LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
SABADO
29 DE MARZO DE 2014.
III
SEMANA DE CUARESMA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 102, 2-3)
Bendice,
alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios: Él perdona todas tus culpas.
ORACIÓN
COLECTA
Concédenos,
Señor, que celebrando con alegría esta Cuaresma, de tal modo penetremos el
significado del misterio pascual, que obtengamos la plenitud de sus frutos. Por
nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
Yo
quiero misericordia y no sacrificios.
DEL LIBRO DEL PROFETA
OSEAS: 6, 1-6
Esto
dice el Señor: "En su aflicción, mi pueblo me buscará y se dirán unos a
otros: 'Vengan, volvámonos al Señor; Él nos ha desgarrado y Él nos curará; Él
nos ha herido y Él nos vendará. En dos días nos devolverá la vida, y al
tercero, nos levantará y viviremos en su presencia.
Esforcémonos
por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio
surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de
primavera que empapa la tierra'.
¿Qué
voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Su amor es nube
mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de
los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero
misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del
salmo 50
R/.
Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.
Por
tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis
ofensas. Lávame bien de todos mis delitos, y purifícame de mis pecados. R/.
Tú,
Señor, no te complaces en los sacrificios y si te ofreciera un holocausto, no
te agradaría. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú
nunca lo desprecias. R/.
Señor,
por tu bondad, apiádate de Sión, edifica de nuevo sus murallas. Te agradarán
entonces los sacrificios justos, ofrendas y holocaustos. R/.
ACLAMACIÓN
(Cfr. Sal 94, 8) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Hagámosle
caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón". R/.
El
publicano regresó a su casa justificado y el fariseo no.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS: 18, 9-14
En
aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y
despreciaban a los demás:
"Dos
hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El
fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no
soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis
ganancias'.
El
publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al
cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate
de mí, que soy un pecador'.
Pues
bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque
todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será
enaltecido".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Tú
que nos purificas con tu gracia para que nos acerquemos dignamente a tu
Eucaristía, concédenos, Señor, celebrarla de tal modo, que podamos rendirte una
alabanza perfecta. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I-V de Cuaresma.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Lc 18, 13)
El
publicano, manteniéndose a distancia, se golpeaba el pecho y decía: Señor, ten
piedad de mí porque soy un pecador.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios
de misericordia, que no cesas de alimentarnos con tu santa Eucaristía,
concédenos venerarla siempre con respeto y recibirla con fe profunda. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
REFLEXIÓN
Os.
6, 1-6. Cuando iniciamos la Cuaresma, se nos invitaba a hacer de este tiempo un
tiempo intenso de oración, de ayuno y de compartir nuestros bienes con los
pobres. Todo, sólo conocido por Dios. Se nos ha invitado a ver este tiempo como
el tiempo favorable para volver al Señor. Sin embargo nuestro retorno a Él no
ha de ser sólo para llegar a la Pascua con un corazón purificado; no podemos
cumplir con la costumbre de comulgar en este tiempo, y después volver a
nuestras andadas de maldad. En ese caso el Señor nos diría: Mi amor es como la
lluvia, que fecunda la tierra, la hace germinar y dar fruto; en cambio tu amor
es como nube mañanera, como rocío matinal que se evapora.
El
reconocer lo que somos y valemos en la presencia de Dios, debe ser para
nosotros el inicio de un nuevo camino, en el cual no demos marcha atrás. Hay
que tomar nuestra cruz de cada día, siempre, y seguir a Cristo. Día a día hemos
de pronunciar nuestro sí al amor a Dios y al prójimo.
Entonces
nuestra misma Eucaristía será un sacrificio grato al Señor, pues la
celebraremos, no por costumbre, sino como el compromiso de identificarnos en la
entrega y en la fidelidad amorosa del mismo Cristo.
Sal.
51 (50). Nos reconocemos pecadores ante Dios. No podemos abrir la boca para
defendernos ante el juicio al que Dios nos cita. A los hombres podemos
engañarlos; pero Dios conoce hasta lo más profundo de nuestras entrañas y de
nuestros pensamientos y deseos. Por eso llegamos ante Él con el corazón
contrito y humillado, con la confianza de que no nos despreciará ni nos
rechazará. Sólo Dios puede reconstruir nuestra vida.
Cuando
en verdad seamos signos de su amor, de su paz, de su misericordia, de su
cercanía y solidaridad, sólo entonces le agradarán los sacrificios justos,
ofrendas y holocaustos.
No
podemos tributarle al Señor un culto vacío, que no haga oír nuestra voz en su
presencia. Es necesario que, unidos al Señor, manifestemos su vida desde
nosotros, que llega a salvar, no a condenar; a amar, no a odiar; a construir la
paz y la vida fraterna, no a hacer la guerra ni a despreciar o perjudicar a
nuestro prójimo.
Esta
Cuaresma nos ayuda a unirnos a Cristo, pero también debe ayudarnos a unirnos a
nuestro prójimo para hacerle el bien, y comunicarle la vida que Dios nos ofrece
a todos.
Lc.
18, 9-14. Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador. ¿Quién puede decir que
no tiene pecado? Dice san Pablo que la Escritura presenta todas las cosas bajo
el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por
medio de la fe en Jesucristo. Y también: Todos pecaron y están privados de la
gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la
redención realizada en Cristo Jesús. Y en otro lugar: Dios encerró a todos los
hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia.
¿Quién,
sin pecar de altanería, puede llegar ante Dios y decirle: "Gracias, porque
yo soy santo; si me escrutas no encontrarás malicia en mí? Examina y condena a
los demás. Yo no soy como ellos. Si buscas un hombre justo, ya lo encontraste;
soy yo, que estoy continuamente en tu presencia sin desobedecer jamás una orden
tuya". Vivir así es vivir sin tener la justificación de Dios.
Es
verdad que día a día hemos de ir siendo mejores. Es cierto que no podemos
detenernos en el camino que nos haga llegar a poseer, algún día la misma
perfección de Dios, conforme al mandato de Cristo: Sean santos, como Dios, su
Padre, es santo. ¿Pero cuándo será posible eso? Entre luces y sombras se va
desarrollando nuestra vida. Entre fidelidades e infidelidades se teje nuestra
historia personal. Siempre hay esclavitudes, falsos dioses en el corazón de
todos. Saber que hemos fallado; saber que en muchas áreas tenemos endurecido el
corazón es el primer paso de la curación que sólo Dios nos puede dar. Por ello,
como el publicano, hemos de llegar ante Dios y, con humildad pedirle que nos
perdone. Y junto con el salmista pedirle: Sácame de la charca cenagosa, afianza
sobre roca firme mis pies y consolida mis pasos. Sólo con la gracia de Dios
podremos vivir como luz y no como tinieblas.
Esta
Cuaresma nos ha de hacer reconocer todo lo que hemos avanzado para ser un signo
pascual de Cristo; pero también hemos de reconocer que, junto con la humanidad
aún no totalmente libre de su pecado, somos solidarios y también responsables
de la maldad que anida en muchos corazones. Por eso a nadie hemos de
despreciar; más bien hemos de esforzarnos para que, tanto en nosotros, como en
el corazón de todos, vaya haciéndose cada día más patente la presencia del
Señor que salva y que libera del mal, y que fortifica al hombre para que viva y
camine en el amor verdadero.
Señor,
apiádate de mí, porque soy un pecador.
Nuestra
Eucaristía no puede celebrarse con altanería ni justificaciones falsas ante
Dios. No podemos llegar despreciando a nuestro prójimo, creyendo que porque le
damos culto a Dios, por eso le somos gratos. El signo de la paz que nos damos
en esta Eucaristía, es el signo de la aceptación de nuestro prójimo en nuestro
corazón.
La
Eucaristía, en la que celebramos el amor de Dios por nosotros, debe unirnos;
debe, al mismo tiempo, hacernos solidarios del pecado y sus consecuencias en el
mundo, no para que continuemos en él, sino para que, siendo portadores de la vida
que Dios nos comunica en este Sacramento, vayamos y seamos para el mundo, en
sus diversos ambientes, signos del amor comprometido, del amor que salva, del
amor que libera, del amor que no excluye a los grandes pecadores, sino que, al
igual que Cristo, nos hace buscar a la oveja perdida hasta encontrarla y
cargarla de retorno a la casa paterna. Esta es la misión que, como un gran
compromiso, recibimos al Celebrar el Memorial de la Pascua de Cristo.
Satisfechos
de nosotros mismos. Tal vez esto es lo peor que nos pueda suceder. Satisfechos
de nuestras oraciones y del culto que le tributamos a Dios. Satisfechos por
nuestro trabajo diario. Satisfechos por lo que escribimos o hablamos ante los
demás. Satisfechos de nuestra familia bien educada, o, tal vez, bien
amaestrada. Pareciera que ya no hay más camino que recorrer. Se han perdido las
iniciativas; la creatividad ha quedado apagada. Nos deleitamos contemplando de
modo narcisista, las obras de nuestras manos. Podemos enorgullecernos de
nuestra familia, de nuestro grupo, de nuestra clase, de nuestra iglesia: Es un
ejemplo que otros deberían imitar. Pero eso no es posible, porque ellos no
tienen visión, no son capaces de luchar como nosotros lo hemos hecho; sus
esfuerzos los han dejado muy lejos de nosotros. Desde nuestra propia cumbre
contemplamos sus levantadas y caídas, su avanzar un paso y retroceder dos;
¡pobres, no tienen capacidad de llegar donde nosotros hemos llegado! ¡Que todo
mundo nos admire y hasta el mismo Dios sepa que casi lo hemos alcanzado en su
perfección! Pero, si no se ha dado cuenta, nosotros mismos nos encargaremos de
hacérselo saber.
Estas
actitudes orgullosas, que alejan a muchos de su propia realidad les hacen, no
sólo vivir al margen, sino marginar a su prójimo. El orgullo paraliza el corazón
y le impide amar; paraliza las manos y les impide tenderse compasivas para
remediar el sufrimiento de los desprotegidos; enceguece los ojos y les impide
contemplar el dolor de quienes han sido azotados por la enfermedad, la
marginación o las cárceles injustas.
En
esta Cuaresma no podemos regresar a nuestra casa con el corazón podrido. No
podemos continuar siendo portadores de la maldad, de injusticias, de
opresiones, de la destrucción y de la muerte. Reconocer que todos somos
pecadores, nos ha de llevar a esforzarnos para que en verdad luchemos juntos
por un mundo más fraterno, más justo, más en paz. Estos signos indicarán que en
verdad el Señor nos ha justificado, nos ha perdonado, nos ha hecho criaturas
nuevas. Entonces la Pascua será nuestra, pues habremos pasado de la muerte a la
vida, del pecado a la gracia, del egoísmo al amor verdadero. Todo esto no es
obra nuestra, sino la obra de Dios en nosotros.
De
nosotros depende permitirle, o no, a Dios hacer su obra en nosotros.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de que, sabiendo que somos pecadores, nos
acerquemos a Él con un corazón contrito; y perdonados nuestros pecados,
participemos del Espíritu de Dios en nosotros para que, conducidos por Él,
vayamos día a día renovando nuestra vida personal, familiar y comunitaria,
hasta que sobre todos resplandezca la luz del amor de Dios y seamos santos,
como Dios es santo. Amén. (Homilía católica)
REFLEXIÓN
AL
QUE SE ABAJA...
Os
6,1-6; Lc 18,9-14
Un
salto de gran trascendencia significó el planteamiento que sintetiza las
preferencias divinas: primero la misericordia, después las prácticas de culto;
primero las ofrendas y las disposiciones interiores y después los actos de
culto externos. El texto parece formulado a manera de exclusión: quiero esto
(misericordia) y no lo otro (sacrificios); en realidad es una forma de
jerarquizar dos valores. Las prácticas religiosas adquieren valor cuando están
sustentadas en actitudes moralmente sólidas, de otro modo, son como un
espantapájaros que no detiene a los cuervos expertos en el saqueo de las
cosechas. Esa misma situación se plantea en el relato del fariseo y el
recaudador, el hombre que se envanece por sus supuestas buenas obras, carece de
la humildad necesaria para acercarse al Señor. Ni siquiera las obras buenas
quedan valoradas, cuando no proceden de un corazón sincero. (www misal com mx)
Santos
Eustasio de Luxeuil, abad; Inés de Chatillon, religiosa.
Beato Bertoldo de Palestina, presbítero
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