LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
JUEVES
03 DE ABRIL DE 2013
IV
SEMANA DE CUARESMA / A
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 104, 3-4)
Alégrese
el corazón de los que buscan al Señor. Busquen la ayuda del Señor; busquen
continuamente su presencia.
ORACIÓN
COLECTA
Padre
lleno de amor, que nos has concedido la gracia de purificarnos con el
arrepentimiento y de santificarnos haciendo el bien a los demás, ayúdanos a
permanecer fieles a tus mandamientos, para llegar bien dispuestos a las
festividades pascuales. Por nuestro Señor Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
No
castigues a tu pueblo por sus maldades.
DEL
LIBRO DEL ÉXODO: 32, 7-14
En
aquellos días, dijo el Señor a Moisés: "Anda, baja del monte, porque tu
pueblo, el que sacaste de Egipto, se ha pervertido. No tardaron en desviarse
del camino que yo les había señalado. Se han hecho un becerro de metal, se han
postrado ante él y le han ofrecido sacrificios y le han dicho: `Éste es tu
dios, Israel; es el que te sacó de Egipto' ".
El
Señor le dijo también a Moisés: "Veo que éste es un pueblo de cabeza dura.
Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos. De ti, en cambio,
haré un gran pueblo".
Moisés
trató de aplacar al Señor, su Dios, diciéndole: "¿Por qué ha de encenderse
tu ira, Señor, contra este pueblo que tú sacaste de Egipto con gran poder y
vigorosa mano? ¿Vas a dejar que digan los egipcios: los sacó con malas
intenciones, para hacerlos morir en las montañas y borrarlos de la superficie de
la tierra'? Apaga el ardor de tu ira, renuncia al mal con que has amenazado a
tu pueblo. Acuérdate de Abraham, de Isaac y de Jacob, siervos tuyos, a quienes
juraste por ti mismo, diciendo: 'Multiplicaré su descendencia como las
estrellas del cielo y les daré en posesión perpetua toda la tierra que les he
prometido' ". Y el Señor renunció al castigo con que había amenazado a su
pueblo.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL: Del salmo 105
R/.
Perdona, Señor, las culpas de tu pueblo.
En
el Horeb hicieron un becerro, un ídolo de oro, y lo adoraron. Cambiaron al Dios
que era su gloria por la imagen de un buey que come pasto. R/.
Se
olvidaron del Dios que los salvó, y que hizo portentos en Egipto, en la tierra
de Cam, mil maravillas, y en las aguas del Mar Rojo, sus prodigios. R/.
Por
eso hablaba Dios de aniquilarlos; pero Moisés, que era su elegido, se
interpuso, a fin de que, en su cólera, no fuera el Señor a destruirlos. R/.
ACLAMACIÓN
(Jn 3, 16) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tanto
amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en
Él tenga vida eterna. R/.
El
que los acusa es Moisés, en quien ustedes han puesto su esperanza.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 5, 31-47
En
aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Si yo diera testimonio de mí, mi
testimonio no tendría valor; otro es el que da testimonio de mí y yo bien sé
que ese testimonio que da de mí, es válido.
Ustedes
enviaron mensajeros a Juan el Bautista y él dio testimonio de la verdad. No es
que yo quiera apoyarme en el testimonio de un hombre. Si digo esto, es para que
ustedes se salven. Juan era la lámpara que ardía y brillaba, y ustedes
quisieron alegrarse un instante con su luz. Pero yo tengo un testimonio mejor
que el de Juan: las obras que el Padre me ha concedido realizar y que son las
que yo hago, dan testimonio de mí y me acreditan como enviado del Padre.
El
Padre, que me envió, ha dado testimonio de mí. Ustedes nunca han escuchado su
voz ni han visto su rostro, y su palabra no habita en ustedes, porque no le
creen al que él ha enviado.
Ustedes
estudian las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues bien,
ellas son las que dan testimonio de mí. ¡Y ustedes no quieren venir a mí para
tener vida! Yo no busco la gloria que viene de los hombres; es que los conozco
y sé que el amor de Dios no está en ellos. Yo he venido en nombre de mi Padre y
ustedes no me han recibido. Si otro viniera en nombre propio, a ése sí lo
recibirían. ¿Cómo va a ser posible que crean ustedes, que aspiran a recibir
gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que sólo viene de Dios?
No
piensen que yo los voy a acusar ante el Padre; ya hay alguien que los acusa:
Moisés, en quien ustedes tienen su esperanza. Si creyeran en Moisés, me
creerían a mí, porque él escribió acerca de mí. Pero, si no dan fe a sus
escritos, ¿cómo darán fe a mis palabras?"
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Tú,
que conoces nuestra fragilidad, concédenos, Señor, que el sacrificio que vamos
a ofrecerte nos purifique de nuestros pecados y nos proteja de todo mal. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I-V de Cuaresma.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Jr 31, 33)
Esto
dice el Señor: Pondré mi ley en lo más profundo de su ser y la escribiré en sus
corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor,
que esta comunión nos purifique de todas nuestras culpas y nos proteja del
pecado, para que gocemos de la plenitud salvadora de tu don. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
HOMILIA DEL PAPA
FRANCISCO
"La oración nos cambia el corazón.
Nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios"
03/04/2014.
La
oración es una lucha con Dios que debe librarse con libertad e insistencia,
como un diálogo sincero con un amigo. Esta oración cambia nuestro corazón,
porque nos hace conocer mejor cómo es Dios realmente. Es cuanto dijo en
síntesis el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la
Capilla de la Casa de Santa Marta.
El
Pontífice centró su homilía en el diálogo de Moisés con Dios en el Monte Sinaí.
Dios quiere castigar a su pueblo, porque se ha hecho un ídolo, el becerro de
oro. Moisés reza con fuerza al Señor para que cambie de idea: “Esta oración –
explicó Francisco – es una verdadera lucha con Dios. Una lucha del jefe del
pueblo para salvar a su pueblo, que es el pueblo de Dios.
Y
Moisés habla libremente ante el Señor y nos enseña cómo rezar, sin miedo,
libremente, y también con insistencia. Moisés insiste. Es valeroso. La oración
también debe ser “negociar con Dios”, llevando “argumentaciones”. Moisés, al
final, convence a Dios y la lectura dice que “el Señor se arrepintió del mal
que había amenazado hacer a su pueblo”. Y el Papa se preguntó: “¿Pero, quién ha
cambiado a quién? ¿Cambié el Señor? Yo credo que no”. Y dijo:
“El
que cambió fue Moisés, porque Moisés creía que el Señor habría hecho esto,
creía que el Señor habría destruido al pueblo, y recuerda qué bueno había sido
el Señor con su pueblo, cómo lo había liberado de la esclavitud de Egipto y
conducido con una promesa. Y con estas argumentaciones, trata de convencer a
Dios, pero en este proceso él vuelve a encontrar la memoria de su pueblo, y
encuentra la misericordia de Dios. Moisés, que tenía miedo, miedo de que Dios
hiciera esto, al final desciende del monte con algo grande en su corazón:
nuestro Dios es misericordioso. Sabe perdonar. Vuelve sobre sus decisiones. Es
un Padre”.
Todo
esto – observó el Papa – Moisés lo sabía, “pero lo sabía más o menos
oscuramente y en la oración lo reencuentra. Esto es lo que hace la oración en
nosotros: nos cambia el corazón”:
“La
oración nos cambia el corazón. Nos hace comprender mejor cómo es nuestro Dios.
Pero para esto es importante hablar con el Señor, no con palabras vacías. Jesús
dice: ‘Como hacen los paganos. No, no: hablar con la realidad: ‘Pero, mira,
Señor, que tengo este problema, en la familia, con mi hijo, con este, con el
otro… ¿Qué se puede hacer? ¡Pero mira que tú no me puedes dejar así!’. ¡Ésta es
la oración! ¿Pero tanto tiempo lleva esta oración? Sí, lleva tiempo”.
Es
el tiempo que necesitamos para conocer mejor a Dios, como se hace con un amigo,
porque Moisés – dice la Biblia – rezaba con el Señor como un amigo habla a otro
amigo:
“La
Biblia dice que Moisés hablaba cara a cara con el Señor, como con un amigo. Así
debe ser la oración: libre, insistente, con argumentaciones. Y también
reprochando un poco al Señor: ‘Pero, tú me has prometido esto, y esto no lo has
hecho…’, así, como se habla con un amigo. Abrir el corazón a esta oración.
Moisés bajó del monte fortalecido: ‘He conocido más al Señor’, y con esa fuerza
que le había dado la oración, retoma su trabajo de conducir al pueblo hacia la
Tierra prometida. Porque la oración fortalece: fortalece. Que el Señor nos dé a
todos nosotros la gracia, porque rezar es una gracia”.
“En
toda oración – recordó también el Santo Padre – está el Espíritu Santo”, “no se
puede rezar sin el Espíritu Santo. Es Él quien reza en nosotros, es Él quien
nos cambia el corazón, es Él quien nos enseña a llamar a Dios ‘Padre’. Pidamos
al Espíritu Santo – concluyó Francisco su homilía – que Él nos enseñe a rezar,
sí, como ha rezado Moisés, a negociar con Dios, con libertad de espíritu, con
coraje. Y que el Espíritu Santo, que siempre está presente en nuestra oración,
nos conduzca por este camino”.
(María
Fernanda Bernasconi – RV)
FUENTE:
RADIO VATICANO.
REFLEXION:
Ex.
32, 7, 14. En este relato, en el que se le atribuyen a Dios actitudes humanas,
contemplamos al Señor enojado por el pecado de idolatría del pueblo que camina
hacia la tierra prometida; y decide acabar con Él. Pide permiso a Moisés para
hacerlo, indicándole que hará de él un nuevo Abraham, pues de él hará un gran
pueblo. Moisés percibe una pequeña esperanza de salvación para el pueblo; él no
quiere que Dios cumpla con la promesa de hacerlo un gran pueblo a costa de la
muerte de toda esa comunidad. Por eso intercede por ellos pidiendo perdón y
dando razones, no tanto a favor del pueblo, sino a favor de Dios: Que su Nombre
no sea denigrado ante los egipcios y ante las demás naciones; que manifieste su
fidelidad, no a Moisés, sino a Abraham, Isaac y Jacob. Y Dios renunció al
castigo con que había amenazado a su pueblo.
También
en nuestro tiempo muchos han traicionado la alianza sellada con el Señor el día
del Bautismo, donde fuimos hechos hijos de Dios y, Dios, Padre nuestro. Le han
dado su corazón al becerro de oro, del placer o del poder y le han rendido
culto, dedicándole todos sus esfuerzos. No han puesto a Dios en el lugar que
sólo a Él le corresponde, y han luchado para que los demás les den culto y el
lugar que reclaman en su vida. Convertidos en dioses implacables luchan para
que los demás los reconozcan como los únicos que en todo tienen la razón, los
únicos capaces de darles la salvación. Y, puesto que no lo han hecho, la ira se
ha encendido en contra de ellos y los destruyen, los marginan y, en un montón
de cadáveres o de persecuciones y difamaciones, se levantan para que nadie ose
desconocerles su poder, su dignidad, pues, desequilibradamente, piensan haber
alcanzado al mismo Dios.
El
Señor nos da ejemplo del perdón y de la vocación que nos ha hecho para ayudar a
rectificar nuestros caminos y fortalecer a quienes, en su camino hacia la
Patria eterna, se han olvidado de su fe en el único Dios, y han desviado su
corazón para darle culto a lo pasajero o a sí mismos.
Sal.
106 (105) Hacemos un memorial de la bondad del Señor. En él recordamos que, a
pesar del gran amor de Dios hacia su pueblo, este no supo responderle; más bien
vivió en una continua rebeldía. Baste ver el acontecimiento del becerro de oro
con el que quisieron suplantar a Dios. El Señor, por eso, quería aniquilarlos.
Pero Moisés, siervo de Dios, se interpuso para que el Señor no los destruyera.
Notamos
el gran amor de Dios, amor que se convierte en misericordia, no haciéndolo
débil, sino haciéndolo como el guerrero que lucha para que, aquello que le
pertenece, no le sea arrebatado por los falsos dioses, finalmente, por la
serpiente antigua o Satanás, pecador y orgulloso desde el principio.
Nosotros
¿Hasta dónde somos capaces, como Moisés, de interceder por quienes han faltado,
tal vez gravemente en contra de Dios, de sí mismos, o de los demás? Nuestra
vocación mira a hacer el bien; pues el Señor nos envió, no a destruir, sino a
llamar a todos a la conversión.
Jn.
5, 31-47. Juan Bautista testifica que él no es el Mesías; que detrás de él
viene uno a quien Juan no merece, ni siquiera, desatarle la correa de sus
sandalia.
El
Padre Dios da un testimonio mejor que el de Juan a favor de Jesús: las obras
que Jesús realiza indican que el Padre le ha dado ese poder y está de su parte.
La Escritura, en la que se quiere encontrar la vida, conduce hacia Cristo, el
único capaz de dar vida eterna. A pesar de todos estos testimonios, quien
tienen duro el corazón como piedra, no será capaz de recibir la buena noticia
del amor de Dios para dejarla dar fruto.
La
falta de un amor verdadero a Cristo impide depositar en Él nuestra fe. Es
entonces cuando volvemos la mirada hacia los falsos dioses; e incluso nosotros
mismos nos sentamos en un trono de gloria para reclamar el ser glorificados por
los demás.
Creer
en Cristo Jesús es aceptar que el Padre Dios ha cumplido su promesa de
salvación; más aún, que reconocemos que en Cristo encontramos el único Camino
que nos conduce hacia Él. Jesús es el Enviado del Padre. Si dejamos de creer en
Él, perdemos la luz que ilumina nuestros pasos y nos conduce por el camino de
la salvación.
La
Eucaristía no sólo nos hace encontrarnos con Dios. En ella reconocemos al Señor
como el único que nos salva y nos conduce a la perfección en Dios.
No
sólo oramos con los labios y llamamos a Dios Señor. Antes que nada reconocemos
que en Cristo se nos ofrece la vida que procede de Dios. Entrar en comunión con
el Señor significa que aceptamos la oferta de Dios: su Vida y su Espíritu en
nosotros.
Aceptar
en la fe a Jesús como el enviado del Padre nos hace tenerlo como centro de
nuestra vida y punto de referencia para toda nuestra vida: Pensamientos,
palabras, actitudes y obras.
También
nosotros estamos llamados a ser un vivo testimonio del Señor en medio de
nuestros hermanos.
No
podemos postrarnos ante falsos dioses; no podemos llamar dios nuestro a las
obras de nuestras manos. Más aún, no podemos nosotros convertirnos en un falso
dios para los demás.
Nuestra
vida, llena del Espíritu del Señor, ha de manifestarlo a Él y buscar sólo su
gloria. Quienes contemplen nuestras buenas obras no se inclinarán ante nosotros
sino ante el Padre de los cielos, para glorificar su Nombre.
No
podemos negar las egolatrías de muchos que sólo se buscan a sí mismos. Tampoco
podemos cerrar nuestros ojos ante la confianza que muchas veces nosotros mismos
hemos depositado en lo pasajero. En razón de este desorden hemos generado
muchas injusticias, persecuciones y muertes. Por eso el Señor, a quien
escuchamos con fe en su Palabra y a quien recibimos en la Eucaristía, ha de ser
nuestro único Dios, nuestro único Camino que nos conduzca al Padre y a la
comunión con Él. Sólo a partir de entonces el Señor no únicamente será nuestro
Dios, sino que además será quien haga de nosotros criaturas nuevas, que vivan
en el amor que procede de Él y que nos hace ser la lámpara que arde y brilla
para que los demás recuperen la paz y la alegría.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de tenerlo como nuestro único Dios; saber
escuchar su palabra y, con nuestras buenas obras, dar testimonio de que en
verdad el Señor habita, como único Dios en nuestro corazón y da testimonio, por
nuestras buenas obras, de que Él continúa haciendo el bien a todos los que lo
aman. Amén.
Homiliacatolica
REFLEXION:
UN LLAMADO A LA COMPASIÓN
Ex
32,7-14; Jn 5,31-47
El
conocido episodio del "becerro de oro" recoge la experiencia de la
idolatría. Israel quería manejar a Dios como si fuera un objeto, controlarlo en
una palabra, y por eso, los artesanos lo representaron en forma de un toro, que
simbolizaba la fuerza (los cuernos) y la fecundidad (los textos), encarnadas en
la productividad agrícola y la proliferación de los rebaños. El símbolo
escogido para representar a Dios no es casual, implica la veneración absoluta
de las riquezas, no por nada, se escoge el oro como material para hacer aquella
imagen. En el cierre del capítulo quinto de san Juan, Jesús argumenta a su
favor, mostrando que una serie de acciones testimonian y acreditan que es el
enviado del Padre. No es una conclusión vacía o gratuita: el proceder de Jesús
mejora la vida de los que se acercan a Él. (www misal com mx)
Santos
Ricardo de Wych, obispo; Luis Scrosoppi, fundador.
Beato
Pedro Eduardo Dankowsji, mártir.
Feria (Morado)
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