miércoles, 23 de octubre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves 24 de Octubre de 2013.
29ª semana del Tiempo Ordinario. C
San Antonio María Claret, Obispo, Memoria


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los romanos 6,19-23

Hermanos: Por la dificultad natural que tienen ustedes para entender estas cosas, voy a seguir utilizando una comparación de la vida ordinaria. Así como en otros tiempos pusieron sus miembros al servicio de la impureza y de la maldad, hasta llegar a la degradación, así ahora pónganlos al servicio del bien, a fin de que alcancen su santificación.

Cuando ustedes eran esclavos del pecado, no estaban al servicio del bien. ¿Y qué frutos recogieron entonces de aquello que ahora los llena de vergüenza? Ninguno, pues son cosas que conducen a la muerte.

Pero ahora, libres ya del pecado y entregados al servicio de Dios, dan frutos de santidad, que conducen a la vida eterna. En una palabra, el pecado nos paga con la muerte; en cambio, Dios nos da gratuitamente la vida eterna, por medio de Cristo Jesús, Señor nuestro.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL  1, 1-4. 6

R Dichoso el hombre que confía en el Señor.

Dichoso aquel que no se guía por mundanos criterios,
que no anda en malos pasos ni se burla del bueno,
que ama la ley de Dios
y se goza en cumplir sus mandamientos /R

Es como un árbol plantado junto al río,
que da fruto a su tiempo
y nunca se marchita.
En todo tendrá éxito /R

En cambio los malvados
serán como la paja barrida por el viento.
Porque el Señor protege el camino del justo
y al malo sus caminos acaban por perderlo /R


Evangelio

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12,49-53

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “He venido a traer fuego a la tierra ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!Tengo que recibir un bautismo ¡y cómo me angustio mientras llega!

¿Piensan acaso que he venido a traer paz a la tierra? De ningún modo. No he venido a traer la paz, sino la división. De aquí en adelante, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres. Estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



Reflexión


Rom. 6, 19-23. Quien acepta a Jesucristo como Señor en su vida recibe como un don gratuito la Vida eterna.
Si en verdad hemos aceptado que el Señor nos libere de nuestra esclavitud al pecado, no podemos continuar siendo esclavos de la maldad. Quien continúe sujetando su vida al pecado, por su servicio a él recibirá como pago la muerte; ese pago llegará a esa persona en una diversidad de manifestaciones de muerte ya desde esta vida.
Quienes dicen creer en Cristo y son causantes de guerras fratricidas, o las apoyan en otros; quienes destruyen nuestra sociedad con acciones criminosas; quienes envenenan a los demás para enriquecerse ilícitamente a costa de enviciarlos y destruirles la vida, no pueden hablar realmente de que han hecho suya la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte.
Cristo nos quiere libres del pecado; nos quiere consagrados a Él para que, como resultado de eso, al final tengamos la vida eterna. Esto no será obra nuestra, sino la obra final de Dios en nosotros. Por eso estemos atentos a las inspiraciones de su Espíritu en nosotros y dejémonos conducir por Él.

Sal. 1. Pongámonos en manos de Dios y tendremos vida. Alejémonos del camino de la maldad, que nos lleva a la muerte.
Quien une su vida a Dios y es fiel a sus mandatos, no puede andar en malos pasos. El participar de la Vida de Dios nos ha de llevar a amar a nuestro prójimo. Hundidas las raíces de nuestra vida en Dios hemos de dar frutos de santidad, de justicia, de bondad, de misericordia, de solidaridad con los que sufren.
Si vivimos sumergidos en Cristo, desde nuestro bautismo en Él, no podemos marchitarnos de tal forma que dejemos de producir los frutos de las buenas obras que proceden de Él, pues en tal caso estaríamos a un paso de convertirnos en malvados por perder nuestra relación, nuestra unión, nuestra comunión con el Señor.
Unidos a Cristo no nos quedemos como las plantas estériles; no hagamos ineficaz en nosotros la fecundidad del Espíritu de Cristo al entristecerlo con una vida pecaminosa o cobarde.

Lc. 12, 49-53. Por medio de Cristo Dios ha enviado fuego para purificarnos y probar la fidelidad de nuestro corazón.
Por medio del Bautismo de Cristo, recibido en su pasión y muerte, nosotros hemos sido liberados de la esclavitud al pecado. Quienes nos sumergimos en su muerte participamos del perdón que Dios nos ofrece en su Hijo, que nos amó hasta el extremo. Y al resucitar junto con Él, participamos de su Victoria sobre el pecado y la muerte, y vivimos hechos justos y convertidos en una continua alabanza de Dios.
Muchos lo aceptarán y muchos, al rechazarlo, nos rechazarán también a nosotros, cumpliéndose aquello que hoy nos anuncia el Señor, de que hasta los de nuestra misma familia se levantarán en contra nuestra a causa de nuestra fe en Él. Así se cumple también la profecía del anciano Simeón: este niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, como signo de contradicción, quedando al descubierto las intenciones de muchos corazones.
Que el Señor nos conceda ser fieles a nuestra unión con Él a pesar de todos los riesgos que, por su Nombre, tengamos que afrontar.
En la Eucaristía que estamos celebrando el Señor nos convoca para santificarnos, purificándonos de nuestras esclavitudes al pecado. Él no quiere que, a causa de nuestros pecados, vayamos hacia nuestra muerte eterna. Él nos ama y da su vida por nosotros para que en Él tengamos Vida eterna. Si hemos venido con sinceridad de fe a esta celebración del Memorial de la Pascua de Cristo, estemos dispuestos a permanecer firmemente afianzados en Él, sin importarnos el ser criticados o perseguidos por su Nombre.
Él nos dice: No tengan miedo. ¡Ánimo! yo he vencido al mundo. Que por nuestra continua unión con el Señor, Él nos vaya perfeccionando por el Fuego de su Espíritu, que, habitando y actuando en nosotros, nos transforme en una imagen cada día más perfecta del Hijo de Dios.
Quienes participamos de la Vida eterna, que Dios nos da gratuitamente, hemos de manifestar frutos de buenas obras, que procedan de la presencia de la Vida del Señor en nosotros.
No llevemos una vida impura, sino sagrada, pues somos miembros de Cristo y su Espíritu habita en nosotros. Quien siembra maldad cosecha la muerte. Por eso no sembremos odios, maldades, vicios, injusticias, guerras, desilusiones, divisiones; no nos convirtamos en perseguidores de los inocentes, ni demos escándalo a los débiles, pues al final dejaríamos un mundo más deteriorado de como lo recibimos.
Por el contrario, manifestemos nuestro amor no sólo a Dios dándole culto, sino también a nuestro prójimo haciéndole el bien y esforzándonos por construir un mundo más fraterno, más comprometido en la justicia social, más solidario con los que sufren a causa de la pobreza o de situaciones difíciles.
No tengamos miedo a ser un signo creíble de Cristo en nuestro mundo, aun cuando seamos criticados o perseguidos por hacer el bien, o por darle voz a los desvalidos, o por luchar por los derechos justos de quienes han sido explotados o perseguidos injustamente.
Cristo nos pide una fe más comprometida en la vida diaria y que no nos deje sólo de rodillas en su presencia, sino que nos lleve a dar testimonio de la verdad y de la justicia en la vida diaria.
Roguémosle a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de vivir nuestra fe firmemente enraizados en Cristo, su Hijo, de tal manera que, desde nosotros, Dios continúe realizando su obra salvadora en favor de todos. Amén.


Santoral

San Antonio María Claret, San José Lê Dang Thi,
Beato Rafael Guízar, Beato Luis Guanella
y Beato José Balbo


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