LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Miércoles
30 de Octubre de 2013.
30ª
semana del Tiempo Ordinario. C
LECTURA
DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 8,26-30
Hermanos:
El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo
que nos conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que
no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que conoce profundamente los
corazones, sabe lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega
conforme a la voluntad de Dios, por los que le pertenecen.
Ya
sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que
han sido llamados por él según su designio salvador.
En
efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí
mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que él sea el primogénito entre
muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los
justifica; y a quienes justifica, los glorifica.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL 12, 4-6
R. Confío, Señor, en tu bondad.
Atiende
y respóndeme, Señor,
Dios
mío. Sigue dando luz a mis ojos
y
líbrame del sueño de la muerte, para que no digan mis adversarios
que
me han vencido ni se alegren de mi derrota /R
Pues
yo confío en tu lealtad,
mi
corazón se alegra con tu salvación
y
cantaré al Señor
por
el bien que me ha hecho /R
Evangelio
LECTURA
DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 13,22-30
En
aquel tiempo, Jesús iba enseñando por ciudades y pueblos, mientras se
encaminaba a Jerusalén. Alguien le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos
los que se salvan?” Jesús le respondió: “Esfuércense por entrar por la puerta,
que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán.
Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se
quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta, diciendo: ‘Señor, ábrenos’.
Pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’.
Entonces
le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en
nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quiénes son
ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces
llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a
todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados fuera.
Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán
en el banquete del Reino de Dios.
Pues
los que ahora son los últimos, serán los primeros; y los que ahora son los
primeros, serán los últimos”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús
Reflexión
Rom.
8, 26-30. Jesús es el Hijo amado en quien el Padre se complace. Él es el Hijo
obediente que, por medio de su entrega y de su muerte, de su sufrimiento, llegó
a la perfección siendo glorificado a la diestra de su Padre Dios. Él cumplió
con amor su Misión Salvadora a favor nuestro. Por eso ahora tiene un Nombre que
está por encima de todo nombre.
Y el
Padre Dios nos ha llamado para que participemos de la misma Gloria de su Hijo.
Nuestra vocación final mira hacia nuestra glorificación junto con Cristo. Pero
mientras llega ese momento, caminamos hacia ella en medio de tentaciones y
persecuciones. Sólo el Espíritu Santo, que habita en nosotros, podrá pedir,
desde nosotros, lo que mejor nos convenga para no detenernos, para no dar
marcha atrás, o para no abandonar ese camino de perfección que hemos iniciado
en Cristo Jesús.
Por
eso, reconociendo nuestra debilidad y fragilidad humanas, estemos siempre
dispuestos a dejarnos fortalecer y guiar por el Espíritu Santo, que Dios ha
infundido en nosotros.
Sal.
13 (12). Yo confío en tu lealtad, mi corazón se alegra con tu salvación. Dios
jamás se ha olvidado de nosotros. Por muy difícil que se nos presente la vida,
Dios siempre estará a nuestro lado como nuestra fortaleza y como nuestro
defensor. Él es nuestro Padre y nos ama siempre. Él no permitirá que la muerte
se adueñe de modo definitivo de nosotros, sino que nos hará partícipes de la
victoria de su Hijo sobre el pecado y la muerte; y junto con Cristo, nos
sentará en su Gloria.
Por
eso hemos de tener confianza en el amor de Dios hacia nosotros. Entonces nos
alegraremos por su salvación y le cantaremos himnos de alabanza.
Aun
cuando a veces nos dieran ganas de levantarnos en contra de Dios a causa de las
complicaciones de la vida, confiemos en Él y pongamos nuestro empeño para
caminar conforme a la luz del Señor, esforzándonos, junto con la Gracia de
Dios, para que nuestra vida alcance los bienes prometidos, sabiendo que el
camino de perfección no puede estar libre de generosidad y de momentos de
dolor, que acepta aquel que camina tras las huellas de Cristo.
Lc.
13, 22-30. ¿Son pocos los que se salvan? Para poder entrar hay que seguir el
camino hacia Jerusalén tras las huellas de Jesús. E ir hacia Jerusalén no es ir
hacia la muerte, sino hacia la glorificación, que ciertamente pasará por la
muerte, por la renuncia, por la entrega a favor del prójimo.
Pero
no podremos caminar mientras estemos cargados de egoísmos y de maldades,
mientras pensemos agradar a Dios sólo por sentarnos a su Mesa Eucarística, pero
sin la decisión firme de iniciar un nuevo camino guiados por el Espíritu de
Dios.
No
basta con escuchar la Palabra de Dios; hay que hacerla nuestra viviéndola para
que nos santifique.
Muchos
fueron llamados antes que nosotros y fueron, incluso, los depositarios de las
promesas divinas; sin embargo, cuando llegó la plenitud de los tiempos y Dios
envió a su propio Hijo como el Mesías anunciado y esperado, lo rechazaron.
Nosotros,
que íbamos por los cruces de los caminos, fuimos invitados a participar de la
salvación que, en Cristo, Dios ofrece al mundo; y hemos depositado nuestra fe
en Él para tener la puerta abierta que nos lleva a unirnos con Dios.
Pero
¿Vivimos nuestro compromiso de fe con sinceridad? o ¿Sólo nos conformamos con
rezar, con dar culto al Señor mientras continuamos encadenados al pecado y a la
manifestación de signos de muerte?
El
Señor quiere que no sólo le demos culto, que no sólo escuchemos su Palabra,
sino que seamos obradores de bondad; que como Él pasemos haciendo el bien a
todos.
A
pesar de que el Señor conoce nuestra fragilidad, Él nos reúne como a su Pueblo
santo para celebrar el Memorial del Misterio de su amor. En este Banquete
Eucarístico, el Señor nos comunica su Vida y su Espíritu con mayor amplitud,
pues Él, antes que nada, nos quiere santos, como Él es Santo.
Por
eso su Palabra no sólo debe ser escuchada, sino meditada profundamente de tal
forma que se haga vida en nosotros.
Su
Eucaristía no sólo debe ser recibida sino que nos ha de fortalecer de tal forma
que día a día seamos transformados, revestidos de Cristo. Este es el primer
paso que hemos de dar: permitir que Dios haga su obra de salvación en nosotros.
Pero
no podemos quedarnos en una santificación vivida de un modo personalista. El
Señor nos quiere apóstoles suyos, portadores no sólo de su Evangelio con
nuestras palabras, sino portadores de su salvación desde una vida que se haga
entrega en favor de los demás.
La
presencia del Espíritu Santo en nosotros no sólo nos hace llamar Padre a Dios;
no sólo intercede por nosotros pidiendo lo que más nos conviene para nuestra
salvación; también nos fortalece para que hagamos el bien, para que abramos los
ojos ante las necesidades de nuestro prójimo y nos esforcemos en darles una
solución adecuada.
Pero
no podemos centrarnos únicamente en lograr la paz, la convivencia fraterna, la
preocupación de unos por otros. Debemos ser portadores de Cristo, de tal forma
que no sólo llenemos las manos de los pobres y necesitados con bienes
materiales, sino que llenemos el corazón de todos con el Amor y el Espíritu que
proceden de Dios. Entonces realmente estaremos no sólo viviendo en una
solidaridad de hermanos, sino viviendo como hijos de Dios por estar unidos a su
único Hijo amado.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de vivir con lealtad nuestra fe, de tal forma que haciendo el
bien a todos manifestemos que la salvación ya ha llegado a nosotros, y nos
encaminamos hacia su posesión definitiva en la eternidad. Amén.
Reflexión
de Homilía católica
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