viernes, 28 de marzo de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA. SABADO 29 DE MARZO DE 2014.


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
SABADO 29 DE MARZO DE 2014.
III SEMANA DE CUARESMA

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 102, 2-3)
Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios: Él perdona todas tus culpas.

ORACIÓN COLECTA
Concédenos, Señor, que celebrando con alegría esta Cuaresma, de tal modo penetremos el significado del misterio pascual, que obtengamos la plenitud de sus frutos. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Yo quiero misericordia y no sacrificios.

DEL LIBRO DEL PROFETA OSEAS: 6, 1-6

Esto dice el Señor: "En su aflicción, mi pueblo me buscará y se dirán unos a otros: 'Vengan, volvámonos al Señor; Él nos ha desgarrado y Él nos curará; Él nos ha herido y Él nos vendará. En dos días nos devolverá la vida, y al tercero, nos levantará y viviremos en su presencia.
Esforcémonos por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de primavera que empapa la tierra'.
¿Qué voy a hacer contigo, Efraín? ¿Qué voy a hacer contigo, Judá? Su amor es nube mañanera, es rocío matinal que se evapora. Por eso los he azotado por medio de los profetas y les he dado muerte con mis palabras. Porque yo quiero misericordia y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos".

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 50
R/. Misericordia quiero, no sacrificios, dice el Señor.

Por tu inmensa compasión y misericordia, Señor, apiádate de mí y olvida mis ofensas. Lávame bien de todos mis delitos, y purifícame de mis pecados. R/.

Tú, Señor, no te complaces en los sacrificios y si te ofreciera un holocausto, no te agradaría. Un corazón contrito te presento, y a un corazón contrito, tú nunca lo desprecias. R/.

Señor, por tu bondad, apiádate de Sión, edifica de nuevo sus murallas. Te agradarán entonces los sacrificios justos, ofrendas y holocaustos. R/.

ACLAMACIÓN (Cfr. Sal 94, 8) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Hagámosle caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón". R/.


 El publicano regresó a su casa justificado y el fariseo no.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 18, 9-14

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:
"Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: 'Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: 'Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador'.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Tú que nos purificas con tu gracia para que nos acerquemos dignamente a tu Eucaristía, concédenos, Señor, celebrarla de tal modo, que podamos rendirte una alabanza perfecta. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I-V de Cuaresma.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Lc 18, 13)
El publicano, manteniéndose a distancia, se golpeaba el pecho y decía: Señor, ten piedad de mí porque soy un pecador.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios de misericordia, que no cesas de alimentarnos con tu santa Eucaristía, concédenos venerarla siempre con respeto y recibirla con fe profunda. Por Jesucristo, nuestro Señor.


REFLEXIÓN
Os. 6, 1-6. Cuando iniciamos la Cuaresma, se nos invitaba a hacer de este tiempo un tiempo intenso de oración, de ayuno y de compartir nuestros bienes con los pobres. Todo, sólo conocido por Dios. Se nos ha invitado a ver este tiempo como el tiempo favorable para volver al Señor. Sin embargo nuestro retorno a Él no ha de ser sólo para llegar a la Pascua con un corazón purificado; no podemos cumplir con la costumbre de comulgar en este tiempo, y después volver a nuestras andadas de maldad. En ese caso el Señor nos diría: Mi amor es como la lluvia, que fecunda la tierra, la hace germinar y dar fruto; en cambio tu amor es como nube mañanera, como rocío matinal que se evapora.
El reconocer lo que somos y valemos en la presencia de Dios, debe ser para nosotros el inicio de un nuevo camino, en el cual no demos marcha atrás. Hay que tomar nuestra cruz de cada día, siempre, y seguir a Cristo. Día a día hemos de pronunciar nuestro sí al amor a Dios y al prójimo.
Entonces nuestra misma Eucaristía será un sacrificio grato al Señor, pues la celebraremos, no por costumbre, sino como el compromiso de identificarnos en la entrega y en la fidelidad amorosa del mismo Cristo.

Sal. 51 (50). Nos reconocemos pecadores ante Dios. No podemos abrir la boca para defendernos ante el juicio al que Dios nos cita. A los hombres podemos engañarlos; pero Dios conoce hasta lo más profundo de nuestras entrañas y de nuestros pensamientos y deseos. Por eso llegamos ante Él con el corazón contrito y humillado, con la confianza de que no nos despreciará ni nos rechazará. Sólo Dios puede reconstruir nuestra vida.
Cuando en verdad seamos signos de su amor, de su paz, de su misericordia, de su cercanía y solidaridad, sólo entonces le agradarán los sacrificios justos, ofrendas y holocaustos.
No podemos tributarle al Señor un culto vacío, que no haga oír nuestra voz en su presencia. Es necesario que, unidos al Señor, manifestemos su vida desde nosotros, que llega a salvar, no a condenar; a amar, no a odiar; a construir la paz y la vida fraterna, no a hacer la guerra ni a despreciar o perjudicar a nuestro prójimo.
Esta Cuaresma nos ayuda a unirnos a Cristo, pero también debe ayudarnos a unirnos a nuestro prójimo para hacerle el bien, y comunicarle la vida que Dios nos ofrece a todos.

Lc. 18, 9-14. Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador. ¿Quién puede decir que no tiene pecado? Dice san Pablo que la Escritura presenta todas las cosas bajo el dominio del pecado, para que la promesa hecha a los creyentes se cumpla por medio de la fe en Jesucristo. Y también: Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús. Y en otro lugar: Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia.
¿Quién, sin pecar de altanería, puede llegar ante Dios y decirle: "Gracias, porque yo soy santo; si me escrutas no encontrarás malicia en mí? Examina y condena a los demás. Yo no soy como ellos. Si buscas un hombre justo, ya lo encontraste; soy yo, que estoy continuamente en tu presencia sin desobedecer jamás una orden tuya". Vivir así es vivir sin tener la justificación de Dios.
Es verdad que día a día hemos de ir siendo mejores. Es cierto que no podemos detenernos en el camino que nos haga llegar a poseer, algún día la misma perfección de Dios, conforme al mandato de Cristo: Sean santos, como Dios, su Padre, es santo. ¿Pero cuándo será posible eso? Entre luces y sombras se va desarrollando nuestra vida. Entre fidelidades e infidelidades se teje nuestra historia personal. Siempre hay esclavitudes, falsos dioses en el corazón de todos. Saber que hemos fallado; saber que en muchas áreas tenemos endurecido el corazón es el primer paso de la curación que sólo Dios nos puede dar. Por ello, como el publicano, hemos de llegar ante Dios y, con humildad pedirle que nos perdone. Y junto con el salmista pedirle: Sácame de la charca cenagosa, afianza sobre roca firme mis pies y consolida mis pasos. Sólo con la gracia de Dios podremos vivir como luz y no como tinieblas.
Esta Cuaresma nos ha de hacer reconocer todo lo que hemos avanzado para ser un signo pascual de Cristo; pero también hemos de reconocer que, junto con la humanidad aún no totalmente libre de su pecado, somos solidarios y también responsables de la maldad que anida en muchos corazones. Por eso a nadie hemos de despreciar; más bien hemos de esforzarnos para que, tanto en nosotros, como en el corazón de todos, vaya haciéndose cada día más patente la presencia del Señor que salva y que libera del mal, y que fortifica al hombre para que viva y camine en el amor verdadero.
Señor, apiádate de mí, porque soy un pecador.
Nuestra Eucaristía no puede celebrarse con altanería ni justificaciones falsas ante Dios. No podemos llegar despreciando a nuestro prójimo, creyendo que porque le damos culto a Dios, por eso le somos gratos. El signo de la paz que nos damos en esta Eucaristía, es el signo de la aceptación de nuestro prójimo en nuestro corazón.
La Eucaristía, en la que celebramos el amor de Dios por nosotros, debe unirnos; debe, al mismo tiempo, hacernos solidarios del pecado y sus consecuencias en el mundo, no para que continuemos en él, sino para que, siendo portadores de la vida que Dios nos comunica en este Sacramento, vayamos y seamos para el mundo, en sus diversos ambientes, signos del amor comprometido, del amor que salva, del amor que libera, del amor que no excluye a los grandes pecadores, sino que, al igual que Cristo, nos hace buscar a la oveja perdida hasta encontrarla y cargarla de retorno a la casa paterna. Esta es la misión que, como un gran compromiso, recibimos al Celebrar el Memorial de la Pascua de Cristo.
Satisfechos de nosotros mismos. Tal vez esto es lo peor que nos pueda suceder. Satisfechos de nuestras oraciones y del culto que le tributamos a Dios. Satisfechos por nuestro trabajo diario. Satisfechos por lo que escribimos o hablamos ante los demás. Satisfechos de nuestra familia bien educada, o, tal vez, bien amaestrada. Pareciera que ya no hay más camino que recorrer. Se han perdido las iniciativas; la creatividad ha quedado apagada. Nos deleitamos contemplando de modo narcisista, las obras de nuestras manos. Podemos enorgullecernos de nuestra familia, de nuestro grupo, de nuestra clase, de nuestra iglesia: Es un ejemplo que otros deberían imitar. Pero eso no es posible, porque ellos no tienen visión, no son capaces de luchar como nosotros lo hemos hecho; sus esfuerzos los han dejado muy lejos de nosotros. Desde nuestra propia cumbre contemplamos sus levantadas y caídas, su avanzar un paso y retroceder dos; ¡pobres, no tienen capacidad de llegar donde nosotros hemos llegado! ¡Que todo mundo nos admire y hasta el mismo Dios sepa que casi lo hemos alcanzado en su perfección! Pero, si no se ha dado cuenta, nosotros mismos nos encargaremos de hacérselo saber.
Estas actitudes orgullosas, que alejan a muchos de su propia realidad les hacen, no sólo vivir al margen, sino marginar a su prójimo. El orgullo paraliza el corazón y le impide amar; paraliza las manos y les impide tenderse compasivas para remediar el sufrimiento de los desprotegidos; enceguece los ojos y les impide contemplar el dolor de quienes han sido azotados por la enfermedad, la marginación o las cárceles injustas.
En esta Cuaresma no podemos regresar a nuestra casa con el corazón podrido. No podemos continuar siendo portadores de la maldad, de injusticias, de opresiones, de la destrucción y de la muerte. Reconocer que todos somos pecadores, nos ha de llevar a esforzarnos para que en verdad luchemos juntos por un mundo más fraterno, más justo, más en paz. Estos signos indicarán que en verdad el Señor nos ha justificado, nos ha perdonado, nos ha hecho criaturas nuevas. Entonces la Pascua será nuestra, pues habremos pasado de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, del egoísmo al amor verdadero. Todo esto no es obra nuestra, sino la obra de Dios en nosotros.
De nosotros depende permitirle, o no, a Dios hacer su obra en nosotros.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de que, sabiendo que somos pecadores, nos acerquemos a Él con un corazón contrito; y perdonados nuestros pecados, participemos del Espíritu de Dios en nosotros para que, conducidos por Él, vayamos día a día renovando nuestra vida personal, familiar y comunitaria, hasta que sobre todos resplandezca la luz del amor de Dios y seamos santos, como Dios es santo. Amén. (Homilía católica)

REFLEXIÓN
AL QUE SE ABAJA...
Os 6,1-6; Lc 18,9-14
Un salto de gran trascendencia significó el planteamiento que sintetiza las preferencias divinas: primero la misericordia, después las prácticas de culto; primero las ofrendas y las disposiciones interiores y después los actos de culto externos. El texto parece formulado a manera de exclusión: quiero esto (misericordia) y no lo otro (sacrificios); en realidad es una forma de jerarquizar dos valores. Las prácticas religiosas adquieren valor cuando están sustentadas en actitudes moralmente sólidas, de otro modo, son como un espantapájaros que no detiene a los cuervos expertos en el saqueo de las cosechas. Esa misma situación se plantea en el relato del fariseo y el recaudador, el hombre que se envanece por sus supuestas buenas obras, carece de la humildad necesaria para acercarse al Señor. Ni siquiera las obras buenas quedan valoradas, cuando no proceden de un corazón sincero. (www misal com mx)


Santos

Eustasio de Luxeuil, abad; Inés de Chatillon, religiosa. Beato Bertoldo de Palestina, presbítero


No hay comentarios:

Publicar un comentario