LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
17
DE ABRIL DE 2014
JUEVES
DE LA SEMANA SANTA
Misa vespertina de la
Cena del Señor
Según
una antiquísima tradición de la Iglesia, en este día se prohíben todas las
Misas sin asistencia del pueblo.
En
la tarde, a la hora más oportuna, se celebra la Misa de la Cena del Señor, con
la participación de toda la comunidad local y con la intervención, según su
propio oficio, de todos los sacerdotes y ministros.
Los
sacerdotes que hayan celebrado ya en la Misa del Santo Crisma o por alguna
razón pastoral, pueden concelebrar en la Misa vespertina. Donde lo pida el bien
de la comunidad, el Ordinario del lugar puede permitir que se celebre otra Misa
en la tarde en templos u oratorios públicos o semipúblicos; y en caso de
verdadera necesidad, aun en la mañana, pero solamente en favor de los fieles
que de ninguna manera puedan asistir a la Misa de la tarde. Téngase cuidado,
sin embargo, de que estas celebraciones no se hagan en provecho de personas particulares
y de que no sean en perjuicio de la asistencia a la Misa vespertina principal.
La sagrada Comunión se puede distribuir a los fieles sólo dentro de la Misa;
pero a los enfermos se les puede llevar a cualquier hora del día.
Los
fieles que hayan comulgado en la mañana en la Misa del Santo Crisma, pueden
comulgar de nuevo en la Misa de la tarde.
RITOS
INICIALES Y LITURGIA DE LA PALABRA
1.
El sagrario debe estar completamente vacío. Conságrense en esta Misa
suficientes hostias, de modo que alcancen para la Comunión del clero y del
pueblo, hoy y mañana.
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Cfr. Ga 6, 14)
Que
nuestro único orgullo sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en Él
tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por Él hemos sido salvados y
redimidos.
2.
Se dice Gloria. Mientras se canta este himno, se tocan las campanas. Terminado
el canto, las campanas no vuelven a tocarse hasta la Vigilia Pascual, a no ser
que la Conferencia Episcopal o el Ordinario dispongan otra cosa.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
nuestro, que nos has reunido para celebrar aquella Cena en la cual tu Hijo
único, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el sacrificio nuevo
y eterno, sacramento de su amor, concédenos alcanzar por la participación en
este sacramento, la plenitud del amor y de la vida. Por nuestro Señor
Jesucristo...
LITURGIA
DE LA PALABRA
Prescripciones
sobre la cena pascual.
DEL LIBRO DEL ÉXODO:
12, 1-8. 11-14
En
aquellos días, el Señor les dijo a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto:
"Este mes será para ustedes el primero de todos los meses y el principio
del año. Díganle a toda la comunidad de Israel: 'El día diez de este mes,
tomará cada uno un cordero por familia, uno por casa. Si la familia es
demasiado pequeña para comérselo, que se junte con los vecinos y elija un
cordero adecuado al número de personas y a la cantidad que cada cual pueda
comer. Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito.
Lo
guardarán hasta el día catorce del mes, cuando toda la comunidad de los hijos
de Israel lo inmolará al atardecer. Tomarán la sangre y rociarán las dos jambas
y el dintel de la puerta de la casa donde vayan a comer el cordero. Esa noche
comerán la carne, asada a fuego; comerán panes sin levadura y hierbas amargas.
Comerán así: con la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la
mano y a toda prisa, porque es la Pascua, es decir, el paso del Señor.
Yo
pasaré esa noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del
país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados. Castigaré a todos los
dioses de Egipto, yo, el Señor. La sangre les servirá de señal en las casas
donde habitan ustedes. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo y no habrá
entre ustedes plaga exterminadora, cuando hiera yo la tierra de Egipto.
Ese
día será para ustedes un memorial y lo celebrarán como fiesta en honor del
Señor. De generación en generación celebrarán esta festividad, como institución
perpetua"'.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL. Del salmo 115
R/.
Gracias, Señor, por tu sangre que nos lava.
¿Cómo
le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Levantaré el cáliz de
salvación e invocaré el nombre del Señor. R/.
A
los ojos del Señor es muy penoso que mueran sus amigos. De la muerte, Señor, me
has librado, a mí, tu esclavo e hijo de tu esclava. R/.
Te
ofreceré con gratitud un sacrificio e invocaré tu nombre. Cumpliré mis promesas
al Señor ante todo su pueblo. R/.
Cada
vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la muerte
del Señor.
DE LA PRIMERA CARTA
DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS: 11, 23-26
Hermanos:
Yo recibí del Señor lo mismo que les he trasmitido: que el Señor Jesús, la
noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, y pronunciando la
acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que se entrega
por ustedes. Hagan esto en memoria mía".
Lo
mismo hizo con el cáliz después de cenar, diciendo: "Este cáliz es la
nueva alianza que se sella con mi sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que
beban de él".
Por
eso, cada vez que ustedes comen de este pan y beben de este cáliz, proclaman la
muerte del Señor, hasta que vuelva. Palabra de Dios. Te alabamos, Señor.
ACLAMACIÓN
(Jn 13, 34) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Les
doy un mandamiento nuevo, dice el Señor, que se amen los unos a los otros, como
yo los he amado. R/.
Los
amó hasta el extremo
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 13, 1-15
Antes
de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de
este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los
amó hasta el extremo.
En
el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de
Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que
el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido
de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una
toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los
pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando
llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los
pies?" Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes
ahora, pero lo comprenderás más tarde". Pedro le dijo: "Tú no me
lavarás los pies jamás". Jesús le contestó: "Si no te lavo, no
tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón Pedro: "En ese caso,
Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza". Jesús le
dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque
todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos". Como sabía
quién lo iba a entregar, por eso dijo: 'No todos están limpios'.
Cuando
acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les
dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman
Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y
el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los
unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes,
también ustedes lo hagan".
Palabra
del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.
3.
En la homilía se exponen los grandes hechos que se recuerdan en esta Misa, es
decir, la institución de la Sagrada Eucaristía y del Orden Sacerdotal y el mandato
del Señor sobre la caridad fraterna. Después de la homilía, donde lo aconseje
el bien pastoral, se lleva a cabo el lavatorio de los pies.
LAVATORIO
DE LOS PIES
4.
Los varones designados para el rito van, acompañados por los ministros, a
ocupar los asientos preparados para ellos en un lugar visible.
El
celebrante, quitada la casulla si es necesario, se acerca a cada una de las
personas designadas y, con la ayuda de los ministros, les lava los pies y se
los seca.
5.
Mientras tanto, se canta alguna de las siguientes antífonas o algún canto
apropiado.
ANTÍFONA
PRIMERA (Cfr. Jn 13, 4. 5. 15)
El
Señor se levantó de la mesa, echó agua en un recipiente y se puso a lavar los
pies de sus discípulos para darles ejemplo.
ANTÍFONA
SEGUNDA (Jn 13, 6. 7. 8)
Señor,
¿pretendes tú, lavarme a mí los pies?
Jesús
le respondió:
Si no
te lavo los pies, no tendrás nada que ver conmigo.
V. Fue
Jesús hacia Simón Pedro y éste le dijo:
—
Señor...
V. Lo
que yo estoy haciendo, tú no lo entiendes ahora; lo entenderás más tarde.
—
Señor...
ANTÍFONA
TERCERA (Cfr. Jn 13, 14)
Si yo,
que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, ¡con cuánta mayor razón
ustedes deben lavarse los pies unos a otros!
ANTÍFONA
CUARTA (Jn 13, 35)
En
esto reconocerán todos que ustedes son mis discípulos: en que se amen los unos
a los otros.
V.
Jesús dice a sus discípulos:
—
En esto reconocerán todos...
ANTÍFONA
QUINTA (Jn 13, 34)
Este
nuevo mandamiento les doy: que se amen los unos a los otros, como yo los he
amado, dice el Señor.
ANTÍFONA
SEXTA (1 Co 13, 13)
Que
permanezcan en ustedes la fe, la esperanza y el amor; pero la mayor de estas
tres virtudes es el amor.
V.
Ahora tenemos la fe, la esperanza y el amor; pero la mayor de estas tres
virtudes es el amor.
—
Que permanezcan...
6.
Inmediatamente después del lavatorio de los pies o, si éste no tuvo lugar,
después de la homilía, se hace la Oración universal.
No se
dice Credo.
LITURGIA
EUCARÍSTICA
7.
Al comienzo de la Liturgia Eucarística, puede organizarse una procesión de los fieles,
en la que se lleven dones para los pobres. Mientras tanto, se canta el
siguiente himno "Ubi caritas est vera" (A Dios siempre lo encontramos
donde hay amor) u otro cántico apropiado.
Ant.
A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
El
amor de Jesucristo nos ha unido, ha llenado nuestras almas de alegría.
Abstengámonos, por lo tanto, de ofenderlo y aprendamos a encontrarlo en nuestro
hermano.
Ant.
A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
Ya
que estamos en Cristo congregados, que ya nada pueda nunca separarnos. Cesen ya
los rencores y las guerras, y que en Cristo nos miremos como hermanos.
Ant.
A Dios siempre lo encontramos donde hay amor.
Haz
que todos merezcamos en el cielo, con los ángeles y santos, ver tu rostro.
Cumpliremos así todo nuestro anhelo, y darás a nuestras almas gozo eterno.
Amén.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Concédenos,
Señor, participar dignamente en esta Eucaristía, porque cada vez que celebramos
el memorial de la muerte de tu Hijo, se realiza la obra de nuestra redención.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
PREFACIO
I DE LA EUCARISTÍA
En
verdad es justo y necesario, es nuestro deber y fuente de salvación darte
gracias y alabarte siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios
todopoderoso y eterno, por Cristo, Señor nuestro.
El
cual, verdadero y eterno sacerdote, al instituir el sacramento del sacrificio
perdurable, se ofreció a ti como víctima salvadora, y nos mandó que lo
ofreciéramos como memorial suyo.
Cuando
comemos su carne, inmolada por nosotros, quedamos fortalecidos; y cuando
bebemos su sangre, derramada por nosotros, quedamos limpios de nuestros
pecados.
Por
eso, con los ángeles y los arcángeles y con todos los coros celestiales,
cantamos sin cesar el himno de tu gloria: Santo, Santo, Santo...
Si
se usan las Plegarias eucarísticas II o III, nótese la referencia que se hace
de esta Misa.
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (1 Co 11, 24. 25)
Éste
es mi Cuerpo, que se da por ustedes. Este cáliz es la nueva alianza establecida
por mi Sangre; cuantas veces lo beban, háganlo en memoria mía, dice el Señor.
8.
Después de distribuir la Comunión, se deja sobre el altar un copón con hostias
para la Comunión del día siguiente, y se termina la Misa con esta oración.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Señor,
tú que nos permites disfrutar en esta vida de la Cena instituida por tu Hijo,
concédenos participar también del banquete celestial en tu Reino. Por Jesucristo,
nuestro Señor.
TRASLACIÓN DEL
SANTÍSIMO SACRAMENTO
9.
Dicha la oración después de la Comunión, el sacerdote, de pie ante el altar,
pone incienso en el incensario y, arrodillado, inciensa tres veces al Santísimo
Sacramento. Enseguida recibe el paño de hombros, toma en sus manos el copón y
lo cubre con las extremidades del paño.
10.
Se forma entonces la procesión para llevar al Santísimo Sacramento a través del
templo, hasta el sitio donde se le va a guardar. Va adelante un acólito con la
cruz alta; otros acólitos acompañan al Santísimo Sacramento con ciriales e
incienso. El lugar de depósito debe estar preparado en alguna capilla
convenientemente adornada. Durante la procesión, se canta el himno "Pange
lingua" (excepto las dos últimas estrofas) o algún otro canto eucarístico.
11.
Al llegar la procesión al lugar donde va a depositarse el Santísimo Sacramento,
el sacerdote deposita el copón y, poniendo de nuevo incienso en el incensario,
lo inciensa arrodillado, mientras se canta la parte final del himno
"Tantum ergo". Enseguida se cierra el tabernáculo o la urna del
depósito.
12.
Después de unos momentos de adoración en silencio, el sacerdote y los ministros
hacen genuflexión y vuelven a la sacristía.
13.
Enseguida se desnuda el altar y, si es posible, se quitan del templo las
cruces. Si algunas no se pueden quitar, es conveniente que queden cubiertas con
un velo.
14.
Quienes asistieron a la Misa vespertina no están obligados a rezar Vísperas.
15.
Exhórtese a los fieles, según las circunstancias y costumbres del lugar, a
dedicar alguna parte de su tiempo, en la noche, a la adoración delante del
Santísimo Sacramento. Esta adoración, después de la media noche, hágase sin
solemnidad.
HOMILÍAS DEL PAPA FRANCISCO
EN LA MISA CRISMAL Y
EN LA MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO
EN LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO
17/04/2014
Queridos
hermanos en el sacerdocio. En el Hoy del Jueves Santo, en el que Cristo nos amó
hasta el extremo (cf. Jn 13, 1), hacemos memoria del día feliz de la
Institución del sacerdocio y del de nuestra propia ordenación sacerdotal.
El
Señor nos ha ungido en Cristo con óleo de alegría y esta unción nos invita a
recibir y hacernos cargo de este gran regalo: la alegría, el gozo sacerdotal.
La alegría del sacerdote es un bien precioso no sólo para él sino también para
todo el pueblo fiel de Dios: ese pueblo fiel del cual es llamado el sacerdote
para ser ungido y al que es enviado para ungir.
Ungidos
con óleo de alegría para ungir con óleo de alegría. La alegría sacerdotal tiene
su fuente en el Amor del Padre, y el Señor desea que la alegría de este Amor
“esté en nosotros” y “sea plena” (Jn 15,11).
Me
gusta pensar la alegría contemplando a Nuestra Señora: María, la “madre del
Evangelio viviente, es manantial de alegría para los pequeños” (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 288), y creo que no exageramos si decimos que el sacerdote
es una persona muy pequeña: la inconmensurable grandeza del don que nos es dado
para el ministerio nos relega entre los más pequeños de los hombres.
El
sacerdote es el más pobre de los hombres si Jesús no lo enriquece con su
pobreza, el más inútil siervo si Jesús no lo llama amigo, el más necio de los
hombres si Jesús no lo instruye pacientemente como a Pedro, el más indefenso de
los cristianos si el Buen Pastor no lo fortalece en medio del rebaño.
Nadie
más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas; por eso nuestra
oración protectora contra toda insidia del Maligno es la oración de nuestra
Madre: soy sacerdote porque Él miró con bondad mi pequeñez (cf. Lc 1,48). Y
desde esa pequeñez asumimos nuestra alegría. ¡Alegría en nuestra pequeñez!
Encuentro
tres rasgos significativos en nuestra alegría sacerdotal: es una alegría que
nos unge (no que nos unta y nos vuelve untuosos, suntuosos y presuntuosos), es
una alegría incorruptible y es una alegría misionera que irradia y atrae a
todos, comenzando al revés: por los más lejanos.
Una
alegría que nos unge. Es decir: penetró en lo íntimo de nuestro corazón, lo
configuró y lo fortaleció sacramentalmente.
Los
signos de la liturgia de la ordenación nos hablan del deseo maternal que tiene
la Iglesia de transmitir y comunicar todo lo que el Señor nos dio: la
imposición de manos, la unción con el santo Crisma, el revestimiento con los
ornamentos sagrados, la participación inmediata en la primera Consagración… La
gracia nos colma y se derrama íntegra, abundante y plena en cada sacerdote.
Ungidos hasta los huesos… y nuestra alegría, que brota desde dentro, es el eco
de esa unción.
Una
alegría incorruptible. La integridad del Don, a la que nadie puede quitar ni
agregar nada, es fuente incesante de alegría: una alegría incorruptible, que el
Señor prometió, que nadie nos la podrá quitar (cf. Jn 16,22). Puede estar
adormecida o taponada por el pecado o por las preocupaciones de la vida pero,
en el fondo, permanece intacta como el rescoldo de un tronco encendido bajo las
cenizas, y siempre puede ser renovada.
La
recomendación de Pablo a Timoteo sigue siendo actual: Te recuerdo que atices el
fuego del don de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos (cf. 2 Tm
1,6).
Una
alegría misionera. Este tercer rasgo lo quiero compartir y recalcar
especialmente: la alegría del sacerdote está en íntima relación con el santo
pueblo fiel de Dios porque se trata de una alegría eminentemente misionera.
La
unción es para ungir al santo pueblo fiel de Dios: para bautizar y confirmar,
para curar y consagrar, para bendecir, para consolar y evangelizar.
Y
como es una alegría que solo fluye cuando el pastor está en medio de su rebaño
(también en el silencio de la oración, el pastor que adora al Padre está en
medio de sus ovejitas) y por ello es una “alegría custodiada” por ese mismo
rebaño. Incluso en los momentos de tristeza, en los que todo parece
ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y
aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal (y por los que
también yo he pasado), aun en esos momentos el pueblo de Dios es capaz de
custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir
el corazón y reencontrar una renovada alegría.
“Alegría
custodiada” por el rebaño y custodiada también por tres hermanas que la rodean,
la cuidan, la defienden: la hermana pobreza, la hermana fidelidad y la hermana
obediencia.
La
alegría del sacerdote es una alegría que se hermana a la pobreza. El sacerdote
es pobre en alegría meramente humana ¡ha renunciado a tanto! Y como es pobre,
él, que da tantas cosas a los demás, la alegría tiene que pedírsela al Señor y
al pueblo fiel de Dios. No se la tiene que procurar a sí mismo.
Sabemos
que nuestro pueblo es generosísimo en agradecer a los sacerdotes los mínimos
gestos de bendición y de manera especial los sacramentos. Muchos, al hablar de
crisis de identidad sacerdotal, no caen en la cuenta de que la identidad supone
pertenencia. No hay identidad –y por tanto alegría de ser– sin pertenencia
activa y comprometida al pueblo fiel de Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 268).
El
sacerdote que pretende encontrar la identidad sacerdotal buceando introspectivamente
en su interior quizá no encuentre otra cosa que señales que dicen “salida”: sal
de ti mismo, sal en busca de Dios en la adoración, sal y dale a tu pueblo lo
que te fue encomendado, que tu pueblo se encargará de hacerte sentir y gustar quién
eres, cómo te llamas, cuál es tu identidad y te alegrará con el ciento por uno
que el Señor prometió a sus servidores.
Si
no sales de ti mismo el óleo se vuelve rancio y la unción no puede ser fecunda.
Salir de sí mismo supone despojo de sí, entraña pobreza.
La
alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la fidelidad. No
principalmente en el sentido de que seamos todos “inmaculados” (ojalá con la
gracia lo seamos) ya que somos pecadores, pero sí en el sentido de renovada
fidelidad a la única Esposa, a la Iglesia. Aquí es clave la fecundidad.
Los
hijos espirituales que el Señor le da a cada sacerdote, los que bautizó, las
familias que bendijo y ayudó a caminar, los enfermos a los que sostiene, los
jóvenes con los que comparte la catequesis y la formación, los pobres a los que
socorre… son esa “Esposa” a la que le alegra tratar como predilecta y única
amada y serle renovadamente fiel.
Es
la Iglesia viva, con nombre y apellido, que el sacerdote pastorea en su
parroquia o en la misión que le fue encomendada, la que lo alegra cuando le es
fiel, cuando hace todo lo que tiene que hacer y deja todo lo que tiene que
dejar con tal de estar firme en medio de las ovejas que el Señor le encomendó:
Apacienta mis ovejas (cf. Jn 21,16.17).
La
alegría sacerdotal es una alegría que se hermana a la obediencia. Obediencia a
la Iglesia en la Jerarquía que nos da, por decirlo así, no sólo el marco más
externo de la obediencia: la parroquia a la que se me envía, las licencias
ministeriales, la tarea particular… sino también la unión con Dios Padre, del
que desciende toda paternidad.
Pero
también la obediencia a la Iglesia en el servicio: disponibilidad y prontitud
para servir a todos, siempre y de la mejor manera, a imagen de “Nuestra Señora
de la prontitud” (cf. Lc 1,39: meta spoudes), que acude a servir a su prima y
está atenta a la cocina de Caná, donde falta el vino.
La
disponibilidad del sacerdote hace de la Iglesia casa de puertas abiertas,
refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para
los enfermos, campamento para los jóvenes, aula para la catequesis de los
pequeños de primera comunión….
Donde
el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que
sabe oír (ob-audire) y siente un mandato amoroso de Cristo que lo envía a
socorrer con misericordia esa necesidad o a alentar esos buenos deseos con
caridad creativa.
El
que es llamado sea consciente de que existe en este mundo una alegría genuina y
plena: la de ser sacado del pueblo al que uno ama para ser enviado a él como
dispensador de los dones y consuelos de Jesús, el único Buen Pastor que,
compadecido entrañablemente de todos los pequeños y excluidos de esta tierra
que andan agobiados y oprimidos como ovejas que no tienen pastor, quiso asociar
a muchos a su ministerio para estar y obrar Él mismo, en la persona de sus
sacerdotes, para bien de su pueblo.
En
este Jueves Santo le pido al Señor Jesús que haga descubrir a muchos jóvenes
ese ardor del corazón que enciende la alegría apenas uno tiene la audacia feliz
de responder con prontitud a su llamado.
En
este Jueves Santo le pido al Señor Jesús que cuide el brillo alegre en los ojos
de los recién ordenados, que salen a comerse el mundo, a desgastarse en medio
del pueblo fiel de Dios, que gozan preparando la primera homilía, la primera
misa, el primer bautismo, la primera confesión…
Es
la alegría de poder compartir –maravillados– por vez primera como ungidos, el
tesoro del Evangelio y sentir que el pueblo fiel te vuelve a ungir de otra
manera: con sus pedidos, poniéndote la cabeza para que los bendigas, tomándote
las manos, acercándote a sus hijos, pidiendo por sus enfermos… Cuida Señor en
tus jóvenes sacerdotes la alegría de salir, de hacerlo todo como nuevo, la
alegría de quemar la vida por ti.
En
este Jueves sacerdotal le pido al Señor Jesús que confirme la alegría
sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio. Esa alegría que, sin
abandonar los ojos, se sitúa en las espaldas de los que soportan el peso del
ministerio, esos curas que ya le han tomado el pulso al trabajo, reagrupan sus
fuerzas y se rearman: “cambian el aire”, como dicen los deportistas.
Cuida
Señor la profundidad y sabia madurez de la alegría de los curas adultos. Que
sepan rezar como Nehemías: “la alegría del Señor es mi fortaleza” (cf. Ne
8,10).
Por
fin, en este Jueves sacerdotal, pido al Señor Jesús que resplandezca la alegría
de los sacerdotes ancianos, sanos o enfermos. Es la alegría de la Cruz, que
mana de la conciencia de tener un tesoro incorruptible en una vasija de barro
que se va deshaciendo.
Que
sepan estar bien en cualquier lado, sintiendo en la fugacidad del tiempo el
gusto de lo eterno (Guardini). Que sientan Señor la alegría de pasar la
antorcha, la alegría de ver crecer a los hijos de los hijos y de saludar,
sonriendo y mansamente, las promesas, en esa esperanza que no defrauda.
Fuente:
ACI Prensa
Traducción
de Radio Vaticano.
HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO
EN LA MISA DE LA CENA DEL SEÑOR EL JUEVES SANTO
17/04/2014
En
el Centro Santa María de la Providencia de Roma.
Hemos
sentido lo que Jesús hizo en la Última Cena. Es un gesto de despedida. Es la
herencia que nos deja.
Él
es Dios y se hizo siervo, servidor nuestro, y ésta es la herencia. También
ustedes deben ser servidores, uno de los otros. Él hizo este camino por amor.
También ustedes tienen que amarse y ser servidores en el amor. Ésta es la
herencia que nos deja Jesús.
Y
hace este gesto de lavar los pies porque es un gesto simbólico: lo hacían los
esclavos, los siervos, a los comensales, a la gente que venía al almuerzo o a
la cena porque en aquel tiempo las calles eran todas de tierra, y cuando
entraban a casa, era necesario lavarse los pies.
Jesús
hace un gesto, un trabajo, un servicio de esclavo, de siervo, y esto lo deja
como herencia entre nosotros.
Nosotros
tenemos que ser servidores unos de los otros, y por eso la Iglesia, en el día
de hoy cuando se conmemora la Última Cena, cuando Jesús ha instituido la
Eucaristía, también hace en la ceremonia este gesto de lavar los pies, que nos
recuerda que nosotros debemos ser siervos unos de otros.
Ahora
yo haré este gesto, pero todos nosotros, en nuestro corazón, pensemos en los
otros, y pensemos en el amor que Jesús nos dice que tenemos que tener con los
otros; y pensemos también cómo podemos servirles mejor, a las otras personas,
porque así Jesús lo quiso de nosotros.
Fuente:
ACI Prensa.
Traducción
de Radio Vaticano.
REFLEXIÓN
EUCARISTIA ES COMPARTIR
1.-
Institución de la Eucaristía y lavatorio de los pies reflejan lo mismo: la
entrega total de Jesús. El Jueves Santo celebramos la institución de la
Eucaristía. Es curioso que los tres evangelistas que narran la institución de
la eucaristía no hablen del lavatorio de los pies, y Juan, que narra el
lavatorio de los pies, no dice nada de la institución de la eucaristía. La
verdad es que los dos signos expresan exactamente la misma realidad
significada: la entrega total de sí mismo. Lavar los pies era un servicio que
sólo hacían los esclavos. Jesús quiere manifestar que Él está entre ellos como
el que sirve, no como el señor. Lo importante no es el hecho, sino el símbolo.
Poco después del texto que hemos leído, dice Jesús: “Os doy un mandamiento
nuevo, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Esta es la explicación
definitiva que da Jesús a lo que acaba de hacer. En este relato del lavatorio
de los pies, no se dice nada que no se diga en el relato del pan partido y del
vino derramado; pero en la eucaristía corremos el riesgo de quedarnos en la
espiritualización del misterio, de quedar deslumbrados por la presencia real de
Cristo en el pan y en el vino, y no buscar el verdadero mensaje de ese gesto y
de esas palabras. Él nos está diciendo: “Tomad, comed y vivid el amor”.
2.-
Jesús se parte por nosotros. En el sacrificio eucarístico, actualizado en
nuestras Eucaristías, Jesús entrega su vida por nosotros. Hay muchas semejanzas
entre las palabras de Jesús en los relatos de la institución recogidos por los
sinópticos y el evangelio de Juan. En aquellos se habla de cuerpo entregado y
sangre derramada por nosotros. En el discurso del capítulo 6 del cuarto
evangelio hay una explicación del signo de la multiplicación de los panes, que
Jesús acababa de realizar. Es un discurso eucarístico. Jesús nos dice que es
“el pan de vida” que se parte por nosotros. La fracción del pan, expresión con
la que los primeros cristianos designaban la Eucaristía, refleja perfectamente
lo que Jesús quiso mostrarnos al partirse y repartirse por nosotros.
3.-
Todos somos invitados, sin exclusión. Sólo celebramos bien la Eucaristía si
tenemos los mismos sentimientos de Jesús. No olvidemos que el altar no sólo es
"ara" para el sacrificio, es también mesa del compartir. Cuando
ponemos el mantel y adornamos la mesa del altar estamos significando que allí
se va a celebrar una comida fraterna. Y en esta mesa nadie está excluido. A
ella están invitados todos: el parado que busca desesperado un trabajo, el
inmigrante que se siente rechazado, el anciano que vive su soledad, el joven
desesperado, la mujer explotada. Aquí no hay rechazo, ni soledad, ni
explotación; aquí hay acogida, ayuda y solidaridad. El concilio Vaticano II nos
enseñó que la Eucaristía es "fuente y cima de la vida cristiana" (LG
11). Y el Papa Juan Pablo II nos recordó que "la Iglesia vive de la
Eucaristía" (Ecclesia de Eucharistia). En efecto, no existe la comunidad
cristiana si no celebra el sacramento de la Eucaristía, pero tampoco hay
auténtica Eucaristía, si no hay una verdadera comunidad cristiana. Porque la
Eucaristía es un banquete, ágape, una fiesta de comunión de hermanos. No puede
haber Comunión si no hay comunión de vida. A menudo olvidamos que no sólo
comulgamos con Cristo, también lo hacemos con los hermanos. Así lo ha resaltado
el Papa Francisco. El, con su vida austera y sencilla, nos enseña que la
Eucaristía lleva a compartir los bienes que tenemos con los necesitados.
Incluso ha aconsejado a sus paisanos argentinos que no vayan a su
entronización, sino que den a los pobres lo que iban a gastar en el viaje a
Roma. No se puede comulgar con Dios si excluimos a los a los demás.
José
María Martín OSA
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EUCARISTÍA Y LAVATORIO DE LOS PIES: UN
MENSAJE DE AMOR Y DE SERVICIO
1.-
Yo estoy entre vosotros como el que sirve. Como sabemos, San Juan no nos dice
en su evangelio cómo fue la última cena de Jesús; San Juan nos narra, en su
lugar, la escena del lavatorio de los pies. No parece que se trate de un
olvido, o de un silencio involuntario. San Juan, en su evangelio, da a todas
las palabras que dice y a todos los hechos que relata un sentido teológico
profundo. Con el relato del lavatorio de los pies San Juan quiere insistir en
el carácter de testamento de Jesús, indicando a sus discípulos que su
mandamiento principal es el amor al prójimo, manifestado en un servicio humilde
y fraterno. ¿Comprendéis, les dije Jesús a sus discípulos, lo que he hecho con
vosotros?... os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros
también lo hagáis.
2.-
También la eucaristía tiene un claro mensaje de amor y de servicio. El pan de
la eucaristía es un pan partido y compartido. La fracción del pan no tiene
significado sacramental y eucarístico si no tiene el sentido de compartir el
sacrificio de Cristo con todos los que formamos el cuerpo de Cristo. San
Agustín nos dice que el pan y el vino, frutos de la tierra y del trabajo
humano, están hechos de elementos separados que, al ser triturados y reunidos,
significan en la eucaristía el cuerpo místico de Cristo, el Cristo total. Por
eso, se atreve a decir a sus fieles: “en la eucaristía tomáis lo que sois”,
cuerpo de Cristo. Es un pan partido y compartido, es el pan del cuerpo
entregado de Cristo, del que todos los cristianos, la iglesia, formamos parte.
3.-
La eucaristía es memorial de Cristo crucificado, recordándonos que hemos sido
redimidos por la entrega de una vida que aceptó morir en la cruz, para llevar a
cabo la misión que le había encomendado su Padre. Debemos pensar que celebrar
debidamente “el memorial del crucificado” implica estar dispuestos a arriesgar
nuestra vida por la misma causa por la que él murió. Por eso, cuando celebramos
la eucaristía debemos preguntarnos: ¿nosotros estamos del lado del crucificado,
o del lado de los que crucifican?
4.-
En la eucaristía celebramos la memoria de un Cristo vivo, resucitado. Por eso,
la eucaristía es llamada “misterio pascual”. La plegaria central de la
eucaristía es una plegaria de acción de gracias y de alabanza al Padre por el
gran don de su Hijo. Junto a esta alabanza, aparece continuamente el contenido
de fraternidad, justicia y solidaridad. Tenemos que celebrar la eucaristía con
un pan de justicia, nunca con un pan arrebatado a los pobres.
5.-
Cuando celebramos el memorial eucarístico y el relato de la última cena del
Señor pedimos que Dios haga retornar a su Mesías, que el Señor vuelva, “marana
tha”. En esta celebración gozosa de la Cena del Señor y en la participación
comprometida del lavatorio de los pies pidamos Jesús que nunca se marche de
entre nosotros.
Gabriel
González del Estal
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A LAS PERIFERIAS DEL HOMBRE.
“Las
periferias”. Dos palabras que, desde el inicio del Pontificado del Papa
Francisco, suenan por activa y por pasiva en nuestra vida eclesial: hay que
salir al encuentro del hombre. “Prefiero una Iglesia accidentada que enferma
(replegada)” (Papa Francisco).
El
Jueves Santo, en gestos, imágenes, forma y fondo es fiel reflejo de ese
descenso a las periferias de la humanidad por parte de Jesús, horas antes de su
pasión, muerte y resurrección.
Si
Jesús lo hace, doblegarse ante unos discípulos desconcertados, no es por simple
cortesía. Es un claro signo de por dónde han de discurrir los parámetros de sus
seguidores: servir amando y amando sirviendo.
1.
En Jueves Santo, habla el amor y la fraternidad y callan las palabras. Si el
Señor realiza algunas cosas llamativas
como el lavatorio de los pies, es para sugerirnos el camino para ser como El:
no quedarnos en simples gestos y hacer de nuestra vida cristiana una ofrenda.
Querer a ratos es fácil pero, hacer del amor y del servicio una constante en
nuestra vida, se nos hace cuesta arriba.
En
Jueves Santo el Señor, expresa su más íntima convicción: hay que desgastarse y
con generosidad. El mandamiento del amor se escucha y se visualiza por los
cuatro costados de esta celebración. Si el Señor lo hizo, lo tendremos que
imitar también nosotros. En el amor estará nuestro escudo, nuestro carnet de
identidad y nuestra defensa. Quedarán para siempre en la memoria del Señor
cinceladas aquellas escenas en las que, nuestras manos ayudaron; en las que nuestros brazos levantaron; en las que nuestros pies
señalaron el camino a los demás.
Si
el Señor lavó los pies, también nosotros tendremos que limpiar los ojos de aquellos
que están tristes o amargados de la vida. Los pies de tantos hermanos nuestros
que ya no desean caminar y que han preferido quedarse en la superficialidad de
lo exclusivamente aparente. ¡Qué gran testimonio! ¡Dios, una vez más, a los
pies de los hombres! ¡Pobre y pequeño en Belén y nuevamente como siervo y
humilde a nuestros pies! ¿Y todavía no entendemos lo mucho que Dios nos quiere?
Abramos los ojos. El Señor se arrodilla ¿Seremos capaces de no enternecernos
ante su cuerpo en tierra? ¿Nos atreveremos a buscar entre las periferias de la
humanidad los “nuevos pies” necesitados de cariño, higiene y consuelo?
2.
Hoy, además, no podemos menos que, dar gracias al Señor por los sacerdotes. En
este día nace el sacerdocio del Nuevo Testamento. Es el día del sacerdocio que
germina y se visualiza en la mesa de Jueves Santo. El sacerdocio que se
identifica plenamente con el de Cristo. El sacerdocio que, como Cristo, quiere
ofrecer y ofrecerse por la vida de los creyentes. No solamente damos las
gracias a Dios por todos aquellos que presidimos en el nombre del Señor las
comunidades cristianas sino que, además, pedimos perdón por nuestros errores.
Por nuestra falta de caridad o por todo aquello que empaña o oscurece lo que
debiera de ser un testimonio permanente y transparente de la presencia de
Cristo: la santidad. Perdón, por todo ello, Señor. Pedir, al Señor, por
nosotros y por aquellas veces en las que no estamos a la altura del Ministerio
al que hemos sido llamados. Por ser más funcionarios que servidores, por quedarnos
–a veces– en la comodidad en detrimento del beneficio al resto de la comunidad.
3.
En Jueves Santo, el Señor desplegó un inmenso altar. Un mandamiento nos dejó al
calor de la última cena: “amaos” y, un
deseo nos pidió: “haced esto en memoria mía”. El celebrar esta eucaristía,
cuando entramos en total comunión con Cristo, nos sentimos insignificantes. ¡Es
tan grande el Misterio de Jueves Santo! ¡Es tanto lo que encierra esta
celebración!
En
Jueves Santo, el Señor, nos dejó la clave para estar permanentemente con El: el
amor y la eucaristía. Por el amor intuirán los que nos rodean que somos de los
suyos y, con la eucaristía, al entrar en
comunión con El, nos da la fuerza y el impulso necesario para no cejar en ese
empeño de entrega, generosidad y ofrecimiento de nuestra vida. ¿Somos conscientes del valor infinito de la
Eucaristía?
Javier
Leoz
REFLEXIÓN: DE AMOS Y SIRVIENTES.
Ex
12, 1-8. 11-14; 1 Co 11, 23-26; Jn 13, 1-15
La
verdadera razón para optar por el servicio para nosotros los cristianos se
deriva del relato de la Última Cena. Jesús vivió durante toda su vida como un
servidor. No vivía para sí, sino para los demás. Su palabra, los poderes
extraordinarios que el Padre le había otorgado, y todas sus habilidades las
había empeñado al mismo propósito: atender las necesidades y carencias de sus
hermanos. El gesto final no es una acción aislada, es el momento culminante que
corona una existencia vivida de forma ministerial, es decir, como un sirviente
que libremente decide servir. Jesús trato de resquebrajar los prejuicios y los
estereotipos de los Doce, según los cuales los inferiores en rango, tenían que
dar y no recibir servicios. Por eso la protesta y el escándalo de Pedro, al
momento que Jesús le lava los pies. Servir no es algo denigrante para quien lo
hace, antes bien, es la acción que lo ennoblece. En una sociedad que defiende
los propios privilegios y cuestiona los ajenos, resulta. ( www misal com mx).
Santos
Aniceto I, Papa y mártir; Simeón Bar-Sabbas y compañeros, mártires;
Catalina
Tekakwitha, laica.
(Blanco).
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