martes, 4 de febrero de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA MARTES, 04 DE FEBRERO DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES, 04 DE FEBRERO DE 2014
IV Semana del tiempo ordinario. A

ANTÍFONA DE ENTRADA
Celebremos con alegría la fiesta de santa Águeda, virgen, porque el Señor del universo la ha colmado de su amor.

ORACIÓN COLECTA
Que tu santa virgen y mártir Águeda, tan agradable siempre a tu corazón por la consagración de su virginidad y su valor en el martirio, nos obtenga, Señor, tu fortaleza, para superar nuestro egoísmo y nuestra cobardía. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Hijo mío, Absalón, ojalá hubiera muerto yo en tu lugar.

DEL SEGUNDO LIBRO DE SAMUEL: 18, 9-10. 14. 24-25. 30-19, 3

En aquellos días, después de haber sido derrotado por los hombres de David, Absalón, su hijo, se dio a la fuga. Iba montado en una mula, y al meterse la mula bajo las ramas de una frondosa encina, a Absalón se le atoró la cabeza entre las ramas y se quedó colgando en el aire y la mula siguió corriendo. Uno de los soldados lo vio y le fue a avisar a Joab: "Acabo de ver a Absalón colgando de una encina". Joab se acercó a donde estaba Absalón, tomó tres flechas en la mano y se las clavó en el corazón.
Mientras tanto, David estaba en Jerusalén, sentado a la puerta de la ciudad. El centinela, instalado en el mirador que está encima de la puerta de la muralla, levantó la vista y vio que un hombre venía corriendo solo. Le gritó al rey para avisarle. El rey le contestó: "Si viene solo, es señal de que trae buenas noticias. Déjalo pasar. Tú, quédate ahí". El centinela lo dejó pasar y permaneció en su puesto. El hombre que venía corriendo, que era un etíope, llegó a donde estaba David y le dijo: "Le traigo buenas noticias a mi señor, el rey. Dios te ha hecho justicia hoy, librándote de los que se habían rebelado contra ti". El rey le preguntó: "Pero, mi hijo Absalón, ¿está bien?" Respondió el etíope: "Que acaben como él todos tus enemigos y todos los que se rebelen contra mi señor, el rey".
Entonces el rey se estremeció. Subió al mirador que está encima de la puerta de la ciudad y rompió a llorar, diciendo: "Hijo mío, Absalón; hijo, hijo mío, Absalón. Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar, Absalón, hijo mío". Le avisaron entonces a Joab que el rey estaba inconsolable por la muerte de Absalón. Por eso, aquella victoria se convirtió en día de duelo para todo el ejército, cuando se enteraron de que el rey estaba inconsolable por la muerte de su hijo. Por ello, las tropas entraron a la ciudad furtivamente, como entra avergonzado un ejército que ha huido de la batalla.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 85
R/. Protégeme, Señor, porque te amo.

Presta, Señor, oídos a mi súplica, pues soy un pobre, lleno de desdichas. Protégeme, Señor, porque te amo; salva a tu servidor, que en ti confía. R/.

Ten compasión de mí, pues clamo a ti, Dios mío, todo el día, y ya que a ti, Señor, levanto el alma, llena a este siervo tuyo de alegría. R/.

Puesto que eres, Señor, bueno y clemente y todo amor con quien tu nombre invoca, escucha mi oración y a mi súplica da respuesta pronta. R/.

ACLAMACIÓN (Mt 8, 17) R/. Aleluya, aleluya.
Cristo hizo suyas nuestras debilidades y cargó con nuestros dolores. R/.




¡Óyeme, niña, levántate!

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 5, 21-43

En aquel tiempo, cuando Jesús regresó en la barca al otro lado del lago, se quedó en la orilla y ahí se le reunió mucha gente. Entonces se acercó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo. Al ver a Jesús, se echó a sus pies y le suplicaba con insistencia: "Mi hija está agonizando. Ven a imponerle las manos para que se cure y viva". Jesús se fue con él, y mucha gente lo seguía y lo apretujaba.
Entre la gente había una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años. Había sufrido mucho a manos de los médicos y había gastado en eso toda su fortuna, pero en vez de mejorar, había empeorado. Oyó hablar de Jesús, vino y se le acercó por detrás entre la gente y le tocó el manto, pensando que, con sólo tocarle el vestido, se curaría. Inmediatamente se le secó la fuente de su hemorragia y sintió en su cuerpo que estaba curada.
Jesús notó al instante que una fuerza curativa había salido de Él, se volvió hacia la gente y les preguntó: "¿Quién ha tocado mi manto?" Sus discípulos le contestaron: "Estás viendo cómo te empuja la gente y todavía preguntas: `¿Quién me ha tocado?'" Pero Él seguía mirando alrededor, para descubrir quién había sido. Entonces se acercó la mujer, asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado; se postró a sus pies y le confesó la verdad. Jesús la tranquilizó, diciendo: "Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y queda sana de tu enfermedad".
Todavía estaba hablando Jesús, cuando unos criados llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle a éste: "Ya se murió tu hija. ¿Para qué sigues molestando al Maestro?" Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga: "No temas, basta que tengas fe". No permitió que lo acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, vio Jesús el alboroto de la gente y oyó los llantos y los alaridos que daban. Entró y les dijo: "¿Qué significa tanto llanto y alboroto? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de Él. Entonces Jesús echó fuera a la gente, y con los padres de la niña y sus acompañantes, entró a donde estaba la niña. La tomó de la mano y le dijo: "¡Talitá, kum!", que significa: "¡Óyeme, niña, levántate!" La niña, que tenía doce años, se levantó inmediatamente y se puso a caminar. Todos se quedaron asombrados. Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie y les mandó que le dieran de comer a la niña.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Que los dones que vamos a ofrecerte en honor de tu santa virgen Águeda te sean, Señor, tan agradables, como agradable fue a tus ojos su martirio. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Mt 25, 4. 6)

Las cinco vírgenes prudentes llevaron frascos de aceite con las lámparas. A medianoche se oyó una voz: Ya viene el esposo; salgan al encuentro de Cristo, el Señor.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN

Señor y Dios nuestro, que glorificaste a santa Águeda con la doble corona de la virginidad y del martirio, concédenos que esta comunión nos ayude a superar todas las pruebas y podamos así alcanzar el Reino eterno. Por Jesucristo, nuestro Señor.

REFLEXIÓN:
2Sam. 18, 9-10. 14. 24-25. 30-19, 3. Realmente David es un signo profético del gran amor que Dios nos tiene, pues cuando aún éramos pecadores y enemigos de Dios, nos envió a su propio Hijo, el cual entregó su vida para el perdón de nuestros pecados. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios nos ha amado con un amor eterno; y podrán desaparecer los montes y retirarse los mares; pero el amor que Dios nos tiene permanecerá para siempre. Por eso nosotros no podemos perseguir a los pecadores para acabar con ellos; sino que, a imagen de Cristo, hemos de salir a su encuentro, buscándolos como el Buen Pastor busca a la oveja descarriada hasta encontrarla, cargarla sobre nuestros hombros y llevarla de vuelta al redil. Sólo cuando el hombre rechaza frontalmente a Dios él mismo se condena a sí mismo, pues no aceptó para sí la oferta de salvación que Dios nos ha ofrecido a todos en Cristo. Entonces el Señor podrá decirle: Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar, pero tú no quisiste pues te buscaste a ti mismo queriendo conservar tu vida, y finalmente la perdiste. Abramos nuestro corazón al amor de Dios. Ojalá escuchemos hoy su voz y no endurezcamos ante Él nuestro corazón.

Sal. 85. Tu, Señor, eres bueno e indulgente, rico en amor con los que te invocan; Yahweh, presta oído a mi plegaria, atiende a la voz de mi súplica. Nosotros no tenemos mérito alguno para llegar ante Dios exigentes ante lo que queramos pedirle, conforme a nuestras necesidades. Sólo su amor, lleno de misericordia, le hace inclinarse ante nosotros para compadecerse de nosotros, perdonarnos y levantarnos de nuestras miserias. Por eso cuando lo invocamos no damos como razones, para ser escuchados, nuestras buenas obras, pues toda bondad procede de Dios. Llegamos ante Él, humildes y confiados en que no nos tratará conforme a nuestros pecados, sino conforme a su infinita misericordia. Y Dios siempre será bondadoso con nosotros, pues nos tiene como hijos suyos por nuestra fe y nuestra comunión de vida con su Hijo, Cristo Jesús.

Mc. 5, 21-43. La fe mueve montañas. Nuestras montañas de miedos, de cobardías, de falta de compromiso con la vida. Aquella mujer, con flujo de sangre, considerada impura y que no podía ser tocada por alguien, ni tocar a alguien, se atreve a tocar el manto de Jesús, pues tiene fe de que será curada; y a ella no le importa otra cosa sino recibir ese beneficio de Dios; y para ello no hay ley que le detenga. Ante la muerte de su hija, Jairo escucha al Señor que le dice: No temas; solamente ten fe. Tal vez esta es una de las frases más impresionantes que nos dirige el Señor: No temas; solamente ten fe. Ojalá y jamás permitamos que cosa alguna nos detenga en la consecución de todo aquello bueno que deseamos en nuestra vida. Pero no nos quedemos en aspiraciones sólo materiales o temporales; dirijamos la mirada hacia el final del horizonte de nuestra vida: veamos al Señor que nos ama, que nos espera para que estemos con Él sin sombras ni tropiezos. Encaminemos, con fe decidida, nuestros pasos hacia ese momento definitivo de nuestra vida. Que ante este empeño nada nos detenga. Puestos en manos de Dios, caminando a la luz de la fe en Él, fortalecidos con su Espíritu Santo, vayamos manifestando, con una vida cada vez más santa y perfecta, que en verdad Dios va haciendo brillar, día a día, su Rostro amoroso y misericordioso sobre nosotros.
En verdad que el Señor ha entregado su vida por nosotros. En la Eucaristía celebramos este Memorial de su amor. Él no ha venido sólo a sanar nuestras enfermedades corporales, sino que ha venido a liberarnos de la enfermedad del pecado. Dios nos quiere no sólo sanos en nuestros cuerpos, sino con un espíritu y un corazón renovados en el amor, en el amor a Él y en el amor al prójimo. Ciertamente que muchas veces hemos sido rebeldes a Dios, pero el Señor jamás nos ha abandonado, jamás ha dejado de amarnos. Esa fidelidad del Señor es la que estamos celebrando en esta Eucaristía. Aceptemos el amor que Dios nos tiene y dejémonos conducir por su Espíritu; no permitamos que la Redención de Cristo sea estéril en nosotros.
Tal vez en la vida nos encontremos con muchas personas que han tomado por caminos equivocados; tal vez encontremos la oportunidad de acabar con ellos con nuestras críticas, con nuestros desprecios, con nuestras persecuciones, e incluso asesinándolos pensando que así damos culto a Dios, pues limpiamos el mundo de pecadores y rebeldes contra Dios. Pero, puesto que Dios a nadie a creado para condenarlo sino para que todos estemos eternamente con Él, nosotros no podemos levantarnos en contra de los demás por muy malos que los consideremos. El trabajo de la Iglesia nos ha de llevar a trabajar para ganarlos a todos para Cristo. Incluso hemos de estar dispuestos a morir en lugar de los demás, con tal de que ellos logren vivir eternamente con el Señor. Por eso procuremos, por todos los medios, reavivar la fe y la esperanza de los demás. No los abandonemos en sus tristezas y desesperanzas. Seamos un signo de Cristo, que con gran amor, por medio nuestro, se acerca a ellos para hacerlos levantar la cabeza para que continúen caminando con grandes ilusiones, especialmente con la esperanza de llegar a poseer a Dios definitivamente, pues Él nos llama con santa llamada para que gocemos de Él eternamente.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, sabernos amar como hermanos; sabernos perdonar como Dios nos ha perdonado; saber preocuparnos de los pobres, de los enfermos, de los angustiados, de los tristes siendo para ellos un signo de la cercanía amorosa de Dios que les tiende la mano para salvarlos y conducirlos, a través de las pruebas de esta vida, a la posesión del gozo eterno en la Casa del Padre. Amén.

Reflexión de: Homilía católica

SANTORAL: Águeda de Roma, mártir; Juan de Brito, presbítero. Beata Isabel Canori Mora, laica. Memoria (Rojo)





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