LECTURAS
DE LA EUCARISTIA
MIÉRCOLES
23 DE JULIO DE 2014
TIEMPO
ORDINARIO A. SEMANA 16
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Dn 3, 31. 29. 30. 43. 42)
Todo
lo que hiciste con nosotros, Señor, es verdaderamente justo, porque hemos
pecado contra ti y hemos desobedecido tus mandatos; pero haz honor a tu nombre
y trátanos conforme a tu inmensa misericordia.
ORACIÓN
COLECTA
Señor
Dios, que manifiestas tu poder de una manera admirable sobre todo cuando
perdonas y ejerces tu misericordia, multiplica tu gracia sobre nosotros, para
que, apresurándonos hacia lo que nos prometes, nos hagas partícipes de los
bienes celestiales. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
Te consagré como profeta
para las naciones.
DEL LIBRO DEL PROFETA
JEREMÍAS: 1, 1. 4-10
Palabras
de Jeremías, hijo de Jilquías, uno de los sacerdotes residentes en Anatot,
territorio de Benjamín.
En
tiempo de Josías, el Señor me dirigió estas palabras: "Desde antes de
formarte en el seno materno, te conozco; desde antes de que nacieras, te
consagré como profeta para las naciones". Yo le contesté: "Pero,
Señor mío, yo no sé expresarme, porque apenas soy un muchacho".
El
Señor me dijo: "No digas que eres un muchacho, pues irás a donde yo te
envíe y dirás lo que yo te mande. No tengas miedo, porque yo estoy contigo para
protegerte", lo dice el Señor. El Señor extendió entonces su brazo, con su
mano me tocó la boca y me dijo: "Desde hoy pongo mis palabras en tu boca y
te doy autoridad sobre pueblos y reyes, para que arranques y derribes, para que
destruyas y deshagas, para que edifiques y plantes".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
Del
salmo 70 R/. Señor, tú eres mi esperanza.
Señor,
tú eres mi esperanza, que no quede yo jamás defraudado. Tú que eres justo,
ayúdame y defiéndeme; escucha mi oración y ponme a salvo. R/.
Sé
para mí un refugio, ciudad fortificada en que me salves. Y pues eres mi auxilio
y mi defensa, líbrame, Señor, de los malvados. R/.
Señor,
tú eres mi esperanza; desde mi juventud en ti confío. Desde que estaba en el
seno de mi madre, yo me apoyaba en ti y tú me sostenías. R/.
Yo
proclamaré siempre tu justicia y a todas horas, tu misericordia. Me enseñaste a
alabarte desde niño y seguir alabándote es mi orgullo. R/.
ACLAMACIÓN
R/. Aleluya, aleluya.
La
semilla es la palabra de Dios y el sembrador es Cristo; todo aquel que lo
encuentra vivirá para siempre. R/.
Algunos
granos dieron el ciento por uno.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 13, 1-9
Un
día salió Jesús de la casa donde se hospedaba y se sentó a la orilla del mar.
Se reunió en torno suyo tanta gente, que Él se vio obligado a subir a una
barca, donde se sentó, mientras la gente permanecía en la orilla. Entonces
Jesús les habló de muchas cosas en parábolas y les dijo:
"Una
vez salió un sembrador a sembrar, y al ir arrojando la semilla, unos granos
cayeron a lo largo del camino; vinieron los pájaros y se los comieron. Otros
granos cayeron en terreno pedregoso, que tenía poca tierra; ahí germinaron
pronto, porque la tierra no era gruesa; pero cuando subió el sol, los brotes se
marchitaron, y como no tenían raíces, se secaron. Otros cayeron entre espinos,
y cuando los espinos crecieron, sofocaron las plantitas. Otros granos cayeron
en tierra buena y dieron fruto: unos, ciento por uno; otros, sesenta; y otros,
treinta. El que tenga oídos, que oiga".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos,
Dios misericordioso, que nuestra ofrenda te sea aceptable y que por ella quede
abierta para nosotros la fuente de toda bendición. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (1 Jn 3, 16)
En
esto hemos conocido lo que es el amor de Dios: en que dio su vida por nosotros.
Por eso también nosotros debemos dar la vida por los hermanos.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
este misterio celestial renueve, Señor, nuestro cuerpo y nuestro espíritu, para
que seamos coherederos en la gloria de aquel cuya muerte, al anunciarla, la
hemos compartido. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Reflexión
Jer. 1, 1. 4-10.
Todos fuimos llamados a la vida porque, aún antes de nacer, Dios nos amó, y nos
destinó a ser testigos suyos. El anuncio del Evangelio no se realiza sólo desde
la ciencia humana. Antes que nada y por encima de todo está Dios, que es quien
pone sus palabras en nuestro corazón y en nuestra boca, para que con su Poder
destruyamos el mal y edifiquemos el bien. Efectivamente el auténtico profeta
viene de la unión con Dios; desde esa experiencia habla como testigo de lo que
ha experimentado del mismo Dios. El profeta de Dios no se pasa la vida
anunciando calamidades, sino anunciando una vida que día a día se ha de renovar
en Cristo Jesús. Por eso el verdadero profeta no sólo ha de arrancar y
derribar, destruir y deshacer, sino también edificar y plantar. Esto no puede
llevarnos a pensar que el trabajo realizado por los enviados anteriormente a
nosotros haya sido inútil, y que todo empezará desde nuestra llegada. Ni
siquiera las culturas, tal vez alejadas de Dios, deben ser despreciadas ni
destruidas para edificar en ellas la fe, sino que sólo las hemos de purificar
de todo aquello que les impide un encuentro auténtico con el Señor y un
compromiso en la edificación de su Reino entre nosotros. Esta es la vocación a
la que ha sido llamada la Iglesia, que se va encarnando en los diversos pueblos
y culturas para conducir a todos hacia la plena unión con Cristo Jesús.
Sal. 71 (70).
Puestos en manos de Dios lancémonos confiados y valientes a anunciar su
Evangelio a todas las naciones, pues Dios velará siempre por nosotros. Teniendo
a Dios de nuestra parte no vacilemos, pues el Señor siempre estará dispuesto a
ponernos a salvo. Incluso cuando muramos por Él y por su Evangelio, Él,
finalmente, nos librará de la muerte y nos llevará sanos y salvos a su Reino
celestial. No confiemos en el Señor pensando equivocadamente que Él velará por
nosotros cuando le demos culto y después nos dediquemos a nuestras fechorías.
Dios nos quiere comprometidos en la realización del bien a favor de todos. Esto
tal vez nos reporte momentos de desprecio, de angustia, de persecución y de
muerte. Aceptando con amor las consecuencias de nuestro testimonio del
Evangelio, no nos cansemos de proclamar siempre la justicia que procede de Dios
y que Él ofrece a la humanidad entera; no nos cansemos de llevar la
misericordia a todos para que encuentren en el Señor el perdón y la salvación.
Sólo así podremos, finalmente, alabar al Señor eternamente, pues ya desde ahora
nuestra vida se habrá convertido en una continua alabanza de su santo Nombre.
Mt. 13, 1-9. El
Señor nos dice por medio del profeta Isaías: Como la lluvia y la nieven caen
del cielo, y sólo regresan allí después de empapar la tierra, de fecundarla y
hacerla germinar, para que dé semilla al que siembra y pan al que come, así
será la Palabra que sale de mi boca: no regresará a mí vacía, sino que cumplirá
mi voluntad y llevará a cabo mi encargo. Por la Palabra fueron creadas todas
las cosas. Llegada la plenitud de los Tiempos, Dios nos envió a su Hijo (la
Palabra), nacido de Mujer, para rescatarnos del pecado y de la muerte. Él no
sólo anunció el Evangelio; Él es el Evangelio viviente del Padre, pues por Él
no sólo hemos conocido, sino experimentado el amor de Dios. Pero esa Palabra no
sólo debe ser escuchada con los oídos, sino con el corazón, pues está
requiriendo de nosotros que la encarnemos y nos convirtamos en el Evangelio
viviente del Padre a través de la historia. Ojalá y seamos ese buen terreno que
esté dispuesto a escuchar y a acoger la Palabra de Dios y a ponerla en
práctica. El Señor nos reúne en esta Eucaristía para pronunciar su Palabra
Salvadora sobre nosotros. Él nos hace experimentar el amor que nos tiene hasta
el extremo. Nosotros somos testigos de ese amor. Por eso el Señor nos quiere
plenamente unidos a Él, de tal forma que, en su Nombre, vayamos y proclamemos
las maravillas de su amor y de su misericordia a todos los pueblos. Renovemos
nuestra confianza en el Señor; sepamos poner totalmente nuestra vida en sus
manos para que Él realice su obra salvadora en nosotros y nos lleve a la misma
perfección que le corresponde como a Hijo unigénito de Dios. Nuestra Eucaristía
se ha de convertir en un compromiso de amor fiel a Dios y a su Palabra, que nos
haga ser la buena semilla que se siembre en el corazón de la humanidad entera
para que todos lleguen a producir abundantes frutos de salvación. Aquel que
haya perdido su relación con Cristo en lugar de hacer surgir hijos de Dios lo
único que hará será convertirse en ocasión de maldad, de muerte y de
esterilidad por su falta de buenas obras en favor de los demás. Vivamos, pues,
nuestra unión fiel y amorosa a Dios. Dios ha Creado a su Iglesia con gran amor,
pues la ha hecho Esposa de su propio Hijo, Cristo Jesús. En Él tenemos la
misión de sembrar la vida, el amor, la verdad, la santidad, la justicia, la
paz, la alegría y la misericordia en la humanidad entera. Nuestra simiente no
es de maldad, sino de bondad, pues procede de Dios mismo. Por eso aprendamos a
ser los primeros en dejar que esa Semilla buena, que es la Palabra de Dios
produzca frutos abundantes en nosotros. Pero no nos quedemos egoístamente
disfrutando de la fecundidad de la Palabra de Dios en nosotros. Vayamos, con el
poder de Dios, a sembrarla en la humanidad entera. No importa que a veces
parezcamos apenas unos muchachos temerosos, pues no vamos con nuestro poder,
sino con la fuerza que nos viene del Espíritu Santo, que Dios ha infundido en
nosotros. Y ese Espíritu no es de cobardía, sino de valentía sabiendo que la
obra de salvación es la obra de Dios, y nosotros sólo somos colaboradores de la
gracia. Ojalá y no defraudemos el amor y la confianza que Dios ha depositado en
nosotros. Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima
Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir como fieles testigos suyos,
colaborando constantemente en la construcción de su Reino entre nosotros
fortalecidos por el Espíritu Santo, que Dios mismo nos ha concedido. Amén.
(Homilía
católica)
Santos
Brígida de Suecia,
fundadora; Juan Casiano, abad. Beata Juana de Orvieto, laica.
Feria (Verde)
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