LECTURAS
DE LA EUCARISTÍA
VIERNES
25 DE ABRIL DE 2014
VIERNES
DE LA OCTAVA DE PASCUA
ANTÍFONA
DE ENTRADA (Cfr. Sal 77, 53)
El
Señor liberó a su pueblo y lo llenó de esperanza, y a sus enemigos los sumergió
en el mar. Aleluya.
Se
dice Gloria.
ORACIÓN
COLECTA
Dios
todopoderoso y eterno, que estableciste el misterio pascual como alianza de la
reconciliación humana, concédenos manifestar en las obras lo que celebramos con
fe. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad
del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
LITURGIA
DE LA PALABRA
Ningún
otro puede salvarnos.
DEL LIBRO DE LOS
HECHOS DE LOS APÓSTOLES: 4, 1-12
En
aquellos días, mientras Pedro y Juan hablaban al pueblo, se presentaron los
sacerdotes, el jefe de la guardia del templo y los saduceos, indignados porque
los apóstoles enseñaban al pueblo y anunciaban que la resurrección de los
muertos se había verificado en la persona de Jesús. Los aprehendieron, y como
ya era tarde, los encerraron en la cárcel hasta el día siguiente. Pero ya
muchos de los que habían escuchado sus palabras, unos cinco mil hombres, habían
abrazado la fe.
Al
día siguiente, se reunieron en Jerusalén los jefes del pueblo, los ancianos y
los escribas, el sumo sacerdote Anás, Caifás, Juan, Alejandro y cuantos
pertenecían a las familias de los sumos sacerdotes. Hicieron comparecer ante
ellos a Pedro y a Juan y les preguntaron: "¿Con qué poder o en nombre de
quién han hecho todo esto?"
Pedro,
lleno del Espíritu Santo, dijo: "Jefes del pueblo y ancianos: Puesto que
hoy se nos interroga acerca del beneficio hecho a un hombre enfermo, para saber
cómo fue curado, sépanlo ustedes y sépalo todo el pueblo de Israel: este hombre
ha quedado sano en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ustedes crucificaron
y a quien Dios resucitó de entre los muertos. Este mismo Jesús es la piedra que
ustedes, los constructores, han desechado y que ahora es la piedra angular.
Ningún otro puede salvarnos, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los
hombres por el que nosotros debamos salvarnos".
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORAL: Del salmo 117
R/.
La piedra que desecharon los constructores es ahora la piedra angular. Aleluya.
Te
damos gracias, Señor, porque eres bueno, porque tu misericordia es eterna. Diga
la casa de Israel: "Su misericordia es eterna". Digan los que temen
al Señor: "Su misericordia es eterna". R/.
La
piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es
obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Éste es el día del triunfo
del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.
Libéranos,
Señor, y danos tu victoria. Bendito el que viene en nombre del Señor. Que Dios
desde su templo nos bendiga. Que el Señor, nuestro Dios, nos ilumine. R/.
SECUENCIA
opcional
ACLAMACIÓN
(Sal 117, 24)
R/.
Aleluya, aleluya.
Éste
es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.
Se
acercó Jesús, tomó el pan y se lo dio a sus discípulos y también el pescado.
DEL SANTO EVANGELIO
SEGÚN SAN JUAN: 21, 1-14
En
aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de
Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás
(llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y
otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: "Voy a pescar". Ellos le
respondieron: "También nosotros vamos contigo". Salieron y se
embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.
Estaba
amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo
reconocieron. Jesús les dijo: "Muchachos, ¿han pescado algo?" Ellos
contestaron: "No". Entonces Él les dijo: "Echen la red a la
derecha de la barca y encontrarán peces". Así lo hicieron, y luego ya no
podían jalar la red por tantos pescados.
Entonces
el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: "Es el Señor". Tan
pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la
túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos
llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de
tierra más de cien metros.
Tan
pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y
pan. Jesús les dijo: "Traigan algunos pescados de los que acaban de
pescar". Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla
la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de
que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: "Vengan a
almorzar". Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: `¿Quién
eres?', porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo
dio y también el pescado.
Ésta
fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar
de entre los muertos.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
ORACIÓN
SOBRE LAS OFRENDAS
Señor,
realiza bondadoso en nosotros el intercambio de este sacrificio pascual, para
que pasemos de los afectos terrenos al deseo de los bienes del cielo. Por
Jesucristo, nuestro Señor.
Prefacio
I de Pascua (en este día)
ANTÍFONA
DE LA COMUNIÓN (Cfr. Jn 21, 12-13)
Dijo
Jesús a sus discípulos: Vengan a comer. Y tomó un pan y lo repartió entre
ellos. Aleluya.
ORACIÓN
DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Protege,
Señor, con amor constante a quienes has salvado, para que, una vez redimidos
por la pasión de tu Hijo, se llenen ahora de alegría por su resurrección. Él,
que vive y reina por los siglos de los siglos.
La
despedida se hace como en el día de Pascua
REFLEXIÓN:
Hech. 4, 1-12. El anuncio de Jesús
hecho con poder mediante obras y palabras siempre causa oposición entre quienes
ven amenazados sus intereses. Sin embargo, el verdadero enviado no se deja
intimidar, e incluso aprovecha el momento de estar frente a quienes rechazan a
Cristo para anunciarles, con toda valentía, el Nombre del Señor.
Los
apóstoles no se ofuscan a causa de su condición humilde para dejar de proclamar
a Cristo ante los poderosos. Ellos saben que van con el Espíritu del Señor que
les prometió estar con ellos y poner palabras sabias en sus labios cuando
llegaran estos momentos de prueba.
No
somos nosotros, es Dios quien hace su obra por medio nuestro. Si realmente
amamos al Señor y vivimos nuestro compromiso con su Evangelio, no dejaremos de
proclamarlo aun cuando seamos amenazados por la espada o por el despojo de lo
nuestro. No podemos hacer del Evangelio nuestro negocio para que nada nos
falte, ni dinero, ni poder ni prestigio. Nuestro único negocio será el tener
como botín a todos aquellos que, ganados para Cristo, nos hagan llegar a la
presencia de Dios, no solos, ni con las manos vacías, sino acompañados por
quienes, habiendo sido dispersados por el pecado, han creído en Dios, y, unidos
a Cristo, van con quienes Él ha querido hacernos signos de su amor y de su
entrega, para que, viviendo ya desde ahora como hermanos, algún día juntos
estemos en la Asamblea de los Santos, después de haber pasado, tal vez muchas
tribulaciones por la proclamación auténtica y comprometida del Evangelio, que
Dios nos ha confiado.
Ante
los poderosos que han fallado tenemos el deber de proclamar con valentía el
Evangelio, y no con diplomacia para evitar conflictos con ellos. El Evangelio
no puede proclamarse con palabras timoratas ni con ambigüedades o acomodos que
quisieran dar la razón a quien no la tiene. Jesucristo ha venido como Aquel por
quien toma uno posición en la vida para vivir conforme a sus enseñanzas, y no
para tenerlo como consuelo, ni mucho menos como cómplice de nuestras tonterías.
Dios
nos ha enviado a proclamarlo como aquel que salva a todos y no como el que
sirve a nuestros intereses personales para aprovecharnos de su mensaje a favor
de nuestras comodidades o intereses económicos, o de poder o de prestigio.
¿Somos
fieles al Señor no sólo por la pulcritud con que algunos viven, por los rezos
más que por las oraciones, sino por nuestra entrega que se hace cercanía para
salvar, para levantar, para socorrer, para consolar, para, finalmente, amar
hasta sus últimas consecuencias? ¿Somos fieles a la Iglesia por entregar nuestra
vida para que todos encuentren en Cristo la salvación, o sólo somos fieles para
adquirir prestigio y puestos en la Iglesia mientras vemos con desprecio a los
demás y nos apartamos de ellos como de la mugre en lugar de acercarnos para
levantarlos y fortalecerlos en Cristo?.
Los
poderosos en nuestra mente ¿Están como aquellos que son responsables de muchas
injusticias, del hambre, de la pobreza, del dolor y del sufrimiento de millones
de hermanos nuestros y a quienes, por nuestra fidelidad al Evangelio, les
hacemos conciencia de su pecado? o ¿Por el contrario vemos en ellos la manera
de encontrar seguridad para nosotros y los nuestros, y evitamos molestarlos con
el anuncio auténtico del Evangelio?
Cristo
nos envió a Evangelizar, ojalá y no lo traicionemos ni a Él ni a su Evangelio.
Sal. 118 (117). Demos gracias a Dios
por su bondad, pues no dejó que nuestros enemigos se rieran de nosotros. Él es
quien nos ha dado la victoria. En Cristo, piedra rechazada por los arquitectos
humanos, pero convertida por Dios en piedra angular del nuevo templo de Dios,
el Señor se ha convertido para nosotros en salvación y seguridad para que el
mal no nos domine.
Dios
ha visitado y redimido a su pueblo; que Él se convierta para nosotros en luz
que ilumine nuestros pasos por el camino de la salvación.
No
cerremos nuestro corazón a la voluntad de Dios que consiste en esto: en que
creamos en Aquel que Él ha enviado. No hay otro nombre en el cual podamos
nosotros salvarnos. Quien rechaza a Cristo, rechaza a Aquel que lo envió; y
quien rechaza a quien lo envió ya está condenado, pues la vida de Dios no
permanece en Él. Y el rechazo de Cristo no sólo se hace con los labios, sino
que se manifiesta también con las obras que, cargadas de maldad, indican que
Dios no habita en ese corazón, sino que se tiene como huésped al autor de la
maldad, quien hace que esa persona sea esclava del pecado.
Cristo
victorioso sobre la maldad y la muerte ha de ser no sólo objeto de nuestra fe,
sino Aquel por quien vivimos, nos movemos y somos.
Jn 21, 1-14. La Misión
Evangelizadora no corresponde sólo a los Apóstoles, sino a toda la Iglesia. En
el Evangelio de este día se nos habla de que quienes están en la barca pescando
no son sólo los apóstoles, sino también otros discípulos.
La
Iglesia, toda la Iglesia, todos sus miembros, han nacido para Evangelizar. Y no
podemos contentarnos pensando que cumplimos con el mandato del Señor de llevar
su Evangelio a todos los pueblos cuando trabajamos hacia dentro de la Iglesia.
Es
sencillo pensar que pescamos mucho cuando tenemos grupos apostólicos nutridos
de gente que ha respondido a Dios. Finalmente ellos ya estaban dentro, y,
aunque necesitan también ser constantemente evangelizados, no pueden ser la
meta final de nuestras aspiraciones apostólicas, sino el principio de
solidaridad en la Misión, de tal forma que vayamos al encuentro de quienes no
conocen a Cristo para que también a esos pueblos llegue el anuncio del
Evangelio.
No
vamos a ir con fábulas o inventos humanos. Llevamos a Cristo, y es Él quien nos
indica, con su Palabra, la forma como ha de ser realizada la misión que nos ha
confiado. La fidelidad a su Palabra, escuchada y puesta en práctica por
nosotros, es la única forma de no trabajar en vano, sino con la eficacia que el
mismo Cristo quiere darle a su Palabra. Vivamos con amor nuestra fidelidad a
Cristo.
En
la Eucaristía el Señor nos convoca junto al fuego de su amor para alimentarnos
con sus enseñanzas proclamadas en la Palabra que nos ha dirigido. Escuchémoslo
con amor. No permitamos que su Palabra sólo nos haga cosquillas en los oídos o
suene como campanillas agradables.
La
fuerza de la palabra de Dios nos ha de ayudar a corregir nuestros caminos de
apostolado. Es el Señor quien ha de ser proclamado. La fuerza del Evangelio y
su eficacia radican en el mismo Cristo que nos habla; no son los medios que
utilizamos, es el Señor, a cuyo servicio ponemos todos los avances técnicos y
científicos para que la persona de hoy pueda encontrarse con el Señor y
escuchar su Palabra y darle un nuevo rumbo a su vida.
En
la Eucaristía el Señor vuelve a partir su pan para nosotros. Su vida, por medio
de este Alimento-Sacramento, llega a nosotros con toda su fuerza.
Nuestros
apostolados han de culminar con las redes llenas de gentes llevadas a la orilla
donde está Cristo; en la Eucaristía culminan todos nuestros apostolados. De la
Eucaristía todos, todos sin distinción, volvemos a conducir nuestra barca mar
adentro para continuar la obra del Señor, hasta que al final lleguemos a la
orilla donde, juntos, todos juntos, seamos invitados, por el mismo Cristo, a
sentarnos para siempre a su mesa, en el Banquete eterno.
Es
nuestra experiencia del resucitado, nuestro reconocimiento del Él como Señor y
Salvador de nuestra vida; es el haber participado de su mesa en que Él ha
tomado su Pan y nos lo ha compartido; es su vida entregada por nosotros como la
máxima muestra de su amor lo que nos hace sus testigos fidedignos.
Nuestra
barca, llena de peces, de gentes ganadas para Cristo, ha de ser conducida, bajo
la guía de Pedro, a quien toda la Iglesia escucha como al mismo Cristo, hacia
la orilla donde se inicia la eternidad junto al Señor, siendo santos, como él
es Santo; ahí donde ya no tendremos necesidad de preguntar nada acerca de Él,
pues, viéndolo cara a cara, sabremos que es el Señor que nos ha amado y que es
Aquel con quien estaremos para siempre en su Gloria.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de darle nuestro sí de fidelidad a la Misión
que Él nos ha confiado de ser testigos del Evangelio que es Cristo. Así, fieles
al Señor, seremos dignos de participar eternamente del mismo amor que Dios le
tiene a su Hijo amado, en quien Él se complace. Amén.
(Homilia
católica )
REFLEXIÓN:LA
SALVACIÓN NO ESTÁ EN NINGÚN OTRO
Hch
4, 1-12; Jn 21,1-14
Jesús
nos salva de distintas amenazas y peligros, desde la simple ignorancia y
confusión que padecían unos pescadores experimentados que cierta noche se
habían quedado con las redes vacías, hasta de los peligros verdaderamente
destructivos: el pecado, el egoísmo, la muerte. La oferta de soluciones
terapéuticas se ha diversificado hasta el hartazgo: del misticismo oriental,
las constelaciones, los grupos de ayuda tipo AA, y toda una serie de propuestas
afines a las más variadas escuelas filosóficas. Todos esos caminos apuntan a la
autoliberación. De esta manera se pone el énfasis en la dimensión consciente y
racional del proceso de cambio personal. Sin embargo, éste tiene sus límites.
Para el creyente, ese límite lo colma Jesús que regenera misteriosamente
nuestro corazón. (www misal com mx)
Santos
Marcos,
evangelista; Juan Piamarta, fundador;
Pedro de San José de Betancur, fundador.
Feria (Blanco)
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