LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves 24 de Octubre de 2013.
29ª semana del Tiempo Ordinario. C
San Antonio María Claret, Obispo,
Memoria
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los romanos 6,19-23
Hermanos:
Por la dificultad natural que tienen ustedes para entender estas cosas, voy a
seguir utilizando una comparación de la vida ordinaria. Así como en otros
tiempos pusieron sus miembros al servicio de la impureza y de la maldad, hasta
llegar a la degradación, así ahora pónganlos al servicio del bien, a fin de que
alcancen su santificación.
Cuando
ustedes eran esclavos del pecado, no estaban al servicio del bien. ¿Y qué
frutos recogieron entonces de aquello que ahora los llena de vergüenza?
Ninguno, pues son cosas que conducen a la muerte.
Pero
ahora, libres ya del pecado y entregados al servicio de Dios, dan frutos de
santidad, que conducen a la vida eterna. En una palabra, el pecado nos paga con
la muerte; en cambio, Dios nos da gratuitamente la vida eterna, por medio de
Cristo Jesús, Señor nuestro.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 1, 1-4. 6
R
Dichoso el hombre que confía en el Señor.
Dichoso
aquel que no se guía por mundanos criterios,
que
no anda en malos pasos ni se burla del bueno,
que
ama la ley de Dios
y se
goza en cumplir sus mandamientos /R
Es
como un árbol plantado junto al río,
que
da fruto a su tiempo
y
nunca se marchita.
En
todo tendrá éxito /R
En
cambio los malvados
serán
como la paja barrida por el viento.
Porque
el Señor protege el camino del justo
y al
malo sus caminos acaban por perderlo /R
Evangelio
Lectura del santo Evangelio según san
Lucas 12,49-53
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra
¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!Tengo que recibir un bautismo ¡y
cómo me angustio mientras llega!
¿Piensan
acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a
traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una
familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido
el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la
hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Rom. 6, 19-23. Quien acepta a Jesucristo como Señor
en su vida recibe como un don gratuito la Vida eterna.
Si
en verdad hemos aceptado que el Señor nos libere de nuestra esclavitud al
pecado, no podemos continuar siendo esclavos de la maldad. Quien continúe
sujetando su vida al pecado, por su servicio a él recibirá como pago la muerte;
ese pago llegará a esa persona en una diversidad de manifestaciones de muerte
ya desde esta vida.
Quienes
dicen creer en Cristo y son causantes de guerras fratricidas, o las apoyan en
otros; quienes destruyen nuestra sociedad con acciones criminosas; quienes
envenenan a los demás para enriquecerse ilícitamente a costa de enviciarlos y
destruirles la vida, no pueden hablar realmente de que han hecho suya la
Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
Cristo
nos quiere libres del pecado; nos quiere consagrados a Él para que, como
resultado de eso, al final tengamos la vida eterna. Esto no será obra nuestra,
sino la obra final de Dios en nosotros. Por eso estemos atentos a las
inspiraciones de su Espíritu en nosotros y dejémonos conducir por Él.
Sal. 1. Pongámonos en manos de Dios y
tendremos vida. Alejémonos del camino de la maldad, que nos lleva a la muerte.
Quien
une su vida a Dios y es fiel a sus mandatos, no puede andar en malos pasos. El
participar de la Vida de Dios nos ha de llevar a amar a nuestro prójimo. Hundidas
las raíces de nuestra vida en Dios hemos de dar frutos de santidad, de
justicia, de bondad, de misericordia, de solidaridad con los que sufren.
Si
vivimos sumergidos en Cristo, desde nuestro bautismo en Él, no podemos
marchitarnos de tal forma que dejemos de producir los frutos de las buenas
obras que proceden de Él, pues en tal caso estaríamos a un paso de convertirnos
en malvados por perder nuestra relación, nuestra unión, nuestra comunión con el
Señor.
Unidos
a Cristo no nos quedemos como las plantas estériles; no hagamos ineficaz en
nosotros la fecundidad del Espíritu de Cristo al entristecerlo con una vida
pecaminosa o cobarde.
Lc. 12, 49-53. Por medio de Cristo Dios ha enviado
fuego para purificarnos y probar la fidelidad de nuestro corazón.
Por medio
del Bautismo de Cristo, recibido en su pasión y muerte, nosotros hemos sido
liberados de la esclavitud al pecado. Quienes nos sumergimos en su muerte
participamos del perdón que Dios nos ofrece en su Hijo, que nos amó hasta el
extremo. Y al resucitar junto con Él, participamos de su Victoria sobre el
pecado y la muerte, y vivimos hechos justos y convertidos en una continua
alabanza de Dios.
Muchos
lo aceptarán y muchos, al rechazarlo, nos rechazarán también a nosotros,
cumpliéndose aquello que hoy nos anuncia el Señor, de que hasta los de nuestra
misma familia se levantarán en contra nuestra a causa de nuestra fe en Él. Así
se cumple también la profecía del anciano Simeón: este niño está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al
descubierto las intenciones de muchos corazones.
Que
el Señor nos conceda ser fieles a nuestra unión con Él a pesar de todos los
riesgos que, por su Nombre, tengamos que afrontar.
En
la Eucaristía que estamos celebrando el Señor nos convoca para santificarnos,
purificándonos de nuestras esclavitudes al pecado. Él no quiere que, a causa de
nuestros pecados, vayamos hacia nuestra muerte eterna. Él nos ama y da su vida
por nosotros para que en Él tengamos Vida eterna. Si hemos venido con
sinceridad de fe a esta celebración del Memorial de la Pascua de Cristo,
estemos dispuestos a permanecer firmemente afianzados en Él, sin importarnos el
ser criticados o perseguidos por su Nombre.
Él
nos dice: No tengan miedo. ¡Ánimo! yo he vencido al mundo. Que por nuestra
continua unión con el Señor, Él nos vaya perfeccionando por el Fuego de su
Espíritu, que, habitando y actuando en nosotros, nos transforme en una imagen
cada día más perfecta del Hijo de Dios.
Quienes
participamos de la Vida eterna, que Dios nos da gratuitamente, hemos de
manifestar frutos de buenas obras, que procedan de la presencia de la Vida del
Señor en nosotros.
No
llevemos una vida impura, sino sagrada, pues somos miembros de Cristo y su
Espíritu habita en nosotros. Quien siembra maldad cosecha la muerte. Por eso no
sembremos odios, maldades, vicios, injusticias, guerras, desilusiones,
divisiones; no nos convirtamos en perseguidores de los inocentes, ni demos
escándalo a los débiles, pues al final dejaríamos un mundo más deteriorado de
como lo recibimos.
Por
el contrario, manifestemos nuestro amor no sólo a Dios dándole culto, sino
también a nuestro prójimo haciéndole el bien y esforzándonos por construir un
mundo más fraterno, más comprometido en la justicia social, más solidario con
los que sufren a causa de la pobreza o de situaciones difíciles.
No
tengamos miedo a ser un signo creíble de Cristo en nuestro mundo, aun cuando
seamos criticados o perseguidos por hacer el bien, o por darle voz a los
desvalidos, o por luchar por los derechos justos de quienes han sido explotados
o perseguidos injustamente.
Cristo
nos pide una fe más comprometida en la vida diaria y que no nos deje sólo de
rodillas en su presencia, sino que nos lleve a dar testimonio de la verdad y de
la justicia en la vida diaria.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la Gracia de vivir nuestra fe firmemente enraizados en
Cristo, su Hijo, de tal manera que, desde nosotros, Dios continúe realizando su
obra salvadora en favor de todos. Amén.
Santoral
San
Antonio María Claret, San José Lê Dang Thi,
Beato
Rafael Guízar, Beato Luis Guanella
y
Beato José Balbo
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