LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Martes 29 de Octubre de 2013
30ª semana del Tiempo Ordinario. C
San Narciso de Jerusalén
Feria
Lectura
de la carta del apóstol san Pablo a los romanos 8,18-25
Hermanos:
Considero que los sufrimientos de esta vida no se pueden comparar con la gloria
que un día se manifestará en nosotros; porque toda la creación espera, con
seguridad e impaciencia, la revelación de esa gloria de los hijos de Dios.
La
creación está ahora sometida al desorden, no por su querer, sino por voluntad
de aquel que la sometió, pero dándole al mismo tiempo esta esperanza: que
también ella misma va a ser liberada de la esclavitud de la corrupción, para
compartir la gloriosa libertad de los hijos de Dios.
Sabemos,
en efecto, que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de
parto; y no sólo ella, sino también nosotros, los que poseemos las primicias
del Espíritu, gemimos interiormente, anhelando que se realice plenamente
nuestra condición de hijos de Dios, la redención de nuestro cuerpo.
Porque
ya es nuestra la salvación, pero su plenitud es todavía objeto de esperanza.
Esperar lo que ya se posee no es tener esperanza, porque, ¿cómo se puede
esperar lo que ya se posee? En cambio, si esperamos algo que todavía no
poseemos, tenemos que esperarlo con paciencia.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 125,1-6
R
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Cuando
el Señor nos hizo volver del cautiverio,
creíamos
soñar;
entonces
no cesaba de reír nuestra boca,
ni
se cansaba entonces la lengua de cantar /R
Aun
los mismos paganos con asombro decían:
“¡Grandes
cosas ha hecho por ellos el Señor!”
Y
estábamos alegres,
pues
ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor /R
Como
cambian los ríos la suerte del desierto,
cambia
también ahora nuestra suerte,
Señor,
y entre gritos de júbilo cosecharán
aquellos
que siembran con dolor /R
Al
ir, iban llorando,
cargando
la semilla;
al
regresar, cantando vendrán
con
sus gavillas /R
Evangelio
LECTURA
DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 13,18-21
En
aquel tiempo, Jesús dijo: “¿A qué se parece el Reino de Dios? ¿Con qué podré
compararlo? Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su
huerta; creció y se convirtió en un arbusto grande y los pájaros anidaron en
sus ramas”.
Y
dijo de nuevo: “¿Con qué podré comparar al reino de Dios? Con la levadura que
una mujer mezcla con tres medidas de harina y que hace fermentar toda la masa”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Rom. 8, 18-25. Por pura gracia hemos sido llamados por Dios a ser sus hijos
adoptivos, unidos a Cristo Jesús mediante la fe y el bautismo. Sin embargo no
perdemos nuestra condición de viadores por este mundo. Si somos sinceros en
nuestra fe en Cristo caminemos por este mundo con la esperanza puesta en los
bienes definitivos. Y nuestro caminar por este mundo ha de manifestar nuestra
cercanía a Dios a través de nuestras obras, las cuales, nacidas de un corazón
en el que habite Dios, indiquen que es Él quien realmente se encuentre en el
centro de nuestra vida.
Somos
conscientes de que constantemente estamos sometidos a una diversidad de pruebas
y tentaciones, y que muchas veces tal vez nuestras obras hayan manifestado que
nos alejamos del Señor, y que nuestros caminos se desviaron de Él. Sin embargo
el Señor siempre está dispuesto a perdonarnos. Nosotros, por nuestra parte,
siempre hemos de estar dispuestos a retomar el camino del bien, fortalecidos
con el Espíritu Santo para escuchar con amor la Palabra de Dios y ponerla en
práctica.
Por
eso pidámosle al Señor que nos conceda su gracia y que derrame en mayor
abundancia su Espíritu Santo en nosotros.
Sal. 126 (125). ¿Un sueño? En realidad Dios se ha hecho uno de nosotros; y con
nosotros se ha puesto en camino de retorno hacia la casa del Padre. Los que
vamos tras sus huellas no sólo lo seguimos físicamente, pues eso de nada nos
aprovecharía, sino que nuestro peregrinar hacia la casa del Padre nos hace
vivir conforme a las enseñanzas y ejemplo del Señor de la Iglesia.
El
Señor, a pesar de nuestras fragilidades, y a pesar de que muchas veces hemos
ido por caminos equivocados, ha hecho grandes cosas por nosotros, pues Él todo
lo puede. Él, como fuente de agua viva, ha cambiado la suerte de nuestra vida
como los ríos cambian la suerte de los desiertos.
Pero
no podemos sólo beneficiarnos de la vida, de la gracia y del Espíritu de Dios
de un modo particular y egoísta.
El
Señor quiere que su Iglesia se convierta en un signo de su amor fecundo en
medio del mundo y de su historia. A nosotros corresponde trabajar, a impulsos
del Espíritu Santo, tratando de lograr que desaparezcan de entre nosotros todos
los frutos de maldad nacidos del pecado, y que comience a florecer un mundo
nuevo, que llegue a la fecundidad de la abundancia de frutos de buenas obras.
Entonces,
cuando gocemos de la paz, de la alegría, del amor fraterno, de la justicia, de
la misericordia y de muchos otros bienes que proceden de Dios, podremos
alegrarnos en torno a nuestro único Dios y Padre, ante quien estaremos no como
extraños, sino como hijos unidos por el amor de Dios y por un mismo Espíritu.
Lc. 13, 18-21. El Reino es Dios, que se nos ha manifestado en Cristo. El que se une
a Él se hace parte del Reino. Y el inicio del Reino de Dios en nosotros no sólo
fue como una pequeña semilla en sus orígenes, sino que lo sigue siendo en su
inicio en cada uno de nosotros. Ojalá y encuentre en nosotros un terreno
fértil, de tal forma que el mundo entero pueda encontrar en la Iglesia no sólo
refugio, sino la salvación, la paz, la alegría y la seguridad que nos vienen de
Dios, y que nos hacen permanecer firmes en la realización del bien en favor de
todos.
Efectivamente,
teniendo a Cristo con nosotros y en nosotros, podremos ser fermento de santidad
en el mundo. Entonces desde la Iglesia, unida íntima y firmemente a su Señor
por el amor, será posible construir un mundo renovado en Cristo; entonces podrá
ser posible que el Reino de Dios se abra paso ya desde ahora entre nosotros.
Pero
puesto que la Fuerza Salvadora sólo procede de Dios no hemos de perder nuestra
unión plena con Él mediante la oración y la fe que nos hagan vivir vigilantes
ante el Señor que nos entrega su Palabra para que, viviéndola, encarnándola en
nosotros, sea la que nos santifique.
Que
el Señor nos conceda crecer interiormente de tal forma que podamos, con la
gracia del mismo Dios, alcanzar nuestra plena madurez en Cristo Jesús.
El
Señor nos reúne en esta Eucaristía para celebrar el Memorial de su Alianza
nueva y eterna con la humanidad, por medio de la Iglesia. Efectivamente entre
Cristo y la Iglesia se realiza una Alianza más íntima y real que la alianza
matrimonial entre un hombre y una mujer.
Efectivamente
como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, así el Hijo está en
nosotros y nosotros en Él. Cristo Jesús es Cabeza de la Iglesia; Él nos ha
amado de tal forma que se entregó a sí mismo para que estemos en su presencia
con la belleza y el resplandor del mismo Dios. Y aun cuando vivimos en una
continua conversión, vamos manifestando día a día, con mayor claridad, el
Rostro Glorioso del Señor de la Iglesia.
Sólo
de Dios depende, en su amor y misericordia para con nosotros, el que algún día
lleguemos a la perfección de la Gloria a la que Él nos ha llamado. Por eso
nuestra Eucaristía es un compromiso de vivir unidos a Él, pero al mismo tiempo
es el compromiso de trabajar por el Reino de Dios, en medio de los diversos
ambientes en que se desarrolle nuestra vida.
Seamos
un Signo del amor hasta el extremo de Cristo para la humanidad entera.
Amemos
como Cristo nos ha amado; perdonemos como Él nos ha perdonado; preocupémonos de
hacer el bien a todos como Él lo ha hecho para con nosotros.
No
podemos conformarnos con reunir multitudes, llenando grandes espacios para
anunciarles a Cristo. Es necesario descender hasta la vida y la atención
personal, pues la fe es cuestión personal, aun cuando se viva en comunidad.
No
podemos estar tranquilos por la cantidad, sino por la calidad con que se viva
la fe, pues no son los discursos en público, ni las oraciones masivas lo que
compromete a las gentes en un compromiso personal con el Señor, ya que al paso
del tiempo todo queda sólo en el recuerdo y en una vida bofa, sin consistencia
en la fe que se pensaba tener, y que por desgracia sólo se había convertido en
un espejismo engañoso.
Hay
máscaras muy hermosas, lástima que no tengan cerebro. No podemos aparentar una
vida de fe, mientras en nuestro interior vivimos lejos de Él y faltos de
compromiso con nuestro prójimo. Y el Señor nos quiere como levadura capaz de
fermentar toda la masa; nos quiere como semilla que encierra toda la
potencialidad de la vida. Pero hay que involucrarse en la masa para hacerla
alimento sabroso y sustancioso por la presencia en ella de la verdad, de la
justicia, de la santidad, del amor, de la misericordia.
Hay
que caer en tierra, no caminar embelesados entre las nubes; hay que tocar el
dolor, el sufrimiento, las angustias, las pobrezas de nuestro prójimo y caminar
con él para devolverle su dignidad humana y de hijo de Dios. Si no lo hacemos
tal vez prediquemos disfrazados de Cristo, pero no encarnados en Él de tal
forma que, desde la Iglesia, el mundo llegue a experimentar la cercanía amorosa
del Señor que hoy sigue siendo el Salvador de la humanidad entera.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de llegar a Convertirnos en un verdadero signo
de salvación para todos aquellos a quienes hemos sido enviados a Nombre de
Cristo Jesús, Hijo de Dios y Hermano nuestro para hacerles llegar el amor, el
perdón y la salvación que Él nos ha confiado. Amén.
Reflexión de Homilía católica.
Santoral
San Narciso, San Marcelo el Centurión, Santa Ermelinda y Beato Miguel Rúa
No hay comentarios:
Publicar un comentario