LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
JUEVES
20 DE MARZO DE 2014
II
SEMANA DE CUARESMA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 138, 23-24).
Ponme
a prueba, Dios mío, y conocerás mi corazón; mira si es que voy por mal camino y
condúceme tú por el camino recto.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido, orienta
hacia ti nuestros corazones y enciéndelos en el fuego de tu Espíritu, para que
permanezcamos firmes en la fe y seamos diligentes en el amor fraterno. Por
nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
Maldito
el que confía en el hombre; bendito el que confía en el Señor.
DEL
LIBRO DEL PROFETA JEREMÍAS: 17, 5-10
Esto
dice el Señor: "Maldito el hombre que confía en el hombre, que en él pone
su fuerza y aparta del Señor su corazón. Será como un cardo en la estepa, que
nunca disfrutará de la lluvia. Vivirá en la aridez del desierto, en una tierra
salobre e inhabitable.
Bendito
el hombre que confía en el Señor y en él pone su esperanza. Será como un árbol
plantado junto al agua, que hunde en la corriente sus raíces; cuando llegue el
calor, no lo sentirá y sus hojas se conservarán siempre verdes; en año de
sequía no se marchitará ni dejará de dar frutos. El corazón del hombre es la
cosa más traicionera y difícil de curar. ¿Quién lo podrá entender? Yo, el
Señor, sondeo la mente y penetro el corazón, para dar a cada uno según sus
acciones, según el fruto de sus obras".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL: Del salmo 1
R/.
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso
aquel que no se guía por mundanos criterios, que no anda en malos pasos ni se
burla del bueno, que ama la ley de Dios y se goza en cumplir sus mandamientos.
R/.
Es
como un árbol plantado junto al río, que da fruto a su tiempo y nunca se
marchita. En todo tendrá éxito. R/.
En
cambio los malvados serán como la paja barrida por el viento. Porque el Señor
protege el camino del justo y al malo sus caminos acaban por perderlo. R/.
ACLAMACIÓN
(Cfr. Lc 8, 15) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Dichosos
los que cumplen la palabra del Señor con un corazón bueno y sincero, y
perseveran hasta dar fruto. R/.
Recibiste
bienes en tu vida y Lázaro, males;
ahora él goza del consuelo, mientras que tú
sufres tormentos.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 16, 19-31
En
aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: "Había un hombre rico, que se
vestía de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada día. Y un
mendigo, llamado Lázaro, yacía a la entrada de su casa, cubierto de llagas y
ansiando llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico. Y hasta los
perros se acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió,
pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió
también el rico y lo enterraron. Estaba éste en el lugar de castigo, en medio
de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro
junto a él.
Entonces
gritó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí. Manda a Lázaro que moje en agua la
punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas'.
Pero Abraham le contestó: 'Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y
Lázaro, en cambio, males. Por eso él goza ahora de consuelo, mientras que tú
sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso,
que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá'.
El
rico insistió: 'Te ruego, entonces, padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi
casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben
también ellos en este lugar de tormentos'. Abraham le dijo: 'Tienen a Moisés y
a los profetas; que los escuchen'. Pero el rico replicó: 'No, padre Abraham. Si
un muerto va a decírselo, entonces sí se arrepentirán'. Abraham repuso: 'Si no
escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso, ni aunque resucite un
muerto' ".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Por
este sacrificio eucarístico, santifica, Señor, nuestras privaciones
cuaresmales, para que a las prácticas externas corresponda una verdadera
conversión interior. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I-V de Cuaresma.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Sal 118, 1)
Dichoso
el que, con vida intachable, hace la voluntad del Señor.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
la gracia que hemos recibido en este sacramento permanezca, Señor, en nosotros
y aumente por nuestras buenas obras. Por Jesucristo, nuestro Señor...
HOMILIA
DEL PAPA FRANCISCO
JUEVES 20/03/2014
“¡BENDITO
EL HOMBRE QUE CONFÍA EN EL SEÑOR!”
El
hombre que confía en sí mismo, en propias riquezas o en las ideologías está
destinado a la infelicidad. Quien confía en el Señor, en cambio, da frutos
también en el tiempo de la sequía: lo dijo el Papa Francisco la mañana del
jueves, durante la Misa en la Casa de Santa Marta.
“¡Maldito
el hombre que confía en el hombre y busca su apoyo en la carne, mientras su
corazón se aparta del Señor!”, “el hombre que confía en sí mismo”: será como
“un matorral en la estepa”, condenado por la aridez a quedarse sin frutos y a
morir. El Papa partió de la primera lectura del día que define, en cambio,
“¡Bendito el hombre que confía en el Señor!” “Él es como un árbol plantado al
borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando
llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de
sequía y nunca deja de dar fruto”. “Solamente en el Señor – afirmó Papa –
nuestra confianza está segura. Otras confianzas no sirven, no nos salvan, no
nos dan vida, no nos dan alegría”. Y también si lo sabemos, “nos gusta confiar
en nosotros mismos, confiar en aquel amigo o confiar en aquella situación buena
que tengo o en aquella ideología" y "el Señor se queda un poco de
lado”. El hombre, de esta manera, se cierra en sí mismo, “sin horizontes, sin
puertas abiertas, sin ventanas” y “no tendrá salvación, no puede salvarse a si
mismo”. Y es lo que sucede al rico del Evangelio – explicó el Santo Padre –
“tenía todo: vestía la púrpura, comía todos los días, espléndidos banquetes”.
"Era tan feliz", pero "no se daba cuenta que en la puerta de su
casa, cubierto de llegas”, yacía un pobre. El Pontífice subrayó que el
Evangelio dice el nombre del pobre: se llamaba Lázaro. Mientras que el rico “no
tiene nombre”:
“Y
ésta es la maldición más fuerte de aquel que confía en sí mismo o en las
fuerzas, en las posibilidades de los hombres y no en Dios: perder el nombre.
¿Cómo te llamas? Cuenta número tal, en el banco tal. ¿Cómo te llamas? Tantas
propiedades, tantas casas, tantas... ¿Cómo te llamas? Las cosas que tenemos,
los ídolos. Y tú confías en aquello. Este hombre es maldito”.
“Todos
nosotros tenemos esta debilidad, esta fragilidad – afirmó el Obispo de Roma -
de poner nuestras esperanzas en nosotros mismos o en los amigos o sólo en las
posibilidades humanas y nos olvidamos del Señor. Y esto nos conduce por el
camino… de la infelicidad”:
“Hoy,
en este día de Cuaresma, nos hará bien preguntarnos: ¿dónde está mi confianza?
¿En el Señor o soy un pagano, que confío en las cosas, en los ídolos que me he
construido? ¿Tengo todavía un nombre o he comenzado a perder el nombre y me
llamo ‘Yo’? Yo, mí, conmigo, para mí, ¿sólo yo? Para mí, para mí… siempre aquel
egoísmo: ‘Yo’. Esto no nos trae salvación”.
Pero
“al final – observó Francisco - hay una puerta de esperanza” para aquellos que
confían en sí mismos y “han perdido el nombre”:
“Al
final, al final, al final hay siempre una posibilidad. Y este hombre, cuando se
dio cuenta que había perdido el nombre, había perdido todo, todo, levantó los
ojos y dijo una sola palabra: ‘Padre’. Y la respuesta de Dios fue una sola
palabra: ‘¡Hijo!’. Si alguno de nosotros en la vida, por solo confiarnos en el
hombre y en nosotros mismos, terminamos por perder el nombre, por perder esta
dignidad, ahora existe la posibilidad de decir esta palabra que es más que
mágica, es más, es fuerte: ‘Padre’. Él nos espera siempre para abrir una puerta
que nosotros no vemos y nos dirá: ‘Hijo’. Pidamos al Señor la gracia que nos dé
a todos la sabiduría de tener confianza sólo en Él, no en las cosas, en las
fuerzas humanas, sólo en Él”.
(RC-RV)
FUENTE:
RADIO VATICANO.
REFLEXION
Jer.
17, 5-10. Religión: vivir ligado a alguien, a quien se le tiene como Dios, como
centro de la vida. Esa es una de las definiciones de religión que dan quienes
se dedican a tales investigaciones. Finalmente es poner en alguien la confianza
total; amarle con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con
todo el ser. Entendiendo así las cosas, al escuchar lo que hoy Dios nos habla
por medio del profeta Jeremías, es bastante entendible.
¿Acaso
un hombre podrá convertirse en nuestro Dios? ¿Tendrá el poder de salvarnos y
darnos vida eterna, como al árbol que se conserva siempre verde? Sólo quien
confía en el Señor y en Él pone su esperanza podrá vivir eternamente, verse
libre de todos los males y dar fruto constante de buenas obras. Es cierto que
llegarán momentos de sequía y de calor; momentos de bochorno a causa de las
penas, sufrimientos, persecuciones, pobrezas; sin embargo jamás se perderá la
esperanza y seguirá uno, no sólo esperando el auxilio del Señor, sino luchando
constantemente para que florezcan nuevos tiempos y se cosechen frutos de mayor
bondad y justicia.
Buscar,
antes que nada, el Reino de Dios y su justicia. No hacerlo con la confianza
puesta en las personas, en la técnica, en la planificación; los demás son,
junto con nosotros, colaboradores del Reino; las demás cosas, tal vez
importantes y útiles, no son la solución para hacer eficaz la salvación.
Mientras
no se viva la cercanía de la experiencia personal con Dios; mientras se piense
que uno es eficaz por la ciencia y la técnica, podremos deslumbrar a los demás,
pero no conducirlos hacia la salvación, pues ni nosotros mismos tendríamos al
Señor en el corazón, sino tal vez, solo en la mente. Por eso, no sólo la mente,
sino especialmente el corazón, debe tener como centro a Cristo; así no
hablaremos de memoria, sino que, de la abundancia del corazón hablará la boca y
todo nuestro ser.
Sal.
1. La Palabra de Dios en este Salmo nos hace retomar lo que en la primera
lectura hemos meditado. El hombre justo no sólo vive en paz con Dios y con el
prójimo, sino que, además medita y cumple la Ley del Señor; esto lo hace vivir
seguro aún en los momentos más difíciles de la vida. El éxito en todas sus
empresas es signo del amor que Dios le tiene por su fidelidad. En cambio, el
malvado, que se ha olvidado de Dios, del prójimo y de la Ley Santa de Dios, es
como paja barrida por el viento y sus caminos acabarán por perderlo.
¿Cuál
camino quieres escoger? No culpes a Dios de las decisiones que, de modo
personal, hayas hecho tuyas y te dañen.
Sin
embargo, no por vivir uno la fidelidad ante Dios, debe vivir marginado de los pecadores.
No podemos contemplar la miseria de los demás y alejarnos de ellos para vivir
instalados en aquello de lo que disfrutamos. Jesucristo, el único Santo, nos ha
enseñado que el camino de la persona de fe es el camino que abre el buen pastor
para buscar a la oveja descarriada hasta encontrarla y hacerla volver,
cargándola amorosamente sobre los hombros, al redil, para vivir la comunión, la
fe, la responsabilidad junto con las demás ovejas que no se habían descarriado.
¿Quién
puede decirse libre de culpa? Todos necesitamos convertirnos, rectificar
nuestros caminos. Mientras aún es tiempo, volvamos al Señor para que Él no
ayude a ir por el camino del bien; y a convertirnos en signos de amor para
nuestros hermanos tratando de lograr que, con la luz de Cristo, también ellos
inicien su camino hacia el Señor.
Lc.
16, 19-31. Moisés y los profetas. De un modo especial se escuchaba a Moisés,
pues Dios, por medio de Él, había entregado la Ley a los Israelitas. En la Ley
santa de Dios tenían el camino que los unía con Él y les aseguraba la
salvación. En esta vida gozarían de salud, poder, prestigio y de todos los
bienes que serían como el premio a su fidelidad a lo que Dios les había pedido.
Por eso muchos despreciaban a los profetas, pues les echaban en cara su falta
de amor por los pobres, por los enfermos, por los marginados.
Los
profetas hablaban de que todo lo temporal era pasajero y no tenía la última
palabra. Al final Dios sería la recompensa del justo; y este, para serlo en
verdad, debería vivir el amor concreto hacia su prójimo, no tener el gesto
amenazador hacia los demás, no comprar al pobre por un par de sandalias, saber
compartir los bienes con quienes tuvieron menos oportunidades que uno.
Sin
embargo, muchos embotaron sus mentes con los bienes pasajeros, con el poder,
con el prestigio y vieron morir de hambre hasta a sus mismos padres y no fueron
capaces de tenderles la mano, pues pensaron que sus enfermedades y pobrezas
eran un castigo de Dios a causa de sus malos comportamientos.
Jesús,
nos habla en el Evangelio de este día acerca de lo que le pasa a quien no es
capaz de abrir, no sólo los ojos, sino el corazón ante el hermano que sufre,
para poner, como Zaqueo, la mitad de los bienes, a la disposición de los
pobres; o para llegar a la perfección del amor que indica Cristo: Ve, vende
todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, luego ven y sígueme.
Jesucristo
no es para nosotros una migaja que cae de la mesa de la riqueza de Dios. La
Escritura nos dice que Él se hizo pobre para enriquecernos con todos sus
bienes.
La
Eucaristía, en la que nos reunimos en este día, es para nosotros la donación
total de Él para nosotros. Al entrar en comunión de vida con Él participamos de
su misma Vida, con toda su plenitud, como Él la recibe del Padre.
En
esta comunión fraterna no hay distinción de personas. La Eucaristía no es de
élites, no se celebra para grupos cerrados. La Eucaristía es el signo más
importante que tiene la Iglesia para manifestar la comunión y la universalidad
del amor de Dios.
No
hay Eucaristía verdadera cuando se entra a ella por invitación y se cierra la
puerta a quienes no tienen boleto de entrada, o no pertenecen a la familia o al
grupo. El Señor quiere que todos estemos sentados a la misma mesa y disfrutemos
de los bienes que ha preparado para todos.
Su
salvación se celebra en la fraternidad, sin divisiones ni fronteras.
La
Eucaristía se prolonga en nuestra vida. Nosotros debemos ser una Eucaristía
para los demás. En nuestro corazón no puede haber candados que impidan que
nuestro amor, nuestra ayuda llegue a todas las personas. No podemos disfrutar
egoístamente de lo que poseemos; no podemos llamarnos personas de fe en Cristo
cuando pasamos de largo, indiferentemente, ante el dolor de nuestros hermanos.
Las
grandes ciudades y el contacto continuo con el dolor de la humanidad a través
de los medios masivos de comunicación social, han creado mucha indiferencia en
todos nosotros. Difícilmente se detiene uno ante el dolor de los demás. Hay
muchas manos tendidas que se quedan sin respuesta. Muchos han contribuido a
esta indiferencia por haber hecho de la apariencia de pobreza un modo fácil de
vivir. Hay estudios de que la mendicidad aporta buenas cantidades a quienes
aparentan pobreza. Hay quienes, al pedir se vuelven exigentes y dejan la comida
a la puerta de las casas por no dárseles como ellos la piden.
Sin
embargo llegamos a conocer personas, tal vez vecinos nuestros, que en verdad
pasan grandes necesidades. Si a esto aumentamos la pobreza en los valores
morales que han degradado a muchos, veremos que el campo de socorrer a los
necesitados no es juego de niños, sino de personas maduras en la fe que se han
de esforzar por compartir con los demás los bienes de los que no somos dueños,
sino solo administradores.
Hay
naciones que se mueren de hambre, mientras otras no encuentran en qué
despilfarrar lo que tienen.
Hay
oídos sordos al amor que Cristo vino a enseñarnos como camino que salva. La
acumulación de bienes genera hambres y descontentos. Dios no puede estar de
parte de quien ha cerrado los ojos ante el hambriento, el desnudo, el enfermo,
el encarcelado. Al final sólo el amor al prójimo será lo que cuente; Por eso
mientras lo hayamos destruido no podremos decir que fuimos gratos al Señor.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de amar no sólo con los labios, no sólo a los
que nos hacen el bien, no sólo a los nuestros, sino a todos con las obras, con
la sinceridad, lealtad y estilo en que Cristo nos ha amado a nosotros. Amén.
Reflexión
de: Homilía católica
REFLEXION
EL
DIOS DE LA JUSTICIA
Jr
17,5-10; Lc 16,19-31
Indudablemente
que en este mundo los sinvergüenzas y abusivos pasan impunemente por encima de
las víctimas. Tantas historias de violencia doméstica, de opresión social y de
guerras entre naciones lo documentan. Nada de extraño tiene que el profeta
Jeremías y el Evangelio de san Lucas nos expongan la misma certidumbre: Dios
paga a cada hombre según su conducta. La esperanza de judíos y cristianos es
unánime: Dios hará justicia, asignando a cual su merecido. Esa posibilidad
resulta una alternativa más sensata y creíble que este desorden social que solo
produce caos y donde la espiral de la violencia, por demás estéril e ineficaz,
queda descartada como una opción degradada. Para honrar al Dios justo, conviene
atender oportunamente al llamado de los que como Lázaro, carecen de lo
necesario para vivir.
Santos
Cutberto de
Lindisfarne, obispo; José Bilczewski, obispo. Beato Hipólito Galawtini,
fundador. Feria (Morado)
No hay comentarios:
Publicar un comentario