miércoles, 19 de febrero de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA. MIÉRCOLES, 19 DE FEBRERO DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MIÉRCOLES 19 DE FEBRERO DE 2014
VI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. A.

ANTÍFONA DE ENTRADA (Ef 6, 2-3)
Honrarás a tu padre y madre es un mandamiento muy importante, que lleva consigo esta promesa: Te irá bien y vivirás largo tiempo en la tierra.

ORACIÓN COLECTA
Dios trino y uno, en quien encuentra origen y fundamento toda relación familiar, escucha nuestras súplicas y concédenos imitar las mismas virtudes y el amor de la santa familia de tu Hijo, a fin de que, reunidos todos en tu casa, podamos algún día gozar de la felicidad eterna. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Sean constantes, no en oír y olvidar la palabra, sino en ponerla por obra.

DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO: 1, 19-27

Queridos hermanos: Tengan esto presente: que cada uno sea pronto para escuchar y lento para hablar, lento para enojarse; porque la ira del hombre no produce la rectitud que quiere Dios. Arranquen, pues, de ustedes toda impureza y maldad y acepten dócilmente la palabra que ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos.
Pongan en práctica esa palabra y no se limiten a escucharla, engañándose a ustedes mismos; pues quien escucha la palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que se mira la cara en un espejo, y después de mirarse, se da la media vuelta y al instante se olvida de cómo es. En cambio, el que se concentra en la ley perfecta de la libertad y es constante, no en oírla y olvidarla, sino en ponerla por obra, ése encontrará su felicidad en practicarla.
Si alguno cree que es hombre religioso, pero no sabe poner freno a su lengua, él mismo se engaña y su religión no sirve de nada. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre, consiste en visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, y en guardarse de este mundo corrompido.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 14
R/. ¿Quién será grato a tus ojos, Señor?

El hombre que procede honradamente y obra con justicia; el que es sincero en todas sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia. R/.

Quien no hace mal al prójimo ni difama al vecino; quien no ve con aprecio a los malvados, pero honra a quienes temen al Altísimo. R/.

Quien presta sin usura y quien no acepta soborno en perjuicio de inocentes, ése será agradable a los ojos de Dios eternamente. R/.

ACLAMACIÓN (Cfr. Ef 1, 17-18)
R/. Aleluya, aleluya.
Que el Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine nuestras mentes, para que podamos comprender cuál es la esperanza que nos da su llamamiento. R/.



El ciego quedó curado y veía todo con claridad.


DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 8, 22-26

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida y enseguida le llevaron a Jesús un ciego y le pedían que lo tocara. Tomándolo de la mano, Jesús lo sacó del pueblo, le puso saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó: "¿Ves algo?" El ciego, empezando a ver, le dijo: "Veo a la gente, como si fueran árboles que caminan". Jesús le volvió a imponer las manos en los ojos y el hombre comenzó a ver perfectamente bien: estaba curado y veía todo con claridad. Jesús lo mandó a su casa, diciéndole:
"Vete a tu casa, y si pasas por el pueblo, no se lo digas a nadie".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Acepta, Señor, este sacrificio de reconciliación que vamos a ofrecerte por nuestras familias, para que las conserves en tu gracia y en tu paz. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Is 49, 15)
¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura? Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti, dice el Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Haz, Señor, que tus hijos, alimentados con este sacramento, podamos imitar siempre los ejemplos de la Sagrada Familia, a fin de que, después de las penalidades de esta vida, gocemos de su compañía eternamente. Por Jesucristo, nuestro Señor.



CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO SOBRE “LA  CONFESIÓN: SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y RECONCILIACIÓN”.
Miércoles 19 de Febrero de 2014.

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Ahora, todos lo sabemos, esta vida, nosotros la llevamos “en vasos de barro” (2 Cor 4,7), estamos todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por esto, el Señor Jesús, ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia sus propios miembros, en particular, con el Sacramento de la Reconciliación y el de la Unción de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de “Sacramentos de sanación”. El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).

1- El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación – nosotros lo llamamos también de la Confesión - brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo “¡Paz a ustedes!”, sopló sobre ellos y les dijo: “Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen” (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!

2- En el tiempo, la celebración de este Sacramento ha pasado de una forma pública – porque al inicio se hacía públicamente – ha pasado de esta forma pública a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: “Yo me confieso solamente con Dios”. Sí, tú puedes decir a Dios: “Perdóname”, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. “Pero, padre, ¡me da vergüenza!”. También la vergüenza es buena, es ‘salud’ tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un ‘senza vergogna’ un ‘sinvergüenza’. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas – también la vergüenza – pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.

Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh?, cada uno se responda en su corazón: ¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con tanto amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.

Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella bella, bella Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino. Que el Señor los bendiga.

Fuente: Radio Vaticano.

RESUMEN:
Queridos hermanos y hermanas:
La catequesis de hoy está centrada en el sacramento de la Reconciliación. Este sacramento brota directamente del Misterio Pascual. Jesús Resucitado se apareció a sus apóstoles y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo, a quienes perdonen los pecados, les quedarán perdonados». Así pues, el perdón de los pecados no es fruto de nuestro esfuerzo personal, sino es un regalo, un don del Espíritu Santo que nos purifica con la misericordia y la gracia del Padre.

La Confesión, que se realiza de forma personal y privada, no debe hacernos olvidar su carácter eclesial. En la comunidad cristiana es donde se hace presente el Espíritu Santo, que renueva los corazones en el amor de Dios y une a todos los hermanos en un solo corazón, en Jesucristo. Por eso, no basta pedir perdón al Señor interiormente; es necesario confesar con humildad los propios pecados ante el sacerdote, que es nuestro hermano, que representa a Dios y a la Iglesia. Nos puede hacer bien hoy, pensar, a cada uno, cuánto tiempo hace que no me confieso. Cada uno responda. Le puede hacer bien.

El ministerio de la Reconciliación es un auténtico tesoro, que en ocasiones corremos el peligro de olvidar, por pereza o por vergüenza, pero sobre todo por haber perdido el sentido del pecado, que en el fondo es la pérdida del sentido de Dios. Cuando nos dejamos reconciliar por Jesús, encontramos una paz verdadera.

Fuente: Radio Vaticano.

REFLEXION: RELIGIOSIDAD AUTÉNTICA
St 1,19-27; Mc 8,22-26
Santiago nos expone con una serie de argumentos la importancia de la congruencia. No es suficiente con pensar y comprender correctamente los contenidos de la fe, hace falta ponerlos en obra. La separación entre la fe y la vida, entre las creencias y la práctica cotidiana produce infelicidad y conflictos interpersonales. Quien escucha la voz de Dios, también está atento a las voces de los necesitados —huérfanos y viudas, migrantes, ancianos en condiciones de marginalidad— que requieren de auxilio solidario. Esa fue la forma como Jesús vivió durante su vida pública. La curación del ciego de Betsaida es la ilustración precisa de su obediencia al designio del Padre.

REFLEXIÓN
Sant. 1, 19-27. Quien no sabe poner freno a su lengua él mismo se engaña, y su religión no sirve de nada. Por eso no seamos ligeros para emitir juicios. A nosotros sólo nos corresponde amar; dejemos el juicio a Dios.
No juzguemos y no seremos juzgados; no condenemos y no seremos condenados. Y cuando alguien nos insulte, no devolvamos mal por mal, sino que sepamos perdonar de corazón conforme al ejemplo que Dios nos da, pues Él hace salir el sol sobre buenos y malos y manda su lluvia sobre justos y pecadores.
Que la Palabra de Dios no se pronuncie inútilmente sobre nosotros. Si Dios nos ha dicho que hemos sido convertidos en Amor y que estamos destinados a manifestar a todos el amor de Dios, no escuchemos su Palabra para después olvidarla e ir tras nuestros egoísmos.
Sólo en Dios encontramos nuestra plenitud. Si estamos con Dios contemplémonos en Él y decidámonos a ser como Él, amando, perdonando y dando nuestra vida por nuestro prójimo como el Señor lo hizo por nosotros.
Que no sean los criterios de este mundo corrompido los que guíen nuestras acciones, sino el Evangelio, que no sólo hemos de escuchar sino hacer vida en nosotros, para que podamos vivir, de un modo puro e irreprochable, a los ojos de Dios Padre mediante nuestro culto; y ante los demás a través de nuestro amor convertido en servicio manifestado mediante nuestras buenas obras.

Sal. 15 (14). ¿Quién es grato al Señor? ¿El que vive de rodillas ante Él y se olvida de hacer el bien a su prójimo? Si nuestro encuentro con Dios no nos lleva a hacerle el bien a nuestro prójimo, no podremos decir que nuestra fe sea sincera.
El amor al prójimo es el termómetro con el que medimos cuánto amamos realmente a Dios. Por eso, si no somos hipócritas en la fe que profesamos, debemos ser honrados y obrar con justicia; debemos hacer constantemente el bien a todos y jamás desprestigiar a los demás, aun cuando nos consten sus defectos, pues, finalmente ¿quién está libre de pecado para arrojar la primera piedra sobre los demás?
Seamos santos como Dios es Santo, pues así estaremos demostrando, no tanto con las palabras cuanto con las obras, que realmente Dios está en nosotros y que nosotros permanecemos en Él.

Mc. 8, 22-26. En algunas partes del Evangelio Jesús es presentado casi como un curandero que utiliza un cierto ritual de curación.
Sin embargo más bien sus acciones tienen un simbolismo muy claro como en el relato de este día: Hay muchos ciegos, como los escribas y fariseos, como Herodes y muchos más. El ciego, sin nombre, puede ser cualquiera de nosotros.
El camino de fe es lento pero no debe detenerse. Para ver con claridad a Jesús como Hijo de David, Mesías, Salvador, Hijo de Dios, necesitamos recorrer el camino de la fe en Él en una experiencia personal que nos vaya no sólo descubriendo quién es Jesús, sino identificándonos con Él en su estilo de vida.
La Eucaristía que hoy nos reúne nos lleva a la Comunión con Cristo.
Dios sabe qué somos y cuál ha sido nuestra vida. A pesar de que nuestras fallas hayan crecido demasiado Dios siempre estará dispuesto a manifestar su misericordia sobre nosotros: Dios misericordioso y fiel, siempre dispuesto a perdonar a quien se arrepiente.
Así Él nos indica que su Cuerpo se entrega por nosotros y su Sangra se derrama por nosotros para el perdón de nuestros pecados. Este es valor y la dignidad que tenemos en la mente divina.
Nuestro corazón no puede permanecer ciego ante el amor extremo que Dios nos ha manifestado en la entrega de su propio Hijo. ¿Cómo le pagaremos al Señor todo el bien que nos ha hecho?
No tenemos otro camino que el convertirnos en signos vivos de Cristo en medio de nuestros hermanos.
No estamos llamados a destruir la vida. Siendo hijos de Dios que crea y conserva todo lo creado por amor; hijos de Dios que comprende la fragilidad del hombre; de Dios que nos considera amigos suyos y le pesa la muerte de sus amigos; de Dios que nos quiere junto a Él eternamente, no podemos sino tener la misma forma de amar como Dios nos ha amado a nosotros.
Ante la condena que muchos han hecho de sus hermanos, ante las amenazas de destrucción masiva, los fieles en Cristo no podemos dejar que un diluvio provocado por la diversidad de armas caiga y destruya la humanidad.
Nos hemos de esforzar por salvar la vida, no tanto por esconderla en algún refugio, sino porque nuevamente florezca el amor y surja el respeto por el hermano para levantarlo, para fortalecerlo, para ayudarlo a ser más digno, y no para acabar con Él ni matarlo de hambre, ni dejarlo sumido en la pobreza por querer apropiarnos de sus recursos de un modo injusto.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de abrir los ojos para contemplar a Cristo presente en nuestros hermanos. Sólo así podremos amar, respetar y ayudar al mismo Cristo que se presenta frágil ante nuestros ojos. Que nuestra entrega generosa haciendo el bien a los demás, sea el sacrificio de suave aroma que se eleve hasta Dios; Él volverá siempre su mirada misericordiosa hacia nosotros, y nos salvará y nos sentará junto a Él eternamente. Amén.

Reflexión de: Homilía católica.



Santos: Mansueto de Milán, obispo; Álvaro de Córdoba, presbítero. Beato Conrado Confalonieri o de Piacenza, eremita. Feria (Verde)


No hay comentarios:

Publicar un comentario