LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Miércoles 9 de Octubre de 2013.
27ª semana del Tiempo Ordinario. C
LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA JONÁS
4,1-11
Jonás
se disgustó mucho de que Dios no hubiera castigado a los habitantes de Nínive,
e irritado, oró al Señor en estos términos: “Señor, esto es lo que yo me temía
cuando estaba en mi tierra, y por eso me di prisa en huir a Tarsis. Bien sabía
yo que tú eres un Dios clemente y compasivo, lleno de paciencia y de
misericordia, siempre dispuesto a perdonar. Ahora, Señor, quítame la vida, pues
prefiero morir a vivir”. Pero el Señor le respondió: “¿Crees que hay motivo
para que te enojes?”
Jonás
salió de Nínive y acampó al oriente de la ciudad. Allí construyó una enramada y
se sentó a su sombra, para ver qué pasaba con Nínive. Entonces, el Señor Dios
hizo nacer una hiedra, que creció tan tupida, que le daba sombra y lo
resguardaba del ardor del sol. Jonás se puso muy contento por la hiedra.
Pero
al día siguiente, al amanecer, el Señor envió un gusano, el cual dañó la hiedra,
que se secó. Y cuando el sol ya quemaba, el Señor envió un viento caliente y
abrasador; el sol le daba a Jonás en la cabeza y lo hacía desfallecer. Entonces
Jonás deseó morir y dijo: “Prefiero morir a vivir”.
Entonces
el Señor le dijo a Jonás: “¿Crees que hay motivo para que te enojes así por la
hiedra?” Contestó él: “Sí, y tanto, que quisiera morirme”. Le respondió el
Señor: “Tú estás triste por una hiedra que no cultivaste con tu trabajo, que
nace una noche y perece la otra.
Y
yo, ¿no voy a tener lástima de Nínive, la gran ciudad, en donde viven más de
ciento veinte mil seres humanos que no son responsables y gran cantidad de
ganado?”
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 85, 3-6. 9-10
R
Tú, Señor, eres bueno y clemente.
Ten
compasión de mí,
pues
clamo a ti, Dios mío,
todo
el día, y ya que a ti, Señor,
levanto
el alma, llena
a
este siervo tuyo de alegría /R
Puesto
que eres, Señor,
bueno
y clemente y todo amor
con
quien tu nombre invoca,
escucha
mi oración
y a
mi súplica da respuesta pronta /R
Dios
entrañablemente compasivo,
todo
amor y lealtad,
lento
a la cólera,
ten
compasión de mí,
pues
clamo a ti, Señor, a toda hora /R
Evangelio
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN
LUCAS 11,1-4
Un día,
Jesús estaba orando y cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor,
enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”.
Entonces
Jesús les dijo: “Cuando oren, digan; Padre, santificado sea tu nombre, venga tu
Reino, danos hoy nuestro pan de cada día y perdona nuestras ofensas, puesto que
también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende, y no nos dejes caer en
tentación”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Jon. 4, 1-11. El camino que nos lleva a la perfección puede causarnos
demasiados problemas; pues, por desgracia, a veces no entendemos sino a base de
grandes golpes que nos sientan a reflexionar sobre lo que en realidad es Dios y
lo que nos imaginamos, equivocadamente de Él.
A veces no quisiéramos dejar actuar a Dios; más aún: quisiéramos un dios a
la medida de nuestros intereses, de nuestros pensamientos, de nuestros egoísmos
religiosos para manipularlo a nuestro antojo. Pero Dios se escapa de cualquier
trampa que le tendamos y nos manifiesta que, así como Él ama a todos sin
distinción, así hemos de amarnos unos y otros.
¡Qué alegría tan grande hay en el cielo por un sólo pecador que se
convierte! Pero el hermano mayor siempre se enoja porque el hermano menor
retorna a casa, derrotado por sus anhelos equivocados, sin darse cuenta que
también él ha sido derrotado por sus imaginaciones equivocadas acerca de
aquellos que son amados de Dios.
A veces nos entristecemos más porque desaparece aquello que nos daba
seguridad, como el dinero y los bienes materiales, que porque muchos, lejos del
Señor, viven al borde de perderse para siempre. Jesucristo nos ha enviado a
salvar todo lo que se había perdido; no podemos, por eso, condenar a nadie sino
buscar a quienes desbalagaron en una noche de tinieblas y oscuridad; y buscarlos
hasta encontrarlos, no para despreciarlos, no para condenarlos, no para
hacerlos volver a golpes y amenazas al redil, sino cargarlos amorosamente sobre
nuestros hombros, haciendo nuestras sus miserias y tristezas para que recuperen
la paz y la alegría y puedan, así, volver a Dios.
Sal. 86 (85). Recuerda, Señor, el amor y la misericordia que manifestaste a
nuestros antiguos padres, librándolos de sus enemigos y de sus males cuando
invocaban tu Nombre. Ahora, Señor, contémplanos a nosotros con misericordia,
escucha nuestra oración y da respuesta pronta a nuestras súplicas.
Quienes creemos en Cristo; quienes hemos unido nuestra vida a Él, somos conscientes de que en su Nombre nos dirigimos al Padre Dios como hijos suyos.
Dios, sabiendo que nuestro corazón está inclinado al mal desde nuestra adolescencia, se manifiesta siempre como un Padre comprensivo para con todos. Sin embargo no se hace cómplice de nuestras fallas; antes al contrario nos hace un fuerte llamado a dejar nuestros malos caminos y volver a Él, para caminar, ya no movidos por nuestras miserias, sino por su Espíritu que nos hace, no sólo llamar Padre a Dios, sino comportarnos realmente como hijos suyos.
Quienes creemos en Cristo; quienes hemos unido nuestra vida a Él, somos conscientes de que en su Nombre nos dirigimos al Padre Dios como hijos suyos.
Dios, sabiendo que nuestro corazón está inclinado al mal desde nuestra adolescencia, se manifiesta siempre como un Padre comprensivo para con todos. Sin embargo no se hace cómplice de nuestras fallas; antes al contrario nos hace un fuerte llamado a dejar nuestros malos caminos y volver a Él, para caminar, ya no movidos por nuestras miserias, sino por su Espíritu que nos hace, no sólo llamar Padre a Dios, sino comportarnos realmente como hijos suyos.
Lc. 11, 1-4. El Señor, mediante la oración, nos enseña a relacionarnos con
Dios no sólo como criaturas, sino como hijos suyos. En la oración del Padre
nuestro estamos aceptando el compromiso de reconocer que Dios no es Padre
exclusivo de un grupo, pues no decimos, por ejemplo, Padre de los cristianos,
sino Padre Nuestro, Padre de todos. Santificamos el Nombre de Dios no sólo
cuando le rendimos culto, sino cuando, por nuestras buenas obras, elevamos
hacia Él una continua alabanza a su santo Nombre. Su Reino sólo vendrá a
nosotros cuando se haga realidad su amor en nuestros corazones, amor que nos
una a todos sin distinción, como Dios nos quiere. El Pan nuestro de cada día lo
pedimos sin querer entregar nuestro corazón a los bienes materiales, pues
bástele a cada día sus propias preocupaciones; y si el Señor nos concede más de
lo que necesitamos que sea para que sepamos compartir con los pobres lo que el
Señor nos ha confiado. Cuando veamos que la unidad está en riesgo de perderse a
causa de nuestra fragilidad que nos arrastra a ofender a los demás, o a ser
ofendidos por ellos, hemos de pedir a Dios que nos perdone, con un
arrepentimiento sincero que nos lleve a restaurar nuestras relaciones de hijos
con Dios y nuestras relaciones fraternas con nuestro prójimo. Finalmente le
pedimos a Dios que no nos deje caer en tentación, que vele por nosotros, que
nos fortalezca con su Espíritu para que, a pesar de nuestras fragilidades e
inclinaciones al mal, permanezcamos firmes en hacer el bien; entonces la
Victoria de Cristo sobre el Malo será también nuestra Victoria.
Así vislumbramos que el Padre Nuestro no es sólo una oración para recitarla
de memoria, sino una oración que ha de recitarse con el compromiso de la vida
diaria hecha testimonio de la presencia del Señor en nosotros, que nos lleva a
vivir unidos como hermanos, libres de maldades, egoísmos y odios, en torno a
nuestro Dios y Padre, manifestando así que ya desde este mundo hemos dado
inicio al Reino de Dios entre nosotros.
En esta Eucaristía nos hemos reunido, libres de odios y de rivalidades en
torno a nuestro Padre Dios, unidos mediante una misma fe y un mismo Espíritu
que nos hace tener un sólo corazón por nuestra unión a Cristo, Cabeza de la
Iglesia.
El Señor nos hace un fuerte llamado a la unidad; nos invita a reconocer que somos pecadores y frágiles; pero también nos invita a confiar en la Ayuda, en la Fuerza que nos viene de lo alto: el Espíritu que Dios ha derramado en nuestros corazones.
Mientras nos dejemos conducir por el Espíritu de Dios, el Señor hará su obra salvadora en nosotros, y desde su Iglesia hará que la salvación llegue a todas las personas sin distinción alguna.
Cristo entregó su vida por todos y, queriendo que todos se salven, nos
llena de su Vida y de su Espíritu, y nos envía para que, en su Nombre,
convoquemos a todos a vivir en la unidad en torno a un sólo Señor, una sola fe,
un solo Bautismo, un solo Dios y Padre.
Que la celebración de este Misterio Pascual de Cristo nos impulse a cumplir
con gran amor la Misión que el Señor ha confiado a su Iglesia: ser signos del
Buen Pastor, buscando a la oveja descarriada, manifestándole un amor auténtico
hasta el extremo de dar, no sólo la Palabra de Dios, sino incluso la vida
propia por ella, si es necesario, con tal de ganar a todos para Cristo.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la
Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vivir nuestra fe con un
amor sincero hacia Él y hacia nuestros hermanos, para que llegue a nosotros su
Reino de verdad, justicia, amor y paz. Amén.
Reflexión: Homilia catolica
Santoral:
San Dionisio, San Juan Leonardi, San Luis Beltrán, Santos Inocencio, Jaime
Hilario, Cirilo Beltrán y nueve compañeros mártires y Beatos Diego Ventaja,
Manuel Medina y 7 compañeros Mártires.
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