lunes, 10 de febrero de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA DEL LUNES 10 DE FEBRERO DE 2014.

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
LUNES 10 DE  FEBRERO DE 2014.
V SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. A

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 15, 5-6)
El Señor es la parte que me ha tocado en herencia; la parte que he recibido es la más hermosa. El mismo Señor es mi recompensa.

ORACIÓN COLECTA
Al celebrar la fiesta de santa Escolástica, te pedimos, Señor, que, a imitación suya, aprendamos a servirte con un amor infatigable y a disfrutar profundamente tu amistad. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
Llevaron el arca de la alianza al santo de los santos y una nube llenó el templo.

DEL PRIMER LIBRO DE LOS REYES: 8, 1-7. 9-13

En aquellos días, el rey Salomón convocó en Jerusalén a todos los ancianos y jefes de Israel, para subir allá el arca de la alianza del Señor desde Sión, la ciudad de David. Todos los israelitas se congregaron en torno al rey Salomón para la fiesta de los tabernáculos, que se celebra el séptimo mes del año. Cuando llegaron los ancianos de Israel, unos sacerdotes cargaron el arca de la alianza, y otros, junto con los levitas, llevaron la tienda de la reunión, con todos los objetos sagrados que en ella había.
El rey Salomón y toda la comunidad de Israel inmolaron frente al arca ovejas y bueyes en tal número, que no se podían ni contar. Llevaron el arca de la alianza del Señor hasta su lugar en el santuario, el lugar santísimo, y la colocaron bajo las figuras de los querubines, de tal modo, que las alas de éstos quedaron cubriendo el arca y las varas que servían para transportarla.
Lo único que había en el arca eran las dos tablas de piedra, que Moisés colocó ahí, cuando el Señor estableció la alianza con los israelitas, a su salida de Egipto.
En cuanto los sacerdotes salieron de aquel sitio sagrado, una nube llenó el templo, y esto les impidió continuar oficiando, porque la gloria del Señor había llenado su templo. Entonces Salomón exclamó: "El Señor dijo que habitaría en una espesa nube. Por eso, Señor, la casa que te he construido con magnificencia, será tu morada".

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSOIAL: Del salmo 131
R/. Levántate, Señor, y ven a tu casa.

Que se hallaba en Efrata nos dijeron; de Jaar en los campos la encontramos. Entremos en la tienda del Señor y a sus pies, adorémoslo, postrados. R/.

Levántate, Señor, ven a tu casa; ven con el arca, poderoso auxilio. Tus sacerdotes vístanse de gala; tus fieles, jubilosos, lancen gritos. Por amor a David, tu servidor, no apartes la mirada de tu ungido. R/.

ACLAMACIÓN (Cfr. Mt 4, 23) R/. Aleluya, aleluya.
Jesús predicaba la buena nueva del Reino y curaba a la gente de toda enfermedad. R/.

Cuantos tocaban a Jesús quedaban curados.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS: 6, 53-56

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret.
Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a Él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos. A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Dios misericordioso, que transformaste a santa Escolástica, para hacer de ella una mujer nueva a imagen de Cristo, renuévanos también a nosotros mediante este sacrificio de reconciliación que vamos a ofrecerte. Por Jesucristo, nuestro Señor.

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Mt 19, 27-29)
Yo les aseguro, dice el Señor, que los que han dejado todo para seguirme, recibirán cien veces más y alcanzarán la vida eterna.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dios omnipotente, que por medio de este sacramento nos comunicas la fuerza de tu Espíritu, haz que, a ejemplo de santa Escolástica, te amemos sobre todas las cosas y vivamos siempre como verdaderos hijos tuyos. Por Jesucristo, nuestro Señor.


REFLEXIÓN
1Re. 8, 1-7. 9-13. Dios no sólo habita en el Templo. Su morada especial somos nosotros mismos. Él nos ha consagrado como suyos. Por eso su Gloria debe resplandecer desde nuestro propio interior. Desde que el Verbo se hizo hombre y puso su tienda de campaña en medio de las nuestras Dios vino a vivir entre nosotros. Ya no es la nube, que lo representa, sino Él mismo en medio de los suyos. Ojalá y lo recibamos, pues su Reino debe estar no de un modo externo, ni siquiera de un modo cercano, sino dentro de nosotros mismos. A partir de su presencia en nosotros, nosotros hemos sido convertidos en un signo de Él en medio de nuestros hermanos. Quien viva sólo dándole culto a Dios, lo tendrá como a un Dios lejano, al que acuda para que le solucione uno y mil problemas, y a quien tratará de tener propicio por medio de oraciones, de promesas, de donativos, etcétera. Pero nosotros no podemos quedarnos en la celebración de ritos, tal vez muy suntuosos, sino que hemos de vivir en una estrecha relación de hijos, pues eso somos, ya que su Vida está en nosotros gracias a que Dios nos ha convocado para que seamos de su familia y linaje, y nosotros hemos dado un sí amoroso a ese llamado de Dios. Ojalá y este compromiso no se haya quedado en el olvido.

Sal. 132 (131). Que el Señor, nuestro Dios, venga Él mismo a morar en nosotros. Ciertamente nosotros nos encontramos de un modo personal con el Señor en su Templo. Ahí, junto con nuestros hermanos, alabamos y glorificamos al Señor en comunión con toda la Iglesia. Mediante la recepción de la Eucaristía el Señor se levanta y viene a nosotros, como a su propia casa. Dios nos ha amado de tal forma que, por nosotros, entregó a su propio Hijo. Por eso, reconociéndonos pecadores, acudamos al Padre Dios en Nombre de Jesús, su Hijo, para que seamos perdonados y para que el Espíritu Santo sea quien nos guíe en adelante para que toda nuestra vida se convierta en una continua alabanza del Nombre Divino, no sólo por nuestros gritos de júbilo, sino, especialmente, por llevar una vida intachable.

Mc. 6, 53-56. Jesús anuncia el Evangelio no sólo con sus palabras, sino también con sus obras y con su misma persona. Él es el Evangelio viviente del Padre. Por medio de Jesucristo hemos conocido el amor de Dios. El Señor siempre está a nuestro lado. Él jamás de aleja de nosotros, sino que vela por nosotros como un Padre lleno de amor y de ternura hacia sus hijos. Por eso podemos acercarnos a Él con la confianza que nos viene de sabernos hijos amados de Dios. Pero no sólo hemos de buscar a Jesús con la fe puesta en recibir cosas materiales, o la curación de nuestros males; antes que nada hemos de buscar al Señor para comprometernos en hacer nuestra su vida y en dejarnos formar, por Él, como digna morada de su Espíritu Santo. Sólo así, después de encontrarnos con el Señor, no nos marcharemos, tal vez gozosos porque nuestra súplica haya sido escuchada; sino que nos iremos con el Señor en nuestra propia vida, de tal forma que podamos dar a conocer a los demás su amor, su bondad, su misericordia desde nuestra propia existencia unida plenamente a Él.
Nos hemos reunido en torno al Señor en este Lugar Sagrado. Hemos venido para renovar nuestra Alianza con el Señor, y a comprometernos a serle fieles. No sólo venimos a celebrar ritos externos. Dios antes que nada quiere que volvamos a ser sus hijos, santos y fieles como Él es Santo y Fiel. La Eucaristía, Memorial de su Pascua, realiza en nosotros la Comunión de Vida entre Dios y nosotros. Mediante la Pascua de Cristo nosotros hemos sido perdonados de nuestros pecados, y hemos recibido vida nueva. ¿Hemos venido con la intención de vivir con mayor generosidad nuestro compromiso con Dios y con el hombre? ¿O sólo hemos venido buscando en Jesús a un taumaturgo, a alguien que quisiéramos nos supliera en el compromiso que, como hijos de Dios, tenemos en el mundo?
El Señor nos recibe en su Casa; nos alimenta con su Palabra y su Eucaristía; pero nos envía para que vayamos y demos testimonio de nuestra fe, tal vez en ambientes hostiles, donde se nos quieran poner candados para evitar que expresemos nuestra fe con los labios, pero donde nuestro anuncio del Evangelio se realizará con una vida intachable y mediante la realización de obras que hablen de justicia, de paz, de amor fraterno, de misericordia. Los cristianos no podemos claudicar de nuestra fe, ni podemos ser cobardes en el testimonio que, de la misma fe, hemos de dar en todo momento y circunstancia de la vida. Si queremos que la Gloria de Dios tome posesión del mundo es porque no hemos de rehuir nuestro compromiso con el Evangelio; más aún, hemos de dejar que Dios nos convierta a nosotros mismos en el Evangelio viviente del Padre, pues nuestra unión a Cristo Cabeza, nos hace a nosotros, miembros de su Cuerpo, responsables de continuar su obra salvadora en el mundo. Esta es, finalmente, la Misión que tiene la Iglesia en el mundo.
Roguémosle al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos conceda la gracia de abrir nuestro corazón a la presencia de Dios, de tal forma que, al igual que Cristo, pasemos siempre haciendo el bien a todos. Amén.

Reflexión de: Homilía católica .com

EL DIOS CERCANO

1 R 8, 1-7. 9-13; Mc 6, 53-56
La dedicación del templo de Jerusalén por parte de Salomón responde a una necesidad genuina. El pueblo de Israel aprecia y reconoce la bondad de Dios y anhela ser escuchado por Él. Los creyentes construyen templos para disponer de espacios propicios para favorecer el encuentro con Dios; encuentro que de por sí es difícil de concretar, porque supone una actitud contemplativa y una apertura al Trascendente que no siempre tenemos. Salomón desea que Dios auxilie y acompañe a su pueblo cada vez que lo invoque. Los enfermos y la gente de Galilea en general, ansiaban encontrarse con Jesús. La experiencia de los enfermos era patente: quien se acercaba con una fe confiada recibía la salud y recomenzaba su vida con entusiasmo y alegría. La fe cristiana tiene una responsabilidad social: debe generar una derrama de bienestar y mejora general de la vida humana. (www misal. com . mx)

Santos: Escolástica de Nursia, fundadora; Guillermo de Malavalle, ermitaño. Beato Luis Stepinac, mártir. Memoria (Blanco)


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