LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Sábado 26 de Octubre de 2013.
29ª semana del Tiempo Ordinario. C
LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN
PABLO A LOS CRISTIANOS DE ROMA 8, 1-11
Hermanos:
Ya
no hay condenación para aquéllos que viven unidos a Cristo Jesús. Porque la ley
del Espíritu, que da la Vida, te libró, en Cristo Jesús, de la ley del pecado y
de la muerte. Lo que no podía hacer la Ley, reducida a la impotencia por la
carne, Dios lo hizo, enviando a su propio Hijo, en una carne semejante a la del
pecado, y como víctima por el pecado. Así Él condenó el pecado en la carne,
para que la justicia de la Ley se cumpliera en nosotros, que ya no vivimos
conforme a la carne sino al espíritu.
En
efecto, los que viven según la carne desean lo que es carnal; en cambio, los
que viven según el espíritu desean lo que es espiritual. Ahora bien, los deseos
de la carne conducen a la muerte, pero los deseos del espíritu conducen a la
vida y a la paz, porque los deseos de la carne se oponen a Dios, ya que no se someten
a su Ley, ni pueden hacerla. Por eso, los que viven de acuerdo con la carne no
pueden agradar a Dios.
Pero
ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el
Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no
puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté
sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la
justicia.
Y si
el Espíritu de Aquél que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a
Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo
Espíritu que habita en ustedes.
Palabra
de Dios.
SALMO RESPONSORIAL 23, 1-6
R. ¡Benditos los que buscan tu rostro, Señor!
Del
Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el
mundo y todos sus habitantes,
porque
Él la fundó sobre los mares,
Él
la afirmó sobre las corrientes del océano. R.
¿Quién
podrá subir a la Montaña del Señor
y
permanecer en su recinto sagrado?
El
que tiene las manos limpias y puro el corazón;
el
que no rinde culto a los ídolos. R.
Él
recibirá la bendición del Señor,
la
recompensa de Dios, su Salvador.
Así
son los que buscan al Señor,
los
que buscan tu rostro, Dios de Jacob. R.
EVANGELIO
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN SAN LUCAS 13, 1-9
En
cierta ocasión se presentaron unas personas que comentaron a Jesús el caso de
aquellos galileos, cuya sangre Pilato mezcló con la de las víctimas de sus
sacrificios. Él respondió:
«¿Creen
ustedes que esos galileos sufrieron todo esto porque eran más pecadores que los
demás? Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la
misma manera. ¿O creen que las dieciocho personas que murieron cuando se
desplomó la torre de Siloé eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
Les aseguro que no, y si ustedes no se convierten, todos acabarán de la misma
manera».
Les
dijo también esta parábola: «Un hombre tenía una higuera plantada en su viña.
Fue a buscar frutos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: "Hace
tres años que vengo a buscar frutos en esta higuera y no los encuentro.
Entonces córtala, ¿para qué malgastar la tierra?" Pero él respondió:
"Señor, déjala todavía este año; yo removeré la tierra alrededor de ella y
la abonaré. Puede ser que así dé frutos en adelante. Si no, la cortarás"».
Palabra
del Señor.
Reflexión
Rom. 8, 1-11. Demos amplitud de acción al Espíritu
Santo en nosotros. Él se nos ha comunicado el día en que fuimos bautizados para
incorporarnos a Cristo. No basta el Bautismo para decir que ya somos perfectos
ante Dios. Mientras rechacemos a Cristo, mientras no depositemos en Él nuestra
fe, de nada nos aprovecharía el estar bautizados.
Unidos
a Cristo, participamos de su mismo Espíritu, que guía nuestros pasos por el
camino del bien, hasta que alcancemos la perfección de la Vida eterna. Si ya
hemos sido liberados por Cristo de nuestra esclavitud al pecado; si se nos ha
comunicado su Vida y su Espíritu, no permitamos que vuelva a nosotros el
desorden y el egoísmo.
Actuemos
conforme a las aspiraciones del Espíritu que nos conduce a la vida y a la paz.
Cristo
dio su vida para que, liberados del pecado, vivamos para siempre, junto a Él en
la Gloria del Padre. Si hacemos nuestra su Victoria sobre el pecado y la
muerte, y sobre nuestras inclinaciones pecaminosas, entonces, aun cuando
nuestro cuerpo tenga que padecer la muerte, el Señor le dará nuevamente vida
por obra de su Espíritu, que habita en nosotros.
Manifestemos
signos de vida y no de muerte. El Señor quiere a su Iglesia guiada por el
Espíritu Santo y no guiada por la maldad; dejemos que el Señor haga su obra de
salvación en nosotros y, por medio nuestro, haga brillar su luz para todos los
pueblos.
Sal. 24 (23). El Presentarnos ante el Señor en su
templo con un corazón limpio y manos puras nos obtendrá la bendición de Dios, y
Dios, nuestro Salvador, nos hará justicia.
Cuando
estamos en la presencia del Señor en su templo, estamos viviendo por anticipado
nuestro ingreso a la Vida Eterna, ahí donde nos gozaremos eternamente en Dios.
Así
como nada manchado entra al cielo, así hemos de purificar nuestras conciencias
para presentarnos ante Dios, en su templo, limpios de toda esclavitud al
pecado.
Más
aún, el Señor no quiere sólo que nos presentemos ante Él en el lugar sagrado;
Él quiere hacer su templo en nuestros corazones. Por eso vivamos en una
continua conversión para que día a día seamos una morada cada vez más digna
para Él.
Lc. 13, 1-9. Recemos con humildad el Yo confieso
ante Dios. Reconozcámonos pecadores diciendo con el Salmista: Reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé; hice lo que
tú detestas.
Dios,
por medio de su Hijo nos ofrece el perdón de nuestros pecados y la liberación
de la muerte eterna, ¿aceptamos el don de Dios?
Quien
rechaza a Cristo, rechaza a Quien lo envió. Y puesto que no tenemos otro nombre
en el cual podamos salvarnos, quien se aleja del Señor se está poniendo en
riesgo de perecer aplastado por la torre de sus iniquidades.
No
basta creerse justo por acudir a la celebración en que ofrecemos al Padre Dios
el Sacrificio del Memorial del Señor; aún estando junto al Altar, si no nos
hemos convertido realmente al Señor, pereceremos víctimas de nuestras
hipocresías.
Dios
quiere que nuestro corazón vuelva a Él para que sea renovado en la Sangre de
Cristo. Dios quiere que nos manifestemos como hijos suyos con obras de bondad,
de misericordia y de justicia; obras que broten de nuestra permanencia en Él
por medio de una fe sincera. Dios se manifiesta con mucha paciencia hacia
nosotros; ojalá escuchemos hoy su voz y no continuemos endureciendo ante Él
nuestro corazón; no sea que después sea demasiado tarde.
Hoy
nos hemos acercado al Monte Santo, que es Cristo, no sólo para ofrecer al Padre
Dios el Memorial de su Muerte y Resurrección, sino para ofrecernos, junto con
Él como un sacrificio de suave aroma a Dios.
Nos
reconocemos pecadores; pero al mismo tiempo tenemos la disposición de vivir una
constante conversión de nuestros pecados, caminando sin desfallecer hacia la
casa paterna, para encontrarnos con el Padre Misericordioso, que siempre está
dispuesto a perdonarnos y a revestirnos de su propio Hijo, Cristo Jesús.
La
celebración de esta Eucaristía, efectivamente nos une a Cristo para que de Él
recibamos la Vida nueva que hemos de manifestar en nuestro comportamiento
diario. Vivamos, pues, conforme al Espíritu de Cristo que hemos recibido.
Quienes
hemos entrado en comunión de Vida con Jesús, no podemos vivir ociosos. Hemos
sido llamados a participar de la Vida Divina para dar frutos de buenas obras.
Quien
vive en la esterilidad, sin trabajar por el amor fraterno, ni por la paz, ni
por la justicia; quien no se preocupa por colaborar para dar solución al hambre
y a la pobreza de millones de seres humanos, por más que diga que es cristiano,
estaría manifestando con su mala vida, con sus desprecios a los demás, con su
cerrazón impidiendo a la Palabra de Dios dar fruto desde su vida, que no está
cerca, sino lejos de ser una verdadera persona que hubiese depositado su fe en
Cristo.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir nuestra fe no sólo llamándolo Señor, Señor, sino
haciendo en todo su Voluntad en nosotros. Amén.
Santoral
Santa
Paulina Jaricot, San Evaristo Papa y mártir.
Feria
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