LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
MIERCOLES
27 DE AGOSTO DE 2014
TIEMPO
ORDINARIO A. SEMANA 21
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Cfr. Pr 14, 1-2)
Ésta
es la mujer sabia, que edificó su casa, y caminó en santo temor de Dios por el
sendero recto.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, consuelo de los afligidos, que acogiste misericordiosamente las
piadosas lágrimas de santa Mónica por la conversión de su hijo Agustín,
concédenos, por la intercesión de ambos, arrepentirnos sinceramente de nuestros
pecados y alcanzar la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu
Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por
los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
El que no quiera trabajar,
que no coma.
DE LA SEGUNDA CARTA DEL
APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES: 3, 6-10. 16-18
Hermanos:
Les mando, en nombre del Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que
viva ociosamente y no según la enseñanza que de mí recibieron. Ya saben cómo
deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes,
supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de
noche trabajé hasta agotarme para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo
derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar. Así,
cuando estaba entre ustedes, les decía una y otra vez: "El que no quiera
trabajar, que no coma".
Que
el Señor de la paz les conceda su paz siempre y en todo. Que el Señor esté con
todos ustedes. Este saludo es de mi puño y letra. Así firmo yo, Pablo, en todas
mis cartas; ésta es mi letra. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté
con todos ustedes.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del
salmo 127
R/.
Dichoso el que teme al Señor.
Dichoso
el que teme al Señor y sigue sus caminos: comerá del fruto de su trabajo, será
dichoso, le irá bien. R/.
Ésta
es la bendición del hombre que teme al Señor: "Que el Señor te bendiga
desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu
vida". R/.
ACLAMACIÓN
(1 Jn 2, 5)
R/.
Aleluya, aleluya.
En
aquel que cumple la palabra de Cristo, el amor de Dios ha llegado a su
plenitud. R/.
Ustedes
son hijos de los asesinos de los profetas.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 23, 27-32
En
aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes,
escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados,
que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y
podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro
están llenos de hipocresía y de maldad.
¡Ay
de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a
los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: 'Si hubiéramos vivido
en tiempo de nuestros padres, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en
el asesinato de los profetas'! Con esto ustedes están reconociendo que son
hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus
padres comenzaron!".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Mira
las ofrendas de tu pueblo, Señor, y concédenos que, al ofrecerlas con fervor en
honor de santa Mónica, recibamos la ayuda necesaria para la salvación.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Mt 12, 50)
Todo
el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre, dice el Señor.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios
nuestro, saciados con los dones que acabamos de recibir en esta festividad de
santa Mónica, concédenos quedar purificados por su eficacia y fortalecidos por
su auxilio. Por Jesucristo, nuestro Señor.
CATEQUESIS
DEL PAPA FRANCISCO
Miércoles
27 de Agosto de 2014
Queridos
hermanos y hermanas, buenos días:
cada
vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el “Credo”, afirmamos que
la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad,
misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está
fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por
su salvación. Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por
pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias
fragilidades y las propias miserias. Así, esta fe que profesamos nos mueve a la
conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si
nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a
Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina
con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros
pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar, ¿no? Pero Él
está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más
unidos.
1.
El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de
sus discípulos. Es la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: “Padre que
sean uno”. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la Pasión, cuando
estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. Es aquello que estamos
invitados a leer y meditar continuamente, en una las páginas más intensas y
conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete (cf. vv. 11,21-23).
¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí
mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró
justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros. Es
decir: con estas palabras, Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para
que también nosotros podamos entrar en la plena comunión de amor con Él; al
mismo tiempo, nos confía este deseo como su testamento espiritual, para que la
unidad pueda volverse siempre más la nota distintiva de nuestras comunidades
cristianas y la respuesta más bella a cualquier persona que nos pregunte la
razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pt 3, 15). La unidad.
2
«Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos
sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». (Jn 17,21).
La Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito, que es tan
querido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros
cristianos se distinguían por el hecho de tener “un solo corazón y una sola
alma” (Hch 4,32); el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no
olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12,13)…hemos oído en las lecturas. La
experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad.
Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en
nuestras comunidades, en pecados “parroquiales”, en los pecados en las
parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de
comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos,
las antipatías...Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh? ¡Cuánto se
habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si, uno es
elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y si tal otra es
elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan contra de ella…Pero
esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No les
digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto no, pero pedir al Señor la
gracia de no hacerlo.
Esto
es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros
puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y
nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en
los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus cualidades; cuando damos más
importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une...
Una
vez, en la diócesis que tenía antes, oí un comentario interesante y bello: se
hablaba de una anciana que había trabajado toda su vida en la parroquia. Y una
persona que la conocía bien dijo: “esta mujer jamás ha hablado mal, nunca
participó de habladurías, siempre tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría
ser canonizada mañana! Es así, es bello esto, un hermoso ejemplo. Y si miramos
la historia de la Iglesia…¡cuántas divisiones entre nosotros, cristianos!
También ahora estamos divididos. También en la historia, los cristianos hicimos
la guerra entre nosotros por divisiones teológicas, pensemos en la guerra de
los treinta años. Pero, esto no es cristiano. ¿Somos cristianos o no? Estamos
divididos ahora. Tenemos que pedir por la unidad de todos los cristianos, ir
por el camino de la unidad que es lo que Jesús quiere y por lo que ha rezado.
3.
En vista de todo esto, tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En
una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque
la hace signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es,
por definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa
prejuicios…La división en una comunidad cristiana - sea una escuela, sea una
parroquia, una asociación, donde sea - es un pecado gravísimo, porque es obra
del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos,
de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es
comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse
imagen de Dios, colmada de Su misericordia y de Su gracia.
Queridos
amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices
los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de
división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien
que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y
qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar,
de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da!
Esto es convertir el corazón, ¿no?
Y
pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un
reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre.
Gracias.
Papa
Francisco.
Fuente:
Radio Vaticana.
REFLEXIÓN
Padre
Julio Gonzalez Carretti OCD
Mt.
23, 27-32: Sois hijos de los que asesinaron a los profetas
Las
dos últimas maldiciones o recriminaciones de Jesús contra los fariseos, se refieren también a la pureza del corazón. “Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,
porque edificáis los sepulcros de los profetas…” (v.27). Comparar a los fariseos con sepulcros blanqueados, es
decirles, que por fuera son blancos y puros,
pero por dentro están llenos de corrupción; se trata de la
contraposición entre lo exterior y lo
interior. Los sepulcros de Palestina eran blanqueados porque, para no ser tocados y caer en impureza legal.
La
apariencia de justicia engaña escondiendo
la maldad, se finge, lo que se hace patente en el exterior. La crítica
va en contra del afán de cumplir la ley,
cuando lo que pretende es burlar la ley, en sus exigencias más profundas (cfr. Rm. 2, 17ss). No cumplen
la ley, más se glorían de hacerlo (cfr.
Mt. 6, 2. 5. 16), usa la ley para adquirir prestigio ante los hombres. Se
han exonerado de lo más importante de la
ley de Moisés como la justicia, la
misericordia y la fidelidad a Dios en lo esencial, es una equivocación
cumplir la ley sólo en lo externo (cfr.
Mt.7,23). “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que edificáis los sepulcros… si hubiéramos
vivido en los tiempos de nuestros
padres…” (v.29). Una segunda mención
a los sepulcros, se refiere a los profetas
que mataron los judíos (cfr. 2Cro. 24, 20-22). Había surgido en tiempos
de Jesús, un culto a los profetas
mártires y a los grandes hombres del
pueblo de Israel. Dios había suscitado
un gran número de profetas y justos, los que no sólo no fueron oídos sino rechazados. Ahora en Hebrón han
levantado sendos sepulcros a Abraham,
Isaac y Jacob, pero sus hijos se glorían de ellos. Eso no basta porque los corazones obstinados de los hijos, es igual
que el de sus padres; ellos se creen
mejores pero son ciegos, tampoco aceptan al Mesías. No debían venerar
las tumbas de los profetas, sino hacer
más bien lo que enseñaron. “Colmad
también vosotros la medida de vuestros
padres” (v.32).
El
discurso sube de tono y la medida quedará
colmada con la muerte del último profeta. Velada alusión a su propia
muerte, al destino que le esperaba entre
esa gente. Como el profeta, Jesús tiene su destino sellado y, serán precisamente escribas y
fariseos quienes lo condenarán a muerte
en el Calvario, pero que con su resurrección traerá la salvación al mundo entero.
A nosotros
este evangelio nos dice que debemos cumplir la palabra de Dios,
pero lejos de nosotros pensar que por
ello ya estamos seguros de la salvación u
obtenemos una salvación automática. No, la salvación aunque cumplamos
todo, es siempre una gracia nueva del
Señor, don gratuito, amor que nos hace
mejores cristianos cada día, y por ello, debemos ser
hombres y mujeres agradecidos. Dios
cuenta con nuestra voluntad para seguir amándole y sirviendo al prójimo,
desde una respuesta libre y humilde,
aunque somos cristianos desde la cuna, siempre
tendremos que decir: somos siervos inútiles, hicimos lo que teníamos que
hacer en la casa del Señor (cfr. Lc. 17,
10).
Santa
Teresa de Jesús, escuchó del Señor: que ÉL sería en el futuro su Libro
Vivo: “Cuando se quitaron muchos libros
de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho,
porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar
los [escritos] en latín. Me dijo el
Señor: No tengas pena, que Yo te daré libro vivo. Yo no podía entender por qué se me había dicho
esto, porque aún no tenía visiones;
después, desde a bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido
tanto en qué pensar y recogerme en lo
que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que
muy poca o casi ninguna necesidad he
tenido de libros. Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades” (V 26,5).
(Homiletica
org /Padre Julio Gonzalez Carretti OCD)
BREVE
EXPLICACIÓN DEL EVANGELIO
Comentario:
+ Rev. D. Lluís ROQUÉ.
¡Ay
de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!
Hoy,
como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí,
condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano,
sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por
dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a
confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son
virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.
Para
no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios,
porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él
totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el
primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer
los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la
Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien
hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no
reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como
Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de
sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de
aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».
Estas
tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer
nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la
gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la
mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san
Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»;
tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace
muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el
principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí,
sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).
María
no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su
no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.
(www
misal com mx)
Reflexión
2Tes. 3, 6-10. 16-18. El
trabajo en lugar de denigrar ennoblece a la persona. Ya al principio el Creador
encomendó al primer hombre la guarda y el cultivo del jardín del Edén. Todos
debemos ser corresponsables en la construcción de la ciudad terrena, de tal forma
que en verdad podamos disfrutar de una vida más confortable. La justicia social
será la que rija el trabajo de todos, pues no sólo se tiene el derecho a una
justa retribución del trabajo, sino que, además todos tienen los mismos
derechos para disfrutar de una vida digna. Los que creemos en Cristo no podemos
vivir con las manos caídas, pensando que lo único que nos interesa es
salvarnos. No podemos convertirnos en una carga para los demás como si fuésemos
unos inútiles. En medio de las realidades de cada día debemos ser los más
responsables en nuestras tareas diarias, preocupándonos no sólo de la
realización de aquello que se nos ha confiado, sino esforzándonos también para
que con nuestras actitudes, con nuestras palabras y con nuestra vida misma,
seamos en realidad un fermento de santidad en el mundo logrando que las
estructuras sociales sean cada vez más justas, y nuestras relaciones más
fraternas. Entonces se hará realidad en nosotros la gracia y la paz que Dios
nos ha concedido en Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro.
Sal. 128 (127). Amar al Señor sobre todas las cosas. Temer
perderlo a causa del pecado es una forma de saber cuánto lo amamos. No basta
con decir con los labios que amamos al Señor; hay que seguir sus caminos. Vivir
en la fidelidad al Señor nos lleva a entender aquellas palabras de Jesucristo:
Si alguien me ama, cumplirá mi Palabra; y mi Padre y Yo vendremos a él y
haremos en él nuestra morada. No pensemos que Dios nos bendice sólo cuando nos
concede bienes materiales. Dios nos bendice, de un modo muy especial, cuando
habita en nosotros como en un Templo. Pero, habitando en nosotros, Él nos
quiere convertidos en una bendición para todos los demás, de tal forma que
todos puedan disfrutar del fruto de nuestros esfuerzos y de nuestra entrega, como
nosotros disfrutamos del amor y de la gracia que Dios nos ha concedido en
Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro.
Mt. 23, 27-32.
Exterioridades y apariencias. ¿De qué sirven nuestras apariencias si en el
interior estamos cargados de maldad y de podredumbre? Antes que nada hemos de
unir nuestra vida a Dios; hemos de ser fieles a la Alianza pactada con Él desde
el día en que fuimos bautizados, en que Dios nos aceptó como hijos suyos por
nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo; y en que, razón de esa misma unión,
nosotros aceptamos el compromiso de vivir como hijos de Dios. Hijos fieles que
viven y caminan en el amor a Dios y al prójimo. Sólo a partir de entonces no
nos quedaremos en una fe confesada de labios para afuera. La lealtad de nuestra
fe abrirá nuestro ser para que no sólo habite en él el Señor, sino para que su
Palabra tome carne en nuestra propia vida. No seamos como sepulcros
blanqueados, hermosos por fuera pero llenos de carroña y podredumbre por
dentro; no nos conformemos con construir mausoleos a los santos, y templos, tal
vez joyas arquitectónicas, en honor del Señor. Entreguémosle, más bien, nuestra
vida para que desde ella el Señor continúe realizando su obra de amor y de
salvación en el mundo. Jesús fue rechazado y herido por nuestros pecados. Nadie
puede eludir su responsabilidad en la muerte de Cristo, pues Él cargó sobre sí
el pecado de la humanidad. Y en esto consiste el amor de Dios: en que siendo
pecadores envió a su propio Hijo para librarnos de nuestros pecados y hacernos
hijos de Dios. Y el Señor nos sigue amando siempre. Él mismo nos convoca en
este día para ofrecernos su perdón y para sentarnos a su mesa como hijos suyos.
Ojalá y vengamos ante el Señor trayendo el fruto de nuestros trabajos
apostólicos. Y estos no sólo serán los realizados por quienes se han dedicado a
proclamar el Nombre de Dios a sus hermanos, sino también los realizados por
aquellos que, en medio de sus labores diarias, se han esforzado en trabajar por
el amor fraterno y por la justicia social. ¿Qué hacemos los que nos decimos
cristianos? ¿Cuáles son las manifestaciones de nuestra fe? Probablemente hoy
como ayer muchos contribuyan en la construcción o en el esplendor de los
templos que se levantan al Nombre de nuestro Dios y Padre. Muchos continuarán
preocupándose de que las diversas festividades religiosas se hagan con toda la
pompa propia de un festejo en honor del Altísimo. Pero ¿realmente ha vuelto
nuestro corazón a Dios? ¿O también hoy como ayer nosotros nos hemos quedado en
simples exterioridades ante Dios? ¿No seremos dignos del reproche del Señor en
la antigüedad: Este pueblo me honra con los labios mientras su corazón está
lejos de mí? De nada nos servirá ofrecerle miles y miles de cosas externas al
Señor. Es necesario que nuestro corazón vuelva a Él y que, fieles a su amor y a
su Palabra, iniciemos un nuevo camino: el del amor a Él y el del amor a nuestro
prójimo, convertido en amor servicial y fraterno buscando el bien de todos.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre,
la gracia de saber vivir nuestra fe sin hipocresías, sino como testigos del
amor que Dios nos ha tenido y que ha transformado nuestra vida de pecadora en
justa, para que, puestos al servicio de los demás, contribuyamos para que
también ellos alcancen, junto con nosotros, la salvación que Dios ofrece a
todos. Amén.
(Homilia
catolica . com)
REFLEXION
LABORIOSIDAD
COMO MÍNIMO
2
Ts 3,6-10. 16-18; Mt 23,27-32
Una
interpretación errónea del mensaje cristiano había surgido sin duda alguna en
la comunidad cristiana de Tesalónica. Probablemente pensaban que la venida
gloriosa del Señor sería algo inminente y concluían que todos los afanes
temporales, como construir, trabajar, cultivar el campo o realizar cualquier
oficio u empleo honesto, terminaría frustrado. No valía la pena sembrar porque
no llegaría la cosecha. Esa deformación de la esperanza cristiana es dañina
porque finalmente orilla a quien la vive, a descargarse de sus propias
responsabilidades profesionales. El primero de los encargos que Dios asignó a
los seres humanos es el trabajo. Mediante éste el hombre encuentra el sentido
de su vida, coopera en la mejora y cuidado del mundo, obtiene su sustento y
asegura una existencia digna para sí y para los suyos. De nueva cuenta, los que
dirigen y exigen privilegios, distorsionan el encargo fundamental: cuidar y
cultivar la tierra.
(www
misal com mx)
Santos
Mónica, viuda; Cesáreo de Arlés, obispo; Poemán de la
Tebaida, anacoreta.
Memoria (Blanco)
No hay comentarios:
Publicar un comentario