sábado, 16 de agosto de 2014

DOMINGO 17 DE AGOSTO DE 2014. LECTURAS DE LA EUCARISTÍA


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
DOMINGO 17 DE AGOSTO DE 2014.
TIEMPO ORDINARIO  A . SEMANA 20

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 83, 10-11)
Dios, protector nuestro, mira el rostro de tu Ungido. Un solo día en tu casa es más valioso, que mil días en cualquier otra parte.

ORACIÓN COLECTA
Señor Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde en nuestros corazones el anhelo de amarte, para que, amándote en todo y sobre todo, consigamos tus promesas, que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Conduciré a los extranjeros a mi monte santo.

DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS: 56, 1. 6-7

Esto dice el Señor: "Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse. A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi monte santo y los llenaré de alegría en mi casa de oración. Sus holocaustos y sacrificios serán gratos en mi altar, porque mi templo será casa de oración para todos los pueblos".

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 66
R/. Que te alaben, Señor, todos los pueblos.

Ten piedad de nosotros y bendícenos; vuelve, Señor, tus ojos a nosotros. Que conozca la tierra tu bondad y los pueblos tu obra salvadora. R/.

Las naciones con júbilo te canten, porque juzgas al mundo con justicia; con equidad tú juzgas a los pueblos y riges en la tierra a las naciones. R/.

Que te alaben, Señor, todos los pueblos, que los pueblos te aclamen todos juntos. Que nos bendiga Dios y que le rinda honor el mundo entero. R/.

Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección.

DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS: 11, 13-15. 29-32

Hermanos: Tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos, y trato de desempeñar lo mejor posible este ministerio. Pero esto lo hago también para ver si provoco los celos de los de mi raza y logro salvar a algunos de ellos. Pues, si su rechazo ha sido reconciliación para el mundo, ¿qué no será su reintegración, sino resurrección de entre los muertos? Porque Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección.
Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

ACLAMACIÓN (Cfr. Mt 4, 23)
R/. Aleluya, aleluya.
Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba a la gente de toda enfermedad. R/.




Mujer, ¡qué grande es tu fe!

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 15, 21-28

En aquel tiempo, Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: "Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: "Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros". Él les contestó: "Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel".
Ella se acercó entonces a Jesús y, postrada ante Él, le dijo: "¡Señor, ayúdame!". Él le respondió: "No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos". Pero ella replicó: "Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos". Entonces Jesús le respondió: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas". Y en aquel mismo instante quedó curada su hija.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice Credo.

PLEGARIA UNIVERSAL

La mujer cananea del Evangelio pedía con insistencia a Jesús que la ayudara. Oremos también nosotros, repitiendo su petición.
Después de cada petición diremos: Ten compasión de nosotros, Señor.
Por la Iglesia. Que sepa dedicar sus mejores energías a los pobres, a los débiles, a los abandonados. Oremos.
Por los gobernantes de las naciones. Que sean dignos instrumentos de Dios en el ejercicio del poder. Oremos.
Por el pueblo judío, el pueblo de la antigua alianza. Que viva con autenticidad su fe y encuentre caminos de diálogo y de convivencia con los otros pueblos y religiones. Oremos.
Por los padres y madres que sufren por las enfermedades y tantos otros problemas de sus hijos. Que experimenten el amor y la compasión de Dios que ofrece siempre consuelo y esperanza. Oremos.
Por todos aquellos que mañana inician un nuevo ciclo escolar. Que sea oportunidad de crecimiento humano y espiritual. Oremos. Por todos nosotros. Que esta celebración de la Eucaristía alimente nuestra vida de fe y nos mueva a dar testimonio. Oremos.
Ten compasión, Señor, de nosotros, y atiende las oraciones que con fe y confianza te hemos presentado. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe, Señor, nuestros dones, con los que se realiza tan glorioso intercambio, para que, al ofrecerte lo que tú nos diste, merezcamos recibirte a ti mismo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio para los domingos del Tiempo Ordinario.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Sal 129, 7)
Con el Señor viene la misericordia, y la abundancia de su redención.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Unidos a Cristo por este sacramento, suplicamos humildemente, Señor, tu misericordia, para que, hechos semejantes a Él aquí en la tierra, merezcamos gozar de su compañía en el cielo. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.



HOMILIA DEL PAPA EN LA MISA DE LA VI JORNADA DE LA JUVENTUD EN ASIA
17/08/2014
Queridos amigos:
«La gloria de los mártires brilla sobre ti». Estas palabras, que forman parte del lema de la VI Jornada de la Juventud Asiática, nos dan consuelo y fortaleza. Jóvenes de Asia, ustedes son los herederos de un gran testimonio, de una preciosa confesión de fe en Cristo. Él es la luz del mundo, la luz de nuestras vidas. Los mártires de Corea, y tantos otros incontables mártires de toda Asia, entregaron su cuerpo a sus perseguidores; a nosotros, en cambio, nos han entregado un testimonio perenne de que la luz de la verdad de Cristo disipa las tinieblas y el amor de Cristo triunfa glorioso. Con la certeza de su victoria sobre la muerte y de nuestra participación en ella, podemos asumir el reto de ser sus discípulos hoy, en nuestras circunstancias y en nuestro tiempo.
Esas palabras son una consolación. La otra parte del lema de la Jornada –«Juventud de Asia, despierta»– nos habla de una tarea, de una responsabilidad. Meditemos brevemente cada una de estas palabras.
En primer lugar, “Asia”. Ustedes se han reunido aquí en Corea llegados de todas las partes de Asia. Cada uno tiene un lugar y un contexto singular en el que está llamado a reflejar el amor de Dios. El continente asiático, rico en tradiciones filosóficas y religiosas, constituye un gran horizonte para su testimonio de Cristo, «camino, verdad y vida» (Jn 14,6). Como jóvenes que no sólo viven en Asia, sino que son hijos e hijas de este gran continente, tienen el derecho y el deber de participar plenamente en la vida de su sociedad. No tengan miedo de llevar la sabiduría de la fe a todos los ámbitos de la vida social.
Además, como jóvenes asiáticos, ustedes ven y aman desde dentro todo lo bello, noble y verdadero que hay en sus culturas y tradiciones. Y, como cristianos, saben que el Evangelio tiene la capacidad de purificar, elevar y perfeccionar ese patrimonio. Mediante la presencia del Espíritu Santo que se les comunicó en el bautismo y con el que fueron sellados en la confirmación, en unión con sus Pastores, pueden percibir los muchos valores positivos de las diversas culturas asiáticas. Y son además capaces de discernir lo que es incompatible con la fe católica, lo que es contrario a la vida de la gracia en la que han sido injertados por el bautismo, y qué aspectos de la cultura contemporánea son pecaminosos, corruptos y conducen a la muerte.
Volviendo al lema de la Jornada, pensemos ahora en la palabra “juventud”. Ustedes y sus amigos están llenos del optimismo, de la energía y de la buena voluntad que caracteriza esta etapa de su vida. Dejen que Cristo transforme su natural optimismo en esperanza cristiana, su energía en virtud moral, su buena voluntad en auténtico amor, que sabe sacrificarse. Éste es el camino que están llamados a emprender. Éste es el camino para vencer todo lo que amenaza la esperanza, la virtud y el amor en su vida y en su cultura. Así su juventud será un don para Jesús y para el mundo.
Como jóvenes cristianos, ya sean trabajadores o estudiantes, hayan elegido una carrera o hayan respondido a la llamada al matrimonio, a la vida religiosa o al sacerdocio, no sólo forman parte del futuro de la Iglesia: son también una parte necesaria y apreciada del presente de la Iglesia. ¡Son el presente de la Iglesia! Permanezcan unidos unos a otros, cada vez más cerca de Dios, y junto a sus obispos y sacerdotes dediquen estos años a edificar una Iglesia más santa, más misionera y humilde, más santa, más misionera, y humilde, una Iglesia que ama y adora a Dios, que intenta servir a los pobres, a los que están solos, a los enfermos y a los marginados.
En su vida cristiana tendrán muchas veces la tentación, como los discípulos en la lectura del Evangelio de hoy, de apartar al extranjero, al necesitado, al pobre y a quien tiene el corazón destrozado. Estas personas siguen gritando como la mujer del Evangelio: «Señor, socórreme». La petición de la mujer cananea es el grito de toda persona que busca amor, acogida y amistad con Cristo. Es el grito de tantas personas en nuestras ciudades anónimas, de muchos de nuestros contemporáneos y de todos los mártires que aún hoy sufren persecución y muerte en el nombre de Jesús: «Señor, socórreme». No respondamos como aquellos que rechazan a las personas que piden, como si atender a los necesitados estuviese reñido con estar cerca del Señor. No, tenemos que ser como Cristo, que responde siempre a quien le pide ayuda con amor, misericordia y compasión.
Finalmente, la tercera parte del lema de esta Jornada: «Despierta», «Despierta», esta palabra habla de una responsabilidad que el Señor les confía. Es la obligación de estar vigilantes para no dejar que las seducciones, las tentaciones y los pecados propios o los de los otros emboten nuestra sensibilidad para la belleza de la santidad, para la alegría del Evangelio. El Salmo responsorial de hoy nos invita repetidamente a “cantar de alegría”. Nadie que esté dormido puede cantar, bailar, alegrarse. No es bueno cuando veo a gente joven que duerme. ¡No! ¡Levántense, id, id! ¡Seguid adelante! Queridos jóvenes, «nos bendice el Señor nuestro Dios» (Sal 67); de él hemos «obtenido misericordia» (Rm 11,30). Con la certeza del amor de Dios, vayan al mundo, de modo que «con ocasión de la misericordia obtenida por ustedes» (v. 31), sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus vecinos, sus conciudadanos y todas las personas de este gran continente «alcancen misericordia» (v. 31). Esta misericordia es la que nos salva.
Queridos jóvenes de Asia, confío que, unidos a Cristo y a la Iglesia, sigan este camino que sin duda les llenará de alegría. Y antes de acercarnos a la mesa de la Eucaristía, dirijámonos a María nuestra Madre, que dio al mundo a Jesús. Sí, María, Madre nuestra, queremos recibir a Jesús; con tu ternura maternal, ayúdanos a llevarlo a los otros, a servirle con fidelidad y a glorificarlo en todo tiempo y lugar, en este país y en toda Asia. Amén.

¡Juventud de Asia, levántate!




El Papa Francisco presidió este lunes en la Catedral de Myeong-dong la Misa por la paz y la reconciliación, donde aseguró que la ansiada unidad en la península coreana es “posible y fructífero mediante la fuerza infinita” de la Cruz de Cristo y en la que invitó a contribuir con el perdón y la conversión de los corazones.

A continuación la homilía completa

Queridos hermanos y hermanas:

Mi estancia en Corea llega a su fin y no puedo dejar de dar gracias a Dios por las abundantes bendiciones que ha concedido a este querido país y, de manera especial, a la Iglesia en Corea. Entre estas bendiciones, cuento también la experiencia vivida junto a ustedes estos últimos días, con la participación de tantos jóvenes peregrinos, provenientes de toda Asia. Su amor por Jesús y su entusiasmo por la propagación del Reino son un modelo a seguir para todos.

Mi visita culmina con esta celebración de la Misa, en la que imploramos a Dios la gracia de la paz y de la reconciliación. Esta oración tiene una resonancia especial en la península coreana. La Misa de hoy es sobre todo y principalmente una oración por la reconciliación en esta familia coreana. En el Evangelio, Jesús nos habla de la fuerza de nuestra oración cuando dos o tres nos reunimos en su nombre para pedir algo (cf. Mt 18,19-20). ¡Cuánto más si es todo un pueblo el que alza su sincera súplica al cielo!

La primera lectura presenta la promesa divina de restaurar la unidad y la prosperidad de su pueblo, disperso por la desgracia y la división. Para nosotros, como para el pueblo de Israel, esta promesa nos llena de esperanza: apunta a un futuro que Dios está preparando ya para nosotros. Por otra parte, esta promesa va inseparablemente unida a un mandamiento: el mandamiento de volver a Dios y obedecer de todo corazón a su ley (cf. Dt 30,2-3). El don divino de la reconciliación, de la unidad y de la paz está íntimamente relacionado con la gracia de la conversión, una transformación del corazón que puede cambiar el curso de nuestra vida y de nuestra historia, como personas y como pueblo.

Naturalmente, en esta Misa escuchamos esta promesa en el contexto de la experiencia histórica del pueblo coreano, una experiencia de división y de conflicto, que dura más de sesenta años. Pero la urgente invitación de Dios a la conversión pide también a los seguidores de Cristo en Corea que revisen cómo es su contribución a la construcción de una sociedad justa y humana. Pide a todos ustedes que se pregunten hasta qué punto, individual y comunitariamente, dan testimonio de un compromiso evangélico en favor de los más desfavorecidos, los marginados, cuantos carecen de trabajo o no participan de la prosperidad de la mayoría. Les pide, como cristianos y como coreanos, rechazar con firmeza una mentalidad fundada en la sospecha, en la confrontación y la rivalidad, y promover, en cambio, una cultura modelada por las enseñanzas del Evangelio y los más nobles valores tradicionales del pueblo coreano.

En el Evangelio de hoy, Pedro pregunta al Señor: «Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?». Y el Señor le responde: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (Mt 18,21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados «como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden». Si no estuviésemos dispuestos a hacerlo, ¿cómo podríamos rezar sinceramente por la paz y la reconciliación?

Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su cruz. La cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno.

Éste es el mensaje que les dejo como conclusión de mi visita a Corea. Tengan confianza en la fuerza de la cruz de Cristo. Reciban su gracia reconciliadora en sus corazones y compártanla con los demás. Les pido que den un testimonio convincente del mensaje reconciliador de Cristo en sus casas, en sus comunidades y en todos los ámbitos de la vida nacional. Espero que, en espíritu de amistad y colaboración con otros cristianos, con los seguidores de otras religiones y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, que se preocupan por el futuro de la sociedad coreana, sean levadura del Reino de Dios en esta tierra. De este modo, nuestras oraciones por la paz y la reconciliación llegarán a Dios desde más puros corazones y, por un don de su gracia, alcanzarán aquel precioso bien que todos deseamos.


Recemos para que surjan nuevas oportunidades de diálogo, de encuentro, para que se superen las diferencias, para que, con generosidad constante, se preste asistencia humanitaria a cuantos pasan necesidad, y para que se extienda cada vez más la convicción de que todos los coreanos son hermanos y hermanas, miembros de una única familia, de un solo pueblo.

FUENTE: noticias ACIPRENSA


HOMILÍA
Fr Nelson Medina OP
Temas de las lecturas:
A los extranjeros los traeré a mi monte santo * Oh Dios,  que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben. * Los dones y la  llamada de Dios son irrevocables para Israel * Mujer, qué grande es tu fe   

1. Los de fuera   
1.1 Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar en una realidad que se repite en  muchas partes: los de dentro y los de fuera.   
1.2 Los de dentro son los que sienten que tienen unos derechos; los de fuera son  los que se sienten o son excluidos de ellos. La imagen podría ser la de un club: para  entrar, para ser de los de dentro, se necesita haber cumplido unos requerimientos,  por ejemplo el pago de una cuota o la pertenencia a un partido político o una  determinada casta.   
1.3 El tema interesa mucho porque en la Biblia vemos a menudo que Dios toma  partido por los de fuera, es decir, por los excluidos, por los marginados. ¿Qué  quiere decir, cabalmente, "marginado"? El que ha sido empujado más allá del margen. Ha sido expulsado y ya no es, o nunca se consideró que fuera de "los de  dentro."   
1.4 En Egipto los desposeídos y marginados eran los hebreos y podemos decir que  Dios "opta" por ellos. Por contraste, quien podía sentirse absolutamente "adentro" y  absolutamente dueño de todos los derechos, era el faraón, pero Dios vino a  demostrarle que su engreimiento no valía nada y su presunción era humo y vacío.    

2. Excluidos de la Vida   
2.1 La primera lectura nos presenta un modo de exclusión. Se trata de los  extranjeros. En la mentalidad del Antiguo Testamento lo que prima es la idea de  que hay un solo pueblo que es el pueblo elegido.   
2.2 El sentido que Dios quería dar a esa elección era este: ser elegido es servir de  instrumento y guía de la salvación de los demás pueblos. Sin embargo, un modo  cómodo de interpretar las cosas, un modo egoísta pero tentador, era decir que los  demás pueblos ya habían sido "descartados."   
2.3 El texto del profeta Isaías se opone a esa interpretación miope y mundana de la  elección divina. Isaías viene a afirmar que hay promesas de vida y de felicidad para  los extranjeros, es decir, para los de fuera. Con eso también está relativizando lo  que podía servir de orgullo fatuo a los israelitas.    

3. Cuando los de afuera se adueñan de la casa   
3.1 La segunda lectura da un paso más en esta misma línea. Resulta que Dios es  compasivo y abre la puerta de su misericordia a los pueblos no judíos, es decir, a  los que la Biblia llama "gentiles." Los que estaban "lejos" ahora están "cerca"  enseña san Pablo, por ejemplo, en el capítulo primero de su carta a los Efesios.  Pero ¡cuidado! Estar cerca es empezar a estar "adentro" y existe siempre el peligro  de sentirse ya tan adentro que uno empiece a despreciar a los que ahora vinieron a  quedar afuera.   
3.2 Pablo sale al paso de esta situación en la segunda lectura de este domingo,  mostrando que si es verdad que el orgullo de aquellos judíos no condujo a nada, no  podemos interpretar de ahí que ya ellos han quedado "afuera" para siempre. Al  contrario, temerosos de repetir nosotros mismos el ciclo y anhelantes de la gracia y  la salvación para todos, tomamos en consideración las palabras de este apóstol:  "Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios y ahora han alcanzado su  misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos,  que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la  misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán. En efecto, Dios ha permitido que  todos cayéramos en la rebeldía, para manifestarnos a todos su misericordia."   

 4. Un obstáculo: ¿Por qué Jesús trata así a aquella extranjera?   
4.1 El evangelio de hoy, en cambio, nos presenta un pasaje bastante difícil sobre  todo porque la actitud de Jesús resulta francamente desconcertante: ¿por qué hace  esperar tanto a esta pobre mujer que clamaba la curación de su hijita? Y si luego va  a curarla, ¿por qué con ese lenguaje tan duro, diríamos tan humillante?   
4.2 Para dar un poco de perspectiva a lo sucedido, conviene recordar que Jesús  tenía muy claro que su misión, por lo menos en el terreno de lo inmediato, iba  dirigida a los miembros del pueblo elegido. Él no se ve a sí mismo como una  especie de curandero o de hombre con poderes extraordinarios. A menudo prefirió  destacar el papel de la fe de quienes recibían sus milagros, como quitando la  atención de sí mismo y desplazándola hacia el acto de fe que el enfermo hacía  cuando se curaba.   
4.3 El enfoque de Jesús no es tanto que Él hace cosas sino que Él es la ocasión de  que Dios haga cosas en quienes vuelven hacia Dios. Esto es así porque Jesús  básicamente está anunciando que Dios reina, está anunciando el Reinado de Dios  como más potente que toda la iniquidad humana y también como más fuerte que  todo lo que aflige u oprime a los hombres.    4.4 En síntesis, Jesús quiere que el protagonista sea el poder de Dios que se hace  próximo y activo en nosotros cuando realmente creemos. Es evidente que una  curación "fácil" y un encuentro casi accidental con una especie curandero itinerante  no son el lugar para realmente reconocer que es Dios el que reina.   
4.5 Esto explica, por lo menos en parte, lo que al principio nos parecía chocante: Jesús no quiere que sus milagros sean anécdotas, sino mensajes que anuncian la  llegada del Reino. En el fondo, la demora en conceder esa sanación y el modo de  hablarle a esta mujer son una especie de catequesis que quiere mostrar por qué  caminos le llega la salvación. Al decirle que está recibiendo migajas de la mesa del  pueblo elegido le está mostrando que sólo hay un Dios, que ese Dios se ha revelado  al pueblo de la alianza, y que de Él y sólo de Él viene todo bien.
(Fuente: Homiletica org  / Fr Nelson Medina OP)


REFLEXIÓN
a.- Is. 56, 6-7: A los extranjeros los traeré a mi monte.    Esta lectura es el prólogo del Tercer Isaías, una invitación a las naciones para que  se acerquen al Señor. Por medio de su profeta, Dios exige al pueblo que guarde el  derecho y practique la justicia, es decir, mantener en la sociedad el orden. La  opción por la justicia exige relaciones armónicas en el seno de la comunidad, donde  se engendra la paz. La comunidad engendra la paz cuando acoge la bendición de  Yahvé, es decir, practica la Ley, y como consecuencia, nace el orden deseado por  Yahvé. Es entonces, cuando el pueblo vive la salvación de Yahvé en medio de su  pueblo. Se especifica que la vivencia de la justicia y el derecho, significan el  abandono de la maldad, y la observancia del sábado; rechazo de la idolatría y  apego a los mandamientos. La observancia del sábado pasa de un día de descanso,   recuerdo del descanso de Dios después de la creación (cfr. Ex. 20,8-11) reposo del  hombre y de los animales (cfr. Ex. 23,12),  pasa a ser memorial de la liberación de  Egipto (cfr. Dt. 5,12-15), signo visible de la alianza de Dios con su pueblo (Ex.  31,16-17). Su observancia era todo un reconocimiento del señorío de Yahvé sobre  el cosmos y la historia, deseo de mantener la vigencia de la alianza. El testimonio  del pueblo atraerá a todas las naciones hacia Jerusalén, comunidad redimida (Is.  55, 4-5), de ahí a que se reitere la invitación y la acogida que Yahvé brindará a los  extranjeros. Si bien la legislación preveía la no participación de los eunucos y  algunos pueblos, este pasaje de Isaías no se circunscribe a un momento histórico,  su visión es más bien escatológica, al final todas las naciones se reunirán en  Jerusalén - Sión, para adorar a Yahvé (cfr. 66,18-23), puesto que las naciones han  descubierto, por el testimonio de Israel redimido (cfr. 55, 13), que es el Santo de  Israel.  La invitación llega también a los extranjeros, si se adhieren al Señor,  deberán guardar el sábado, mantener la alianza (cfr. Is. 56, 4). Este acatamiento  los asemeja a los miembros del pueblo, porque tienen un espacio en el templo de  Jerusalén y en la ciudad, se concretizan los anuncios de la llegada de las naciones  (cfr. Is. 2,1; 14,1; 54,2). Pero también, porque al adherirse al pueblo de Israel,  adquieren la obligación de ser testimonio de la acción redentora de Yahvé. La  alianza de los eunucos, más que biológicos, son los extranjeros que no observaban  la ley, y por ello, se les consideraba incapaces de dar vida; ahora la alianza que  hacen con Yahvé es tan fuerte que no se romperá, que para ellos será más  importante que engendrar hijos (cfr. Is. 56,5). Se les denomina siervos, son  agregados a la comunidad israelita redimida pues también ellos amarán el nombre  de Yahvé, guardarán el sábado y mantendrán la alianza. El Señor los conduce a su
 templo, casa de oración, donde ofrecerán holocaustos y sacrificios (cfr.1Re. 8, 41- 43). La casa de oración, quiere destacar, la santidad del templo, espacio singular  para en encuentro íntimo entre Dios y el hombre.     

b.- Rm. 11,13-15. 29-32: Los dones de Dios son irrevocables para Israel.    El apóstol Pablo sigue desarrollando el tema de la incredulidad judía y como Israel,  en su gran mayoría ha quedado fuera de la Iglesia. Para el apóstol eso es parte de  los planes de Dios, la caída de Israel, es ocasión y tiempo para la conversión de los  gentiles y cuando eso suceda, también Israel se convertirá (vv. 12-15). Deja de  manifiesto que la conversión de unos y otros, es siempre pura misericordia de Dios.  Lo que no tiene dudas el apóstol, es que esa conversión llegará claramente, lo  insinúa en los (vv.12. 15. 26. 31), porque se trata de la voluntad de Dios  manifestada desde antiguo (1Cor. 15, 25; Ef. 3,3). Pareciera que el mismo  Jesucristo haya aludido a ello (cfr. Mt. 23, 39) y también se hace alusión a Isaías  que habla de la purificación de Israel con la venida del Mesías (cfr. Is. 59, 20; 27,  9). Al apóstol lo anima que ya parte de la antigua profecía se ha cumplido con la  conversión del resto de Israel y la de los gentiles, lo que traerá en el futuro la  conversión en masa del pueblo judío, consecuencia de la fidelidad de Dios a sus  promesas hechas a los padres y por eso amados, no obstante la incredulidad  actual. Se revela así, una doble postura de Dios hacia ellos, puesto que son amados  de Dios, por pertenecer al pueblo de Dios, pero al mismo, tiempo enemigos  respecto al evangelio. En todo caso, el apóstol anima a cristianos gentiles y judíos,  a reconocer el valor de su misericordia a la hora de hablar de conversión al  evangelio predicado por Jesucristo, el Señor.   

c.- Mt.15, 23-28: ¡Mujer qué grande es tu fe!    Este evangelio nos presenta la sanación de una mujer siro-fenicia o cananea (cfr.  Mc. 7, 24-30), con lo que quiere afirmar que no era judía, sino pagana. En el AT,  Tiro y Sidón, como Canaan, era tierra de paganos. El texto está constituido por una  petición no atendida por Jesús, la respuesta circunscribe su misión a sólo las ovejas  de Israel y finalmente, Jesús hace la distinción entre los hijos y perros, es decir, los  paganos. Así denominaban los judíos a los extranjeros. En el fondo, Mateo, quiere  establecer la actitud de Jesús respecto a los paganos y cómo pueden llegar a la fe.  El ministerio terreno de Jesús, se limitó al pueblo judío, con este pasaje bíblico, nos  habla de una excepción, que hizo, por la gran de esta mujer extranjera. Pero si  profundizamos el texto, nos damos cuenta que si bien los paganos no poseían los  privilegios de los judíos a la hora de creer, si tienen fe, los privilegios que creían  poseer en exclusiva los judíos, son también un derecho de ellos. Bastaba creer,  para pertenecer al pueblo de Dios; era lo que había sucedido con el centurión  romano (cfr. Mt. 8, 5-10).  Sólo es necesario tener fe para pertenecer al pueblo de   Dios, criterio que la Iglesia desde sus inicios. La cananea llama a Jesús con un título  mesiánico: “En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio,  gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente  endemoniada. (v.22). La invocación: “Ten piedad de mí” encuentra eco profundo  en la piedad hebrea expresada en los Salmos y que luego pasó a la vida de oración  de la comunidad cristiana. Es una oración de petición, fruto de una fe y confianza  ilimitada  en que Dios, este caso Jesús, el Mesías, puede hacer lo que se pide. Una  fe, distintivo del cristiano, que recibe lo que pide, porque lo que se desea obtener  es voluntad de Dios. Jesús rechaza abiertamente la petición: “Respondió  él: No he  sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» (v. 24). Pero la  mujer no se detiene e insiste: “Le dijo: ¡Señor, socórreme! El respondió: No  está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» «Sí, Señor, repuso  ella, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus  amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como  deseas. Y desde aquel momento quedó curada su hija.” (vv. 26-28). Aquí se puso  en práctica aquello de: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad se os abrirá”,  (Mt. 7,7), es decir, una verdadera lucha con Dios, en una oración perseverante,  como la de la cananea. Hay otra actitud que debemos rescatar de la oración de esta  mujer, es su pobreza de espíritu, y por ello recibió, halló y se le abrieron las  puertas de la salud para ella y su hija. De esta forma, Dios hizo el milagro esperado  porque lo suyo es coronar la fe del hombre que confía en su poder. Este evangelio  nos lleva a considerar la importancia de la fe y la oración, la primera como  exigencia para acercarse a Dios, la segunda, como medio de diálogo y unión. La  cananea es modelo de todo ello, es decir, una fe relevante en ella, que reconoce a  Jesús como Mesías, que es dinámica, sale a su encuentro, orientada a su prójimo,  su hija en este caso. Su oración es modelo de confianza y humildad, su mejor carta  de presentación su esencial pobreza de espíritu abierta a la voluntad y justicia de  Dios, sabiendo que no tenía derecho a nada por ser extranjera. Fe y oración se  alimentan mutuamente con el ejercicio diario de creer y orar en forma personal y  comunitaria; lo constituyente siempre será la fe, la oración es respuesta en clave  de amor y diálogo, música callada, soledad sonora, respuesta a la salvación que el  Padre nos ofrece por medio de su Hijo y que su Espíritu vivificante nos enseña a  dialogar con Dios en nuestro interior.      La Santa Madre pide al Padre que nunca falte entre nosotros la presencia del Hijo  en la Eucaristía. “Pedid vosotras, hijas, con este Señor al Padre que os deje hoy a  vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que baste para templar tan  gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es  harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas  suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente.” (CV 34,  3).   
(Fuente: Homiletica org / Padre Julio Gonzalez Carretti OCD)




Santos
Eusebio I, Papa; Jacinto de Cracovia, presbítero.

Beato Ángel Agustín Mazinghi, presbítero. 
(Verde)


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