LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
JUEVES 22 DE MAYO DE
2014
V JUEVES DE PASCUA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Cfr. Ex 15, 1-2)
Cantemos
al Señor, pues su victoria es grande. Mi fortaleza y mi alabanza es el Señor,
Él es mi salvación. Aleluya.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
misericordioso, cuya gracia convierte en justos a los descarriados y en
dichosos a los afligidos, actúa con tu poder y concede tus dones, para que en
quienes ya infundiste la justificación por la fe no decaiga la firmeza de su
perseverancia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo
en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
Juzgo
que no se debe importunar a los paganos que se convierten a Dios.
DEL LIBRO DE LOS
HECHOS DE LOS APÓSTOLES: 15, 7-21
Por
aquellos días, después de una larga discusión sobre el asunto de la
circuncisión, Pedro se levantó y dijo a los apóstoles y a los presbíteros:
"Hermanos:
Ustedes saben que, ya desde los primeros días, Dios me eligió entre ustedes
para que los paganos oyeran, por mi medio, las palabras del Evangelio y
creyeran. Dios, que conoce los corazones, mostró su aprobación dándoles el
Espíritu Santo, igual que a nosotros. No hizo distinción alguna, ya que
purificó sus corazones con la fe.
¿Por
qué quieren irritar a Dios imponiendo sobre los discípulos ese yugo, que ni
nuestros padres ni nosotros hemos podido soportar? Nosotros creemos que nos
salvaremos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos".
Toda
la asamblea guardó silencio y se pusieron a oír a Bernabé y a Pablo, que
contaban las grandes señales y prodigios que Dios había hecho entre los paganos
por medio suyo. Cuando terminaron de hablar, Santiago tomó la palabra y dijo:
"Hermanos,
escúchenme. Pedro nos ha referido cómo, por primera vez, se dignó Dios escoger
entre los paganos un pueblo que fuera suyo. Esto concuerda con las palabras de
los profetas, porque está escrito: Después de estos sucesos volveré y
reconstruiré de nuevo la casa de David, que se había derrumbado; repararé sus
ruinas y la reedificaré, para que el resto de los hombres busque al Señor, lo
mismo que todas las naciones que han sido consagradas a mi nombre. El Señor que
hace estas cosas es quien lo dice. Él las conoce desde la eternidad.
Por
lo cual, yo juzgo que no se debe molestar a los paganos que se convierten a
Dios; basta prescribirles que se abstengan de la fornicación, de comer lo
inmolado a los ídolos, la sangre y los animales estrangulados. Si alguien se
extraña, Moisés tiene, desde antiguo, quienes lo predican en las ciudades,
puesto que cada sábado se lee en las sinagogas".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 95
R/.
Cantemos la grandeza del Señor. Aleluya.
Cantemos
al Señor un nuevo canto, que le cante al Señor toda la tierra; cantemos al
Señor y bendigámoslo. R/.
Proclamemos
su amor día tras día, su grandeza anunciemos a los pueblos; de nación en
nación, sus maravillas. R/.
Caigamos
en su templo de rodillas. "Reina el Señor", digamos a los pueblos,
gobierna a las naciones con justicia. R/.
ACLAMACIÓN
(Jn 10, 27) R/. Aleluya, aleluya.
Mis
ovejas escuchan mi voz, dice el Señor; yo las conozco y ellas me siguen. R/.
Permanezcan en mi amor para que su alegría sea plena.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 15, 9-11
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Como el Padre me ama, así los
amo yo. Permanezcan en mi amor.
Si
cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los
mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi
alegría esté en ustedes y su alegría sea plena".
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Dios
nuestro, que por el santo valor de este sacrificio nos hiciste participar de tu
misma y gloriosa vida divina, concédenos que, así como hemos conocido tu
verdad, de igual manera vivamos de acuerdo con ella. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Prefacio
I-V de Pascua.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (2 Co 5, 15)
Cristo
murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para
El, que murió y resucitó por ellos. Aleluya.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor,
muéstrate benigno con tu pueblo, y ya que te dignaste alimentarlo con los
misterios celestiales, hazlo pasar de su antigua condición de pecado a una vida
nueva. Por Jesucristo, nuestro Señor.
REFLEXION
Hch: 15, 7-21
Se
reúne la Iglesia jerárquica (pues todos somos Iglesia, pero aquí vemos los
pastores reunidos) para estudiar si están obligados los nuevos cristianos a los
ritos de la Antigua Ley. Vemos aquí las características de lo que llamaremos
Concilios: a) reunión universal, no sólo local; b) promulga normas de carácter
preceptivo y vinculante; c) abarca temas tanto de fe como costumbres; d) se
promulga por escrito; e) Pedro preside la asamblea. Pedro dirá que la Ley
antigua es irrelevante y superflua para la salvación (Biblia de Navarra. Como
comentará S. Efrén: “todo lo que Dios nos ha dado mediante la fe y la Ley lo ha
concedido Cristo a los gentiles mediante la fe y sin la observancia de la
Ley”). Todo esto, después de una larga discusión. Pedro aparece claramente como
el jefe del Colegio Apostólico. Jesús confió a Pedro ese papel: ser el garante
de la fe de sus hermanos (Lc 22, 32). -«Dios me ha escogido entre vosotros para
que de mi boca oigan los gentiles la Palabra de la Buena Nueva y abracen la
fe..» Pedro alude aquí a la conversión del Centurión romano, «Cornelio» (Hechos
10). El discurso de Pedro es breve como un decreto de Concilio. Cierra el
debate. Toma partido por Pablo y Bernabé: La Iglesia es para el mundo... la
puerta de la Iglesia está abierta de par en par a los Gentiles.
-Cuando
Pablo y Bernabé terminaron de hablar tomó la Palabra Santiago y dijo... La
discusión conciliar continúa. Porque si el problema teórico está zanjado, lo
que ahora se trata es de «la convivencia». No queda todo regulado por la
decisión del Concilio. Santiago es el representante cualificado de la
«tendencia opuesta»: es obispo de Jerusalén... los judíos son mayoritarios en
su comunidad... cree conveniente mantener algunas costumbres judías. ¡Está de
acuerdo con que se abandone la «circuncisión»! Pero propone que se pida a los
gentiles que adopten algunas prácticas de la Ley de Moisés, las que parecen más
importantes. Con el fin de asegurar una fraternidad real entre todos, Santiago
propone que los «cristianos venidos del paganismo» se abstengan, no obstante,
de aquello que más repugna a los «cristianos venidos del judaísmo». Es un
compromiso. La delicadeza hacia los demás pasa delante de los derechos
personales. “Ayuda, Señor, a tu Iglesia, hoy también a aceptar plenamente -
tanto la discusión franca y libre de búsqueda donde todos expongan su opinión.
- como la autoridad y jerarquía del Papa, que zanja definitivamente la
cuestión... ¡Ayúdanos, Señor, a encontrar puntos de conciliación! Que tu
Iglesia sea «diálogo». Ayúdame, Señor, a escuchar los puntos de vista de los
demás, sobre todo cuando no piensan como yo” (Noel Quesson).
El
motivo de la convocatoria, recordamos, fue: en Antioquía y en Jerusalén
«algunos de la facción farisea que se habían hecho creyentes» se oponen
violentamente a la opción de liberar el evangelio de la sinagoga. La decisión
favorable del Concilio tiene tres fases culminantes. El discurso de Pedro
(6-12) invoca tres hechos: la conversión de Cornelio, el yugo insoportable de
la ley y la salvación de todos por la gracia de Jesús. El discurso de Santiago
(13-21), jefe respetado e indiscutible de la comunidad judía de Jerusalén,
invoca un texto universalista de la Escritura, pero pide que se observen las
llamadas «cláusulas de Santiago». El decreto del Concilio (22-29) se limita a
imponer esas cláusulas, al tiempo que alaba la obra de Pablo y Bernabé y
censura a sus adversarios. La promulgación del decreto apostólico en Antioquía
(30-35), donde había surgido la disensión, es el epílogo del relato. Así
quedaba solemnemente avalada la misión universal de Pablo. Parece que en Gál
2,1-10 tenemos una información paralela de nuestro acontecimiento eclesial.
Puede ayudar a verificar críticamente y leer con mayor provecho la narración de
los Hechos. Las versiones de Pablo y de Lucas coinciden en los hechos
sustanciales, pero presentan diferencias importantes. La de Pablo, que es
protagonista de los sucesos narrados y escribe todavía en plena lucha, es más
polémica y no se aviene a los compromisos: ignora las cláusulas de Santiago
(quizá superadas en este tiempo en el que se va descubriendo el mensaje
incluido en la Buena Nueva, como sigue pasando a lo largo de la historia). La de
Lucas, que escribe a finales de siglo, con la batalla bien ganada, es más
conciliadora y parece suavizar las polarizaciones del pasado. Este
acontecimiento crucial de la época apostólica es una lección permanente para la
Iglesia en el tiempo y en el espacio. Si el mensaje evangélico debe abrazar
todas las culturas para que llegue a todos con eficacia la buena nueva de
Jesucristo, la Iglesia tiene que considerar como una especie de infidelidad a
la misión el hecho de quedar prisionera de una cultura determinada. Por eso
podríamos decir que el Vaticano II, al optar por un mayor pluralismo y por una
actualización de acuerdo con los signos de los tiempos, ha tomado una decisión
histórica en el campo misionero. Como la de Pablo en el corazón de la época
apostólica (F. Casal).
La
experiencia del Espíritu llevó a las primeras comunidades a liberarse de los
yugos insoportables e inútiles que imponía el legalismo judío. La tensión
creciente entre la tendencia "helenista" y la judaizante se resolvió
a favor de la libertad. Toda la predicación de Jesús se encaminó a liberar a
las personas de las trabas inútiles. La ley, el sistema de pureza, los signos
exteriores (circuncisión, uniformes, etiquetas) fueron puestos a la luz de la
Palabra de Jesús. Las comunidades encontraron en el camino liberador de Jesús
un derrotero para vencer los temores y las inhibiciones. El resucitado los
convoca a una vida nueva. El discurso de Pedro es una clara defensa de la
libertad cristiana. Las diferencias de raza, cultura... son un valor que
enriquece al cristianismo. Este es universal precisamente porque acepta todas
las particularidades y no por uniformar al resto de la humanidad (servicio bíblico
latinoamericano). Y todo ello, obra del Espíritu Santo, como dice Orígenes:
«Pienso que no pueden explicarse las riquezas de estos inmensos acontecimientos
si no es con ayuda del mismo Espíritu que fue autor de ellas».
Sal 95: El anuncio de las
maravillas que ha hecho Dios tiene una proyección universal. Está destinado a
todos los pueblos. A todos tiene que llegar ese anuncio. De ahí la vocación
misionera del cristiano: contar a todas las naciones las maravillas del Señor.
El Salmo 96/95 clama que todos somos llamados e invitados a celebrar la
soberanía y la grandeza de Dios. Él nos ama a todos, sin distinción de razas ni
culturas. Él nos ha creado porque nos quiere con Él, junto con su Hijo,
participando de su Vida y de su Gloria eternas. Por eso alabemos y bendigamos
al Señor y proclamemos sus maravillas a todos los pueblos, para que todos
conozcan el amor que Él nos ofrece y para que, reconociéndolo ellos también
como su Dios y Padre, junto con nosotros alcancen los bienes eternos, de los
que el Señor quiere hacernos partícipes. La invitación de toda la tierra a
alabar a Dios es el “cántico nuevo” de alegría de toda la creación, en relación
con una salvación ofrecida a todos, como señalaba Juan Pablo II: “«Decid a los
pueblos: "el Señor es rey"». Esta exhortación del Salmo 95 (versículo
10), que acabamos de proclamar, presenta por así decir el tono con el que se modula
todo el himno. Se trata de uno de los así llamados «Salmos del Señor rey», que
comprenden los Salmos 95 a 98, además del 46 y el 92… estos cánticos se centran
en la grandiosa figura de Dios, que rige todo el universo y gobierna la
historia de la humanidad.
También
el Salmo 96 exalta tanto al Creador de los seres, como al Salvador de los
pueblos: Dios «afianzó el orbe, y no se moverá; juzga a los pueblos rectamente»
(versículo 10). Es más, en el original hebreo el verbo traducido por «juzgar»
significa, en realidad, «gobernar»: de este modo se tiene la certeza de que no
quedamos abandonados a las oscuras fuerzas del caos o de la casualidad, sino
que estamos siempre en manos de un Soberano justo y misericordioso.
El
Salmo comienza con una invitación festiva a alabar a Dios, invitación que se
abre inmediatamente a una perspectiva universal: «Cantad al Señor, toda la
tierra » (versículo 1). Los fieles son invitados a contar la gloria de Dios «a
los pueblos» y después a dirigirse a «todas las naciones» para proclamar «sus
maravillas» (versículo 3)… pide a los fieles que digan «a los pueblos: el Señor
es rey» (versículo 10), y precisa que el Señor «juzga a los pueblos» (versículo
10). Es muy significativa esta apertura universal por parte de un pueblo pequeño
aplastado entre grandes imperios... El gesto fundamental frente al Señor rey,
que manifiesta su gloria en la historia de la salvación es, por tanto, el canto
de adoración, de alabanza y de bendición. Estas actitudes deberían estar
presentes también en nuestra liturgia cotidiana y en nuestra oración personal”.
Hoy se acaba el fragmento del salmo “con la proclamación de la realeza del
Señor (cf. vv. 10-13). Ahora se dirige al universo… Como dirá san Pablo,
incluso la naturaleza, junto con el hombre «espera impacientemente... ser
liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la gloriosa
libertad de los hijos de Dios» (Romanos 8,19.21). Al llegar a este momento,
quisiéramos dejar espacio a la relectura cristiana de este Salmo, realizada por
los Padres de la Iglesia, que en él han visto una prefiguración de la
Encarnación y de la Crucifixión, signo de la paradójica realeza de Cristo.
De
este modo, al inicio del discurso pronunciado en Constantinopla en la Navidad
del año 379 o del año 380, san Gregorio Nacianceno retoma algunas expresiones
del Salmo 95: «Cristo nace, ¡glorificadle! Cristo baja del cielo, ¡salid a
recibirle! Cristo está sobre la tierra, ¡lavaos! "Cantad al Señor, toda la
tierra" (v. 1), y para unir los dos conceptos, "que se alegre el
cielo y exulte la tierra" (v. 11) con aquél que es celestial, pero que se
ha hecho terrestre».
De
este modo, el misterio de la realeza divina se manifiesta en la Encarnación. Es
más, aquel que reina, «haciéndose terrestre», reina precisamente en la humillación
de la Cruz. Es significativo el que muchos en tiempos antiguos leyeran el
versículo 10 de este Salmo con una sugerente asociación cristológica: «El Señor
reinó desde el madero».
Por
este motivo, ya la Carta de Bernabé enseñaba que «el reino de Jesús está sobre
el madero» y el mártir san Justino, citando casi íntegramente el Salmo en su
Primera Apología, concluía invitando a todos los pueblos a exultar porque «el
Señor reinó desde el madero» de la Cruz.
En
este ambiente floreció el himno del poeta cristiano Venancio Fortunato,
«Vexilla regis», en el que exalta a Cristo que reina desde lo alto de la Cruz,
trono de amor, no de dominio: «Regnavit a ligno Deus». Jesús, de hecho, en su
existencia terrena ya había advertido: «El que quiera llegar a ser grande entre
vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros,
será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido,
sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,43-45)”. La
reflexión sobre la cruz es oportuna en consonancia con algunos manuscritos de
la versión de los Setenta y de la Vulgata latina que añaden a “el Señor reina”
la expresión “desde el árbol”, aplicando el salmo a Jesús.
Juan 15,9-11: La seguridad de que
Dios nos ama en Jesús es la base de toda alegría cristiana, y lleva a una
correspondencia. Con la metáfora de la vid y los sarmientos Jesús invitaba a
«permanecer en él», para poder dar fruto. Hoy continúa el mismo tema, pero
avanzando cíclicamente y concretando en qué consiste este «permanecer» en
Cristo: se trata de «permanecer en su amor, guardando sus mandamientos». Se
establece una misteriosa y admirable relación triple. La fuente de todo es el
Padre. El Padre ama a Jesús y Jesús al Padre. Jesús, a su vez, ama a los
discípulos, y éstos deben amar a Jesús y permanecer en su amor, guardando sus
mandamientos, lo mismo que Jesús permanece en el amor al Padre, cumpliendo su
voluntad. Y esto lleva a la alegría plena: «que mi alegría esté en vosotros y
vuestra alegría llegue a plenitud». La alegría brota del amor y de la fidelidad
con que se guardan en la vida concreta las leyes del amor.
-“Como
mi Padre me amó, Yo también os he amado”. ¡Es inversosímil! ¡Es maravilloso! El
amor con que Jesús nos ama es el mismo con el que El es amado por el Padre.
Nuestra unión con Jesús es comparable a la de Jesús con el Padre. La frase
siguiente nos lo dirá de manera inaudita.
-“Permaneced
en mi amor... Y Yo permanezco en su amor. Si guardáis mis mandamientos, como Yo
he guardado los mandamientos del Padre. Permaneceréis en mi amor”. Fijémonos en
la estructura de la frase. A un lado están las relaciones de los discípulos con
Jesús... y al otro, las relaciones del Hijo con el Padre... y ¡son las mismas!
Los discípulos permanecen en el amor de Jesús =Jesús permanece en el amor del
Padre. Hay que guardar los mandamientos de Jesús. =Jesús guarda los
mandamientos del Padre.
-“Como
Yo guardé fielmente los preceptos de mi Padre... Y como Yo permanezco en su
amor”. Este es el modelo. ¡La fidelidad de Jesús a su Padre! ¡Como quien no
dice nada! A través del evangelio, evoco esta fidelidad... que le ha conducido
hasta la Pasión. "Si es posible que se aleje de mí este cáliz" dirá
Jesús dentro de pocas horas, en el huerto de los olivos. Su fidelidad tampoco
fue fácil para El. "Pero, Padre, no lo que Yo quiero, sino lo que Tú
quieres"
-“Si
guardáis mis mandamientos”... Este "si" ¡es inquietante para
nosotros! Es la responsabilidad de nuestra libertad. La relación con Dios no es
algo automático.
-“Permaneceréis
en mi amor”... Hay que dejarse introducir en todas las delicadezas de este
pensamiento. Dios está presente en todas partes. Dios ama a todos los seres,
incluso a los peores malvados. Sí; Dios ama a los pecadores, y no les está
ausente! Pero hay diferentes modos de presencia de Dios y diversos modos de
relación. Hay una presencia particular, una relación privilegiada, de Dios con
"aquel que le ama y guarda sus mandamientos"... más que con
"aquel que no le ama". Es una cuestión de amor. ¡El que ama lo
comprende! ¡Señor! Ayúdame a guardar fielmente tus mandamientos. Ayúdame a
permanecer en tu amor. Como Tú has guardado fielmente los mandamientos de tu
Padre. Y como Tú permaneces en su amor.
“-Os he dicho estas cosas a fin de que os
gocéis con el gozo mío, y vuestro gozo sea completo”. Tú ya nos has dado tu
paz. Tú nos das también el gozo tuyo. Tu gozo = permanecer en el amor del
Padre. El gozo de Jesús es ser amado y amar. Dios es la fuente de su gozo. ¿Y
yo? El gozo cruza el evangelio desde el comienzo hasta el fin, desde Navidad a
la Pascua. De mi vida, ¿brota también el gozo? Uno de los frutos más
característicos de la Pascua debe ser la alegría. Y es la que Cristo Jesús
quiere para los suyos. Una alegría plena. Una alegría recia, no superficial ni
blanda. La misma alegría que llena el corazón de Jesús, porque se siente amado
por el Padre, cuya voluntad está cumpliendo, aunque no sea nada fácil, para la
salvación del mundo. Ahora nos quiere comunicar esta alegría a nosotros. Esta
alegría la sentiremos en la medida en que «permanecemos en el amor» a Jesús,
«guardando sus mandamientos», siguiendo su estilo de vida, aunque resulte
contra corriente. Es como la alegría de los amigos o de los esposos, que muchas
veces supone renuncias y sacrificios. O la alegría de una mujer que da a luz:
lo hace en el dolor, pero siente una alegría insuperable por haber traído una
nueva vida al mundo (es la comparación que pronto leeremos que trae el mismo
Jesús, explicando qué alegría promete a sus seguidores). Popularmente decimos
que «obras son amores», y es lo que Jesús nos recuerda. La Pascua que estamos
celebrando nos hará crecer en alegría si la celebramos no meramente como una
conmemoración histórica -en tal primavera como esta resucitó Jesús- sino como
una sintonía con el amor y la fidelidad del Resucitado. Entonces podremos
cantar Aleluyas no sólo con los labios, sino desde dentro de nuestra vida (Noel
Quesson/J. Aldazábal). «Cristo, sabemos que estás vivo. Rey vencedor, míranos
compasivo» (aleluya), ayúdanos a «permaneced en tu amor», para «que tu alegría
esté en nosotros, y nuestra alegría llegue a plenitud».
"Donde
hay caridad y amor, allí está Dios", lo cual también es exacto porque
ambos amores –a Dios y al prójimo- son inseparables (v. 23), y Jesús dijo
también que El está en medio de los que se reúnen en su Nombre (Mat. 18, 20).
Fácil es por lo demás explicarse la indivisibilidad de ambos amores si se
piensa que yo no puedo dejar de tener sentimientos de caridad y misericordia en
mi corazón mientras estoy creyendo que Dios me ama hasta perdonarme toda mi
vida y dar por mí su Hijo para que yo pueda ser tan glorioso como Él. No puede
existir para el hombre mayor gozo que el de saberse amado así (en 16,24; 17,13;
1 Juan 1,4, etc., vemos que todo el Evangelio es un mensaje de gozo fundado en
el amor). «Cantemos al Señor, sublime es su victoria. Mi fuerza y mi poder es
el Señor; Él fue mi salvación. Aleluya» (Ex 15,1-2; ant. de entrada). «Señor
Dios Todopoderoso, que, sin mérito alguno de nuestra parte, nos has hecho pasar
de la muerte a la vida y de la tristeza al gozo; no pongas fin a tus dones, ni
ceses de realizar tus maravillas en nosotros, y concede a quienes ya hemos sido
justificados por la fe la fuerza necesaria para perseverar siempre en ella»
(colecta). Y seguimos en el Ofertorio: «¡Oh Dios!, que por el admirable trueque
de este sacrificio nos haces partícipes de tu divinidad; concédenos que nuestra
vida sea manifestación y testimonio de esta verdad que conocemos».
Comenta
San Agustín: «Ahí tenéis la razón de la bondad de nuestras obras. ¿De dónde
había de venir esa bondad a nuestras obras sino de la fe que obra por el amor?
¿Cómo podríamos nosotros amar si antes no fuéramos amados? Ciertamente lo dice
este mismo evangelista en su carta: “Amemos a Dios porque Él nos amó primero...
Permaneced en mi amor”. ¿De qué modo? Escuchad lo que sigue: “Si observareis
mis preceptos, permaneceréis en mi amor”. «¿Es el amor el que hace observar los
preceptos o es la observancia de los preceptos la que hace el amor? Pero,
¿quién duda de que precede el amor? El que no ama no tiene motivos para
observar los preceptos. Luego, al decir: “Si guardareis mis preceptos,
permaneceréis en mi amor”, quiere indicar no la causa del amor, sino cómo el
amor se manifiesta. Como si dijere: “No os imaginéis que permanecéis en mis
amor si no guardáis mis preceptos; pero, si los observareis, permaneceréis” en
es decir, “se conocerá que permanecéis en mi amor si guardáis mis mandatos” a
fin de que nadie se engañe diciendo que le ama si no guarda sus preceptos,
porque en tanto le amamos en cuanto guardamos sus mandamientos».
Entramos
en esa corriente de amor trinitario: “El Padre ama al Hijo, y Jesús no deja de
decírnoslo: «El que me ha enviado está conmigo: no me ha dejado solo, porque yo
hago siempre lo que le agrada a Él» (Jn 8,29). El Padre lo ha proclamado bien
alto en el Jordán, cuando escuchamos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me he
complacido» (Mc 1,11) y, más tarde, en el Tabor: «Éste es mi Hijo amado,
escuchadle» (Mc 9,7). Jesús ha respondido, «Abbá», ¡papá! Ahora nos revela,
«como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros». Y, ¿qué haremos
nosotros? Pues mantenernos en su amor, observar sus mandamientos, amar la
Voluntad del Padre. ¿No es éste el ejemplo que Él nos da?: «Yo hago siempre lo
que le agrada a Él». Pero nosotros, que somos débiles, inconstantes, cobardes y
—por qué no decirlo— incluso, malos, ¿perderemos, pues, para siempre su
amistad? ¡No, Él no permitirá que seamos tentados por encima de nuestras
fuerzas! Pero si alguna vez nos apartásemos de sus mandamientos, pidámosle la
gracia de volver corriendo como el hijo pródigo a la casa del Padre y de acudir
al sacramento de la Penitencia para recibir el perdón de nuestros pecados. «Yo
también os he amado —nos dice Jesús—. Os he dicho esto, para que mi gozo esté
en vosotros, y vuestro gozo sea colmado» (Jn 15,9.11)” (Lluís Raventós).
“Quien
se deje amar por Cristo no sólo tendrá consigo la salvación y la manifestación
más grande del amor que el Padre Dios nos tiene, sino que estará llamado a
vivir en fidelidad a la Palabra que Dios ha pronunciado sobre nosotros para
que, dejándonos transformar por ella, vivamos en verdad como hijos de Dios.
Sólo entonces podremos decir que en verdad permanecemos en Dios, pues no nos
alejaremos de Él a causa de nuestras rebeldías. Ciertamente, a pesar de
sentirnos amados y protegidos por Dios, no dejaremos de ser acosados por una
serie de diversas tentaciones, ni dejaremos de ser perseguidos y calumniados.
Pero en medio de las diversas pruebas por las que debamos pasar no podemos
perder ni la paz, ni la alegría, pues el Señor jamás se olvidará de nosotros,
ya que Él vela y camina siempre con los que le aman y le viven fieles. Alegrémonos
en el Señor, pues Él nos ha amado, nos ha perdonado nuestros pecados y nos ha
hecho hijos de Dios. El Señor ha pronunciado sobre nosotros su Palabra en esta
celebración del Memorial de su Misterio Pascual. Él quiere que vayamos tras sus
huellas, siguiéndolo hasta entrar, junto con Él, en la gloria del Padre.
Sabemos que, si Él padeció por nosotros, nosotros debemos, como Él, dar la vida
por nuestros hermanos. Si queremos que nuestra vida tenga la misma fecundidad
que la de Cristo, debemos morir a nosotros mismos, no buscar nuestros propios
intereses, sino abrir nuestros ojos y nuestro corazón para saber buscar el bien
de todos; pues sólo el que ama a su prójimo, como Cristo nos ha amado a
nosotros, puede decir que en verdad tiene consigo a Dios. Entrar en comunión de
Vida con Cristo, por tanto, es todo un compromiso de amor fiel a Dios, amor que
no se nos quede en vana palabrería, sino que nos impulse a pasar haciendo el
bien a todos, como Cristo lo hizo para con nosotros. ¿En verdad amamos a
nuestro prójimo como Jesús nos ha amado a nosotros? Unidos a Cristo debemos de
preocuparnos del bien de todos. Junto a nosotros hay mucho dolor, pobreza y
enfermedad; hay muchos ánimos decaídos y puestos a merced de cualquier viento.
Nuestro amor por nuestro prójimo nos ha de llevar a procurar el bien de todos,
a fortalecer las manos cansadas y las rodillas vacilantes. Mientras en lugar de
procurar la alegría y la paz de los demás seamos para ellos ocasión de
tristeza, de dolor o de sufrimiento, no podemos, en verdad, decir que vivimos
unidos a Cristo y que su Vida es nuestra vida, y que su Espíritu habita en
nosotros. Ante un mundo que enfrenta nuevas realidades que muchas veces no
alcanza a interpretar adecuadamente, la Iglesia de Cristo debe saber poner al
servicio de la humanidad de nuestro tiempo, la voz del Señor, su Evangelio,
para que se convierta en Luz que ilumine el camino del hombre y oriente sus
pasos, para que no pierda el rumbo ni el sentido de la bondad, del amor, de la
alegría y de la paz. Sólo viviendo con la máxima responsabilidad nuestra
capacidad de hacer siempre el bien a todos podremos manifestar a los demás, con
las obras, que Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. Roguémosle al
Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, que nos
conceda la gracia de saber permanecer unidos a Él, de tal forma que, dando
testimonio de su amor en medio de nuestros hermanos, colaboremos para que a
todos llegue la salvación que Dios ofrece a la humanidad entera. Amén”
(Homilia
católica)
REFLEXION
UNA
CARGA INSOPORTABLE
Hch
15, 7-21; Jn 15, 9-11
Las
dos lecturas pueden conectarse a partir de la temática de los mandamientos. En
el Evangelio Jesús afirma haber cumplido los mandamientos del Padre y demanda a
su vez a sus discípulos que cumplan sus mandamientos. El mandato de Jesús es
uno solo: el amor fraterno vivido a la manera del Maestro, es decir, de forma
cabal. En la discusión que establecen los apóstoles que evangelizaron a los
paganos con los apóstoles que permanecieron atentos a la misión de los judíos,
salta el problema de la obligatoriedad de toda la ley mosaica. Pedro afirmó sin
titubeos el carácter opresor de dicha ley y abogó por la centralidad de la
gracia otorgada por Cristo Jesús; decisión que fue confirmada por Santiago,
hermano del Señor. (www misal org mx)
Santos
Rita de Casia,
religiosa; Joaquina de Vedruna, fundadora. Beato Pedro de la Asunción, mártir.
Feria (Blanco)
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