lunes, 21 de octubre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA del Lunes 21 de Octubre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Lunes 21 de Octubre de 2013.
29ª semana del Tiempo Ordinario. C


LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 4,19-25

Hermanos: La fe de Abraham no se debilitó a pesar de que, a la edad de casi cien años, su cuerpo ya no tenía vigor, y además, Sara, su esposa, no podía tener hijos. Ante la firme promesa de Dios no dudó ni tuvo desconfianza, antes bien su fe se fortaleció y dio con ello gloria a Dios, convencido de que él es poderoso para cumplir lo que promete. Por eso, Dios le acreditó esta fe como justicia.

Ahora bien, no sólo por él está escrito que “se le acreditó”, sino también por nosotros, a quienes se nos acreditará, si creemos en aquel que resucitó de entre los muertos, en nuestro Señor Jesucristo, que fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL  Lc 1, 69-75

R Bendito sea el Señor, Dios de Israel.

El Señor ha hecho surgir en favor nuestro
un poderoso salvador en la casa de David, su siervo.
Así lo había anunciado desde antiguo,
por boca de sus santos profetas /R

Anunció que nos salvaría de nuestros enemigos
y de las manos de todos los que nos aborrecen,
para mostrar su misericordia a nuestros padres
y acordarse de su santa alianza /R

El Señor juró a nuestro padre Abraham
que nos libraría del poder de nuestros enemigos,
para que pudiéramos servirlo sin temor,
con santidad y justicia, todos los días de nuestra vida /R




EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 12,13-21

En aquel tiempo, hallándose Jesús en medio de una multitud, un hombre le dijo: “Maestro, dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia”. Pero Jesús le contestó: “Amigo, ¿quién me ha puesto como juez en la distribución de herencias?”

Y dirigiéndose a la multitud, dijo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Después les propuso esta parábola: “Un hombre rico tuvo una gran cosecha y se puso a pensar: ‘¿Qué haré, porque no tengo ya en dónde almacenar la cosecha? Ya sé lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y construiré otros más grandes para guardar ahí mi cosecha y todo lo que tengo. Entonces podré decirme: Ya tienes bienes acumulados para muchos años; descansa, come, bebe y date a la buena vida’. Pero Dios le dijo: ‘¡Insensato! Esta misma noche vas a morir. ¿Para quién serán todos tus bienes?’ Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


 Reflexión


Rom. 4, 19-25. Los Israelitas, liberados de la esclavitud en Egipto, sólo vieron cumplida la promesa hecha por Dios a Abraham cuando tomaron posesión de la tierra prometida.
Así también, quienes mediante la Muerte de Cristo hemos sido liberados de la esclavitud al pecado, sólo veremos plenamente realizada nuestra salvación, nuestra justificación, cuando participamos eternamente de la Glorificación de Cristo resucitado. Entonces llegará a su plenitud la promesa de justificación, de salvación para nosotros, pues ésta no se realiza sólo al ser perdonados, sino al ser glorificados junto con Cristo, pues precisamente este es el Plan final que Dios tiene sobre la humanidad.
Aceptar en la fe a Jesús haciendo nuestro su Misterio Pascual nos acreditará como Justos ante Dios, el cual nos levantará de la muerte de nuestros pecados y nos hará vivir como criaturas nuevas en su presencia. No perdamos esta oportunidad que hoy nos ofrece el Señor.

Lc. 12, 13-21. La vida no depende de las riquezas. Llegado el momento de partir de este mundo todos los bienes acumulados se quedan, y los disfrutan quienes no los ganaron con el sudor de su frente. ¿Por qué no disfrutarlos honestamente y compartirlos con los que nada tienen? El Señor nos dice al respecto: Gánense amigos con los bienes de este mundo. Así, cuando tengan que dejarlos, los recibirán en las moradas eternas.
El amor que nos lleva a partir nuestro propio pan para alimentar a los hambrientos, a vestir a los desnudos, a procurar una vivienda digna a los que viven en condiciones infrahumanas, son los bienes acumulados que nos hacen ricos a los ojos de Dios. Si vivimos así, en un amor comprometido hacia los demás, al final serán nuestras las palabras del Señor: Muy bien, siervo bueno y fiel, entra a tomar posesión del gozo y de la vida de tu Señor.
En esta Eucaristía el Señor nos hace partícipes de la riqueza más grande que Él posee: La Vida eterna recibida de su Padre Dios. Por eso no vengamos sólo como espectadores a esta Celebración. Tampoco vengamos sólo con la intención de rezar, pidiéndole a Dios infinidad de cosas para llenar con ellas únicamente nuestras manos.
Más que con las manos, vengamos con el corazón abierto hacia Dios, para que Él habite en nosotros.
Su presencia en nuestro interior, además de hacer realidad nuestra justificación, nos impulsará para que llevemos a los demás la misma Vida que Él nos ha comunicado.
Entremos, pues, en comunión de vida con el Señor. Permitamos que su Vida se haga realidad en nosotros. Dejemos que su Espíritu guíe nuestros pasos por el camino del bien.
Llamados a ser portadores de la Vida, que hemos recibido por nuestra comunión con Cristo, hemos de pasar haciendo siempre el bien a todos. Hemos de morir a nosotros mismos para dar vida a los demás. Y nuestra muerte más que física, ha de convertirse en un despego de las cosas temporales para ayudar a los que nada tienen a vivir de un modo más humano.
Pero también hemos de morir a nuestros egoísmos, a nuestras miradas miopes que cierran nuestros ojos ante el dolor ajeno.
Si en verdad queremos vivir como quien ha sido justificado por Cristo, no podemos destruir a los demás; no podemos despreciarlos ni causarles más dolor, pues quien lo hace, con ello está indicando que aún permanece en la esclavitud y que no ha iniciado, siquiera, su camino hacia su libertad en Cristo.

Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra, la gracia de tener una verdadera apertura a su Palabra, a su Vida y a su Espíritu, de tal forma que, renovados en Él, nos convirtamos, por nuestras buenas obras, en un signo creíble del amor de Dios para todos. Amén.



Santoral
San Hilarión, Santa Úrsula , Santa Celina, San Gerardo María Mayela y San Antonio María Gianelli



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