de Cristo, era César, el imperador de Roma. Herodes, para no ser depuesto, trataba de agradar a Roma en todo. Insistía sobre todo en una administración eficiente que diera lucro al Imperio y a él
mismo. La preocupación de Herodes era su propia promoción y seguridad. Por esto, reprimía cualquier tipo de subversión. A él le gustaba ser llamado bienhechor del pueblo, pero en realidad
era un tirano (cf. Lc 22,25). Flavio José, un escritor de aquel época, informa que el motivo de la prisión de Juan Bautista era el miedo que Herodes tenía a un levantamiento popular. La denuncia de Juan Bautista contra la moral depravada de Herodes (Mc 6,18), fue la gota que hizo desbordar el vaso, y Juan fue llevado a la cárcel.

Marcos 6,21-29: La trama del asesinado. Aniversario y  banquete de fiesta, con danzas y orgías. Era un ambiente en que los poderosos del reino se reunían y en el cual se hacían las alianzas. La fiesta contaba con una presencia “de los grandes de la corte y de las personas importantes de Galilea”. En este ambiente se trama el asunto de Juan Bautista. Juan, el profeta, era una denuncia viva de ese sistema corrompido. Por eso fue eliminado bajo pretexto de un problema de venganza personal. T Todo esto revela la debilidad moral de Herodes.
Tanto poder acumulado en mano de un hombre sin control de sí. En el entusiasmo de la fiesta y del vino, Herodes hizo un juramento liviano a una joven bailarina. Supersticioso como era, pensaba que tenía que mantener el juramento. Para Herodes, la vida de los súbditos no valía nada. Disponía de ellos como de la posición de las sillas en su sala. Marcos cuenta el hecho tal y cual y deja a las comunidades y a nosotros la tarea de sacar conclusiones.

• Pero entre líneas, el evangelio de hoy trae muchas informaciones sobre el tiempo en que Jesús vivió y sobre la manera en qué era ejercido el poder por los poderosos de la época. Galilea, tierra de Jesús, era gobernada por Herodes Antipas, hijo del rey Herodes, el Grande, desde el 4 antes de Cristo hasta el 39 después de Cristo. En todo ¡43 años! Durante todo el tiempo en que Jesús vivió, no hubo mudanza en el gobierno en Galilea. Herodes era dueño absoluto de todo, no daba cuenta a nadie, hacía lo que le pasaba por la cabeza. ¡Prepotencia, falta de ética, poder absoluto, sin control por parte de la gente!

• Herodes construyó una nueva capital, llamada Tiberíades. Sefforis, la antigua capital, había sido destruida por los romanos en represalia por un levantamiento popular. Esto aconteció cuando Jesús tenía quizás siete años. Tiberíades, la nueva capital, fue inaugurada trece años más tarde, cuando Jesús tenía 20 años. Era llamada así para agradar a Tiberio, el emperador de Roma. Tiberíades era un lugar extraño en Galiela. Allí vivían el rey, “los grandes, los generales y los magnates de Galilea” (Mc 6,21). Allá moraban los dueños de las tierras, los soldados, los policías, los jueces muchas veces insensibles (Lc 18,1-4). Hacia allí se llevaban los impuestos y el producto de la gente. Era allí donde Herodes hacia sus orgías de muerte (Mc 6,21-29). No consta en los evangelios que Jesús hubiese entrado en la ciudad.
A lo largo de aquellos 43 años de gobierno de Herodes, se crió toda una clase de funcionarios fieles al proyecto del rey: escribas, comerciantes, dueños de tierras, fiscales del mercado, publicanos y recaudadores de impuestos, promotores, jefes locales. La mayor parte de este personal moraba en la capital, gozando de los privilegios que Herodes ofrecía, por ejemplo, exención de impuestos. La otra parte vivía en las aldeas. En cada aldea o ciudad había un grupo de personas que apoyaban al gobierno. Varios escribas y fariseos estaban ligados al sistema y a la política del gobierno. En los evangelios, los fariseos aparecen junto con los herodianos (Mc
3,6; 8,15; 12,13), lo cual refleja la alianza que existía entre el poder religioso y el poder civil. La vida de la gente en las aldeas de Galilea era muy controlada, tanto por el gobierno como por la religión. Era necesario tener mucho valor para comenzar algo nuevo, como hicieron Juan y Jesús. Era lo mismo que atraer sobre sí la rabia de los privilegiados, tanto del poder religioso como del poder civil, tanto a nivel local como estatal.

(Homiletica org / Carmelitas)




REFLEXIÓN
Mc. 6, 17-29: Jesús, rechazado por sus paisanos, se va a los pueblos de alrededor para continuar con la proclamación de la Buena Noticia. Entonces envía a sus apóstoles de dos en dos con el mismo poder que Él ha recibido del Padre. El enviado, finalmente se convierte en Aquel que le envía; por eso, quien rechaza al enviado, está rechazando al que lo envió. Si a Jesús lo persiguieron hasta asesinarlo, el enviado ha de aceptar con valentía, firmeza y lealtad también ese riesgo, sin diluir, ni acomodar la misión recibida para eludir las consecuencias que podrían venírsele por cumplir con lo que Dios le ha confiado.
El asesinato de Juan el Bautista, profeta nada endeble aún en el llamado que hace al mismo rey Herodes a reconocer sus errores y a convertirse, preanuncia a los apóstoles y a todos los fieles testigos del Señor lo que puede sucederles a causa de su fidelidad a Él. Jesús nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo. Él sabe que la muerte no tiene la última palabra, sino la vida; y que esa vida es vida eterna, glorificados como hijos amados junto a Dios. ¿Quién es Jesús para nosotros? ¿Qué significa en nuestra vida? Ojalá y no lo confundamos con un fantasma, ni con la encarnación de algún antepasado. Jesús, glorificado junto al Padre, continúa entre nosotros con su amor, con su misericordia, con su entrega, por medio de su Iglesia que lo hace presente en la historia. Él nos envía para que, en su Nombre, hagamos cercana su salvación a todas las naciones en todos los tiempos.
Ojalá y no nos acobardemos ante lo que pueda sucedernos si proclamamos su Nombre sin acomodos, sino con fidelidad, porque, finalmente, la gloria que nos espera supera nuestros sufrimientos que hayamos de pasar por anunciar el Evangelio con todas sus consecuencias.. Jesús no se ha quedado en vana palabrería. En esta Eucaristía celebramos el testimonio de su amor por nosotros que ha llegado hasta el extremo. Su muerte, clavado en la cruz, a la par que nos hace comprender la aceptación voluntaria de la entrega de su vida por nosotros, nos recuerda hasta dónde puede llegar la obcecación de aquellos que se cierran a la verdad y al amor, persiguiendo y acabando con la vida de quien sólo pasó haciendo el bien, pero que se convirtió en un firme reproche a las actitudes de quienes no quisieron aceptar sus propios errores para darle un nuevo rumbo a su vida.
El Señor nos invita a hacer nuestra su vida y su misión, sin temores ante lo que podría esperarnos. Él nos dice: En el mundo tendrán tribulaciones; pero, ánimo, no tengan miedo; yo he vencido al mundo Quienes participamos de esta Eucaristía, voluntariamente aceptamos como nuestra la misma Misión del Señor con quien entramos en comunión; y aceptamos, también voluntariamente, todas las consecuencias que nos vengan por vivir y proclamar su Evangelio siendo fieles a Aquel que nos lo ha confiado. Nadie nos quita la vida, nosotros estamos dispuestos a entregarla, si es preciso, como el resultado de nuestra fidelidad a Dios, que nos envía; y de fidelidad a aquellos a quienes hemos enviados para conducirlos a un encuentro personal y comprometido con el Señor.
Tratemos de no ser nosotros mismos los que nos convirtamos en quienes quitan la vida a los demás, por pagarles un salario de hambre, por corromperles la vida, por robarles la paz y la alegría y sumirlos en la incertidumbre y la tristeza. No queramos quedar bien ante los demás; no queramos conservar nuestra vida y nuestro poder a base de hacer caer la cabeza de los demás. Si el Espíritu del Señor está realmente en nosotros, pasemos haciendo el bien y no el mal; trabajemos por la justicia, el amor y la paz; seamos congruentes con aquello que decimos profesar; seamos constructores de un mundo nuevo donde reine el amor fraterno y donde todos vivamos unidos en torno a un sólo Dios y Padre. Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber pronunciar un sí comprometido al amor que Él nos ofrece, y al amor que quiere confiarnos para hacerlo reinar en el mundo, aun cuando en eso se nos vaya la vida, sabiendo que, finalmente, la alegría y la paz junto a Dios serán para nosotros la vida eterna, que ya nadie jamás podrá arrebatarnos. Amén.

(Homilía católica)



Santos
San Zaqueo, laico. Beata Beatriz de Nazaret, religiosa.

Memoria (Rojo)


No hay comentarios:

Publicar un comentario