LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
LUNES
14 DE ABRIL DE 2014
LUNES DE LA SEMANA SANTA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Sal 34, 1-2; Sal 139, 8)
Combate,
Señor, a los que me combaten, ataca a los que me atacan; ponte la armadura,
toma el escudo y ven en mi ayuda. Tú eres mi fortaleza y mi salvación.
ORACIÓN
COLECTA
Concédenos,
Señor, nueva fuerza para no sucumbir a nuestras humanas debilidades, por los
méritos de la pasión de tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del
Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
No gritará ni hará
oír su voz en las plazas.
DEL LIBRO DEL PROFETA
ISAÍAS: 42, 1-7
"Miren
a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las
naciones. No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá
la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza
la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho
sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza".
Esto
dice el Señor Dios, el que creó el cielo y lo extendió, el que dio firmeza a la
tierra, con lo que en ella brota; el que dio el aliento a la gente que habita
la tierra y la respiración a cuanto se mueve en ella: "Yo, el Señor, fiel
a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he
constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos
de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que
habitan en tinieblas".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 26
R/.
El Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la
defensa de mi vida, ¿quién podrá hacerme temblar? R/.
Cuando
me asaltan los malvados para devorarme, ellos, enemigos y adversarios,
tropiezan y caen. R/.
Aunque
se lance contra mí un ejército, no temerá mi corazón; aun cuando hagan la
guerra contra mí, tendré plena confianza en el Señor. R/.
La
bondad del Señor espero ver en esta misma vida. Ármate de valor y fortaleza y
en el Señor confía. R/.
ACLAMACIÓN
R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Señor
Jesús, rey nuestro, sólo tú has tenido compasión de nuestras faltas. R/.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 12, 1-11
Seis
días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había
resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y
Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó entonces una
libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con
él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del
perfume.
Entonces
Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó:
"¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para
dárselos a los pobres?" Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres,
sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban
en ella.
Entonces
dijo Jesús: "Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura;
porque a los pobres los tendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me
tendrán".
Mientras
tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió,
no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había
resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a
Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Mira,
Señor, con bondad, este sacrificio que tú instituiste misericordiosamente para
reparar el daño de nuestros pecados, y hazlo producir en nosotros abundantes
frutos de vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
II de la Pasión del Señor
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Sal 101, 3)
No
te me ocultes, Señor, el día de mi desgracia. Escúchame con bondad, y, siempre
que te invoque, respóndeme enseguida.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Quédate,
Señor, con nosotros y protege con tu amor infatigable nuestros corazones
santificados por esta Eucaristía, para que podamos conservar siempre las
gracias que hemos recibido de tu misericordia. Por Jesucristo, nuestro Señor.
REFLEXIÓN:
Is. 42, 1-7. El Creador de cielo y
tierra, y de cuanto habita en ellos, es el que ha formado a su Siervo en quien
tiene sus complacencias. En él ha puesto su Espíritu para que cumpla con su
misión no con gritos ni clamores, no con gesto amenazante, sino con la
sencillez de quien llega al corazón para hacer brillar en él la justicia. Esto
no le restará la firmeza en su propósito. Así será una personificación de la
salvación de Dios.
Es
el Señor el que toma a su siervo de la mano y lo forma para que pueda llevar a
buen término la obra que le confía: Ser Alianza entre Dios y el pueblo, y
liberar a los cautivos de sus cadenas, levantar los ánimos decaídos y hacer que
brillen la justicia y el derecho hasta los últimos confines de la tierra.
Sólo
entendiendo este cántico desde Cristo podremos entender todo su significado. Ya
en su Bautismo se nos habla del Espíritu de Dios que reposa sobre Él, y de la
voz del Padre que dice que Jesús es su Hijo amado, en quien Él se complace. El
Espíritu de Dios está sobre Jesús para evangelizar a los pobres, para sanar a
los de corazón contrito. Él no ha venido a condenar, ni a destruir, ni a
arrancar, ni a apagar la poca luz y esperanza que aún queda en los corazones
deteriorados por el pecado. Él ha venido a buscar y a salvar todo lo que se
había perdido. Así Jesús se convierte para nosotros en la Nueva y definitiva
Alianza que nos une con Dios, y que lo hace ser nuestro Padre. Dios velará por
nosotros y nosotros permaneceremos unidos a Cristo. Sólo así seremos partícipes
de la vida de Dios y un signo de su amor para nuestros hermanos, a quienes no
destruiremos, sino que más bien les ayudaremos a recobrar su dignidad de hijos
de Dios.
Sal. 27 (26) Afiancemos nuestra
seguridad y confianza en el Señor. Con Él a nuestro lado nuestros enemigos ya
están vencidos. Ya que el Señor es nuestra luz y nuestra salvación ¿Quién podrá
hacernos temblar? ¿Quién como Dios? Aunque se levante un ejército en contra
nuestra nada podrán contra quien, indefenso, se ha refugiado en el Señor. Dios
nos hará ver su rostro, su bondad y su salvación; por eso estando en Él y Él
con nosotros nos llenamos de valor y fortaleza, pues el Señor no abandona a
quienes en Él confían.
Jesús,
Aquel que fue escuchado por su Padre, Aquel que al final de su vida puso su
Espíritu en manos de su Padre, y que no fue defraudado pues vencidos sus
enemigos ahora vive y reina por los siglos, nos invita a confiar en Él y a no
tener miedo. ¡Ánimo, nos dice, no tengan miedo; yo he vencido al mundo!
Ojalá
y, participando de la Pascua de Cristo, nos decidamos a dar un auténtico
testimonio de nuestra fe, esforzándonos por amar y servir a la altura de la
gracia recibida: la misma vida de Dios en nosotros. A pesar de las críticas, de
la persecución y de la muerte, sepamos que Dios estará siempre de parte nuestra
y no permitirá que la salvación sea arrancada de nuestras manos.
Jn. 12, 1-11. Jesús, por medio de
su Palabra vivificadora, al resucitar a Lázaro nos manifiesta que, a pesar de
que la humanidad pareciera ya no tener esperanza de volver a la vida, en Cristo
encuentra el camino que le saca de la muerte, y le da la libertad de los hijos
de Dios para que pueda caminar dando testimonio del Amor que Dios tiene a
todos. Jesús quiere sentarse a la mesa con todos los que le aman y quiere que,
quienes viven lejos, vuelvan a Él y participen de sus dones. Tal vez lo de más
valor que hay en nosotros sea nuestro amor; si somos capaces de entregarlo
totalmente a Cristo perfumará toda la casa, toda la Iglesia hasta los últimos
rincones. Ojalá y no tengamos un corazón podrido que en lugar del perfume
invada de peste a los demás y les cause escándalo o sufrimiento.
Muchos
quisieran que se volviera la mirada hacia los pobres, hacia los hambrientos,
hacia los desprotegidos. Pueden hablar de los grandes gastos que se hacen en
una guerra, de los derroches en fiestas populares o familiares mientras hay
millones que viven en hambruna o en condiciones infrahumanas. ¿Por qué no mejor
canalizar hacia ellos los gastos que se derrochan en la manifestación de
poderío y dominación, o en festejos demasiado pasajeros? Ojalá y esto fuera
sincero y en verdad tuviésemos a los pobres en el centro de nuestro corazón.
¿Hacemos algo por ellos? ¿Cuándo nos han dado recursos para los pobres, cuando
se han enviado grandes cantidades de alimentos, de ropa, medicinas, muebles
para las naciones o personas en desgracia no habremos hurgado entre los envíos
para quedarnos con la mejor parte? ¿Hemos sido honestos en la administración de
lo que no es nuestro sino que corresponde a otros? Los pobres siempre estarán
con nosotros; ¿hacemos algo por ellos?
Finalmente
el Evangelio nos habla de que, además de querer acabar con Jesús, los sumos
sacerdotes querían acabar con Lázaro, pues a causa de él muchos judíos se separaban
y creían en Jesús. La Iglesia, comunidad de creyentes en Cristo que de Él han
recibido nueva vida, es, a través de la historia, el signo concreto de la
salvación que Dios nos ofrece. Esto en cuanto a la unión de la Iglesia con
Cristo, su Señor, y a la presencia fecunda, en ella, del Espíritu Santo. Además
de hacer a un lado a Cristo de su vida, muchos persiguen a la Iglesia y quieren
acabar con ella, para evitar así el ver en riesgo sus intereses oscuros,
materiales, egoístas, pasajeros. Si confiamos en Cristo, si creemos en Él, a
pesar de la persecución y la muerte, nuestro amor será fecundo y no sólo
llegará el suave olor de Cristo a todos, sino su vida, su Espíritu. Esta es la
misión que tiene la comunidad del Resucitado. No permitamos que otros intereses
muevan a quienes creemos en Cristo, sino sólo el ser portadores de su Evangelio
para salvación de toda la humanidad.
Cristo,
el Mesías, el Ungido por el Espíritu Santo nos ha reunido en torno a Él en esta
Eucaristía para que renovemos la aceptación de ser ungidos por ese mismo
Espíritu. La Vida de Dios está en nosotros; el Espíritu del Señor ha descendido
sobre nuestro barro; somos el vaso frágil que ha sido llenado por el Espíritu
de Dios; Él habita en nosotros como en un templo. Entramos, en la Eucaristía,
en Comunión con Cristo, somos hechos uno con Él. Por eso, al participar en la
celebración de su Misterio Pascual hemos de estar dispuestos a escuchar su
Palabra para que, por obra del Espíritu Santo, nos vaya transformando, día a
día, en criaturas nuevas y nos ponga en camino como testigos del Resucitado.
Volvamos
a nuestra vida diaria con la clara conciencia de ser los ungidos del Señor.
Dios ha puesto sobre nosotros su Espíritu no para que arranquemos sino para que
plantemos, no para que quebremos las esperanzas, sino para que la devolvamos a
quienes la han perdido; no para que destruyamos la poca fe y amor que queda en
muchos corazones, sino para que les ayudemos a que vuelvan a arder en ellos y
todos seamos capaces de darle un nuevo rumbo a la historia.
Tal
vez nos tropecemos con testimonios falsos en contra nuestra; tal vez nos
persigan y aparentemente nos venzan. Confiemos en Cristo, nuestra luz y
salvación. Él nos ha precedido en el camino hacia el Padre; lo contemplamos
como el varón de dolores, pero también como el varón glorificado a la diestra
de su Padre Dios. Así nosotros, a pesar de que pareciera que la vida se nos
pone en contra nuestra, esperamos con toda confianza gozar de la dicha del
Señor en el país de la vida. Aprendamos de Cristo el amor que llega hasta el
extremo. No queramos pensar que, después de haber condenado a muerte a nuestros
hermanos, después de haberlos explotado y haberlos comprado por un par de
sandalias, con sólo invocar a Dios diciéndole Señor, Señor, por eso nos vaya a
salvar. Dios quiere lealtad en la fe y en el amor. Seamos ese buen olor de
Cristo para nuestro prójimo traduciendo nuestra fe en obras de amor.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la gracia de no conformarnos con ofrecerle a Dios exterioridades,
incienso, flores y alabanzas con los labios, sino que le demos nuestro corazón
para que amándolo con todo nuestro ser nos convierta en un signo claro de su
amor para nuestro prójimo, amándolo en la misma medida con que Dios nos ha
amado a nosotros. Amén. (Homilía católica)
REFLEXIÓN
EL
SIMBOLISMO DE LA UNCIÓN
Is
42, 1-7; Jn 12, 1-11
El
cántico del profeta Isaías comunica la determinación del Señor Dios de Israel,
que ha elegido a su siervo preferido, para que cumpla una misión demasiado
compleja: establecer el derecho en las naciones de manera resuelta y decidida,
pero sin violentar a nadie. El Siervo desechará la coacción y por eso permitirá
que siga ardiendo la mecha que sigue encendida. En esa misma tónica el Señor
Jesús ejerció su misión en la tierra de Israel. No pretendía avasallar la
tozudez de Judas ni aprovecharse del afecto de la familia de Lázaro. Cada cual
debía asumir de manera libre y responsable su propia decisión. María, la
hermana de Lázaro, se anticipó a ungirle porque comprendía que la decisión de
Jesús de entregar su vida, sería el principio de la liberación de Israel. (www
misal com mx)
Santos
Máximo, Tiburcio y Valerio de Roma, mártires; Juan de
Montemorano, obispo.
Beato Pedro González, "San Telmo", presbítero.
Feria (Morado)
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