miércoles, 27 de agosto de 2014

MIERCOLES 27 DE AGOSTO DE 2014. LECTURAS DE LA EUCARISTÍA



LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIERCOLES 27 DE AGOSTO DE 2014
TIEMPO ORDINARIO  A. SEMANA 21


ANTÍFONA DE ENTRADA (Cfr. Pr 14, 1-2)
Ésta es la mujer sabia, que edificó su casa, y caminó en santo temor de Dios por el sendero recto.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, consuelo de los afligidos, que acogiste misericordiosamente las piadosas lágrimas de santa Mónica por la conversión de su hijo Agustín, concédenos, por la intercesión de ambos, arrepentirnos sinceramente de nuestros pecados y alcanzar la gracia de tu perdón. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

El que no quiera trabajar, que no coma.

DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS TESALONICENSES: 3, 6-10. 16-18

Hermanos: Les mando, en nombre del Señor Jesucristo, que se aparten de todo hermano que viva ociosamente y no según la enseñanza que de mí recibieron. Ya saben cómo deben vivir para imitar mi ejemplo, puesto que, cuando estuve entre ustedes, supe ganarme la vida y no dependí de nadie para comer; antes bien, de día y de noche trabajé hasta agotarme para no serles gravoso. Y no porque no tuviera yo derecho a pedirles el sustento, sino para darles un ejemplo que imitar. Así, cuando estaba entre ustedes, les decía una y otra vez: "El que no quiera trabajar, que no coma".
Que el Señor de la paz les conceda su paz siempre y en todo. Que el Señor esté con todos ustedes. Este saludo es de mi puño y letra. Así firmo yo, Pablo, en todas mis cartas; ésta es mi letra. Que la gracia de nuestro Señor Jesucristo esté con todos ustedes.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 127
R/. Dichoso el que teme al Señor.

Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos: comerá del fruto de su trabajo, será dichoso, le irá bien. R/.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor: "Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida". R/.

ACLAMACIÓN (1 Jn 2, 5)
R/. Aleluya, aleluya.
En aquel que cumple la palabra de Cristo, el amor de Dios ha llegado a su plenitud. R/.




Ustedes son hijos de los asesinos de los profetas.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 23, 27-32
En aquel tiempo, Jesús dijo a los escribas y fariseos: "¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque son semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos y podredumbre! Así también ustedes: por fuera parecen justos, pero por dentro están llenos de hipocresía y de maldad.
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, porque les construyen sepulcros a los profetas y adornan las tumbas de los justos, y dicen: 'Si hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, nosotros no habríamos sido cómplices de ellos en el asesinato de los profetas'! Con esto ustedes están reconociendo que son hijos de los asesinos de los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus padres comenzaron!".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Mira las ofrendas de tu pueblo, Señor, y concédenos que, al ofrecerlas con fervor en honor de santa Mónica, recibamos la ayuda necesaria para la salvación.
Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Mt 12, 50)
Todo el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre, dice el Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios nuestro, saciados con los dones que acabamos de recibir en esta festividad de santa Mónica, concédenos quedar purificados por su eficacia y fortalecidos por su auxilio. Por Jesucristo, nuestro Señor.



CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO
Miércoles 27 de Agosto de 2014

Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
cada vez que renovamos nuestra profesión de fe recitando el “Credo”, afirmamos que la Iglesia es «una» y «santa». Es una, porque tiene su origen en Dios Trinidad, misterio de unidad y de comunión plena. Y la Iglesia es santa, porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada por su amor y por su salvación. Al mismo tiempo, sin embargo, es santa pero compuesta por pecadores, todos nosotros. Pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias. Así, esta fe que profesamos nos mueve a la conversión, a tener el valor de vivir cotidianamente la unidad y santidad; y si nosotros no estamos unidos, si no somos santos, es porque no somos fieles a Jesús. Pero Él, Jesús, no nos deja solos, no abandona a su Iglesia. Él camina con nosotros, Él nos comprende. Comprende nuestras debilidades, nuestros pecados, ¡nos perdona! Siempre que nosotros nos dejemos perdonar, ¿no? Pero Él está siempre con nosotros ayudándonos a ser menos pecadores, más santos, más unidos.
1. El primer consuelo nos llega del hecho que Jesús rezó tanto por la unidad de sus discípulos. Es la oración de la última cena, Jesús pidió tanto: “Padre que sean uno”. Rezó por la unidad. Y justo en la inminencia de la Pasión, cuando estaba a punto de ofrecer toda su vida por nosotros. Es aquello que estamos invitados a leer y meditar continuamente, en una las páginas más intensas y conmovedoras del Evangelio de Juan, el capítulo diecisiete (cf. vv. 11,21-23). ¡Qué bello es saber que el Señor, apenas antes de morir, no se preocupó por sí mismo, sino que pensó en nosotros! Y en su diálogo intenso con el Padre, oró justamente para que podamos ser una cosa sola con Él y entre nosotros. Es decir: con estas palabras, Jesús se hizo nuestro intercesor ante el Padre, para que también nosotros podamos entrar en la plena comunión de amor con Él; al mismo tiempo, nos confía este deseo como su testamento espiritual, para que la unidad pueda volverse siempre más la nota distintiva de nuestras comunidades cristianas y la respuesta más bella a cualquier persona que nos pregunte la razón de la esperanza que hay en nosotros (cf. 1 Pt 3, 15). La unidad.
2 «Que todos sean uno: como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste». (Jn 17,21). La Iglesia ha buscado desde el principio realizar este propósito, que es tan querido por Jesús. Los Hechos de los Apóstoles nos recuerdan que los primeros cristianos se distinguían por el hecho de tener “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32); el apóstol Pablo, después, exhortaba a sus comunidades a no olvidar que son «un solo cuerpo» (1 Cor 12,13)…hemos oído en las lecturas. La experiencia, sin embargo, nos dice que son tantos los pecados contra la unidad. Y no pensamos solamente en los cismas, pensamos en faltas muy comunes en nuestras comunidades, en pecados “parroquiales”, en los pecados en las parroquias. A veces, de hecho, nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión y donde compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías...Y las habladurías están a la mano de todos ¿eh? ¡Cuánto se habla en las parroquias! ¿Es bueno esto o no es bueno? ¿Es bueno?…Y si, uno es elegido ‘presidente’ de tal asociación: se habla contra de él… Y si tal otra es elegida ‘presidenta’ de la catequesis: las demás hablan contra de ella…Pero esto, ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer, ¡no debemos hacerlo! No les digo que se corten la lengua, no, no, no, tanto no, pero pedir al Señor la gracia de no hacerlo.
Esto es humano, ¡pero no es cristiano! Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de ver sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une...
Una vez, en la diócesis que tenía antes, oí un comentario interesante y bello: se hablaba de una anciana que había trabajado toda su vida en la parroquia. Y una persona que la conocía bien dijo: “esta mujer jamás ha hablado mal, nunca participó de habladurías, siempre tenía una sonrisa”. ¡Una persona así podría ser canonizada mañana! Es así, es bello esto, un hermoso ejemplo. Y si miramos la historia de la Iglesia…¡cuántas divisiones entre nosotros, cristianos! También ahora estamos divididos. También en la historia, los cristianos hicimos la guerra entre nosotros por divisiones teológicas, pensemos en la guerra de los treinta años. Pero, esto no es cristiano. ¿Somos cristianos o no? Estamos divididos ahora. Tenemos que pedir por la unidad de todos los cristianos, ir por el camino de la unidad que es lo que Jesús quiere y por lo que ha rezado.
3. En vista de todo esto, tenemos que hacer seriamente un examen de conciencia. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino de la obra del diablo, el cual es, por definición, aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios…La división en una comunidad cristiana - sea una escuela, sea una parroquia, una asociación, donde sea - es un pecado gravísimo, porque es obra del diablo. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonarnos y de bien querernos, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse imagen de Dios, colmada de Su misericordia y de Su gracia.
Queridos amigos, hagamos resonar en nuestro corazón estas palabras de Jesús: «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Pedimos sinceramente perdón por todas las veces que hemos sido motivo de división o de incomprensión al interno de nuestras comunidades, sabiendo bien que no se llega a la comunión, sino es a través de la continua conversión. ¿Y qué es la conversión?: “Señor, dame la gracia de no hablar mal, de no criticar, de no chismorrear, de querer bien a todos”. ¡Es una gracia que el Señor nos da! Esto es convertir el corazón, ¿no?
Y pedimos que el tejido cotidiano de nuestras relaciones pueda convertirse en un reflejo siempre más bello y gozoso de la relación entre Jesús y el Padre. Gracias.
Papa Francisco.


Fuente: Radio Vaticana.


REFLEXIÓN
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD
Mt. 23, 27-32: Sois hijos de los que asesinaron a los profetas

Las dos últimas maldiciones o recriminaciones de Jesús contra los fariseos, se  refieren también a la pureza del corazón. “Ay de vosotros, escribas y fariseos  hipócritas, porque edificáis los sepulcros de los profetas…” (v.27). Comparar a los  fariseos con sepulcros blanqueados, es decirles, que por fuera son blancos y puros,  pero por dentro están llenos de corrupción; se trata de la contraposición entre lo  exterior y lo interior. Los sepulcros de Palestina eran blanqueados porque, para no  ser tocados y caer en impureza legal.
La apariencia de justicia engaña escondiendo  la maldad, se finge, lo que se hace patente en el exterior. La crítica va en contra del  afán de cumplir la ley, cuando lo que pretende es burlar la ley, en sus exigencias  más profundas (cfr. Rm. 2, 17ss). No cumplen la ley, más se glorían de hacerlo  (cfr. Mt. 6, 2. 5. 16), usa la ley para adquirir prestigio ante los hombres. Se han  exonerado de lo más importante de la ley de Moisés como la justicia, la  misericordia y la fidelidad a Dios en lo esencial, es una equivocación cumplir la ley  sólo en lo externo (cfr. Mt.7,23). “Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas,  que edificáis los sepulcros… si hubiéramos vivido en los tiempos de nuestros  padres…” (v.29).  Una segunda mención a los sepulcros, se refiere a los profetas  que mataron los judíos (cfr. 2Cro. 24, 20-22). Había surgido en tiempos de Jesús,  un culto a los profetas mártires y a los grandes hombres  del pueblo de Israel. Dios  había suscitado un gran número de profetas y justos, los que no sólo no fueron  oídos sino rechazados. Ahora en Hebrón han levantado sendos sepulcros a  Abraham, Isaac y Jacob, pero sus hijos se glorían de ellos. Eso no basta porque los  corazones obstinados de los hijos, es igual que el de sus padres; ellos se creen   mejores pero son ciegos, tampoco aceptan al Mesías. No debían venerar las tumbas  de los profetas, sino hacer más bien lo que  enseñaron. “Colmad también vosotros  la medida de vuestros padres” (v.32).
El discurso sube de tono y la medida quedará  colmada con la muerte del último profeta. Velada alusión a su propia muerte, al  destino que le esperaba entre esa gente. Como el profeta, Jesús tiene su destino  sellado y, serán precisamente escribas y fariseos quienes lo condenarán a muerte  en el Calvario, pero que con su resurrección  traerá la salvación al mundo entero.
A  nosotros  este evangelio nos dice que debemos cumplir la palabra de Dios, pero  lejos de nosotros pensar que por ello ya estamos seguros de la salvación u  obtenemos una salvación automática. No, la salvación aunque cumplamos todo, es  siempre una gracia nueva del Señor, don gratuito, amor que nos hace  mejores   cristianos cada día, y por ello, debemos ser hombres y mujeres agradecidos. Dios  cuenta con nuestra voluntad para seguir amándole y sirviendo al prójimo, desde  una respuesta libre y humilde, aunque somos cristianos desde la cuna, siempre  tendremos que decir: somos siervos inútiles, hicimos lo que teníamos que hacer en  la casa del Señor (cfr. Lc. 17, 10).   
Santa Teresa de Jesús, escuchó del Señor: que ÉL sería en el futuro su Libro Vivo:  “Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí mucho,  porque algunos me daba recreación leerlos, y yo no podía ya, por dejar los  [escritos] en latín. Me dijo el Señor: No tengas pena, que Yo te daré libro vivo. Yo  no podía entender por qué se me había dicho esto, porque aún no tenía visiones;  después, desde a bien pocos días, lo entendí muy bien, porque he tenido tanto en  qué pensar y recogerme en lo que veía presente, y ha tenido tanto amor el Señor  conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy poca o casi ninguna  necesidad he tenido de libros. Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he  visto las verdades” (V 26,5).   
(Homiletica org /Padre Julio Gonzalez Carretti OCD)



BREVE EXPLICACIÓN DEL EVANGELIO
Comentario: + Rev. D. Lluís ROQUÉ.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!

Hoy, como en los días anteriores y los que siguen, contemplamos a Jesús fuera de sí, condenando actitudes incompatibles con un vivir digno, no solamente cristiano, sino también humano: «Por fuera aparecéis justos ante los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad» (Mt 23,28). Viene a confirmar que la sinceridad, la honradez, la lealtad, la nobleza..., son virtudes queridas por Dios y, también, muy apreciadas por los humanos.

Para no caer, pues, en la hipocresía, tengo que ser muy sincero. Primero, con Dios, porque me quiere limpio de corazón y que deteste toda mentira por ser Él totalmente puro, la Verdad absoluta. Segundo, conmigo mismo, para no ser yo el primer engañado, exponiéndome a pecar contra el Espíritu Santo al no reconocer los propios pecados ni manifestarlos con claridad en el sacramento de la Penitencia, o por no confiar suficientemente en Dios, que nunca condena a quien hace de hijo pródigo ni pierde a nadie por el hecho de ser pecador, sino por no reconocerse como tal. En tercer lugar, con los otros, ya que también —como Jesús— a todos nos pone fuera de sí la mentira, el engaño, la falta de sinceridad, de honradez, de lealtad, de nobleza..., y, por esto mismo, hemos de aplicarnos el principio: «Lo que no quieras para ti, no lo quieras para nadie».

Estas tres actitudes —que podemos considerar de sentido común— las hemos de hacer nuestras para no caer en la hipocresía, y hacernos cargo de que necesitamos la gracia santificante, debido al pecado original ocasionado por el “padre de la mentira”: el demonio. Por esto, haremos caso de la exhortación de san Josemaría: «A la hora del examen ve prevenido contra el demonio mudo»; tendremos también presente a Orígenes, que dice: «Toda santidad fingida yace muerta porque no obra impulsada por Dios», y nos regiremos, siempre, por el principio elemental y simple propuesto por Jesús: «Sea vuestro lenguaje: ‘Sí, sí’; ‘no, no’» (Mt 5,37).

María no se pasa en palabras, pero su sí al bien, a la gracia, fue único y veraz; su no al mal, al pecado, fue rotundo y sincero.
(www misal com mx)



Reflexión
2Tes. 3, 6-10. 16-18. El trabajo en lugar de denigrar ennoblece a la persona. Ya al principio el Creador encomendó al primer hombre la guarda y el cultivo del jardín del Edén. Todos debemos ser corresponsables en la construcción de la ciudad terrena, de tal forma que en verdad podamos disfrutar de una vida más confortable. La justicia social será la que rija el trabajo de todos, pues no sólo se tiene el derecho a una justa retribución del trabajo, sino que, además todos tienen los mismos derechos para disfrutar de una vida digna. Los que creemos en Cristo no podemos vivir con las manos caídas, pensando que lo único que nos interesa es salvarnos. No podemos convertirnos en una carga para los demás como si fuésemos unos inútiles. En medio de las realidades de cada día debemos ser los más responsables en nuestras tareas diarias, preocupándonos no sólo de la realización de aquello que se nos ha confiado, sino esforzándonos también para que con nuestras actitudes, con nuestras palabras y con nuestra vida misma, seamos en realidad un fermento de santidad en el mundo logrando que las estructuras sociales sean cada vez más justas, y nuestras relaciones más fraternas. Entonces se hará realidad en nosotros la gracia y la paz que Dios nos ha concedido en Jesucristo, su Hijo y Señor nuestro.

Sal. 128 (127).  Amar al Señor sobre todas las cosas. Temer perderlo a causa del pecado es una forma de saber cuánto lo amamos. No basta con decir con los labios que amamos al Señor; hay que seguir sus caminos. Vivir en la fidelidad al Señor nos lleva a entender aquellas palabras de Jesucristo: Si alguien me ama, cumplirá mi Palabra; y mi Padre y Yo vendremos a él y haremos en él nuestra morada. No pensemos que Dios nos bendice sólo cuando nos concede bienes materiales. Dios nos bendice, de un modo muy especial, cuando habita en nosotros como en un Templo. Pero, habitando en nosotros, Él nos quiere convertidos en una bendición para todos los demás, de tal forma que todos puedan disfrutar del fruto de nuestros esfuerzos y de nuestra entrega, como nosotros disfrutamos del amor y de la gracia que Dios nos ha concedido en Cristo Jesús, su Hijo y Señor nuestro.

Mt. 23, 27-32. Exterioridades y apariencias. ¿De qué sirven nuestras apariencias si en el interior estamos cargados de maldad y de podredumbre? Antes que nada hemos de unir nuestra vida a Dios; hemos de ser fieles a la Alianza pactada con Él desde el día en que fuimos bautizados, en que Dios nos aceptó como hijos suyos por nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo; y en que, razón de esa misma unión, nosotros aceptamos el compromiso de vivir como hijos de Dios. Hijos fieles que viven y caminan en el amor a Dios y al prójimo. Sólo a partir de entonces no nos quedaremos en una fe confesada de labios para afuera. La lealtad de nuestra fe abrirá nuestro ser para que no sólo habite en él el Señor, sino para que su Palabra tome carne en nuestra propia vida. No seamos como sepulcros blanqueados, hermosos por fuera pero llenos de carroña y podredumbre por dentro; no nos conformemos con construir mausoleos a los santos, y templos, tal vez joyas arquitectónicas, en honor del Señor. Entreguémosle, más bien, nuestra vida para que desde ella el Señor continúe realizando su obra de amor y de salvación en el mundo. Jesús fue rechazado y herido por nuestros pecados. Nadie puede eludir su responsabilidad en la muerte de Cristo, pues Él cargó sobre sí el pecado de la humanidad. Y en esto consiste el amor de Dios: en que siendo pecadores envió a su propio Hijo para librarnos de nuestros pecados y hacernos hijos de Dios. Y el Señor nos sigue amando siempre. Él mismo nos convoca en este día para ofrecernos su perdón y para sentarnos a su mesa como hijos suyos. Ojalá y vengamos ante el Señor trayendo el fruto de nuestros trabajos apostólicos. Y estos no sólo serán los realizados por quienes se han dedicado a proclamar el Nombre de Dios a sus hermanos, sino también los realizados por aquellos que, en medio de sus labores diarias, se han esforzado en trabajar por el amor fraterno y por la justicia social. ¿Qué hacemos los que nos decimos cristianos? ¿Cuáles son las manifestaciones de nuestra fe? Probablemente hoy como ayer muchos contribuyan en la construcción o en el esplendor de los templos que se levantan al Nombre de nuestro Dios y Padre. Muchos continuarán preocupándose de que las diversas festividades religiosas se hagan con toda la pompa propia de un festejo en honor del Altísimo. Pero ¿realmente ha vuelto nuestro corazón a Dios? ¿O también hoy como ayer nosotros nos hemos quedado en simples exterioridades ante Dios? ¿No seremos dignos del reproche del Señor en la antigüedad: Este pueblo me honra con los labios mientras su corazón está lejos de mí? De nada nos servirá ofrecerle miles y miles de cosas externas al Señor. Es necesario que nuestro corazón vuelva a Él y que, fieles a su amor y a su Palabra, iniciemos un nuevo camino: el del amor a Él y el del amor a nuestro prójimo, convertido en amor servicial y fraterno buscando el bien de todos. Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber vivir nuestra fe sin hipocresías, sino como testigos del amor que Dios nos ha tenido y que ha transformado nuestra vida de pecadora en justa, para que, puestos al servicio de los demás, contribuyamos para que también ellos alcancen, junto con nosotros, la salvación que Dios ofrece a todos. Amén.
(Homilia catolica .  com)



REFLEXION
LABORIOSIDAD COMO MÍNIMO
2 Ts 3,6-10. 16-18; Mt 23,27-32
Una interpretación errónea del mensaje cristiano había surgido sin duda alguna en la comunidad cristiana de Tesalónica. Probablemente pensaban que la venida gloriosa del Señor sería algo inminente y concluían que todos los afanes temporales, como construir, trabajar, cultivar el campo o realizar cualquier oficio u empleo honesto, terminaría frustrado. No valía la pena sembrar porque no llegaría la cosecha. Esa deformación de la esperanza cristiana es dañina porque finalmente orilla a quien la vive, a descargarse de sus propias responsabilidades profesionales. El primero de los encargos que Dios asignó a los seres humanos es el trabajo. Mediante éste el hombre encuentra el sentido de su vida, coopera en la mejora y cuidado del mundo, obtiene su sustento y asegura una existencia digna para sí y para los suyos. De nueva cuenta, los que dirigen y exigen privilegios, distorsionan el encargo fundamental: cuidar y cultivar la tierra.
(www misal com mx)



Santos
Mónica, viuda; Cesáreo de Arlés, obispo; Poemán de la Tebaida, anacoreta.

Memoria (Blanco)



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