LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
Sábado,
5 de Octubre de 2013
Semana
26ª durante el año
Feria
o Memoria de Santa María en sábado
LECTURA DEL LIBRO DEL
PROFETA BARUC 4,5-12.27-29
“¡Animo!,
pueblo mío, tú que llevas el nombre de Israel. Ustedes fueron vendidos a los
paganos, pero no para ser destruidos; por haber provocado la ira de Dios fueron
entregados a sus enemigos. Provocaron la indignación de su Creador, ofreciendo
sacrificios a los ídolos y no a Dios; han olvidado al Dios eterno, que los
alimentó, y han entristecido a Jerusalén, que los crió. Cuando Jerusalén vio
venir sobre ustedes la ira de Dios, dijo: ‘Escuchen, ciudades vecinas de Sión:
Dios ha mandado sobre mí una gran desgracia: he visto que desterraban a mi
pueblo, a mis hijos e hijas, por orden del Eterno. Yo los había criado con
júbilo y los he dejado partir con llanto. Que nadie vuelva a alegrarse conmigo,
porque soy viuda y estoy abandonada. Por los pecados de mis hijos me encuentro
sola, pues se apartaron de la ley de Dios’. Pero tengan ánimo, hijos míos, e
invoquen al Señor, porque el que les envió estas desgracias se acordará de
ustedes. Así como un día se empeñaron en alejarse de Dios, así vuélvanse ahora
a él y búsquenlo con mucho mayor empeño, pues el que les mandó todas estas
desgracias les dará también con su salvación la eterna alegría”.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 68, 33-37
R
El Señor jamás desoye al pobre.
Se
alegrarán al ver al Señor los que sufren;
quienes
buscan a Dios tendrán más ánimo,
porque
el Señor jamás desoye
al
pobre ni olvida al que se encuentra encadenado /R
Ciertamente
el Señor salvará a Sión,
reconstruirá
a Judá;
la
heredarán los hijos de sus siervos,
quienes
aman a Dios la habitarán /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN LUCAS 10,17-24
En
aquel tiempo, los setenta y dos discípulos regresaron llenos de alegría y le
dijeron a Jesús: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”.
Él
les contestó: “Vi a Satanás caer del cielo como el rayo. A ustedes les he dado
poder para aplastar serpientes y escorpiones y para vencer toda la fuerza del
enemigo, y nada les podrá hacer daño. Pero no se alegren de que los demonios se
les sometan. Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo”.
En
aquella misma hora, Jesús se llenó de júbilo en el Espíritu Santo y exclamó:
“¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido
estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente
sencilla! ¡Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien! Todo me lo ha
entregado mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es
el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”.
Volviéndose
a sus discípulos, les dijo aparte: “Dichosos los ojos que ven lo que ustedes
ven. Porque yo les digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que
ustedes ven y no lo vieron, y oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
Bar. 4, 5-12. 27-29. Yo
soy tu Dios y Padre, y no enemigo a la puerta de tu casa. Dios compasivo,
misericordioso y siempre fiel para con nosotros, ¿quién podrá negar que su amor
hacia nosotros no tiene fin?
Es
verdad que muchas veces permite que quedemos atrapados en las redes del dolor,
del sufrimiento, de la enfermedad como consecuencia de nuestras rebeldías en
contra suya; sin embargo, Él siempre tiene puesta en nosotros su mirada
amorosa; siempre está dispuesto a perdonarnos y a liberarnos de la mano de
nuestros enemigos. Por eso, no sólo lo hemos de invocar, sino que hemos de
hacer volver hacia Él nuestro corazón humilde y arrepentido, para pedirle
perdón, pues Él siempre está dispuesto a recibirnos nuevamente como a hijos
suyos en su casa, dándonos así su salvación y llenando de alegría y de paz
nuestra vida.
La
Iglesia de Cristo ha de salir al encuentro de todos aquellos que se empeñaron
en alejarse de Dios, para que, proclamándoles la Buena Nueva del amor que el
Señor les sigue teniendo, lo busquen con mayor empeño y vuelvan a Él; entonces
el Señor hará realidad su Reino entre nosotros; y puesto que reconoceremos a un
único Dios y Padre nos amaremos como hermanos unidos por un mismo Espíritu.
Sal. 69 (68).
Ante los momentos de desgracia el sabio reconoce que ha fallado a Dios;
entonces entona un salmo de humillación y de reconocimiento de la propia culpa,
pidiendo al Señor misericordia. Y el Señor, siempre rico en misericordia, no
olvida la vida de sus cautivos y sus pobres, sino que los salva y les devuelve
la paz y la alegría.
Por
eso, quien ha recibido tan grandes muestras del amor misericordioso de Dios lo
ha de proclamar a todos, para que también ellos despierten su confianza en el
Señor y le den una nueva orientación a su vida. Entonces seremos capaces, con
la Fuerza de Dios, de construir nuestra ciudad terrena como una presencia de su
Reino entre nosotros.
Lc. 10, 17-24.
Nuestra verdadera alegría: el que nuestros nombres estén inscritos en el cielo.
No importa que en la mente o en el corazón de los hombres estemos borrados, o
tal vez tengan nuestros nombres como de personas no gratas a ellos ni a sus
intereses.
Todo
lo que hagamos en favor del Reino de Dios; todos nuestros esfuerzos para que el
Evangelio de salvación llegue a más y más personas, no debe realizarse con el
afán de ser considerados como seres que realmente estén dando su vida por los
demás; pues no buscamos el aprecio de los hombres, sino sólo la gloria de Dios.
No
vaya a suceder que al final, cuando el Señor abra la puerta para encontrarnos
con Él definitivamente, le digamos: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu
Nombre, y en tu Nombre expulsamos demonios, y en tu Nombre hicimos muchos
milagros? y que Él nos responda: No los conozco. ¡Apártense de mí, malvados!
Y
es que efectivamente no basta incluso hacer creer a los demás que Dios nos
habla y nos dice lo que hemos de comunicarles. Mientras nosotros no vivamos y
caminemos en el amor, mientras en lugar de unir dividamos a su Iglesia,
mientras en nombre de Dios nos levantemos contra los demás y pongamos en la
boca de Dios palabras que nos separan del amor fraterno, no podemos decir que
estemos viviendo conforme a su Evangelio, sino conforme a nuestros caprichos e
imaginaciones.
Con
humildad seamos los primeros en hacer nuestro el Evangelio del Señor, para
después poder proclamarlo desde una vida que manifieste que en verdad estamos
en Comunión de Vida con Él y con su Iglesia.
El
Señor nos ha reunido en torno a Él en esta Eucaristía. Para Él no cuenta la
importancia o el prestigio de las personas conforme a los criterios mundanos.
Para Él todos somos sus hijos. Y a todos nos llama para hacernos conocer su
Palabra, para manifestársenos como Padre, para ofrecernos su perdón, para levantar
nuestra vida de las indignidades en que la metimos, o en las que nos metieron
los demás.
El
Señor se manifiesta como el Dios que nos ama, que nos salva y que nos hace
participar de su dignidad de Hijo de Dios. Mediante la Fe y el Bautismo hemos
hecho nuestra su vida.
Hoy,
en la celebración del Memorial de su Pascua, renovamos nuestro compromiso de
comunión de vida con Él; así, su Evangelio no se queda sólo en un anuncio, sino
en la Palabra que cobra vida en nosotros.
Por
eso, al volver a nuestras tareas diarias, vayamos todos a proclamar su Nombre.
Lo haremos con la sencillez de quien mediante su vida colabora para que la
maldad de la injusticia, del egoísmo, de los odios, de las guerras, de la
droga, de la malversación de fondos, del terrorismo, de la inseguridad
ciudadana, vayan desapareciendo día a día de nuestro entorno. Entonces caerá el
reino de la maldad y se afianzará el Reino de Dios entre nosotros.
Dios
nos ha manifestado su amor, no para que lo vivamos cobardemente, sino para que
lo proclamemos ante los demás; para que, siendo instrumentos del Espíritu de
Dios, nos esforcemos para que se viva y se camine en la unidad, fruto del amor
fraterno que procede de Dios por habernos hecho partícipes de su mismo
Espíritu.
No
sólo nos hemos de alegrar por tener en nosotros el Espíritu del Señor, sino que
hemos de ser motivo de alegría para los demás por ayudarlos a vivir libres de
sus esclavitudes al pecado, a vivir con mayor dignidad porque el hambre, la
desnudez, la miseria vayan desapareciendo de entre nosotros.
Cuando
viviendo y actuando como hijos de Dios procuremos el bien de todos, alegrémonos
de ser instrumentos del amor de Dios para ellos; pero sobre todo alegrémonos
porque, siendo fieles nosotros mismos al amor de Dios, nuestros nombres estén
inscritos en el cielo.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de saber amar a nuestro prójimo como nosotros
hemos sido amados por Dios. Pidámosle al Señor que nos conceda ser los primeros
en hacer nuestra su Palabra y ponerla en práctica, para que, así, al final,
seamos recibidos en las Moradas eternas. Amén.
Reflexiones:
Homilía católica
Santoral:
San Mauro y San Plácido, Santa Flora, Santa Faustina Kowalska, Beato Bartolomé
Longo y Beato Francisco Javier Seelos.
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