LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
SABADO
22 DE MARZO DE 2014
II
SEMANA DE CUARESMA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 144, 8-9)
El
Señor es compasivo y misericordioso, lleno de paciencia y amor; el Señor es
bueno con todos y su bondad se extiende a todas sus creaturas.
ORACIÓN
COLECTA
Tú,
Señor, que por medio de los sacramentos nos haces partícipes, ya desde este
mundo, de los bienes celestiales, dirige nuestra vida y condúcenos a la luz
donde habitas. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
Arrojará
a lo hondo del mar nuestros delitos.
DEL LIBRO DEL PROFETA
MIQUEAS: 7, 14-15. 18-20
Señor,
Dios nuestro, pastorea a tu pueblo con tu cayado, al rebaño de tu heredad, que
vive solitario entre malezas y matorrales silvestres. Pastarán en Basán y en
Galaad, como en los días de antaño, como cuando salimos de Egipto y nos
mostrabas tus prodigios.
¿Qué
Dios hay como tú, que quitas la iniquidad y pasas por alto la rebeldía de los
sobrevivientes de Israel? No mantendrás por siempre tu cólera, pues te
complaces en ser misericordioso.
Volverás
a compadecerte de nosotros, aplastarás con tus pies nuestras iniquidades,
arrojarás a lo hondo del mar nuestros delitos. Serás fiel con Jacob y compasivo
con Abraham, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos, Señor, Dios
nuestro.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL:
Del salmo 102
R/.
El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice
al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor,
alma mía, y no te olvides de sus beneficios. R/.
El
Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; Él rescata tu vida del
sepulcro y te colma de amor y de ternura. R/.
El
Señor no estará siempre enojado, ni durará para siempre su rencor. No nos trata
como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. R/.
Como
desde la tierra hasta el cielo, así es de grande su misericordia; como dista el
oriente del ocaso, así aleja de nosotros nuestros delitos. R/.
ACLAMACIÓN
(Lc 15, 18)
R/.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Me
levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti. R/.
Tu
hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida.
DEL
SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS: 15, 1-3. 11-32
En
aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para
escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí:
"Éste recibe a los pecadores y come con ellos".
Jesús
les dijo entonces esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de
ellos le dijo a su padre: 'Padre, dame la parte de la herencia que me toca'. Y
él les repartió los bienes.
No
muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país
lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de
malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a
pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país,
el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las
bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se
puso entonces a reflexionar y se dijo: ¡Cuántos trabajadores en casa de mi
padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me
levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y
contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus
trabajadores'.
Enseguida
se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su
padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los
brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: 'Padre, he pecado
contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo'.
Pero
el padre les dijo a sus criados: ' ¡Pronto!, traigan la túnica más rica y
vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el
becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío
estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado'. Y
empezó el banquete.
El
hijo mayor estaba en el campo y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la
música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué
pasaba. Éste le contestó: 'Tu hermano ha regresado y tu padre mandó matar el
becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo'. El hermano mayor se enojó y
no quería entrar.
Salió
entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ¡Hace tanto tiempo
que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca
ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo,
que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro
gordo.
El
padre repuso: 'Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era
necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y
ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado' ".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Por
medio de este sacrificio que vamos a ofrecerte, comunícanos, Señor, los frutos
de la redención para que nunca se desvíe de ti nuestra vida y podamos alcanzar
los bienes del cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I-V de Cuaresma.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Lc 15, 32)
Alégrate,
hijo mío, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido
y lo hemos encontrado.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
la gracia de este sacramento llegue a lo más íntimo de nuestro corazón y nos
comunique su fuerza divina. Por Jesucristo, nuestro Señor.
REFLEXIÓN
Miq. 7, 14-15. 18-20. Miqueas, desanimado
por no encontrar un hombre justo y ver que el corazón de todos se ha manchado
con la maldad, vivirá en carne propia el lamento del Señor: Yo se que el
corazón del hombre se inclina al mal desde su adolescencia. Sin embargo el
profeta pide a Dios que se compadezca de los suyos y vele por ellos como lo
hace el pastor por su rebaño. S.S. Juan Pablo II, de feliz memoria nos hacía
reflexionar cuando diciéndonos: Pareciera que se nos ha perdido una oveja, pero
al contemplar a quienes se nos han confiado nos damos cuenta que se nos ha
perdido, no una, sino una buena parte del rebaño.
Pareciera
que, en la súplica de Miqueas, encontráramos refugio para claudicar de la
misión que Dios nos ha confiado y esperar que sea el Señor el que salga a
buscar la oveja perdida y a hacerla retornar a la comunión con las que no se
han descarriado. Sin embargo, es misión de la Iglesia el manifestar la
compasión, la bondad, la preocupación, la misericordia de Dios por los
pecadores.
A
nosotros corresponde salir a buscar y a quienes han dado marcha atrás en su fe
y en el amor a Dios y al prójimo.
No
podemos vivir con los brazos caídos ante el gran reto que el Señor nos ha
confiado de llamar a todos a la conversión. Tal vez nosotros seamos los
primeros que necesitemos convertirnos de nuestras flojeras, de nuestros miedos,
de nuestro estar instalados cómodamente en una fe intranscendente. Dios es
misericordioso; Dios quiere que, dejando nuestros caminos de maldad,
destrucción y muerte, gocemos de la paz fraterna y nos esforcemos por construir
un mundo más justo y más humano. A quienes creemos en Él corresponde dar vida a
esa misión del Señor confiada a su Iglesia.
Sal. 103 (102). Se nos recuerda que
nuestro Dios es pura misericordia para con nosotros, sus hijos. Por eso lo
alabamos y no olvidamos sus beneficios.
Sin
embargo esto no puede hacernos vivir en una falsa confianza en la misericordia
divina. Tan pronto como puedas, vuelve al Señor, no lo difieras de un día para
otro. No sea que algún día sea demasiado tarde y en lugar de misericordia te
encuentres atrapado por la maldad y la muerte.
Lc. 15, 1-3. 11-32. Entendamos el
Evangelio de este día escuchando un poco a Isaías en su capítulo 53, 3-4: Fue
despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al
sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo
estimamos en nada. Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba
nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado,
pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban, y nuestras culpas las que
lo trituraban. Escuchemos a san Pablo en 2Cor 5, 21: A quien no cometió pecado,
Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, gracias a él, nosotros nos
transformemos en salvación de Dios. En Cristo, la humanidad pecadora y rebelde,
vuelve a la casa paterna. El Hijo de Dios vino a caminar con nosotros. No sólo
nos dio razón del camino; Él va delante y nos dice: Nadie va al Padre, si no es
por mí.
No
importa que nuestra vida se haya manchado demasiado a causa del pecado. La
salvación, que para muchos parece imposible, para Dios es posible, pues nada
hay imposible para Dios. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se
convierta y viva.
Ante
la invitación que Dios nos hace para que todos participemos de su vida, nadie
tiene derecho a cerrarle a alguien la puerta para evitarle la participación de
esa Vida Divina. Si Dios es el que salva ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
¿Quién será el que condene, si Cristo Jesús ha muerto, más aún, ha resucitado y
está a la derecha de Dios intercediendo por nosotros?
Ante
este amor misericordioso que el Señor nos sigue manifestando desde el cielo
llamándonos a la conversión, para que algún día estemos con Él en el banquete
eterno, ¿Podremos separar a alguien del amor de Cristo y decir que es un
maldito y un condenado? ¿No será más bien que debemos convertirnos en signo del
amor misericordioso de Dios para nuestros hermanos que han fallado?
La
Iglesia, nacida para evangelizar, debe, constantemente llamar a todos a la
conversión, no dedicarse a condenar a quienes han fallado. Nuestro gozo,
nuestra alegría será grande cuando veamos que los pecadores van dejando sus
caminos de maldad y, retornando a la comunión con la Iglesia, se convierten en
signos del amor misericordioso del Señor para todos. Entonces entenderemos el
cántico que la Iglesia proclama desde María, miembro excelso de la misma
Iglesia: Porque el poderoso ha hecho obras grandes por mí; su Nombre es santo y
su misericordia llega a sus fieles, de generación en generación.
Hoy
nos reunimos juntos como hermanos, sin odios ni divisiones, en torno a nuestro
Padre Dios, unidos es un mismo Espíritu, para celebrar el memorial del misterio
Pascual de Jesús.
La
Eucaristía es la Mesa servida para quienes han retornado a la casa paterna.
Es
cierto que el Padre Dios se ha abalanzado sobre nosotros y nos ha abrazado y
cubierto de besos. Sin embargo el Evangelio nos dice que en seguida el hijo
confiesa su culpa ante su Padre, y este ordena que se le revista con la túnica
más rica, que se le ponga un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Dios
nos ama y nos recibe con Él gracias a su gran misericordia. Sin embargo hay que
aprender que la conversión, el retorno debe llevarnos no sólo a reconocer que
hemos pecado y a arrepentirnos de haber vivido lejos del Señor; hay que
aprender a arrodillarse ante Él y confesar los pecados para que sean
perdonados. Entonces los criados de la casa nos revestirán con la túnica más
preciada: seremos revestidos de Cristo y en Él volveremos a vivir como hijos de
Dios (simbolizado en el anillo que se pone en el dedo del hijo que ha
retornado).
Pero
algo más: Sandalias en los pies. Hay que caminar como testigos. No sólo venimos
hoy a disfrutar del banquete festivo por encontrarnos con Dios y con la
comunidad de creyentes. Hay que partir para dar testimonio de nuestra fe y de
lo misericordioso que ha sido Dios para con nosotros.
¿Por
qué la Iglesia busca y acoge a los pecadores, a las prostitutas, a los
desequilibrados, a los ladrones, a los drogadictos, a los delincuentes y a
mucha gente de mal vivir? Ojalá y así sea, pues, al igual que su Señor, la
Iglesia siente como suyo el compromiso de hacer que la salvación llegue a
quienes viven como ovejas sin pastor.
La
Iglesia recuerda que no son los sanos los que necesitan al médico, sino los
enfermos; y que no hemos recibido el mandato de congregar a los justos, sino a
los pecadores.
No
es signo de Cristo quien sólo vive y convive con quienes se llaman gente de
iglesia, porque tienen un compromiso fuerte en la misión de la misma.
Ciertamente uno se siente muy a gusto trabajando con ellos y para ellos. Sin
embargo hay que abrir las puertas, no sólo para que entren quienes están fuera,
sino para que salgamos nosotros a su encuentro. No podemos esperarlos sentados
detrás de un escritorio. Hay que llegar hasta donde tengamos que encontrarlos
para invitarlos a una vida renovada en Cristo.
Así
como seríamos capaces de meter la mano en el estiércol para rescatar una piedra
preciosa que ahí se nos hubiese caído, así hemos de meter la mano hasta el
fondo de la maldad en que ha caído nuestro prójimo para tenderle la mano y, en
Nombre de Cristo levantarlo, afianzar sus pies sobre roca firme y consolidar
sus pasos.
Pensar
que somos fieles a la Iglesia de Cristo porque vivimos encerrados en la oración
y unidos a los pastores del pueblo de Dios respaldándolos en aquello que
emprenden al interior de grupos cerrados de evangelización, pero no somos
capaces, como Cristo, de empolvarnos los pies y cargar con las miserias de
nuestros hermanos para ayudarles a vivir y disfrutar también la salvación, es
engañarnos a nosotros mismos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de proclamar las maravillas del amor
misericordioso de Dios para con todos. El Señor quiere hacer obras grandes por
nosotros. No nos quedemos en vana palabrería, seamos personas de una fe sólida
que, al igual que Cristo, nos haga ser los primeros en vivir aquello que
proclamamos con los labios, no sea que al final nos quedemos fuera, como el
hijo mayor que no quiso reconocer a su hermano y alegrarse por su retorno.
Sentados a la mesa festiva del Reino sepamos reconocer que el amor de Dios no
es herencia de unos cuantos, sino que es para todos los que el Señor llame,
aunque estén lejos. Amén.
Reflexión:
Homilía católica.
REFLEXIÓN:
AL FONDO DEL MAR
Mi
7, 14-15. 18-20; Lc 15, 1-3. 11-32
Una
vez más apreciamos un hilo conductor entre ambas lecturas: la prédica de la
compasión que cierra el libro de Miqueas es confirmada y ampliada en la
hermosísima parábola del Padre compasivo o del hijo pródigo como
tradicionalmente se conoce. La imagen hiperbólica del profeta es ilustrativa:
no hay sitio más remoto para aquel pueblo de campesinos y pastores que el fondo
del mar; allá en el lugar más distante, es donde Dios arroja los pecados de sus
hijos. En una narración dramática y sorprendente, apreciamos nuestra propia
historia, cada vez que insensatamente nos hemos alejado de la casa del Padre,
hemos sido recibidos con los brazos abiertos, sin más condición que la voluntad
de volver a comenzar, nuestra relación de amorosa confianza con el Dios, que se
alegra cuando sus hijos regresan.
Santos
Epafrodito de Filipos, laico; Nicolás Owen, mártir; Bienvenido de Scotivoli,
obispo.
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