viernes, 21 de marzo de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA SABADO 22 DE MARZO DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
SABADO 22  DE MARZO DE 2014
II SEMANA DE CUARESMA

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 144, 8-9)
El Señor es compasivo y misericordioso, lleno de paciencia y amor; el Señor es bueno con todos y su bondad se extiende a todas sus creaturas.

ORACIÓN COLECTA
Tú, Señor, que por medio de los sacramentos nos haces partícipes, ya desde este mundo, de los bienes celestiales, dirige nuestra vida y condúcenos a la luz donde habitas. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Arrojará a lo hondo del mar nuestros delitos.

DEL LIBRO DEL PROFETA MIQUEAS: 7, 14-15. 18-20

Señor, Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que vive solitario entre malezas y matorrales silvestres. Pastarán en Basán y en Galaad, como en los días de antaño, como cuando salimos de Egipto y nos mostrabas tus prodigios.
¿Qué Dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los sobrevivientes de Israel? No mantendrás por siempre tu cólera, pues te complaces en ser misericordioso.
Volverás a compadecerte de nosotros, aplastarás con tus pies nuestras iniquidades, arrojarás a lo hondo del mar nuestros delitos. Serás fiel con Jacob y compasivo con Abraham, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos, Señor, Dios nuestro.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 102
R/. El Señor es compasivo y misericordioso.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios. R/.

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; Él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. R/.

El Señor no estará siempre enojado, ni durará para siempre su rencor. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. R/.

Como desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como dista el oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.

ACLAMACIÓN (Lc 15, 18)
R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. R/.

Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 15, 1-3. 11-32

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Éste recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de la herencia que me toca'. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores'.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: 'Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'.
Pero el padre les dijo a sus criados: ' ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: 'Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo'. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo.
El padre repuso: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado' ".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Por medio de este sacrificio que vamos a ofrecerte, comunícanos, Señor, los frutos de la redención para que nunca se desvíe de ti nuestra vida y podamos alcanzar los bienes del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I-V de Cuaresma.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Lc 15, 32)
Alégrate, hijo mío, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y lo hemos encontrado.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que la gracia de este sacramento llegue a lo más íntimo de nuestro corazón y nos comunique su fuerza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXIÓN

Miq. 7, 14-15. 18-20. Miqueas, desanimado por no encontrar un hombre justo y ver que el corazón de todos se ha manchado con la maldad, vivirá en carne propia el lamento del Señor: Yo se que el corazón del hombre se inclina al mal desde su adolescencia. Sin embargo el profeta pide a Dios que se compadezca de los suyos y vele por ellos como lo hace el pastor por su rebaño. S.S. Juan Pablo II, de feliz memoria nos hacía reflexionar cuando diciéndonos: Pareciera que se nos ha perdido una oveja, pero al contemplar a quienes se nos han confiado nos damos cuenta que se nos ha perdido, no una, sino una buena parte del rebaño.
Pareciera que, en la súplica de Miqueas, encontráramos refugio para claudicar de la misión que Dios nos ha confiado y esperar que sea el Señor el que salga a buscar la oveja perdida y a hacerla retornar a la comunión con las que no se han descarriado. Sin embargo, es misión de la Iglesia el manifestar la compasión, la bondad, la preocupación, la misericordia de Dios por los pecadores.
A nosotros corresponde salir a buscar y a quienes han dado marcha atrás en su fe y en el amor a Dios y al prójimo.
No podemos vivir con los brazos caídos ante el gran reto que el Señor nos ha confiado de llamar a todos a la conversión. Tal vez nosotros seamos los primeros que necesitemos convertirnos de nuestras flojeras, de nuestros miedos, de nuestro estar instalados cómodamente en una fe intranscendente. Dios es misericordioso; Dios quiere que, dejando nuestros caminos de maldad, destrucción y muerte, gocemos de la paz fraterna y nos esforcemos por construir un mundo más justo y más humano. A quienes creemos en Él corresponde dar vida a esa misión del Señor confiada a su Iglesia.

Sal. 103 (102). Se nos recuerda que nuestro Dios es pura misericordia para con nosotros, sus hijos. Por eso lo alabamos y no olvidamos sus beneficios.
Sin embargo esto no puede hacernos vivir en una falsa confianza en la misericordia divina. Tan pronto como puedas, vuelve al Señor, no lo difieras de un día para otro. No sea que algún día sea demasiado tarde y en lugar de misericordia te encuentres atrapado por la maldad y la muerte.

Lc. 15, 1-3. 11-32. Entendamos el Evangelio de este día escuchando un poco a Isaías en su capítulo 53, 3-4: Fue despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada. Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que lo trituraban. Escuchemos a san Pablo en 2Cor 5, 21: A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, gracias a él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios. En Cristo, la humanidad pecadora y rebelde, vuelve a la casa paterna. El Hijo de Dios vino a caminar con nosotros. No sólo nos dio razón del camino; Él va delante y nos dice: Nadie va al Padre, si no es por mí.
No importa que nuestra vida se haya manchado demasiado a causa del pecado. La salvación, que para muchos parece imposible, para Dios es posible, pues nada hay imposible para Dios. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.
Ante la invitación que Dios nos hace para que todos participemos de su vida, nadie tiene derecho a cerrarle a alguien la puerta para evitarle la participación de esa Vida Divina. Si Dios es el que salva ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? ¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros?
Ante este amor misericordioso que el Señor nos sigue manifestando desde el cielo llamándonos a la conversión, para que algún día estemos con Él en el banquete eterno, ¿Podremos separar a alguien del amor de Cristo y decir que es un maldito y un condenado? ¿No será más bien que debemos convertirnos en signo del amor misericordioso de Dios para nuestros hermanos que han fallado?
La Iglesia, nacida para evangelizar, debe, constantemente llamar a todos a la conversión, no dedicarse a condenar a quienes han fallado. Nuestro gozo, nuestra alegría será grande cuando veamos que los pecadores van dejando sus caminos de maldad y, retornando a la comunión con la Iglesia, se convierten en signos del amor misericordioso del Señor para todos. Entonces entenderemos el cántico que la Iglesia proclama desde María, miembro excelso de la misma Iglesia: Porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles, de generación en generación.
Hoy nos reunimos juntos como hermanos, sin odios ni divisiones, en torno a nuestro Padre Dios, unidos es un mismo Espíritu, para celebrar el memorial del misterio Pascual de Jesús.
La Eucaristía es la Mesa servida para quienes han retornado a la casa paterna.
Es cierto que el Padre Dios se ha abalanzado sobre nosotros y nos ha abrazado y cubierto de besos. Sin embargo el Evangelio nos dice que en seguida el hijo confiesa su culpa ante su Padre, y este ordena que se le revista con la túnica más rica, que se le ponga un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Dios nos ama y nos recibe con Él gracias a su gran misericordia. Sin embargo hay que aprender que la conversión, el retorno debe llevarnos no sólo a reconocer que hemos pecado y a arrepentirnos de haber vivido lejos del Señor; hay que aprender a arrodillarse ante Él y confesar los pecados para que sean perdonados. Entonces los criados de la casa nos revestirán con la túnica más preciada: seremos revestidos de Cristo y en Él volveremos a vivir como hijos de Dios (simbolizado en el anillo que se pone en el dedo del hijo que ha retornado).
Pero algo más: Sandalias en los pies. Hay que caminar como testigos. No sólo venimos hoy a disfrutar del banquete festivo por encontrarnos con Dios y con la comunidad de creyentes. Hay que partir para dar testimonio de nuestra fe y de lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros.
¿Por qué la Iglesia busca y acoge a los pecadores, a las prostitutas, a los desequilibrados, a los ladrones, a los drogadictos, a los delincuentes y a mucha gente de mal vivir? Ojalá y así sea, pues, al igual que su Señor, la Iglesia siente como suyo el compromiso de hacer que la salvación llegue a quienes viven como ovejas sin pastor.
La Iglesia recuerda que no son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos; y que no hemos recibido el mandato de congregar a los justos, sino a los pecadores.
No es signo de Cristo quien sólo vive y convive con quienes se llaman gente de iglesia, porque tienen un compromiso fuerte en la misión de la misma. Ciertamente uno se siente muy a gusto trabajando con ellos y para ellos. Sin embargo hay que abrir las puertas, no sólo para que entren quienes están fuera, sino para que salgamos nosotros a su encuentro. No podemos esperarlos sentados detrás de un escritorio. Hay que llegar hasta donde tengamos que encontrarlos para invitarlos a una vida renovada en Cristo.
Así como seríamos capaces de meter la mano en el estiércol para rescatar una piedra preciosa que ahí se nos hubiese caído, así hemos de meter la mano hasta el fondo de la maldad en que ha caído nuestro prójimo para tenderle la mano y, en Nombre de Cristo levantarlo, afianzar sus pies sobre roca firme y consolidar sus pasos.
Pensar que somos fieles a la Iglesia de Cristo porque vivimos encerrados en la oración y unidos a los pastores del pueblo de Dios respaldándolos en aquello que emprenden al interior de grupos cerrados de evangelización, pero no somos capaces, como Cristo, de empolvarnos los pies y cargar con las miserias de nuestros hermanos para ayudarles a vivir y disfrutar también la salvación, es engañarnos a nosotros mismos.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de proclamar las maravillas del amor misericordioso de Dios para con todos. El Señor quiere hacer obras grandes por nosotros. No nos quedemos en vana palabrería, seamos personas de una fe sólida que, al igual que Cristo, nos haga ser los primeros en vivir aquello que proclamamos con los labios, no sea que al final nos quedemos fuera, como el hijo mayor que no quiso reconocer a su hermano y alegrarse por su retorno. Sentados a la mesa festiva del Reino sepamos reconocer que el amor de Dios no es herencia de unos cuantos, sino que es para todos los que el Señor llame, aunque estén lejos. Amén.

Reflexión: Homilía católica.

REFLEXIÓN: AL FONDO DEL MAR
Mi 7, 14-15. 18-20; Lc 15, 1-3. 11-32
Una vez más apreciamos un hilo conductor entre ambas lecturas: la prédica de la compasión que cierra el libro de Miqueas es confirmada y ampliada en la hermosísima parábola del Padre compasivo o del hijo pródigo como tradicionalmente se conoce. La imagen hiperbólica del profeta es ilustrativa: no hay sitio más remoto para aquel pueblo de campesinos y pastores que el fondo del mar; allá en el lugar más distante, es donde Dios arroja los pecados de sus hijos. En una narración dramática y sorprendente, apreciamos nuestra propia historia, cada vez que insensatamente nos hemos alejado de la casa del Padre, hemos sido recibidos con los brazos abiertos, sin más condición que la voluntad de volver a comenzar, nuestra relación de amorosa confianza con el Dios, que se alegra cuando sus hijos regresan.



Santos
 Epafrodito de Filipos, laico; Nicolás Owen, mártir; Bienvenido de Scotivoli, obispo. 

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