LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
MARTES 20 DE MAYO DE 2014
V MARTES DE PASCUA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Ap 19, 5; 12, 10)
Alaben
a nuestro Dios todos cuantos lo temen, pequeños y grandes, porque ha llegado ya
la salvación, el poder y el reinado de su Cristo. Aleluya.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, que por la resurrección de tu Hijo nos rescatas para la vida eterna,
concede a tu pueblo perseverar en la fe y la esperanza, para que no dudemos que
se han de cumplir las promesas que tú hiciste y nos has dado a conocer. Por
nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
Contaban
a la comunidad cristiana lo que había hecho Dios por medio de ellos.
DEL LIBRO DE LOS
HECHOS DE LOS APÓSTOLES: 14, 19-28
En
aquellos días, llegaron a Listra, procedentes de Antioquía y de Iconio, unos
judíos, que se ganaron a la multitud y apedrearon a Pablo; lo dieron por muerto
y lo arrastraron fuera de la ciudad. Cuando lo rodearon los discípulos, Pablo
se levantó y regresó a la ciudad. Pero al día siguiente, salió con Bernabé
hacia Derbe.
Después
de predicar el Evangelio y de hacer muchos discípulos en aquella ciudad,
volvieron a Listra, Iconio y Antioquía, y ahí animaban a los discípulos y los
exhortaban a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar por muchas
tribulaciones para entrar en el Reino de Dios. En cada comunidad designaban
presbíteros, y con oraciones y ayunos los encomendaban al Señor, en quien
habían creído.
Atravesaron
luego Pisidia y llegaron a Panfilia; predicaron en Perge y llegaron a Atalía.
De allí se embarcaron para Antioquía, de donde habían salido, con la gracia de
Dios, para la misión que acababan de cumplir.
Al
llegar, reunieron a la comunidad y les contaron lo que había hecho Dios por
medio de ellos y cómo les había abierto a los paganos las puertas de la fe. Ahí
se quedaron bastante tiempo con los discípulos.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 144
R/.
Bendigamos al Señor eternamente. Aleluya.
Que
te alaben, Señor, todas tus obras y que todos tus fieles te bendigan. Que
proclamen la gloria de tu reino y den a conocer tus maravillas. R/.
Que
muestren a los hombres tus proezas, el esplendor y la gloria de tu reino. Tu
reino, Señor, es para siempre y tú imperio, para todas las generaciones.
Que
mis labios alaben al Señor, que todos los seres lo bendigan ahora y para
siempre. R/.
ACLAMACIÓN
(Cfr. Lc 24, 46. 26)
R/.
Aleluya, aleluya.
Cristo
tenía que morir y resucitar de entre los muertos, para entrar así en su gloria.
R/.
Les doy mi paz.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 14, 27-31
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "La paz les dejo, mi paz les
doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden. Me
han oído decir: 'Me voy, pero volveré a su lado'. Si me amaran, se alegrarían
de que me vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Se lo he dicho ahora,
antes de que suceda, para que cuando suceda, crean.
Ya
no hablaré muchas cosas con ustedes, porque se acerca el príncipe de este
mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo sepa
que amo al Padre y que cumplo exactamente lo que el Padre me ha mandado".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Recibe,
Señor, los dones que, jubilosa, tu Iglesia te presenta, y puesto que es a ti a
quien debe su alegría, concédele también disfrutar de la felicidad eterna. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I-V de Pascua.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Rm 6, 8)
Si
hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con Él. Aleluya.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Dirige,
Señor, tu mirada compasiva sobre tu pueblo, al que te has dignado renovar con
estos misterios de vida eterna, y concédele llegar un día a la gloria
incorruptible de la resurrección. Por Jesucristo, nuestro Señor.
HOMILIA DEL PAPA
FRANCISCO
Martes 20 de Mayo de 2014
“RECIBAMOS CON
CORAZÓN DE NIÑOS AL ESPÍRITU SANTO, QUE NOS REGALA LA PAZ QUE NADIE PUEDE
ARREBATARNOS”
La
paz de Jesús, no la de este mundo que se afianza en las cosas materiales,
dinero y poder, hizo hincapié el Papa Francisco en su homilía de la Misa
matutina, en la Capilla de la Casa de Santa Marta, este martes. Con el
Evangelio de Juan y las palabras de Jesús antes de la Pasión, anunciando a sus
discípulos: ‘les doy mi paz’, el Santo Padre, puso de relieve que es una paz
completamente distinta de la paz que da el mundo:
«Por
ejemplo, nos ofrece la paz de las riquezas: ‘pero, yo estoy en paz porque tengo
todo arreglado para vivir, para toda mi vida, no tengo que preocuparme...’ Ésta
es una paz que da el mundo. No te preocupas, no tendrás problemas porque tienes
tanto dinero... La paz de la riqueza. Y Jesús nos dice que no nos fiemos de
esta paz, porque con gran realismo nos dice: ‘¡Miren que hay ladrones... Los ladrones
pueden robarte tus riquezas!’ La paz que da el dinero no es una paz definitiva.
Piensen también en que el metal se oxida ¿no? ¿Qué quiere decir? ¡Que ante una
caída de la Bolsa todo tu dinero se irá! ¡No es una paz segura: es una paz
superficial, temporal!»
La
paz mundana abarca características que nos muestran que no es definitiva. La
del poder, que no funciona, que por ejemplo termina con un golpe de estado. La
de Herodes, que acaba cuando los Magos le dicen que ha nacido el Rey de Israel.
La de la vanidad, que se tambalea según me sienta apreciado o insultado. Sin
embargo la paz que nos da Jesús es el Espíritu Santo:
¡La
paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo! El mismo día de su
Resurrección, Él viene al Cenáculo y su saludo es: ‘La paz esté con ustedes.
Reciban al Espíritu Santo’. Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un
regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede
arrebatarnos la paz ¡nadie! ¡Es una paz definitiva! ¿Cuál es nuestro trabajo?
Custodiar esta paz ¡custodiarla! Es una paz grande, una paz que no es mía, es
de otra Persona que me la regala, de otra Persona que está dentro de mi corazón
y que me acompaña toda la vida. ¡Me la dio el Señor!»
Esta
paz se recibe con el Bautismo y con la Confirmación, pero sobre todo se recibe
como un niño recibe un regalo – sin condiciones, con el corazón abierto,
enfatizó luego el Papa, poniendo de relieve que hay que custodiar al Espíritu
Santo, sin enjaularlo, pidiéndole ayuda a este ‘gran regalo’ de Dios:
«Si
ustedes tienen esta paz del Espíritu, si tienen al Espíritu dentro de ustedes y
tienen conciencia de esto, que no se turbe el corazón de ustedes ¡Estén
seguros! Pablo nos decía que para entrar en el Reino de los Cielos es necesario
pasar por tantas tribulaciones. Pero todos, todos nosotros, tenemos tantas
¡todos! Más pequeñas... más grandes... Pero que no se turbe el corazón de
ustedes: y ésa es la paz de Jesús. La presencia del Espíritu hace que nuestro
corazón esté en paz. ¡No anestesiado, no! Consciente, en paz: con esa paz que
sólo da la presencia de Dios»
Fuente:
Radio Vaticana.
EXPLICANDO LAS ESCRITURAS:
Juan 14,27: El don de la Paz.
Jesús comunica su paz a los discípulos. La misma paz se dará después de la
resurrección (Jn 20,19). Esta paz es más una expresión de manifestación del
Padre, de la que Jesús había hablado antes (Jn 14,21). La paz de Jesús es la
fuente de gozo que él nos comunica (Jn 15,11; 16,20.22.24; 17,13). Es una paz
diferente da la paz que el mundo da, es diferente de la Pax Romana. Al final de
aquel primero siglo la Pax Romana se mantenía por la fuerza de las armas y por
la represión violenta contra los movimientos rebeldes. La Pax Romana
garantizaba la desigualdad institucionalizada entre ciudadanos romanos y
esclavos. Esta no es la paz del Reino de Dios. La Paz que Jesús comunica es lo
que en el AT se llama Shalôm. Es la organización completa de toda la vida
alrededor de los valores de justicia, fraternidad e igualdad.
Juan 14,28-29: El motivo por el que
Jesús vuelve al Padre. Jesús vuelve al Padre para poder volver enseguida entre
nosotros. Dirá a la Magdalena: “Suéltame porque aún no he vuelto al Padre “(Jn 20,17).
Subiendo hacia el Padre, el volverá a través del Espíritu que nos enviará (Cf.
Jn 20,22). Sin el retorno al Padre, no podrá estar con nosotros a través de su
Espíritu.
Juan 14,30-31a: Para que el mundo
sepa que amo al Padre. Jesús está terminando la última conversación con los
discípulos.
El
príncipe de este mundo se encargará del destino de Jesús. Jesús será condenado.
En realidad, el príncipe, el tentador, el diablo, no podrá nada contra Jesús.
Jesús hace en todo lo que el Padre le ordena. El mundo sabrá que Jesús ama al
Padre. Este es el gran y único testimonio de Jesús que puede llevar el mundo a
creer en él. En el anuncio de la Buena Nueva no se trata de divulgar una doctrina,
ni de imponer un derecho canónico, ni de unir todos en una organización. Se
trata, ante todo, de vivir y de irradiar aquello que el ser humano más desea y
que lleva en lo profundo de sí: el amor. Sin esto, la doctrina, el derecho, la
celebración no pasa de
ser
una peluca sobre una cabeza sin pelo.
Juan 14,31b: Levantaos, vámonos
de aquí. Son las últimas palabras de Jesús, expresión de su decisión de ser
obediente al Padre y revelar su amor. En una de las oraciones eucarísticas, en el
momento de la consagración, se dice: “La víspera de su pasión, voluntariamente
aceptada”. Jesús dice en otro lugar: “El Padre me ama, porque yo doy mi vida
para retomarla de nuevo. Nadie me la quita, yo mismo la doy libremente. Tengo
poder para dar la vida y para retomarla. Este es el mandato que recibí de mi Padre”
(Jn 10,17-18).
REFLEXION
Hech. 14, 19-28. El enviado como
ministro al servicio del Evangelio no puede detenerse, aun cuando encuentre
grandes dificultades y persecuciones en el cumplimiento de la misión que se le
ha confiado.
Jesús
diría a sus discípulos: Era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo
esto para entrar, así, en su gloria. Y Pablo nos dice en este día: Hay que
pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios.
Solo
la presencia del Espíritu Santo en nosotros podrá hacernos valientes en el
Testimonio que hemos de dar continuamente acerca de Jesús. Quienes le seguimos
no podemos hacerlo pensando encontrar nuestra comodidad y un escaño en la
sociedad, sino sólo deseando amarlo, sirviendo a nuestro prójimo, y dando
incluso nuestra vida por él y por nuestra fidelidad al Evangelio de Cristo.
Hemos
de abrir los ojos para no querer hacerlo todo nosotros. Necesitamos de los
demás; cada uno debe ponerse al servicio del Reino conforme a la medida de la
gracia recibida; los apóstoles designaban presbíteros y los encomendaban a Dios
con oraciones y ayunos para después ponerlos al servicio de la Comunidad.
Cuando
nosotros nos hacemos ayudar por una diversidad de agentes laicos de pastoral,
¿lo hacemos en y desde Dios? ¿oramos por ellos? ¿Les tenemos confianza? Una
Iglesia que no ha llegado a su madurez vive siempre recibiendo de sus pastores,
pero es incapaz de ponerse ella misma al servicio del Evangelio aportando, por
ejemplo, Diáconos Permanentes, Catequistas, Celebradores de la Palabra,
Ministerio de la caridad, etc.
¿Qué
grado de madurez tiene nuestra comunidad y hasta dónde hemos madurado nosotros
mismos para ponernos al servicio del Evangelio en favor de los demás, conforme
a la gracia recibida?
Sal. 145 (144). El Nombre del Señor
ha sido proclamado en toda la tierra; muchos han escuchado el testimonio de los
profetas. Ese testimonio ha llegado hasta el Salmista que entiende que su
responsabilidad consiste en convertirse, a su vez, en el transmisor de ese
mensaje para las futuras generaciones. Por eso todos han de ser invitados a
alabar al Señor, a proclamar la gloria de su reino y a dar a conocer sus maravillas.
Jesucristo,
Luz de los pueblos, Salvador de toda la humanidad, Cercanía de Dios, no puede
únicamente ser conocido, y después ser olvidado; ni dejarlo guardado o
escondido en una relación personalista y sin trascendencia. El Señor nos pide
ser portadores de su Evangelio a todas las personas de todos los tiempos y
lugares para que todos los seres bendigan al Padre Dios ahora y para siempre.
Jn. 14, 27-31. La paz no sólo se
conquista, se disfruta. La paz nace de sentirse amado; una paz conquistada por
alguien a favor nuestro nos compromete a no perderla, a no sentirnos cobardes
pues ha llegado a nosotros por pura gracia.
La
paz que Cristo nos ofrece no es la serenidad interior que muchos tratan de
lograr a través de ejercicios de tranquilidad. La paz de Cristo para nosotros
es su propia vida que se nos participa; es sentir a Dios como Padre cercano a
nosotros, Padre lleno de bondad, ternura y misericordia; Padre comprensible
para con sus hijos; pero también Padre que nos compromete a trabajar por la justicia,
por el amor fraterno y por la paz en nuestros corazones.
Nosotros
no damos a los demás la paz como lo hacen los políticos que, para liberar a un
pueblo de sus esclavitudes los oprimen, los esclavizan o les hacen la guerra.
La conquista interior de la paz nace de Cristo que nos amó y se entregó por
nosotros. En Él encontramos el perdón de nuestros pecados, la reconciliación
con Dios, la paz que nos salva.
Cristo,
que se entregó a la muerte por nosotros, parecía haber sido derrotado por el
mal; sin embargo, su muerte, su resurrección y su glorificación a la diestra
del Padre, ha sido la victoria definitiva sobre el demonio, sobre el pecado y
sobre la muerte.
Aquel
que participa de la misma vida de Dios vive en una paz continua, a pesar de que
la vida a veces se le torne difícil, pues sabemos que no vamos a la deriva,
sino que nuestro camino es el mismo de Cristo, perseverando fieles en medio de
las pruebas por esta vida, hasta lograr la misma Gloria que tiene el Señor
resucitado.
No
es otro nuestro camino; por eso, teniendo la mirada fija en Jesús, lancémonos
con perseverancia a la conquista de los bienes definitivos, sin perder la paz
que de Dios, por medio de su Hijo, hemos recibido.
Nadie
nos ha amado como Jesús; pues nadie tiene amor más grande por sus amigos que
aquel que da la vida por ellos.
Nos
reunimos en esta Eucaristía para celebrar el amor que Dios nos tiene hasta el
extremo. Él nos comprende como un buen Padre, como un buen amigo; Él sabe de
nuestras angustias y esperanzas; y nuestros pecados no están ocultos a sus
ojos. Él vuelve a repetirnos que nos ama entregando su vida sobre el altar en
el Memorial de su Pascua que estamos celebrando.
Si
no entendemos este Signo Sacramental del amor de Dios hacia nosotros podemos
seguir caminando en la tristeza y la angustia, sin aceptar que Dios sigue
haciéndose Dios-con-nosotros, compañero de viaje, alimento de vida eterna, buen
pastor, luz y esperanza de quienes creemos en Él.
Si
queremos tener la paz que el Señor nos ofrece, lo único que necesitamos y que
Él espera de nosotros es que nos dejemos amar por Él; Él se encargará de hacer
su obra de amor y de salvación en nosotros.
El
signo de la paz que nos daremos dentro de esta acción litúrgica debe iniciar en
nosotros el testimonio de la paz recibida y compartida, no sólo con aquellos
con quienes, tal vez por casualidad, nos hayamos encontrado en esta Reunión
Sagrada, sino con quienes nos encontraremos en la vida ordinaria, especialmente
en el hogar, en el trabajo, en el estudio.
Efectivamente,
en medio de las realidades de cada día hemos de ser un signo del amor de Dios
para los demás, esforzándonos por no hacer más pesada la vida de quienes nos
rodean, sino preocupándonos por el bien de todos. Sólo cuando traduzcamos
nuestra fe en obras concretas de amor podremos ser portadores de paz para
ellos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Virgen María,
nuestra Madre, la gracia de aceptar el amor que Él nos tiene, y de proclamarlo
amando a nuestro prójimo como el Señor nos ha amado a nosotros. Amén. (Reflexión
de Homilía católica)
LA
PUERTA DE LA FE
Hch
14, 19-28; Jn 14, 27-31
Dos
relatos semejantes por el clima común entre el portavoz del mensaje y los
receptores. Tanto Jesús como Pablo y Bernabé se despiden de sus discípulos y
colaboradores inmediatos. "Ya no hay tiempo para hablar largo", dice
el Señor a los Doce. Los apóstoles por su parte, aleccionan a los responsables
y dirigentes de las comunidades a perseverar, porque saben que es
"necesario pasar tribulaciones para entrar al Reino de Dios". El
Señor Jesús también anima a los suyos a prepararse para momentos de prueba y
dificultad, puesto que "está para llegar el príncipe de este mundo".
No es una amenaza, ni un mensaje que pretenda desmoralizar, sino prevenir y
alentar a los discípulos a mantenerse fieles y firmes en la fe. La existencia
cristiana vivida a plenitud acarrea riesgos y dificultades, que pueden vencerse
con el auxilio de Dios. ( www misal com mx)
Santos
Bernardino de
Siena, presbítero; Áurea de Ostia, mártir. Beata Columba de Rieti, laica.
Feria (Blanco)
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