LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Martes 8 de Octubre de 2013.
27ª semana del Tiempo Ordinario. C
LECTURA DE LA PROFECÍA DE JONÁS 3,
1-10
De
nuevo vino la palabra del Señor sobre Jonás: -«Levántate y vete a Nínive, la
gran ciudad, y predícale el mensaje que te dijo.»
Se
levantó Jonás y fue a Nínive, como mandó el Señor. Nínive era una gran ciudad,
tres días hacían falta para recorrerla.
Comenzó
Jonás a entrar por la ciudad y caminó durante un día, proclamando: -«¡ Dentro
de cuarenta días Nínive será destruida! »
Creyeron
en Dios los ninivitas; proclamaron el ayuno y se vistieron de saco, grandes y
pequeños.
Llegó
el mensaje al rey de Nínive; se levantó del trono, dejó el manto, se cubrió de
saco, se sentó en el polvo y mandó al heraldo a proclamar en su nombre a
Nínive: -«Hombres y animales, vacas y ovejas, no prueben bocado, no pasten ni
beban; vístanse de saco hombres y animales; invoquen fervientemente a Dios, que
se convierta cada cual de su mala vida y de la violencia de sus manos; quizá se
arrepienta, se compadezca Dios, quizá cese el incendio de su ira, y no
pereceremos.»
Y
vio Dios sus obras, su conversión de la mala vida; se compadeció y se
arrepintió Dios de la catástrofe con que había amenazado a Nínive, y no la
ejecutó.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL
Sal 129, 1-2. 3-4. 7bc-8
R.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir?
Desde
lo hondo a ti grito, Señor;
Señor,
escucha mi voz;
estén
tus oídos atentos
a la
voz de mi súplica. R.
Si
llevas cuenta de los delitos, Señor,
¿quién
podrá resistir?
Pero
de ti procede el perdón,
y
así infundes respeto. R.
Porque
del Señor viene la misericordia,
la
redención copiosa;
y él
redimirá a Israel
de
todos sus delitos. R.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN
LUCAS 10, 38-42
En
aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en
su casa.
Ésta
tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba
su palabra.
Y
Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio; hasta que se paró y
dijo:
-«Señor,
¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me
eche una mano.»
Pero
el Señor le contestó:
-«Marta,
Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María
ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán. »
Palabra
del Señor.
Reflexión
Jon. 3, 1-10. Dios no sólo escucha las oraciones de
los que le viven fieles; ni sólo las de quienes pertenecen al pueblo de sus
hijos, aun cuando sean rebeldes; Él escucha las súplicas de toda persona de
buena voluntad, pues Él ama a todos más allá de las fronteras que hemos puestos
nosotros los humanos.
La
Iglesia nos invita a descubrir gozosa y respetuosamente las semillas del Verbo
latentes en quienes, incluso, parece que han rechazado radicalmente a Dios.
Algo hay de Dios en quienes se alejaron de Él, pues su amor, aún en pequeña
escala, no puede sino proceder de Dios. Por eso, la Iglesia de Cristo debe
anunciar el Nombre de Dios dedicada plenamente a su ministerio en todos los
lugares y ambientes, insistiendo a tiempo y a destiempo y con mucha paciencia.
Sólo
Dios, que nos llama a todos a la plena unión con Él, sabe el momento y el día
de la salvación que ha reservado para cada uno; por eso, quienes hemos recibido
el mandato de proclamar su Evangelio, no seamos cobardes, ni rebeldes, ni
flojos en cumplir con la misión que el Señor nos ha confiado.
Ojalá
y cuando veamos que Dios ha hecho su obra de salvación en quienes ha puesto a
nuestro cuidado, nos alegremos porque en verdad su amor no tiene fin.
No
seamos, pues, motivo de condenación sino de salvación para los demás; pues Dios
no nos envió para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por creer
en Cristo Jesús. ¿Seremos portadores de Él, de su amor, de su salvación?
¿Obedeceremos su Mandato de proclamar su Evangelio a todas las naciones?
Sal 130 (129). Desde lo más profundo de mis pecados
clamo a Ti; Señor, escucha mi clamor. No hay nadie más que pueda realmente
perdonar la multitud de mis faltas, que jamás podré ocultarte. Señor, ten
misericordia de nosotros.
Y
Dios tuvo misericordia de nosotros, pues nos envió a su propio Hijo para que
todo el que crea en Él tenga vida eterna. Por tanto, no nos quedemos solo en
clamar al Señor, en confesar nuestros pecados y en recibir su perdón. Sabiendo
que hemos sido renovados, como criaturas nuevas revestidas de Cristo, teniendo
un corazón nuevo y un espíritu nuevo, comportémonos como hijos de la luz,
dejando a un lado aquello que nos apartaba de Dios y nos había destinado a la
ira divina por nuestra condición de pecadores, pues el mismo Dios, por medio de
Cristo, nos ha salvado por pura gracia y nos ha llamado para que, junto con Él,
participemos de la Gloria que le corresponde como a Hijo unigénito de Dios.
Lc. 10, 38-42. Dentro de toda persona de fe en
Cristo han de convivir las actitudes de las dos hermanas de Lázaro, Marta y
María: la contemplación y el servicio.
Es
bueno dedicarnos a procurar el bien de los demás; es bueno sentarse a los pies
de Jesús para deleitarnos escuchando su Palabra. Sin embargo ninguna de estas
actitudes debe anidar en el corazón del creyente excluyéndose mutuamente.
Es
bueno meditar su Palabra; pero mientras esto no nos lleve al servicio del
prójimo no estaremos viviendo a profundidad nuestra fe.
Es
bueno servir a nuestro prójimo, pero mientras esto no nos lleve a unirnos al
Señor en la intimidad de la oración y de la escucha fiel de su Palabra, nos
quedaremos en una filantropía que no llegará a convertirse en un acto de fe
pleno.
Por
eso aprendamos a estar a los pies de Jesús, pero aprendamos también a poner en
movimiento nuestros pies para anunciar el Nombre del Señor no sólo con los
labios, sino también con nuestro servicio amoroso.
El
Señor nos ha convocado en este día para que, como discípulos suyos, seamos
instruidos por Él. Ciertamente la oración no puede concretarse únicamente a un
desgranar oraciones aprendidas de memoria.
Orar,
dice santa Teresa de Jesús, es hablar de amor con Quien sabemos nos ama. Y
hablar de amor es todo un compromiso, pues no sólo contamos nuestra historia,
también escuchamos al Amado y, ante Él, tenemos la disposición de quien le
dice: Habla, Señor, tu siervo escucha; y siervos, porque estamos dispuestos a
poner en práctica lo que el Señor nos indique.
Y Él
no sólo nos ha dirigido su Palabra; también nos manifiesta el amor que nos
tiene entregando su vida por nosotros, y convirtiéndose en alimento nuestro.
Quienes
somos testigos de su amor sabemos que estamos llamados a realizar en favor de
nuestro prójimo lo mismo que el Señor ha hecho por nosotros.
Por
eso, al volver a nuestra vida ordinaria sabemos que prolongaremos nuestra
Eucaristía como un servicio en favor de los demás. Encontraremos muchos que
requerirán de una mano que se les tienda para poder sobrevivir; encontraremos
muchos pobres que sufren carencias mayores que las nuestras; encontraremos
jóvenes desorientados a causa de propagandas consumistas; encontraremos hogares
desintegrados a causa de inmadureces que incapacitan para el compromiso; en
fin, encontraremos muchas miserias materiales, morales y espirituales.
No
podemos limitarnos a proclamarles el Evangelio con los labios, ni podemos
quedar satisfechos porque ya oramos por ellos en la Eucaristía; tenemos que
ponernos en camino hacia ellos para convertirnos en un signo del amor de Dios,
que se inclina ante ellos para levantarlos, para fortalecerlos, para
devolverles la fe y la esperanza, y la capacidad de seguir amando a Aquel que
es la Vida, y también a su prójimo como a hermanos suyos.
Todo
esto, ciertame
nte,
requiere en nosotros una profunda conversión, de tal forma que abandonando nuestros
egoísmos, podamos abrir nuestro corazón para amar sin fronteras, y para
alegrarnos de que también los demás vuelvan al Señor, y construyan el Reino de
Dios junto con nosotros.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber orarle con gran amor; la gracia de
saber escuchar su Palabra y ponerla en práctica, siendo un Evangelio vivo del
amor salvador y misericordioso de Él para nuestros hermanos, especialmente para
los más alejados de Dios, y para los más necesitados a causa de sus pobrezas.
Amén.
Reflexión:
Homilía católica
Santos:
Susana de Blois, mártir; el anciano Simeón, Artemón, presbítero; Reparada,
Benedicta, vírgenes; Néstor, Demetrio, Hugo, Valeria y Polena, Paladia,
Porcaria, Palaciata, Lorenza, mártires; Evodio, Caletrico, obispos; Pelagia,
Tais, penitentes; Badilón, Martín, abades; Eusebia, abadesa; Pedro de Sevilla,
mártir; Brígida, viuda.
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