LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
VIERNES
11 DE ABRIL DE 2014
V
SEMANA DE CUARESMA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 30, 10. 16. 18)
Ten
piedad de mí, Señor, porque estoy en peligro, líbrame de los enemigos que me
persiguen; Señor, que no me decepcione yo de haberte invocado.
ORACIÓN
COLECTA
Perdona,
Señor, nuestras culpas y que tu amor y tu bondad nos libren del poder del
pecado, al que nos ha sometido nuestra debilidad. Por nuestro Señor
Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
El
Señor está a mi lado como guerrero poderoso.
DEL LIBRO DEL PROFETA
JEREMÍAS: 20, 10-13
En
aquel tiempo, dijo Jeremías: "Yo oía el cuchicheo de la gente que decía:
'Terror por todas partes. Denunciemos a Jeremías, vamos a denunciarlo'. Todos
los que eran mis amigos espiaban mis pasos, esperaban que tropezara y me
cayera, diciendo: 'Si se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos vengarnos
de él'.
Pero
el Señor, guerrero poderoso, está a mi lado; por eso mis perseguidores caerán
por tierra y no podrán conmigo; quedarán avergonzados de su fracaso y su
ignominia será eterna e inolvidable.
Señor
de los ejércitos, que pones a prueba al justo y conoces lo más profundo de los
corazones, haz que yo vea tu venganza contra ellos, porque a ti he encomendado
mi causa. Canten y alaben al Señor, porque Él ha salvado la vida de su pobre de
la mano de los malvados".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 17
R/.
Sálvame, Señor, en el peligro.
Yo
te amo, Señor, tú eres mi fuerza, el Dios que me protege y me libera. R/.
Tú
eres mi refugio, mi salvación, mi escudo, mi castillo. Cuando invoqué al Señor
de mi esperanza, al punto me libró de mi enemigo. R/.
Olas
mortales me cercaban, torrentes destructores me envolvían; me alcanzaban las
redes del abismo y me ataban los lazos de la muerte. R/.
En
el peligro invoqué al Señor, en mi angustia le grité a mi Dios; desde su
templo, Él escuchó mi voz y mi grito llegó a sus oídos. R/.
ACLAMACIÓN
(Cfr. Jn 6, 63. 68)
R/.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tus
palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna. R/.
Intentaron apoderarse
de Él, pero se les escapó de las manos.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 10, 31-42
En
aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos cogieron piedras para
apedrearlo. Jesús les dijo:
"He
realizado ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál de
ellas me quieren apedrear?"
Le
contestaron los judíos: "No te queremos apedrear por ninguna obra buena,
sino por blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes ser
Dios". Jesús les replicó:
"¿No
está escrito en su ley: Yo les he dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí
se llama dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la Escritura no
puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a quien el Padre consagró y envió al
mundo, me llaman blasfemo porque he dicho: 'Soy Hijo de Dios'? Si no hago las
obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí,
crean a las obras, para que puedan comprender que el Padre está en mí y yo en
el Padre". Trataron entonces de apoderarse de Él, pero se les escapó de
las manos.
Luego
regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan había bautizado en
un principio y se quedó allí. Muchos acudieron a Él y decían: "Juan no
hizo ningún signo; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad". Y
muchos creyeron en Él allí.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Que
tu ayuda, Padre misericordioso, nos haga dignos de acercarnos a tu altar, a fin
de que la asidua participación en este sacrificio nos obtenga la salvación.
Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I de la Pasión del Señor (p. 12).
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (1 P 2, 24)
En
su propio Cuerpo, Cristo subió nuestros pecados a la cruz para que, muertos a
nuestros pecados, empecemos una vida santa. En esta forma, por medio de sus
heridas, hemos sido curados.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que
la fuerza de este sacramento que nos une a ti, Señor, no nos abandone nunca y
aleje siempre de nosotros todo mal. Por Jesucristo, nuestro Señor
HOMILIA
DEL PAPA FRANCISCO
Viernes 11/04/2014
APRENDAMOS DEL EVANGELIO
A LUCHAR
CONTRA LAS TENTACIONES DEL DEMONIO
Lo afirmó el Papa
Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa
de Santa Marta. El Pontífice subrayó que todos somos tentados, porque el diablo
no quiere nuestra santidad. Y reafirmó que la vida cristiana es, precisamente,
una lucha contra el mal.
“La
vida de Jesús ha sido una lucha. Vino para vencer el mal, para vencer al
príncipe de este mundo, para vencer al demonio”. Con estas palabras el Papa
comenzó su homilía dedicada enteramente a la lucha contra el demonio. Una lucha
– dijo – que debe afrontar todo cristiano. Y subrayó que el demonio “tentó a
Jesús tantas veces, y Jesús sintió en su vida las tentaciones”, así como
“también las persecuciones”. A la vez que advirtió que nosotros, los
cristianos, “que queremos seguir Jesús”, “debemos conocer bien esta verdad”:
“También
nosotros somos tentados, también nosotros somos objeto del ataque del demonio,
porque el espíritu del mal no quiere nuestra santidad, no quiere el testimonio
cristiano, no quiere que seamos discípulos de Jesús. ¿Y cómo hace el espíritu
del mal para alejarnos del camino de Jesús con su tentación? La tentación del
demonio tiene tres características y nosotros debemos conocerlas para no caer
en las trampas. ¿Cómo hace el demonio para alejarnos del camino de Jesús? La
tentación comienza levemente, pero crece: siempre crece. Segundo, crece y
contagia a otro, se transmite a otro, trata de ser comunitaria. Y, al final,
para tranquilizar el alma, se justifica. Crece, contagia y se justifica”.
La
primera tentación de Jesús – observó Francisco – “casi siembra una seducción”:
el diablo dice a Jesús que se tire del Templo y así, sostiene el tentador,
“todos dirán: ‘¡He aquí el Mesías!’”. Es lo mismo que hizo con Adán y Eva: “Es
la seducción”. El diablo – dijo el Papa – “habla como si fuera un maestro
espiritual”. Y cuando la tentación “es rechazada”, entonces “crece: crece y
vuelve más fuerte”. Jesús – recordó el Santo Padre – “lo dice en el Evangelio
de Lucas: cuando el demonio es rechazado, gira y busca a algunos compañeros y
con esta banda, vuelve”. Por lo tanto, “crece también implicando a otros”. Así
sucedió con Jesús, “el demonio implica” a sus enemigos. Y lo que “parecía un
hilo de agua, un pequeño hilo de agua, tranquilo – explicó Francisco – se
convierte en una marea”.
La
tentación “crece, y contagia. Y al final, se justifica”. El Papa también
recordó que cuando Jesús predica en la Sinagoga, inmediatamente sus enemigos lo
disminuyen, diciendo: “Pero, ¡éste es el hijo de José, el carpintero, el hijo
de María! ¡Nunca fue a la universidad! Pero, ¿con qué autoridad habla? ¡No
estudió!”. La tentación – dijo Francisco – “implicó a todos contra Jesús”. Y el
punto más alto, “más fuerte de la justificación – añadió el Pontífice – es el
del sacerdote”, cuando dice: “¿No saben que es mejor que un hombre muera” para
salvar “al pueblo?”:
“Tenemos
una tentación que crece: crece y contagia a los demás. Pensemos en una
habladuría, por ejemplo: yo siento un poco de envidia por aquella persona, por
aquella otra, y antes tengo la envidia dentro, solo, y es necesario compartirla
y a va a lo de otra persona y dice: ‘¿Pero tú has visto a esa persona?’… y
trata de crecer y contagia a otro, a otro… Pero éste es el mecanismo de las
habladurías ¡y todos nosotros hemos sido tentados de caer en las habladurías!
Quizá alguno de ustedes no, si es santo, ¡pero también yo estoy tentado por las
habladurías! Esta es una tentación cotidiana. Comienza así, suavemente, como el
hilo de agua. Crece por contagio y, al final, se justifica”.
Estemos
atentos – dijo también el Papa – “cuando en nuestro corazón sentimos algo que
terminará por destruir” a las personas. “Estemos atentos – recalcó – porque si
no detenemos a tiempo ese hilo de agua, cuando crecerá y contagiará será una
marea tal que sólo nos conducirá a justificarnos mal, como se justificaron
estas personas”. Y afirmó que “es mejor que muera un hombre por el pueblo”:
“Todos
somos tentados, porque la ley de la vida espiritual, de nuestra vida cristiana,
es una lucha: una lucha. Porque el príncipe de este mundo – el diablo – no
quiere nuestra santidad, no quiere que nosotros sigamos a Cristo. Alguno de
ustedes, tal vez, no sé, podría decir: ‘Pero, Padre, ¡qué antiguo es usted:
hablar del diablo en el Siglo XXI!’. Pero ¡miren que el diablo existe! El
diablo existe. ¡También en el Siglo XXI! Y no debemos ser ingenuos, ¡eh!
Debemos aprender del Evangelio cómo se hace para luchar contra él”.
(María
Fernanda Bernasconi – RV).
Fuente:
Radio Vaticano.
REFLEXION
Jer. 20, 10-13. ¿Quién, viviendo con
lealtad su fe en Cristo y proclamando su Nombre a los demás, no sólo con las
palabras, sino con el testimonio de su misma vida, podrá verse libre de burlas,
de persecuciones y de amenazas de muerte? Sin embargo no podemos acobardarnos
ante las reacciones contrarias de quienes viven seguros en su poder, en sus
injusticias o en su economía. El Señor nos ha enviado a hacer un fuerte llamado
a la conversión, no sólo para que todos vuelvan a Él, sino para que, uniendo a
Él su vida, cada uno pueda volverse también hacia su prójimo con un corazón
misericordioso.
En
medio de todo lo que tengamos que padecer por el Evangelio aprendamos a poner
nuestra vida en manos de Dios, y Él será nuestro protector, defensa y
fortaleza. No pidamos para quienes nos maldicen o persiguen castigos ni venganzas;
pues son ellos, los pecadores quienes necesitan el perdón y la salvación que
nos viene de Dios y que nosotros, también pecadores, pero perdonados por Dios,
les proclamamos desde nuestras palabras, desde nuestras obras, desde nuestras
actitudes y desde nuestra vida misma.
Sal. 18 (17). Dios, por medio de
su Hijo, Cristo Jesús, se ha convertido para nosotros en nuestro poderoso
Salvador. Mediante su Muerte y Resurrección nosotros hemos sido liberados del
pecado y de la muerte. Hechos hijos de Dios estamos llamados a participar de la
vida eterna. Por eso, reconociendo que somos pecadores, si nuestra fe en Cristo
es sincera, sepamos acercarnos con plena confianza al trono de la gracia, a fin
de obtener misericordia y encontrar la gracia de un socorro oportuno.
Dios
no sólo quiere ser nuestro Salvador; quiere que su Iglesia sea también un signo
de su salvación para toda la humanidad. Por eso la Iglesia no sólo se contempla
a sí misma en una relación personalista con Dios, sino que vive de cara a la
humanidad, para trabajar constantemente por el bien de todos en todos los
niveles, hasta que todos logremos vivir unidos como hermanos y sepamos, ya no
destruirnos, sino amarnos conforme al mandato y ejemplo que hemos recibido del
Señor.
Jn. 10, 31-42. Jesús no pretende
llamarse Hijo de Dios; Él es Hijo de Dios no por sí mismo, sino porque todo lo
que Él es lo ha recibido del Padre. ¿Cómo negar esa realidad? Si alguien no lo
acepta así es más digno de lapidación que Aquel que, no sólo con sus palabras
sino también con sus obras, está dando a conocer su propia esencia divina. Si
Él negara lo que siempre ha sido sería un mentiroso.
La
Palabra dirigida a los Jueces del Antiguo Testamento hace que Dios los llame
"dioses", y la Palabra de Dios no puede anularse al respecto. Ellos
son de origen humano, santificados por la Palabra que se pronunció sobre ellos.
Pero Jesús es la Palabra misma, enviada al mundo; es Dios entre nosotros que ha
plantado su tienda de campaña en medio de la nuestra para hacernos también a
nosotros hijos de Dios. ¿Lo recibiremos, o también lo rechazaremos para
continuar en nuestras tinieblas de maldad y de muerte?
La
celebración de la Eucaristía nos une a Aquel que el Padre Dios consagró,
reservó para sí mismo, y envió al mundo para santificarlo, es decir, para
reservarlo para Sí mismo. Consagrado al Padre, Jesús, amorosamente fiel a su
voluntad, entrega su vida por nosotros para que seamos santos como Él es Santo.
El
Memorial de la Pascua de Cristo, que estamos celebrando, no sólo actualiza ese
Misterio del amor de Dios por nosotros, sino que nos compromete para que
también nosotros vivamos consagrados a Dios en favor del mundo.
Reconocemos
que somos pecadores, y que muchas veces también nosotros hemos cerrado nuestro
corazón a la presencia de Dios. Sin embargo ahora, ante Él, estamos dispuestos
a vivir en el mundo sin ser del mundo, y a trabajar para que todas las cosas
encuentren en Cristo su plenitud.
El
Señor nos consagra y nos envía como testigos suyos para que su Iglesia sea, en
nuestros tiempos, la Palabra que Dios sigue pronunciando para la salvación de
todos.
El
camino de la entrega de Cristo es el mismo camino de la entrega de su Iglesia.
A través de ella se continúa la presencia salvadora de Dios en el mundo. Esta es
nuestra gran responsabilidad. No estamos llamados para sentarnos en tronos de
gloria y dedicarnos a recibir honores de los demás. Nuestra vocación mira a
entregar nuestra vida para que los pecadores vuelvan a Dios, y para que vivamos
como hermanos en torno a nuestro único Dios y Padre.
Consagrados
a Dios, separados para Él, no vivimos fuera del mundo sino en él, debiendo ser
un auténtico fermento de santidad en el mundo. No amemos sólo de palabra, sino
en verdad y con las obras. No nos llamemos hijos de Dios; demostremos que lo
somos porque todo lo que hagamos sea el mejor lenguaje con el que demos a
conocer la realidad que no podemos negar: nuestro ser de hijos de Dios, no por
nosotros mismos, sino porque todo lo que somos es porque también lo hemos recibido
del Padre, gracias a nuestra fe y a nuestra unión a Cristo Jesús, su Hijo
amado.
Estando
a un paso de celebrar la Pascua abramos nuestro corazón al amor infinito de
Dios para que, perdonados de toda culpa, podamos ser un signo creíble de su
amor en medio de nuestros hermanos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de acoger a Cristo en nuestra vida. Sólo
mediante Él se podrá hacer realidad la santidad de vida en nosotros.
Permaneciendo en Él seamos los primeros en trabajar por la paz, y por una
convivencia más fraterna basada en el amor que procede de Dios. Amén. (Homilía católica).
REFLEXION:
LA CONDICIÓN DIVINA
Jr,
20, 10-13; Jn 10, 31-42
El
profeta Jeremías fue un acérrimo crítico de la idolatría, por eso sobrevendría
la destrucción contra Jerusalén. La descomposición del tejido social fraterno
iría rompiendo los vínculos de solidaridad e iría permeando una dinámica de
egoísmo y voracidad que volvería vulnerable a la ciudad a los ataques de las
naciones vecinas. Las relaciones idolátricas producen división y enfrentamiento
en la sociedad, porque impulsan a luchar de manera despiadada por los valores
individuales. El Señor Jesús reclama su condición de Hijo de Dios en el cuarto
Evangelio. La divinidad de Jesús no era una especie de resplandor visible en
torno a su cabeza, sino una serie de actitudes y obras que evidenciaban que su
corazón latía en consonancia con los intereses y designios de Dios.
Santos
San Estanislao de Cracovia, mártir; Felipe de Gortina,
obispo.
Beata Elena Guerra, fundadora.
Feria (Morado)
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