LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Viernes,
4 de Octubre de 2013
Semana
26ª durante el año
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA BARUC 1,15-22.
“Reconocemos
que el Señor, Dios nuestro, es justo, y todos nosotros, los habitantes de Judea
y de Jerusalén, nuestros reyes y príncipes, nuestros sacerdotes, profetas y
padres, nos sentimos hoy llenos de vergüenza, porque hemos pecado contra el
Señor y no le hemos hecho caso; lo hemos desobedecido y no hemos escuchado su
voz ni hemos cumplido los mandamientos que él nos dio.
Desde
el día en que el Señor sacó de Egipto a nuestros padres hasta el día de hoy, no
hemos obedecido al Señor, nuestro Dios, y nos hemos obstinado en no escuchar su
voz.
Por
eso han caído ahora sobre nosotros las desgracias y la maldición que el Señor
anunció por medio de Moisés, su siervo, el día en que sacó de Egipto a nuestros
padres, para darnos una tierra que mana leche y miel.
No
hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, conforme a las palabras de los
profetas que nos ha enviado y todos nosotros, siguiendo las inclinaciones de
nuestro perverso corazón, hemos adorado a dioses extraños y hemos hecho lo que
el Señor, nuestro Dios, reprueba”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 78, 1-5.
8-9
R
Sálvanos, Señor, y perdona nuestros pecados.
Dios
mío, los paganos
han
invadido tu propiedad,
han
profanado tu santo templo,
han
convertido a Jerusalén en ruinas /R
Han
echado los cadáveres
de
tus siervos a las aves de rapiña,
y
la carne de tus fieles
a
los animales feroces /R
Hemos
sido el escarnio de nuestros vecinos,
la
irrisión y la burla de los que nos rodean.
¿Hasta
cuándo, Señor, vas a estar enojado
y
arderá como fuego tu ira? /R
No
recuerdes, Señor, contra nosotros
las
culpas de nuestros padres.
Que
tu amor venga pronto a socorrernos,
porque
estamos totalmente abatidos /R
Para
que sepan quién eres,
socórrenos,
Dios y salvador nuestro.
Para
que sepan quién eres, sálvanos
y
perdona nuestros pecados /R
Evangelio
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS 10,13-16
Gloria
a ti, Señor
En
aquel tiempo, Jesús dijo: “¡Ay de ti, ciudad de Corozaín! ¡Ay de ti, ciudad de
Betsaida! Porque si en las ciudades de Tiro y de Sidón se hubieran realizado
los prodigios que se han hecho en ustedes, hace mucho tiempo que hubieran hecho
penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Por eso el día del juicio será
menos severo para Tiro y Sidón que para ustedes. Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que
serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo”.
Luego,
Jesús dijo a sus discípulos: “El que los escucha a ustedes, a mí me escucha; el
que los rechaza a ustedes, a mí me rechaza y el que me rechaza a mí, rechaza al
que me ha enviado”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Bar.
1, 15-22. El llamado que Dios nos hace a la conversión es el inicio de la
manifestación de su amor misericordioso hacia nosotros.
No
podemos ser gratos ante Él; no podemos presentarnos ante Él como sus hijos
amados, si antes no hemos reconocido que le fallamos, que fuimos rebeldes a la
Alianza nueva y definitiva que pactó con nosotros. Y no sólo hemos de reconocer
nuestras faltas, sino que hemos de arrepentirnos y pedir perdón, lo cual nos ha
de llevar a reiniciar un volver a caminar con lealtad en la presencia del
Señor.
Dios
es siempre fiel a su amor por nosotros. Jamás dejará de amarnos, por muchas
ofensas y rebeldías que hayamos hecho en contra suya, pues en medio de nuestras
infidelidades, Él permanece fiel, ya que no puede desdecirse a sí mismo.
Si
a veces, por culpa nuestra, la vida se nos complica, no podemos hacer
responsable a Dios de lo que nosotros mismos hemos provocado.
Si
queremos disfrutar de una sociedad más sana y más en paz, nosotros, que decimos
creer en Cristo como nuestro Dios hecho Hombre, escuchemos su voz y, como
fieles discípulos suyos, pongámosla en práctica; hagamos la prueba y veremos
qué bueno es el Señor y cuán rectos son sus caminos.
Sal.
79 (78). Dios, por medio de Jesús, su Hijo, ha descubierto su brazo a la vista
de nuestros enemigos y nos ha liberado de ellos. Dios escucha el clamor de sus
pobres y está pronto a sus plegarias para librarlos de la muerte.
Aún
en medio de nuestras más grandes miserias; aun cuando hayamos vivido demasiado
lejos del Señor, volvamos a Él nuestra mirada y nuestro corazón, pues el Señor
es rico en misericordia y su bondad nunca se acaba. Retornemos a Él dispuestos
a dejar que nos purifique de nuestras maldades y nos revista de su propio Hijo,
de tal forma que no sólo participemos de sus bienes, sino que, bien calzados
nuestros pies, vayamos a anunciar el Evangelio de la paz y de la misericordia
que el Señor nos ha manifestado y confiado para que participen de él los
pueblos de todos tiempos y lugares.
Lc.
10, 13-16. No basta estirar las manos para recibir los dones de Dios; es
necesario esforzarse por vivir conforme al don recibido, pues a base de sólo
recibir sin vivir, sin dar testimonio, podemos volver estéril nuestro mundo.
Dios
nos ha enviado a su propio Hijo, quien nos ha dado el perdón de nuestros
pecados y nos ha hecho partícipes de su propia Vida y de su Espíritu.
¿Por
qué nuestro mundo continúa, entonces, dominado por tantos egoísmos y tantos
males provocados, incluso, por personas que se confiesan cristianas? ¿Acaso
vivimos a profundidad nuestra fe? ¿No nos habremos quedado, más bien, en una
profesión de fe hecha con los labios, por mera costumbre o tradición familiar,
mientras nuestro corazón está lejos del Señor?
Ojalá
y no rechacemos al Señor alejándolo de nuestra vida, sino que, conforme a la fe
que en Él profesamos, sepamos escuchar su Palabra y ponerla en práctica;
aceptar su Vida y su Espíritu y dar testimonio, por medio de nuestras buenas
obras, de su presencia en nosotros.
El
Señor nos ha llamado para que estemos con Él en esta Eucaristía. A Él no se le
oculta nuestra fragilidad; ante Él están nuestras miserias y traiciones. Sin
embargo se muestra misericordioso para con todos; y a pesar de que nosotros
somos quienes hemos tomado por caminos equivocados y Él ha permanecido fiel,
hoy sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su bondad, su
misericordia, su protección. Sólo espera de nosotros el que estemos dispuestos
a recibir, a hacer nuestra su oferta de perdón y de salvación.
Mediante
la celebración del Memorial de su Pascua quiere que no sólo comprendamos y
aceptemos su amor hacia nosotros, sino que, aceptando su Vida en nosotros, su
Espíritu nos renueve de tal forma que en adelante nos convirtamos en testigos
suyos y en constructores de su Reino.
Ojalá
y no sólo vengamos como espectadores a esta Eucaristía, sino con la plena
disposición de entrar en comunión de vida con el Señor.
El
Señor nos envía como discípulos suyos a proclamar su Evangelio y a construir su
Reino. No vamos solos. Él, además de comunicarnos su Vida, ha derramado en
nuestros corazones su Espíritu Santo.
No
podemos volver a casa para encerrarnos en nuestras cavilaciones personales y
vivir nuestra fe sin proyección hacia la vida social.
Es
cierto que encontraremos muchos ambientes hostiles a la fe; es cierto que quien
proclame el Nombre del Señor podrá convertirse en objeto de burla para quienes
no quieren un compromiso real de fe; es cierto que muchos no sólo rechazarán, sino
que perseguirán e incluso tratarán de acabar con la vida del enviado. Esto no
puede acobardarnos, pues, efectivamente, no hemos recibido un espíritu de
cobardía, sino el Espíritu que viene de Dios, que nos hace fuertes en la fe.
No
queramos, por defender nuestra vida, vivir con doblez: como personas de fe en
el templo, y como descreídos y cómplices de la maldad en el mundo.
Si
en verdad queremos no sólo arrodillarnos ante Dios en su templo, sino
convertirnos en testigos del Señor y constructores de su Reino, aceptemos el
compromiso que tenemos de vivir como sus enviados para impulsar el nacimiento
de una humanidad que, día a día, se vaya renovando en Cristo.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la Gracia de poder vivir con lealtad nuestra fe, como
colaboradores esforzados en la construcción de su Reino en los diversos
ambientes en que se desarrolle nuestra existencia. Amén.
Reflexiones
de Homilía católica
Santoral:
San Francisco de Asís, Santa Aurea y Beato Michel Callo.
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