LITURGIA
DEL VIERNES SANTO
CELEBRACION
DE LA PASION DEL SEÑOR
17
DE ABRIL DE 2014
1.
El día de hoy y el de mañana, por una antiquísima tradición, la Iglesia omite
por completo la celebración del sacrificio eucarístico.
2.
El altar debe estar desnudo por completo: sin cruz, sin candelabros y sin
manteles.
3.
Después del mediodía, alrededor de las tres de la tarde, a no ser que por razón
pastoral se elija una hora más avanzada, se celebra la Pasión del Señor, que
consta de tres partes: Liturgia de la Palabra, Adoración de la Cruz y Sagrada
Comunión.
En
este día la sagrada Comunión se distribuye a los fieles únicamente dentro de la
celebración de la Pasión del Señor; pero a los enfermos que no puedan tomar
parte en esta celebración, se les puede llevar a cualquier hora del día.
4.
El sacerdote y el diácono, revestidos de color rojo como para la Misa, se
dirigen al altar, y hecha la debida reverencia, se postran rostro en tierra o,
si se juzga mejor, se arrodillan, y todos oran en silencio durante algún
espacio de tiempo.
5.
Después el sacerdote, con los ministros, se dirige a la sede, donde, vuelto
hacia el pueblo, con las manos juntas, dice una de las siguientes oraciones:
ORACIÓN
**
No
se dice "Oremos"
Padre
nuestro misericordioso, santifica y protege siempre a esta familia tuya, por
cuya salvación derramó su Sangre y resucitó glorioso Jesucristo, tu Hijo. El
cual vive y reina por los siglos de los siglos.
R/
Amén.
O
bien:
Tú
que con la Pasión de Cristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, nos libraste de la
muerte, que heredamos todos a consecuencia del primer pecado, concédenos,
Señor, a cuantos por nacimiento somos pecadores, asemejarnos plenamente, por tu
gracia, a Jesucristo, que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
R/. Amén.
Primera
parte
6.
Luego todos se sientan y se hace la primera lectura, tomada del profeta Isaías,
con su salmo.
LITURGIA DE LA
PALABRA
Él
fue traspasado por nuestros crímenes
DEL LIBRO DEL PROFETA
ISAÍAS: 52, 13-53, 12
He
aquí que mi siervo prosperará, será engrandecido y exaltado, será puesto en
alto. Muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba desfigurado su semblante,
que no tenía ya aspecto de hombre; pero muchos pueblos se llenaron de asombro.
Ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había
contado y comprenderán lo que nunca se habían imaginado.
¿Quién
habrá de creer lo que hemos anunciado? ¿A quién se le revelará el poder del
Señor? Creció en su presencia como planta débil, como una raíz en el desierto.
No tenía gracia ni belleza. No vimos en él ningún aspecto atrayente;
despreciado y rechazado por los hombres, varón de dolores, habituado al
sufrimiento; como uno del cual se aparta la mirada, despreciado y desestimado.
Él
soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo tuvimos
por leproso, herido por Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones,
triturado por nuestros crímenes. El soportó el castigo que nos trae la paz. Por
sus llagas hemos sido curados.
Todos
andábamos errantes como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó
sobre él todos nuestros crímenes. Cuando lo maltrataban, se humillaba y no
abría la boca, como un cordero llevado a degollar; como oveja ante el
esquilador, enmudecía y no abría la boca.
Inicuamente
y contra toda justicia se lo llevaron. ¿Quién se preocupó de su suerte? Lo
arrancaron de la tierra de los vivos, lo hirieron de muerte por los pecados de
mi pueblo, le dieron sepultura con los malhechores a la hora de su muerte, aunque
no había cometido crímenes, ni hubo engaño en su boca.
El
Señor quiso triturarlo con el sufrimiento. Cuando entregue su vida como
expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él
prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y
se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos, cargando con
los crímenes de ellos.
Por
eso le daré una parte entre los grandes, y con los fuertes repartirá despojos,
ya que indefenso se entregó a la muerte y fue contado entre los malhechores,
cuando tomó sobre sí las culpas de todos e intercedió por los pecadores.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 30
R/.
Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.
A
ti, Señor, me acojo, que no quede yo nunca defraudado. En tus manos encomiendo
mi espíritu y tú, mi Dios leal, me librarás. R/.
Se
burlan de mí mis enemigos, mis vecinos y parientes de mí se espantan, los que
me ven pasar huyen de mí. Estoy en el olvido, como un muerto, como un objeto
tirado en la basura. R/.
Pero
yo, Señor, en ti confío. Tú eres mi Dios, y en tus manos está mi destino.
Líbrame de los enemigos que me persiguen. R/.
Vuelve,
Señor, tus ojos a tu siervo y sálvame, por tu misericordia. Sean fuertes y
valientes de corazón, ustedes, los que esperan en el Señor. R/.
7.
A continuación se hace la segunda lectura, tomada de la carta a los hebreos,
con el canto antes del Evangelio.
DE LA CARTA A LOS
HEBREOS: 4, 14-16; 5, 7-9
Hermanos:
Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo.
Mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo
sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que
Él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. Acerquémonos,
por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir
misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.
Precisamente
por eso, Cristo, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con
fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue
escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer
padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación
eterna para todos los que lo obedecen.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN (Flp 2,
8-9)
R/.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Cristo
se humilló por nosotros y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte
de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que
está sobre todo nombre. R/.
8.
Finalmente se lee la Pasión del Señor según san Juan, del mismo modo que el
domingo precedente.
PASIÓN DE NUESTRO
SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN JUAN (18, 1-19, 42)
Apresaron
a Jesús y lo ataron
C.
En aquel tiempo, Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón,
donde había un huerto, y entraron allí Él y sus discípulos. Judas, el traidor,
conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus
discípulos.
Entonces
Judas tomó un batallón de soldados y guardias de los sumos sacerdotes y de los
fariseos y entró en el huerto con linternas, antorchas y armas.
Jesús,
sabiendo todo lo que iba a suceder, se adelantó y les dijo:
"¿A
quién buscan?"
Le
contestaron:
"A
Jesús, el nazareno".
Les
dijo Jesús:
"Yo
soy".
Estaba
también con ellos Judas, el traidor. Al decirles 'Yo soy', retrocedieron y
cayeron a tierra. Jesús les volvió a preguntar:
"¿A
quién buscan?"
Ellos
dijeron:
"A
Jesús, el nazareno".
Jesús
contestó:
"Les
he dicho que soy yo. Si me buscan a mí, dejen que éstos se vayan".
Así
se cumplió lo que Jesús había dicho: "No he perdido a ninguno de los que
me diste".
Entonces
Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió a un criado del sumo
sacerdote y le cortó la oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo
entonces Jesús a Pedro:
"Mete
la espada en la vaina. ¿No voy a beber el cáliz que me ha dado mi Padre?".
Llevaron
a Jesús primero ante Anás
El
batallón, su comandante y los criados de los judíos apresaron a Jesús, lo
ataron y lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, sumo
sacerdote aquel año. Caifás era el que había dado a los judíos este consejo:
"Conviene que muera un solo hombre por el pueblo".
Simón
Pedro y otro discípulo iban siguiendo a Jesús. Este discípulo era conocido del
sumo sacerdote y entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras
Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido
del sumo sacerdote, habló con la portera e hizo entrar a Pedro. La portera dijo
entonces a Pedro:
"¿No
eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?"
Él
dijo:
"No
lo soy".
Los
criados y los guardias habían encendido un brasero, porque hacía frío, y se
calentaban. También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El
sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
"Yo
he hablado abiertamente al mundo y he enseñado continuamente en la sinagoga y
en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas.
¿Por qué me interrogas a mí? Interroga a los que me han oído, sobre lo que les
he hablado. Ellos saben lo que he dicho".
Apenas
dijo esto, uno de los guardias le dio una bofetada a Jesús, diciéndole:
"¿Así
contestas al sumo sacerdote?"
Jesús
le respondió:
"Si
he faltado al hablar, demuestra en qué he faltado; pero si he hablado como se
debe, ¿por qué me pegas?"
Entonces
Anás lo envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
¿No
eres tú también uno de sus discípulos'? No lo soy
Simón
Pedro estaba de pie, calentándose, y le dijeron:
"¿No
eres tú también uno de sus discípulos?"
Él
lo negó diciendo:
"No
lo soy".
Uno
de los criados del sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le había
cortado la oreja, le dijo:
"¿Qué
no te vi yo con Él en el huerto?"
Pedro
volvió a negarlo y enseguida cantó un gallo.
Mi
Reino no es de este mundo
Llevaron
a Jesús de casa de Caifás al pretorio. Era muy de mañana y ellos no entraron en
el palacio para no incurrir en impureza y poder así comer la cena de Pascua.
Salió entonces Pilato a donde estaban ellos y les dijo:
"¿De
qué acusan a este hombre?"
Le
contestaron:
"Si
éste no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos traído".
Pilato
les dijo:
"Pues
llévenselo y júzguenlo según su ley".
Los
judíos le respondieron:
"No
estamos autorizados para dar muerte a nadie".
Así
se cumplió lo que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró
otra vez Pilato en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
"¿Eres
tú el rey de los judíos?"
Jesús
le contestó:
"¿Eso
lo preguntas por tu cuenta o te lo han dicho otros?"
Pilato
le respondió:
"¿Acaso
soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué es
lo que has hecho?"
Jesús
le contestó:
"Mi
Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuera de este mundo, mis servidores
habrían luchado para que no cayera yo en manos de los judíos. Pero mi Reino no
es de aquí".
Pilato
le dijo:
"¿Conque
tú eres rey?" C. Jesús le contestó:
"Tú
lo has dicho. Soy rey. Yo nací y vine al mundo para ser testigo de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz".
Pilato
le dijo:
"¿Y
qué es la verdad?"
Dicho
esto, salió otra vez a donde estaban los judíos y les dijo:
"No
encuentro en Él ninguna culpa. Entre ustedes es costumbre que por Pascua ponga
en libertad a un preso. ¿Quieren que les suelte al rey de los judíos?"
Pero
todos ellos gritaron: "¡No, a ése no! ¡A Barrabás!" (el tal Barrabás
era un bandido).
¡Viva
el rey de los judíos!
Entonces
Pilato tomó a Jesús y lo mandó azotar. Los soldados trenzaron una corona de
espinas, se la pusieron en la cabeza, le echaron encima un manto color púrpura
y, acercándose a Él, le decían:
"¡Viva
el rey de los judíos!"
Y
le daban de bofetadas.
Pilato
salió otra vez afuera y les dijo:
"Aquí
lo traigo para que sepan que no encuentro en Él ninguna culpa".
Salió,
pues, Jesús, llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les
dijo:
"Aquí
está el hombre".
Cuando
lo vieron los sumos sacerdotes y sus servidores, gritaron:
"¡Crucifícalo,
crucificalo!"
Pilato
les dijo:
"Llévenselo
ustedes y crucifíquenlo, porque yo no encuentro culpa en Él".
Los
judíos le contestaron:
"Nosotros
tenemos una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha declarado hijo
de Dios".
Cuando
Pilato oyó estas palabras, se asustó aún más, y entrando otra vez en el
pretorio, dijo a Jesús:
"¿De
dónde eres tú?"
Pero
Jesús no le respondió. Pilato le dijo entonces:
"¿A
mí no me hablas? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para
crucificarte?"
Jesús
le contestó:
"No
tendrías ninguna autoridad sobre mí, si no te la hubieran dado de lo alto. Por
eso, el que me ha entregado a ti tiene un pecado mayor".
¡Fuera,
fuera! Crucificalo
Desde
ese momento Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
"¡Si
sueltas a ése, no eres amigo del César!; porque todo el que pretende ser rey,
es enemigo del César".
Al
oír estas palabras, Pilato sacó a Jesús y lo sentó en el tribunal, en el sitio
que llaman "el Enlosado" (en hebreo Gábbata). Era el día de la
preparación de la Pascua, hacia el mediodía. Y dijo Pilato a los judíos:
"Aquí
tienen a su rey".
Ellos
gritaron:
"¡Fuera,
fuera! ¡Crucificalo!"
Pilato
les dijo:
"¿A
su rey voy a crucificar?"
Contestaron
los sumos sacerdotes: "No tenemos más rey que el César".
Entonces
se lo entregó para que lo crucificaran.
Crucificaron
a Jesús, y con Él a otros dos
Tomaron
a Jesús, y Él, cargando con la cruz, se dirigió hacia el sitio llamado "la
Calavera" (que en hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron, y con Él
a otros dos, uno de cada lado, y en medio Jesús. Pilato mandó escribir un
letrero y ponerlo encima de la cruz; en él estaba escrito: "Jesús el
nazareno, el rey de los judíos". Leyeron el letrero muchos judíos, porque
estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo,
latín y griego. Entonces los sumos sacerdotes de los judíos le dijeron a Pilato:
S
"No
escribas: "El rey de los judíos", sino: "Éste ha dicho: Soy rey
de los judíos".
Pilato
les contestó:
"Lo
escrito, escrito está".
Se
repartieron mi ropa
Cuando
crucificaron a Jesús, los soldados cogieron su ropa e hicieron cuatro partes,
una para cada soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura,
tejida toda de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron:
"No
la rasguemos, sino echemos suertes para ver a quién le toca".
Así
se cumplió lo que dice la Escritura: Se repartieron mi ropa y echaron a suerte
mi túnica. Y eso hicieron los soldados.
Ahí
está tu hijo-Ahí está tu madre
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, Maria la de
Cleofás, y Maria Magdalena. Al ver a su madre y junto a ella al discípulo que tanto
quería, Jesús dijo a su madre:
"Mujer,
ahí está tu hijo".
Luego
dijo al discípulo:
"Ahí
está tu madre".
Y
desde aquella hora el discípulo se la llevó a vivir con él.
Todo
está cumplido
Después
de esto, sabiendo Jesús que todo había llegado a su término, para que se
cumpliera la Escritura dijo:
"Tengo
sed".
Había
allí un jarro lleno de vinagre. Los soldados sujetaron una esponja empapada en
vinagre a una caña de hisopo y se la acercaron a la boca. Jesús probó el
vinagre y dijo:
"Todo
está cumplido".
E
inclinando la cabeza, entregó el espíritu.
Aquí
se arrodillan todos y se hace una breve pausa.
Inmediatamente
salió sangre y agua
Entonces,
los judíos, como era el día de la preparación de la Pascua, para que los
cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel
sábado era un día muy solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas
y los quitaran de la cruz. Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno
y luego al otro de los que habían sido crucificados con Él. Pero al llegar a
Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de
los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre
y agua.
El
que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y Él sabe que dice
la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera
lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la
Escritura dice: Mirarán al que traspasaron.
Vendaron
el cuerpo de Jesús y lo perfumaron
Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero oculto por miedo a
los judíos, pidió a Pilato que lo dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato
lo autorizó. Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nicodemo, el
que había ido a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mezcla de mirra
y áloe.
Tomaron
el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con esos aromas, según se
acostumbra enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo
crucificaron, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido
enterrado todavía. Y como para los judíos era el día de la preparación de la
Pascua y el sepulcro estaba cerca, allí pusieron a Jesús.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
9.
Después de la lectura de la Pasión, se tiene, si parece oportuno, una breve
homilía, después de la cual el sacerdote puede exhortar a los fieles a orar
durante un breve espacio de tiempo.
ORACIÓN
UNIVERSAL
10.
La Liturgia de la Palabra se termina con la oración universal, que se hace de
esta manera: el diácono, junto al ambón, dice el invitatorio, en el cual se
expresa la intención. Enseguida oran todos en silencio durante un breve espacio
de tiempo y luego el sacerdote, de pie junto a la sedé o ante el altar, dice la
oración con las manos extendidas. Los fieles pueden permanecer arrodillados o
de pie durante todo el tiempo de las oraciones.
11.
Las Conferencias Episcopales pueden aprobar algunas aclamaciones del pueblo
antes de cada oración del sacerdote o disponer que se conserve la invitación
tradicional del diácono: "Arrodillémonos, Levantémonos" y la
costumbre de que los fieles se arrodillen en silencio durante la oración.
12.
Cuando hay una grave necesidad pública, el Ordinario del lugar puede permitir o
prescribir que se añada alguna intención especial.
13.
De las oraciones que se presentan en el Misal, el sacerdote puede escoger las
que sean más apropiadas para las circunstancias del lugar, cuidando, sin
embargo, de que se conserve la serie de intenciones establecidas para la oración
universal (Instrucción General del Misal Romano, n. 46).
I.
Por la santa Iglesia
Oremos,
queridos hermanos, por la santa Iglesia de Dios, para que nuestro Dios y Señor
le conceda la paz y la unidad, se digne protegerla en toda la tierra y nos
conceda glorificarlo, como Dios Padre omnipotente con una vida pacífica y
serena.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todo poderoso y
eterno, que en Cristo revelaste tu gloria a todas las naciones, conserva la
obra de tu misericordia, para que tu Iglesia, extendida por toda la tierra,
persevere con fe inquebrantable en la confesión de tu nombre. Por Jesucristo,
nuestro Señor. R. Amén.
II.
Por el Papa Oremos también por nuestro Santo Padre, el Papa N., para que Dios
nuestro Señor, que lo escogió para el orden de los obispos, lo conserve a salvo
y sin daño para bien de su santa Iglesia, a fin de que pueda gobernar al pueblo
santo de Dios.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios
todopoderoso y eterno, cuya sabiduría gobierna el universo, atiende
favorablemente nuestras súplicas y protege con tu amor al Papa que nos diste,
para que el pueblo cristiano, que tú mismo pastoreas, progrese bajo su cuidado
en la firmeza de su fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
III.
Por el pueblo de Dios y sus ministros Oremos también por nuestro obispo N., por
todos los obispos, presbíteros y diáconos de la Iglesia, y por todo el pueblo
santo de Dios.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios
todopoderoso y eterno, que con tu Espíritu santificas y gobiernas a toda la
Iglesia, escucha nuestras súplicas por tus ministros, para que, con la ayuda de
tu gracia, te sirvan con fidelidad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
IV.
Por los catecúmenos
Oremos
también por los (nuestros) catecúmenos, para que Dios nuestro Señor abra los
oídos de sus corazones y les manifieste su misericordia, y para que, mediante
el bautismo, se les perdonen todos sus pecados y queden incorporados a Cristo,
Señor nuestro.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios
todo poderoso y eterno, que sin cesar concedes nuevos hijos a tu Iglesia,
acreciente la fe y el conocimiento a los (nuestros) catecúmenos, para que,
renacido en la fuente bautismal, los cuentes entre tus hijos de adopción. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
V.
Por la unidad de los cristianos
Oremos
también por todos los hermanos que creen en Cristo, para que Dios nuestro Señor
se digne congregar y custodiar en la única Iglesia a quienes procuran vivir en
la verdad.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, que reúnes a los que están dispersos y los mantienes en la unidad, mira
benignamente la grey de tu Hijo, para que, a cuantos están consagrados por el
único bautismo, también los una la integridad de la fe y los asocie el vínculo
de la caridad. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
VI.
Por los judíos
Oremos
también por los judíos, para que a quienes Dios nuestro Señor habló primero,
les conceda progresar continuamente en el amor de su nombre y en la fidelidad a
su alianza.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, que confiaste tus promesas a Abraham y a su descendencia, oye compasivo
los ruegos de tu Iglesia, para que el pueblo que adquiriste primero como tuyo,
merezca llegar a la plenitud de la redención. Por Jesucristo, nuestro Señor. R.
Amén.
VII.
Por los que no creen en Cristo
Oremos
también por los que no creen en Cristo, para que, iluminados por el Espíritu
Santo, puedan ellos encontrar el camino de la salvación.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, concede a quienes no creen en Cristo, que, caminando en tu presencia
con sinceridad de corazón, encuentren la verdad; y a nosotros concédenos crecer
en el amor mutuo y en el deseo de comprender mejor los misterios de tu vida, a
fin de que seamos testigos cada vez más auténticos de tu amor en el mundo. Por
Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
VIII.
Por los que no creen en Dios
Oremos
también por los que no conocen a Dios, para que, buscando con sinceridad lo que
es recto, merezcan llegar hasta Él.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, que creaste a todos los hombres para que deseándote te busquen, y para
que al encontrarte descansen en ti; concédenos que, en medio de las
dificultades de este mundo, al ver los signos de tu amor y el testimonio de las
buenas obras de los creyentes, todos los hombres se alegren al confesarte como
único Dios verdadero y Padre de todos. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
IX.
Por los gobernantes
Oremos
también por todos los gobernantes de las naciones, para que Dios nuestro Señor
guíe sus mentes y corazones, según su voluntad providente, hacia la paz
verdadera y la libertad de todos.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote: Dios todopoderoso y
eterno, en cuyas manos están los corazones de los hombres y los derechos de las
naciones, mira con bondad a nuestros gobernantes, para que, con tu ayuda, se
afiance en toda la tierra un auténtico progreso social, una paz duradera y una
verdadera libertad religiosa. Por Jesucristo, nuestro Señor. R. Amén.
X
Por los que se encuentran en alguna tribulación Oremos, hermanos muy queridos,
a Dios Padre todopoderoso, para que libre al mundo de todos sus errores, aleje
las enfermedades, alimente a los que tienen hambre, libere a los encarcelados y
haga justicia a los oprimidos, conceda seguridad a los que viajan, un buen
retorno a los que se hallan lejos del hogar, la salud a los enfermos y la
salvación a los moribundos.
Se
ora un momento en silencio. Luego prosigue el sacerdote:
Dios
todopoderoso y eterno, consuelo de los afligidos y fortaleza de los que sufren,
escucha a los que te invocan en su tribulación, para que todos experimenten en
sus necesidades la alegría de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
R. Amén.
Segunda
parte
ADORACIÓN DE LA SANTA
CRUZ
14.
Terminada la oración universal, se hace la adoración solemne de la santa Cruz.
De las dos formas que se proponen a continuación para el descubrimiento de la
cruz, elíjase la que se juzgue más apropiada pastoralmente, de acuerdo con las
circunstancias.
Primera
forma de mostrar la santa Cruz
15.
Se lleva al altar la cruz, cubierta con un velo y acompañada por dos acólitos
con velas encendidas.
El
sacerdote, de pie ante el altar, recibe la cruz, descubre un poco su extremo
superior, la eleva y comienza a cantar el invitatorio "Mirad el árbol de
la Cruz", cuyo canto prosigue juntamente con los ministros sagrados o, si
es necesario, con el coro. Todos responden: "Venid y adoremos".
Terminado
el canto, todos se arrodillan y adoran en silencio, durante algunos instantes,
la cruz que el sacerdote, de pie, mantiene en alto.
Enseguida
el sacerdote descubre el brazo derecho de la cruz y, elevándola de nuevo,
comienza a cantar (en el mismo tono que antes) el invitatorio "Mirad el
árbol de la Cruz", y se prosigue como la primera vez.
Finalmente
descubre por completo la cruz y, volviéndola a elevar, comienza por tercera vez
el invitatorio "Mirad el árbol de la Cruz", como la primera vez.
16.
Enseguida, acompañado por dos acólitos con velas encendidas, el sacerdote lleva
la cruz a la entrada del presbiterio o a otro sitio adecuado y la coloca ahí, o
la entrega a los ministros o acólitos para que la sostengan, y se colocan las
dos velas encendidas a los lados de la cruz.
Se
hace luego la adoración de la santa Cruz como se indica más adelante, en el
número 18.
Segunda
forma de mostrar la santa Cruz
17.
El sacerdote, el diácono u otro ministro idóneo, va a la puerta del templo
juntamente con los acólitos. Ahí recibe la cruz ya descubierta. Los acólitos
toman los ciriales encendidos, y todos avanzan en forma de procesión hacia el
presbiterio a través del templo.
Cerca
de la puerta del templo, el que lleva la cruz la levanta y canta el invitatorio
"Mirad el árbol de la Cruz". Todos responden: "Venid y
adoremos" y se arrodillan después de la respuesta, adorando un momento en
silencio. Esto mismo se repite a la mitad de la iglesia y a la entrada del
presbiterio. (El invitatorio se canta las tres veces en el mismo tono).
Enseguida
se coloca la cruz a la entrada del presbiterio y se ponen a sus lados los
ciriales, como se indica en el número 16.
INVITATORIO
AL PRESENTAR LA SANTA CRUZ
V.
Mirad el árbol de la Cruz donde estuvo clavado Cristo, el Salvador del mundo.
R/.
Venid y adoremos.
ADORACIÓN DE LA SANTA
CRUZ
18.
El sacerdote, el clero y los fieles se acercan procesionalmente y adoran la
cruz, haciendo delante de ella una genuflexión simple o algún otro signo de
veneración (como el de besarla), según la costumbre de la región.
Mientras
tanto, se canta la antífona "Tu Cruz adoramos", los Improperios, u
otros cánticos apropiados. Todos, conforme van terminando de adorar la cruz,
regresan a su lugar y se sientan.
19.
Expóngase solamente una cruz a la adoración de los fieles. Si por el gran
número de asistentes no todos pudieren acercarse, el sacerdote, después de que
una parte de los fieles haya hecho la adoración, toma la cruz y, de pie ante el
altar, invita a todo el pueblo, con breves palabras, a adorar la santa Cruz.
Luego la levanta en alto por un momento, para que los fieles la adoren en
silencio.
20.
Terminada la adoración, la cruz es llevada al altar y puesta en su lugar. Los
ciriales encendidos son colocados a los lados del altar o junto a la cruz.
CANTOS
PARA LA ADORACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Las
partes que corresponden al primer coro, se indican con el número 1; las que
corresponden al segundo, con el número 2; las que deben cantarse juntamente por
los dos coros, con los números 1 y 2.
1
y 2. ANTÍFONA
Tu
Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del
árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero.
1.
SALMO 66, 2
Que
el Señor se apiade de nosotros y nos bendiga, que nos muestre su rostro
radiante y misericordioso.
1
y 2. ANTÍFONA
Tu
Cruz adoramos, Señor, y tu santa resurrección alabamos y glorificamos, pues del
árbol de la Cruz ha venido la alegría al mundo entero.
IMPROPERIOS
I
1
y 2. Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido?
Respóndeme.
1.
¿Porque yo te saqué de Egipto, tú le has preparado una cruz a tu Salvador?
2.
Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido? Respóndeme.
1.
Sanctus Deus. 2. Santo Dios.
1.
Sanctus fortis. 2. Santo fuerte.
1.
Sanctus immortalis, 2. Santo inmortal,
miserere
nobis. ten piedad de nosotros.
1
y 2. ¿Porque yo te guié cuarenta años por el desierto, te alimenté con el maná
y te introduje en una tierra fértil, tú le preparaste una cruz a tu Salvador?
Sanctus Deus, etcétera.
1
y 2. ¿Qué más pude hacer, o qué dejé sin hacer por ti? Yo mismo te elegí y te
planté, hermosa viña mía, pero tú te has vuelto áspera y amarga conmigo, porque
en mi sed me diste de beber vinagre y has plantado una lanza en el costado a tu
Salvador. Sanctus Deus, etcétera.
IMPROPERIOS
II
1.
Por ti yo azoté a Egipto y a sus primogénitos y tú me has entregado para que me
azoten.
2.
R/. Pueblo mío, ¿qué mal te he causado, o en qué cosa te he ofendido?
Respóndeme.
1.
Yo te saqué de Egipto y te libré del faraón en el Mar Rojo, y tú me has
entregado a los sumos sacerdotes. 2. R/.
1.
Yo te abrí camino por el mar, y tú me has abierto el costado con tu lanza. 2.
R/.
1.
Yo te serví de guía con una columna de nubes y tú me has conducido al pretorio
de Pilato. 2. R/.
1.
Yo te di de comer maná en el desierto y tú me has dado de bofetadas y de
azotes. 2. R/.
1.
Yo te di a beber el agua salvadora que brotó de la peña y tú me has dado a
beber hiel y vinagre. 2. R/.
1.
Por ti yo herí a los reyes cananeos y tú, con una caña, me has herido en la
cabeza. 2. R/.
1.
Yo puse en tus manos un cetro real y tú me has puesto en la cabeza una corona
de espinas. 2. R/.
1.
Yo te exalté con mi omnipotencia y tú me has hecho subir a la deshonra de la
Cruz. 2. R/.
HIMNO
Después
de cada estrofa, se van diciendo alternados los versos R. 1 y R.2.
R.
1. Cruz amable y redentora,
árbol
noble, espléndido.
Ningún
árbol fue tan rico,
ni
en sus frutos ni en su flor.
Cuando
Adán, movido a engaño,
comió
el fruto del Edén,
el
Creador, compadecido,
desde
entonces decretó
que
un árbol nos devolviera
lo
que un árbol nos quitó.
R.
2. Dulce leño, dulces clavos,
dulce
el fruto que nos dio.
Quiso,
con sus propias armas,
vencer
Dios al seductor,
la
sabiduría a la astucia
fiero
duelo le aceptó,
para
hacer surgir la vida
donde
la muerte brotó. R. 1
Cuando
el tiempo hubo llegado,
el
Eterno nos envió
a
su Hijo desde el cielo,
Dios
eterno como Él,
que
en el seno de una Virgen
carne
humana revistió. R. 1
Ya
se enfrenta a las injurias,
a
los golpes y al rencor,
ya
la sangre está brotando
de
la fuente de salud.
En
qué río tan divino
se
ha lavado la creación. R. 1
Árbol
santo, cruz excelsa,
tu
dureza ablanda ya,
que
tus ramas se dobleguen
al
morir el Redentor
y
en tu tronco, suavizado,
lo
sostengas con piedad. R. 2
Feliz
puerto preparaste
para
el mundo náufrago
y
el rescate presentaste
para
nuestra redención,
pues
la Sangre del Cordero
en
tus brazos se ofrendó. R. 1
Conclusión
que nunca
debe
omitirse:
Elevemos
jubilosos
a
la augusta Trinidad
nuestra
gratitud inmensa
por
su amor y redención,
al
eterno Padre, al Hijo,
y
al Espíritu de amor. Amén.
Tercera
parte
SAGRADA COMUNIÓN
21.
Se extiende un mantel sobre el altar y se pone sobre él un corporal y el libro.
Enseguida el diácono o, en su defecto, el mismo sacerdote, trae el Santísimo
Sacramento del lugar del depósito directamente al altar, mientras todos
permanecen de pie y en silencio. Dos acólitos, con candelabros encendidos,
acompañan al Santísimo Sacramento y depositan luego los candelabros a los lados
del altar o sobre él.
22.
Después de que el diácono ha depositado el Santísimo Sacramento sobre el altar
y ha descubierto el copón, se acerca el sacerdote y, previa genuflexión, sube
al altar. Ahí, teniendo las manos juntas, dice con voz clara:
Fieles
a la recomendación del Salvador, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos
a decir:
El
sacerdote, con las manos extendidas, dice junto con el pueblo:
Padre
nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu
reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan
de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los
que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.
El
sacerdote, con las manos extendidas, prosigue él solo en voz alta:
Líbranos
de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que,
ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de
toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo.
Junta
las manos. El pueblo concluye la oración, aclamando:
Tuyo
es el reino, tuyo el poder y la gloria por siempre, Señor.
23.
A continuación el sacerdote, con las manos juntas, dice en secreto:
Señor
Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo no sea para mí un motivo de juicio y
condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y
cuerpo y como remedio saludable.
24.
Enseguida hace genuflexión, toma una partícula, la mantiene un poco elevada
sobre el pixis y dice en voz alta de cara al pueblo:
Éste
es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a
la cena del Señor.
Y,
juntamente con el pueblo, añade una sola vez:
Señor,
no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para
sanarme.
Luego,
comulga reverentemente el Cuerpo de Cristo.
25.
Después distribuye la Comunión a los fieles. Durante la Comunión se pueden
entonar cantos apropiados.
26.
Acabada la Comunión, un ministro idóneo lleva el pixis a algún lugar
especialmente preparado fuera de la iglesia, o bien, si lo exigen las
circunstancias, lo reserva en el sagrario.
27.
Después el sacerdote, guardado si lo cree oportuno un breve silencio, dice la
siguiente oración:
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Oremos.
Dios todopoderoso y eterno, que nos has redimido con la gloriosa muerte y
resurrección de Jesucristo, por medio de nuestra participación en este
sacramento prosigue en nosotros la obra de tu amor y ayúdanos a vivir
entregados siempre a tu servicio. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amén.
28.
Como despedida, el sacerdote, de pie y vuelto hacia el pueblo, extendiendo las
manos sobre él, dice la siguiente oración:
ORACIÓN
SOBRE EL PUEBLO
Envía,
Señor, tu bendición sobre estos fieles tuyos que han conmemorado la muerte de
tu Hijo y esperan resucitar con él; concédeles tu perdón y tu consuelo,
fortalece su fe y condúcelos a su eterna salvación. Por Jesucristo, nuestro
Señor. R/. Amén.
Y
todos se retiran en silencio. A su debido tiempo se desnuda el altar.
29.
Los que asistieron a esta solemne acción litúrgica de la tarde, no están
obligados a rezar Vísperas.
REFLEXIÓN DEL PADRE RAINIERO
CANTALAMESSA EN LA CELEBRACION DE LA PASION DEL SEÑOR PRESIDIDA POR EL PAPA FRANCISCO.
Viernes 18 de Abril de 2014
Reflexión
completa del Padre Rainiero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia
«ESTABA
TAMBIÉN CON ELLOS JUDAS, EL TRAIDOR»
Dentro
de la historia divino-humana de la pasión de Jesús hay muchas pequeñas
historias de hombres y de mujeres que han entrado en el radio de su luz o de su
sombra. La más trágica de ellas es la de Judas Iscariote. Es uno de los pocos
hechos atestiguados, con igual relieve, por los cuatro evangelios y por el
resto del Nuevo Testamento. La primitiva comunidad cristiana reflexionó mucho
sobre el asunto y nosotros haríamos mal a no hacer lo mismo. Tiene mucho que
decirnos.
Judas
fue elegido desde la primera hora para ser uno de los doce. Al insertar su
nombre en la lista de los apóstoles, el 'evangelista Lucas escribe: «Judas
Iscariote que se convirtió (egeneto) en el traidor» (Lc 6, 16). Por lo tanto,
Judas no había nacido traidor y no lo era en el momento de ser elegido por
Jesús; ¡llegó a serlo! Estamos ante uno de los dramas más sombríos de la
libertad humana.
¿Por
qué llegó a serlo? En años no lejanos, cuando estaba de moda la tesis del Jesús
«revolucionario», se trató de dar a su gesto motivaciones ideales. Alguien vio
en su sobrenombre de «Iscariote» una deformación de «sicariote», es decir,
perteneciente al grupo de los zelotas extremistas que actuaban como «sicarios»
contra los romanos; otros pensaron que Judas estaba decepcionado por la manera
en que Jesús llevaba adelante su idea de «reino de Dios» y que quería forzarle
para que actuara también en el plano político contra los paganos. Es el Judas
del célebre musical «Jesucristo Superstar» y de otros espectáculos y novelas
recientes. Un Judas que se aproxima a otro célebre traidor del propio
bienhechor: ¡Bruto que mató a Julio César para salvar la República!
Son
todas construcciones que se deben respetar cuando revisten alguna dignidad
literaria o artística, pero no tienen ningún fundamento histórico. Los
evangelios —las únicas fuentes fiables que tenemos sobre el personaje— hablan
de un motivo mucho más a ras de tierra: el dinero. A Judas se le confió la
bolsa común del grupo; con ocasión de la unción de Betania había protestado contra
el despilfarro del perfume preciosos derramado por María sobre los pies de
Jesús, no porque le importaran de pobres —hace notar Juan—, sino porque
"era un ladrón y, puesto que tenía la caja, cogía lo que echaban dentro»
(Jn 12,6). Su propuesta a los jefes de los sacerdotes es explícita: «¿Cuanto
estáis dispuestos a darme, si os lo entrego? Y ellos fijaron treinta siclos de
plata» (Mt 26, 15).
Pero
¿por qué extrañarse de esta explicación y encontrarla demasiado banal? ¿Acaso
no ha sido casi siempre así en la historia y no es todavía hoy así? Mammona, el
dinero, no es uno de tantos ídolos; es el ídolo por antonomasia; literalmente,
«el ídolo de metal fundido» (cf. Éx 34,17). Y se entiende el porqué. ¿Quién es,
objetivamente, si no subjetivamente (es decir en los hechos, no en las
intenciones), el verdadero enemigo, el competidor de Dios, en este mundo?
¿Satanás? Pero ningún hombre decide servir, sin motivo, a Satanás. Quién lo
hace, lo hace porque cree obtener de él algún poder o algún beneficio temporal.
Jesús nos dice claramente quién es, en los hechos, el otro amo, al anti-Dios:
«Nadie puede servir a dos amos: no podéis servir a Dios y a Mammona» (Mt 6,24).
El dinero es el «Dios visible», a diferencia del Dios verdadero que es
invisible.
Mammona
es el anti-dios porque crea un universo espiritual alternativo, cambia el
objeto a las virtudes teologales. Fe, esperanza y caridad ya no se ponen en
Dios, sino en el dinero. Se opera una siniestra inversión de todos los valores.
«Todo es posible para el que cree», dice la Escritura (Mc 9,23); pero el mundo
dice: «Todo es posible para quien tiene dinero». Y, en un cierto nivel, todos
los hechos parecen darle la razón.
«El
apego al dinero —dice la Escritura— es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10).
Detrás de cada mal de nuestra sociedad está el dinero o, al menos, está también
el dinero. Es el Moloch de bíblica memoria, al que se le inmolaban jóvenes y
niñas (cf. Jer 32,35), o el dios Azteca, al que había que ofrecer diariamente
un cierto número de corazones humanos. ¿Qué hay detrás del comercio de la droga
que destruye tantas vidas humanas, detrás del fenómeno de la mafia y de la
camorra, la corrupción política, la fabricación y el comercio de armas, e
incluso —cosa que resulta horrible decir— a la venta de órganos humanos
extirpados a niños? Y la crisis financiera que el mundo ha atravesado y este
país aún está atravesando, ¿no es debida en buena parte a la «detestable
codicia de dinero», la auri sagrada fames, por parte de algunos pocos? Judas
empezó sustrayendo algún dinero de la caja común. ¿No dice esto nada a algunos
administradores del dinero público?
Pero,
sin pensar en estos modos criminales de acumular dinero, ¿no es ya escandaloso
que algunos perciban sueldos y pensiones cien veces superiores a los de quienes
trabajan en sus dependencias y que levanten la voz en cuanto se apunta la
posibilidad de tener que renunciar a algo, de cara a una mayor justicia social?
En
los años 70 y 80, para explicar, en Italia, los repentinos cambios políticos,
los juegos ocultos de poder, el terrorismo y los misterios de todo tipo que
afligían a la convivencia civil, se fue afirmando la idea, casi mítica, la
existencia de un «gran Anciano»: un personaje espabiladísmo y poderoso, que por
detrás de los bastidores habría movido fila los hilos de todo, para fines que
sólo él conocía. Este «gran Anciano» existe realmente, no es un mito; ¡se llama
Dinero!
Como
todos los ídolos, el dinero es «falso y mentiroso»: promete la seguridad y, sin
embargo, la quita; promete libertad y, en cambio, la destruye. San Francisco de
Asís describe, con una severidad inusual en él, el final de una persona que
vivió sólo para aumentar su «capital». Se aproxima la muerte; se hace venir al
sacerdote. Éste pide al moribundo: «¿Quieres el perdón de todos tus pecados?» ,
y él responde que sí. Y el sacerdote: «Estás dispuesto a satisfacer los errores
cometidos, devolviendo las cosas que has estafado a otros?» Y él: «No puedo».
«¿Por qué no puedes?» «Porque ya he dejado todo en manos de mis parientes y amigos».
Y así él muere impenitente y apenas muerto los parientes y amigos dicen entre
sí: «¡Maldita alma la suya! Podía ganar más y dejárnoslo, y no lo ha
hecho!"
Cuántas
veces, en estos tiempos, hemos tenido que repensar ese grito dirigido por Jesús
al rico de la parábola que había almacenado bienes sin fin y se sentía al
seguro para el resto de la vida: «Insensato, esta misma noche se te pedirá el
alma; y lo que has preparado, ¿de quién será?» (Lc 12,20)! Hombres colocados en
puestos de responsabilidad que ya no sabían en qué banco o paraíso fiscal
almacenar los ingresos de su corrupción se encontraron en el banquillo de los
imputados, o en la celda de una prisión, precisamente cuando estaban para
decirse a sí mismos: «Ahora gózate, alma mía». ¿Para quién lo han hecho? ¿Valía
la pena? ¿Han hecho realmente el bien de los hijos y la familia, o del partido,
si es eso lo que buscaban? ¿O más bien se han arruinado a sí mismos y alos
demás?
La
traición de Judas continua en la historia y el traicionado es siempre él,
Jesús. Judas vendió al jefe, sus imitadores venden su cuerpo, porque los pobres
son miembros de Cristo, lo sepan o no. «Todo lo que hagáis con uno solo de
estos mis hermanos más pequeños, me lo habéis hecho a mí» (Mt 25,40). Pero la
traición de Judas no continúa sólo en los casos clamorosos que he mencionado.
Pensarlo sería cómodo para nosotros, pero no es así. Ha permanecido famosa la
homilía que tuvo en un Jueves Santo don Primo Mazzolari sobre «Nuestro hermano
Judas». "Dejad —decía a los pocos feligreses que tenía delante—, que yo
piense por un momento al Judas que tengo dentro de mí, al Judas que quizás
también vosotros tenéis dentro».
Se
puede traicionar a Jesús también por otros géneros de recompensa que no sean
los treinta denarios de plata. Traiciona a Cristo quien traiciona a su esposa o
a su marido. Traiciona a Jesús el ministro de Dios infiel a su estado, o quien,
en lugar de apacentar el rebaño que se la confiado se apacienta a sí mismo.
Traiciona a Jesús todo el que traiciona su conciencia. Puedo traicionarlo yo
también, en este momento —y la cosa me hace temblar— si mientras predico sobre
Judas me preocupo de la aprobación del auditorio más que de participar en la
inmensa pena del Salvador. Judas tenía un atenuante que yo no tengo. Él no
sabía quién era Jesús, lo consideraba sólo «un hombre justo»; no sabía que era
el hijo de Dios, como lo sabemos nosotros.
Como
cada año, en la inminencia de la Pascua, he querido escuchar de nuevo la
«Pasión según san Mateo», de Bach. Hay un detalle que cada vez me hace
estremecerme. En el anuncio de la traición de Judas, allí todos los apóstoles
preguntan a Jesús: «¿Acaso soy yo, Señor?» «Herr, bin ich’s?» Sin embargo,
antes de escuchar la respuesta de Cristo, anulando toda distancia entre
acontecimiento y su conmemoración, el compositor inserta una coral que comienza
así: «¡Soy yo, soy yo el traidor! ¡Yo debo hacer penitencia!», «Ich bin's, ich
sollte büßen». Como todas las corales de esa ópera, expresa los sentimientos
del pueblo que escucha; es una invitación para que también nosotros hagamos
nuestra confesión del pecado.
El
Evangelio describe el fin horrible de Judas: «Judas, que lo había traicionado,
viendo que Jesús había sido condenado, se arrepintió, y devolvió los treinta
siclos de plata a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: He
pecado, entregándoos sangre inocente. Pero ellos dijeron: ¿Qué nos importa?
Ocúpate tú. Y él, arrojados los siclos en el templo, se alejó y fue a ahocarse»
(Mt 27, 3-5). Pero no demos un juicio apresurado. Jesús nunca abandonó a Judas
y nadie sabe dónde cayó en el momento en que se lanzó desde el árbol con la
soga al cuello: si en las manos de Satanás o en las de Dios. ¿Quién puede decir
lo que pasó en su alma en esos últimos instantes? «Amigo», fue la última
palabra que le dirigió Jesús y él no podía haberla olvidado, como no podía
haber olvidado su mirada.
Es
cierto que, hablando de sus discípulos, al Padre Jesús había dicho de Judas: «Ninguno
de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición» (Jn 17,12), pero aquí,
como en tantos otros casos, él habla en la perspectiva del tiempo no de la
eternidad; la envergadura del hecho basta por sí sola, sin pensar en un fracaso
eterno, para explicar la otra tremenda palabra dicha de Judas: «Mejor hubiera
sido para ese hombre no haber nacido» (Mc 14,21). El destino eterno de la
criatura es un secreto inviolable de Dios. La Iglesia nos asegura que un hombre
o una mujer proclamados santos están en la bienaventuranza eterna; pero de
nadie sabe ella misma que esté en el infierno.
Dante
Alighieri, que, en la Divina Comedia, sitúa a Judas en lo profundo del
infierno, narra la conversión en el último instante de Manfredi, hijo de
Federico II y rey de Sicilia, al que todos en su tiempo consideraban condenado
porque murió excomulgado Herido de muerte en batalla, él confía al poeta que,
en el último instante de vida, se rindió llorando a quien «perdona de buen
grado» y desde el Purgatorio envía a la tierra este mensaje que vale también
para nosotros:
Abominables
mis pecados fueron
mas
tan gran brazo tiene la bondad
infinita,
que acoge a quien la implora .
He
aquí a lo que debe empujarnos la historia de nuestro hermano Judas: a rendirnos
a aquel que perdona gustosamente, a arrojarnos también nosotros en los brazos
abiertos del crucificado. Lo más grande en el asunto de Judas no es su
traición, sino la respuesta que Jesús da. Él sabía bien lo que estaba madurando
en el corazón de su discípulo; pero no lo expone, quiere darle la posibilidad
hasta el final de dar marcha atrás, casi lo protege. Sabe a lo que ha venido,
pero no rechaza, en el huerto de los olivos, su beso helado e incluso lo llama
amigo (Mt 26,50). Igual que buscó el rostro de Pedro tras la negación para
darle su perdón, ¡quién sabe como habrá buscado también el de Judas en algún
momento de su vía crucis! Cuando en la cruz reza: «Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen» (Lc 23,34), no excluye ciertamente de ellos a Judas.
¿Qué
haremos, pues, nosotros? ¿A quién seguiremos, a Judas o a Pedro? Pedro tuvo
remordimiento de lo que había hecho, pero también Judas tuvo remordimiento,
hasta el punto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!» y restituyó los
treinta denarios. ¿Dónde está, entonces, la diferencia? En una sola cosa: Pedro
tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no! El mayor pecado de
Judas no fue haber traicionado a Jesús, sino haber dudado de su misericordia.
Si
lo hemos imitado, quien más quien menos, en la traición, no lo imitemos en esta
falta de confianza suya en el perdón. Existe un sacramento en el que es posible
hacer una experiencia segura de la misericordia de Cristo: el sacramento de la
reconciliación. ¡Qué bello es este sacramento! Es dulce experimentar a Jesús
como maestro, como Señor, pero aún más dulce experimentarlo como Redentor: como
aquel que te saca fuera del abismo, como a Pedro del mar, que te toca, como
hizo con el leproso, y te dice: «¡Lo quiero, queda curado!» (Mt 8,3).
La
confesión nos permite experimentar sobre nosotros lo que la Iglesia canta la
noche de Pascua en el Exultet: «Oh, feliz culpa, que mereció tal Redentor!»
Jesús sabe hacer, de todas las culpas humanas, una vez que nos hemos
arrepentidos, «felices culpas», culpas que ya no se recuerdan si no por haber
sido ocasión de experiencia de misericordia y de ternura divinas!
Tengo
un deseo que hacerme y haceros a todos, Venerables Padres, hermanos y hermanas:
que la mañana de Pascua podamos levantarnos y oír resonar en nuestro corazón
las palabras de un gran converso de nuestro tiempo:
«Dios
mío, he resucitado y estoy aún contigo!
Dormía
y estaba tumbado como un muerto en la noche.
Dijiste:
«¡Hágase la luz! ¡Y yo me desperté como se lanza un grito! [...]
Padre
mío que me has generado antes de la aurora, estoy en tu presencia.
Mi
corazón está libre y la boca pelada, cuerpo y espíritu estoy en ayunas.
Estoy
absuelto de todos los pecados, que confesé uno a uno.
El
anillo nupcial está en mi dedo y mi rostro está limpio.
Soy
como un ser inocente en la gracia que me has concedido».
Este
puede hacer de nosotros la Pascua de Cristo.
REFLEXION
LOS GRITOS DE LA
PASIÓN
En
los relatos evangélicos sobre la pasión del Señor se habla varias veces de
gritos. A mí siempre me han impresionado los gritos de la pasión. Los gritos
airados de la muchedumbre que gritan pidiendo la muerte de Jesús y los gritos
casi ahogados de Cristo que grita desde la cruz, entregando su espíritu al
padre. ¿Por qué gritaban contra Cristo, pidiendo su muerte, aquellos judíos? El
profeta de Nazaret había pasado por la vida haciendo el bien, curando a los
enfermos, acogiendo a los pecadores, defendiendo a los marginados, dando de
comer a los hambrientos. ¿Por qué aquellos judíos, la gente, el pueblo, los
sacerdotes, los guardias, pedían a gritos la muerte de Jesús? Mucha gente
sencilla e ignorante lo haría, sin duda, instigados por sus autoridades
religiosas, a las que estaban acostumbrados a obedecer ciegamente. Pero otros
muchos lo hacían, sin duda, muy conscientemente. Las autoridades religiosas de
Jerusalén no podían tolerar que un profeta de Galilea viniera a la ciudad santa
a denunciar su corrupción y su hipocresía y que lo hiciera además como
mensajero e hijo del Dios altísimo. Querían que desapareciera de su vista, que
muriera, porque ponía al descubierto sus mentiras y sus intereses personales
más inconfesables. Lo hacían, en definitiva, por vanidad y por egoísmo. Otros
muchos, entre los que se encontraban seguramente algunos de los que unos días
antes habían gritado jubilosamente: “bendito el que viene en nombre del Señor”,
pedían ahora su muerte porque les había defraudado. Ellos esperaban que les iba
a librar del poder romano y que iba a hacer la revolución definitiva que
pondría en marcha la implantación de un verdadero reino de Israel, desde donde
su Dios gobernaría universal y gloriosamente a todas las naciones. Sí, con su
actitud mansa y humilde, este profeta de Galilea les había defraudado, porque
así no podría nunca vencer a las poderosas legiones romanas. Es decir, que unos
y otros habían querido usar a Jesús para satisfacer sus intereses personales
más egoístas. Seguramente, más de una vez nosotros hacemos lo mismo.
2.-
¿Y los gritos de Jesús? Es impresionante oír a Jesús gritando desde la cruz:
¡Padre, ¿por qué me has abandonado?! ¡Padre, perdónales porque no saben lo que
hacen!, ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! ¡¡Padre!! Sí, Jesús se
muestra en la cruz como verdaderamente hombre. ¡Tanta lucha, tanto esfuerzo,
para terminar así! Se muestra, a un mismo tiempo, como un hombre que se siente
humanamente fracasado, pero que, desde lo más profundo de su alma, sabe que
Dios es su padre y que le ama y que no puede abandonarle. No podemos minimizar
el dolor y la turbación que Jesús sintió en sus momentos finales. Jesús no
estaba haciendo teatro. Sentía de verdad lo que decía. Por eso, es tan
maravilloso su ejemplo para nosotros. En los momentos más terriblemente angustiosos
de su vida se entregó a la voluntad del Padre, a una voluntad que como hombre
no acababa de entender del todo, pero que como hijo, aceptaba con todo el amor
de su corazón. ¿No nos ha ocurrido también a nosotros alguna vez algo parecido?
No entendemos el proceder de Dios, ni en nuestra vida, ni en la vida de nuestra
familia, ni en el proceder de la sociedad y del mundo entero. Tenemos que pedir
a nuestro Padre Dios que llene nuestro corazón de todo el amor que su Hijo,
Jesús de Nazaret, vino a regalarnos con su vida, su pasión y su resurrección.
Gabriel
González del Estal
www
betania es
OTRO
MUNDO ES POSIBLE DESDE EL AMOR Y LA ENTREGA
1.-
Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del hombre. Es el
momento de reflexionar qué hizo Jesús por nosotros y qué hacemos nosotros por
El. El vino para ser Camino, Verdad y Vida. Sin embargo, nosotros, a menudo,
caminamos por nuestros caminos, nos creamos nuestras verdades y no dejamos que
El dé sentido a nuestra vida. Vino para darnos la vida y la salvación, como la
vid da la vida a los sarmientos (Jn 15, 1-6). Fue el Mesías prometido por Dios
a su pueblo. Pero fue también el "Siervo de Yahvé" que soportó
nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores. Jesús terminó clavado en la
cruz construida con la madera de un frío árbol, fue asesinado por su infinito
Amor a nosotros y por su obediencia a la voluntad del Padre. El canto del
Siervo de Yahvé es desgarrador: "maltratado voluntariamente se humillaba y
no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el
esquilador, enmudecía y no abría la boca". La cruz es símbolo de adhesión,
de confianza, de amor. Y, sin embargo, cuando somos incoherentes le matamos en
nuestro corazón....le entregamos como Judas, a cambio de unas pocas monedas sin
valor: egoísmo, comodidad, mediocridad, falta de confianza...). Nosotros
también decimos muchas veces ¡crucifícale!
2.-
Jesús nos sigue esperando. Unos brazos abiertos, un deseo de abrazar a todos
los hombres... Unos ojos cerrados, un deseo de no volver a ver la maldad de los
hombres... Una cabeza inclinada hacia delante para escucharnos siempre.... Unos
pies clavados esperando siempre... Un costado abierto, estrecho... porque sólo
pueden llegar al corazón de Cristo los que se hacen pequeños.
3.-
Jesús nos sigue invitando. "El que quiera venirse conmigo que se niegue a
sí mismo, cargue con su cruz y me siga" (Mc 8,34). Nos sigue invitando a
que no nos olvidemos de nosotros mismos y nos centremos en intentar hacer
felices a los demás, en que caminemos por sus caminos y no por los nuestros, en
dejar que se cumpla su plan en nosotros. Sólo respondiendo a la llamada que nos
hace a cada uno de nosotros descubriremos el verdadero sentido de la muerte de
Cristo e iremos preparando el camino para que el Señor resucite en nuestro
corazón hasta poder descubrir que la Resurrección convierte el árbol muerto de
la Cruz en símbolo de vida para siempre. En la muerte de Jesús en la Cruz se
nos muestra su fidelidad insobornable a Dios Padre. En la Cruz contemplamos al
testigo del amor y la misericordia de Dios. El crucificado es el que ha de
guiar nuestros pasos. Optemos por la Cruz de la vida. Optemos por ser
sarmientos de la vid verdadera. Olvidémonos de nosotros mismos. Carguemos con
nuestras pequeñas cruces....y sigamos su camino. El Papa Francisco nos señala
que el camino de la humildad, la austeridad y el desprendimiento de uno mismo
es lo que de verdad puede salvar a este mundo inmerso en la vorágine del
consumismo y del individualismo. Cristo con su muerte en la cruz nos enseña que
otro mundo es posible desde el amor y la entrega.
José
María Martín OSA
www
betania es
¡TODOS
CLAVADOS EN ELLA!
1.
Viernes Santo. El Señor no está sólo. Está acompañado de todas nuestras
miserias y deficiencias. ¡Cuánto peso hemos puesto sobre su cruz, cuando
delante de nosotros, ha pasado por la vía dolorosa.
¿Qué
ves, Señor, desde ahí arriba? ¡Veo el horizonte redentor! ¡Os veo a vosotros!
¡Veo a mi Padre!
¿Qué
nos dices, Señor, desde el azotea del mayor escándalo cometido hacia el hombre
más justo y bueno? ¡Os digo lo de siempre! ¡Os quiero! ¡Os amo! ¡Os perdono!
¡Dios, por mí, os recuperará definitivamente!
2.
Viernes Santo. El peso de nuestras faltas, es insensible en la mano de Jesús.
Paga un alto precio, su vida, pero lo hace consciente de su misión: vino para
rescatarnos y nos liberta en lucha con el mal, con la duda, con la noche
oscura, con el cáliz amargo…pero nos libera. Sólo quien se siente débil o
pecador es capaz de estremecerse ante la verdad de la cruz. Nuestras fragilidades
han hecho levantar en lo más alto del monte una cruz. Por nuestro amor muere el
Señor y lo hace, no postrado en un lecho, sino desgarrado en una cruz. ¿Puede
hacer alguien algo más por nosotros? Todos, por si lo hemos olvidado, somos
clavados –en el amor, por amor y con el amor de Jesús– en la cruz. Todos, con
Jesús, somos clavados en ella.
–
Jesús, a su paso por nosotros, también quiso recoger todas nuestras firmas
antes de subir a la cruz: se hico eco de las del rico y también de las del pobre.
Asumió la historia del enfermo y la del humillado. Se enteró de la situación de
la mujer pecadora. Nadie ni nada fue indiferente para El. ¡Todo por el mundo y por el hombre!
–
Jesús, en medio de la plaza de nuestra vida, puso una gran mesa. Una mesa en la
que hemos aprendido a ser hermanos; a perdonarnos; a rezar y a vivir con los
ojos mirando al cielo.
–
Jesús, antes de emprender su subida a la cruz, se ha preocupado de vivir con
nosotros, de compartir nuestra condición humana, de curar heridas, de poner
muchas cosas en su sitio y, a Dios, en el corazón de muchos de nosotros.
3.
Ahora no le queda sino ascender por aquellos que preferimos quedarnos en el
llano. Ser exaltado en un madero por aquellos que preferimos ser aplaudidos
desde mil palcos. Perdonar, por aquellos a los cuales nos cuesta torcer algo de
nosotros mismo.
¡Gracias,
Señor! Por subir, cuando nosotros no nos atrevernos
¡Gracias,
Señor! Por bajar, a esos infiernos a los que estábamos llamados
¡Gracias,
Señor! Porque, tus dolores, evitan los nuestros
¡Gracias,
Señor! Porque, sin conocer el pecado, cargas con los de todos nosotros
¡Gracias,
Señor! Porque pudiendo decir tanto, nos haces llegar escasas 7 palabras
¡Gracias,
Señor! En la cruz, sigues empeñado en regalarnos: una Madre y un amigo, María y
Juan
¡Gracias,
Señor! En la cruz, haces lo que siempre nos enseñaste, ¡Perdónales, no saben lo
que hacen!
¡Gracias,
Señor! En la cruz se funde la llave del infierno para que, ningún hombre, pueda
encontrarla
y
sólo se dé con la que abre las puertas del mismo cielo
¡Gracias,
Señor! Porque, desde la cruz, la cuerda que sobra es empleada para rescatarnos
y
no dejarnos abandonados a nuestra suerte
¡Gracias,
Señor! ¡Qué gran amor!
¡Qué
gigantesco amor cuando, además de ofrecerse, es colmo y el no va más
cuando
deja clavarse!
Déjanos,
Señor, por lo menos desde lejos acompañarte y, nunca olvidar, que por nosotros
Tú has sido clavado en esa cruz. Déjanos sentir, Señor, que todos somos
clavados –en tu amor, con tu amor y por tu amor– en ella.
No
estás solo, Señor.
Javier
Leoz
No hay comentarios:
Publicar un comentario