sábado, 26 de abril de 2014

ECTURAS DE LA EUCARISTÍA .DOMINGO 27 DE ABRIL DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
DOMINGO 27 DE ABRIL DE 2014
II DOMINGO DE PASCUA O DE LA "DIVINA MISERICORDIA"

ANTÍFONA DE ENTRADA (1 P 2, 2)
Como niños recién nacidos, anhelen una leche pura y espiritual que los haga crecer hacia la salvación. Aleluya.

Se dice Gloria.

ORACIÓN COLECTA
Dios de eterna misericordia, que reanimas la fe de este pueblo a ti consagrado con la celebración anual de las fiestas pascuales, aumenta en nosotros los dones de tu gracia, para que todos comprendamos mejor la excelencia del bautismo que nos ha purificado, la grandeza del Espíritu que nos ha regenerado y el precio de la Sangre que nos ha redimido. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

LITURGIA DE LA PALABRA

Los creyentes vivían unidos y todo lo tenían en común.

DEL LIBRO DE LOS HECHOS DE LOS APÓSTOLES: 2, 42-47

En los primeros días de la Iglesia, todos los que habían sido bautizados eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la comunión fraterna, en la fracción del pan y en las oraciones. Toda la gente estaba llena de asombro y de temor, al ver los milagros y prodigios que los apóstoles hacían en Jerusalén.
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. Los que eran dueños de bienes o propiedades los vendían, y el producto era distribuido entre todos, según las necesidades de cada uno. Diariamente se reunían en el templo, y en las casas partían el pan y comían juntos, con alegría y sencillez de corazón. Alababan a Dios y toda la gente los estimaba. Y el Señor aumentaba cada día el número de los que habían de salvarse.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 117
R/. La misericordia del Señor es eterna. Aleluya.

Diga la casa de Israel: "Su misericordia es eterna". Diga la casa de Aarón: "Su misericordia es eterna". Digan los que temen al Señor: "Su misericordia es eterna". R/.

Querían a empujones derribarme, pero Dios me ayudó. El Señor es mi fuerza y mi alegría, en el Señor está mi salvación R/.

La piedra que desecharon los constructores, es ahora la piedra angular. Esto es obra de la mano del Señor, es un milagro patente. Éste es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.

La resurrección de Cristo nos da la esperanza de una vida nueva.

DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PEDRO: 1, 3-9

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, por su gran misericordia, porque al resucitar a Jesucristo de entre los muertos, nos concedió renacer a la esperanza de una vida nueva, que no puede corromperse ni mancharse y que él nos tiene reservada corno herencia en el cielo. Porque ustedes tienen fe en Dios, Él los protege con su poder, para que alcancen la salvación que les tiene preparada y que Él revelará al final de los tiempos.
Por esta razón, alégrense, aun cuando ahora tengan que sufrir un poco por adversidades de todas clases, a fin de que su fe, sometida a la prueba, sea hallada digna de alabanza, gloria y honor, el día de la manifestación de Cristo. Porque la fe de ustedes es más preciosa que el oro, y el oro se acrisola por el fuego. A Cristo Jesús no lo han visto y, sin embargo, lo aman; al creer en Él ahora, sin verlo, se llenan de una alegría radiante e indescriptible, seguros de alcanzar la salvación de sus almas, que es la meta de la fe.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SECUENCIA opcional

ACLAMACIÓN (Jn 20, 29)
R/. Aleluya, aleluya.
Tomás, tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haberme visto, dice el Señor. R/.



Ocho días después, se les apareció Jesús.

DEL SANTO EVANGELIO EGÚN SAN JUAN: 20, 19-31

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: "La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo". Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar".
Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor". Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: "La paz esté con ustedes". Luego le dijo a Tomás: "Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree". Tomás le respondió: "¡Señor mío y Dios mío!" Jesús añadió: "Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto".
Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

Se dice Credo.

PLEGARIA UNIVERSAL
Oremos a Jesús resucitado, vida y esperanza de la humanidad entera. Después de cada petición diremos:
Jesús resucitado, escúchanos.
Por la Iglesia, por sus pastores. Que como los santos Juan XXIII y Juan Pablo II, sean testigos auténticos de Cristo resucitado en medio del pueblo de Dios. Oremos.
Por los obispos mexicanos. Que Cristo resucitado los asista en su reunión de esta semana. Oremos.
Por las vocaciones a la vida sacerdotal, diaconal y religiosa. Que sean muchos los que respondan a la llamada del Señor, especialmente en los países de misión. Oremos.
Por los que no creen en Jesús, o necesitan pruebas y no las encuentran. Que lleguen a descubrir el amor de Dios, y encuentren la felicidad de los que creemos sin haber visto. Oremos.
Por los trabajadores, especialmente los que más sufren los efectos de la crisis. Que los responsables de la política y la economía hagan todo lo posible para que toda persona pueda vivir dignamente. Oremos.
Por todos nosotros, reunidos como cada domingo, convocados por Cristo resucitado. Que él mismo nos dé la alegría, la paz, la fuerza de su Espíritu. Oremos. Escucha, Jesús resucitado, nuestras oraciones, y derrama tu amor sobre nosotros. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS 
Recibe, Señor, las ofrendas de tu pueblo (y de los recién bautizados), para que, renovados por la confesión de tu nombre y por el bautismo, consigamos la felicidad eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I de Pascua (en este día)

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Cfr. Jn 20, 27) 
Jesús dijo a Tomás: Acerca tu mano, toca los agujeros que dejaron los clavos y no seas incrédulo, sino creyente. Aleluya.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN 
Dios todopoderoso, concédenos que la gracia recibida en este sacramento pascual permanezca siempre en nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Puede utilizarse la fórmula de bendición solemne. Para despedir al pueblo se canta o se dice Pueden ir en paz, aleluya, aleluya. A lo cual se responde Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya.

PAPA FRANCISCO EN LA HOMILIA DE CANONIZACIÓN:
«SAN JUAN XXIII Y SAN JUAN PABLO II; JUAN XXIII PAPA DE LA DOCILIDAD AL ESPIRITU SANTO, Y JUAN PABLO II, EL PAPA DE LA FAMILIA»
Texto completo de la homilía .

En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que San Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.

Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, como hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,28).

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado» (1 P 2, 24; Cf. Is 53, 5).

San Juan XXIII y San Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano (Cf. Is 58,7), porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, y obispos y Papas del Siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante» (1 P 1,3.8). La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraban en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles (Cf. 2, 42-47) que hemos escuchado en la segunda Lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, San Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guiado del Espíritu. Éste fue su gran servicio a la Iglesia; por eso a mí me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu Santo.

En este servicio al Pueblo de Dios, San Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.


S:S: Papa Francisco en el Vaticano, el 27 de abril de 2014.



Reflexión

FE Y MISERICORDIA

1.- “Se hacían lenguas de ellos”. Después de exponer las notas que distinguen a la primera comunidad de Jerusalén, el autor del Libro de los Hechos subraya cómo se va congregando un grupo cada vez más numeroso de hombres y mujeres que se adhieren al Señor. Los rasgos más característicos de esta comunidad son: el poder de la palabra y los signos que acompañan la predicación apostólica, el favor que el pueblo les dispensa y la fraternidad entre todos los creyentes –comunidad de vida y comunidad de bienes–. La iglesia nace y crece como respuesta al evangelio, es fundación de Dios en Cristo y en sus enviados. Por eso confesamos su origen apostólico. Muchos acudían a los apóstoles, ellos eran un ejemplo atractivo, pues “la gente se hacían lenguas de ellos”. ¿Ocurre lo mismo respecto a la Iglesia actual, continuadora de los apóstoles? El Papa Francisco ha hecho que muchos vuelvan su mirada de nuevo a la Iglesia, está marcando estilo en sentido positivo. ¿Sabremos nosotros imitar su ejemplo?

2.- “Jesucristo es “el que vive”. En el Apocalipsis tenemos una enumeración de los diversos aspectos de la condición cristiana, que se encuadra como escatológica: la tribulación o la persecución, la prueba inaugurada por el conflicto escatológico de la cruz; la realeza y asociación a la soberanía de Cristo, vencedor de la muerte y de las potencias; la perseverancia o fidelidad en medio de la prueba y de la tentación. Junto a la tribulación y prueba que supone la cruz y el creer en Jesús, está la soberanía, la gloria de saberse vencedores con el resucitado. Para creer esto, en medio de una sociedad no creyente, es preciso mantener viva la fe y la esperanza en el triunfo del Señor. La expresión "el primero y el último" es atribuida a Dios mismo. Aquí se le aplica a Cristo. El título de "el que vive" tiene la misma orientación porque sólo Dios es "el viviente", por oposición a los ídolos que no tienen vida. Con estas expresiones se quiere patentizar la realeza de Jesús, el dominio sobre la muerte, la veracidad de su programa. El que se afilia al grupo de Jesús comprueba que lo ocurrido en el maestro se realiza también en el discípulo. La comunidad confiesa con estas expresiones su fe en la resurrección. Ni el dinero, ni el poder, ni la opresión, ni la tortura podrán nunca hacer desaparecer del corazón del cristiano la seguridad de que Cristo es "el que vive'.

3.- Hoy Jesucristo resucitado nos dice: "Dichosos los que crean sin haber visto". Tomás vio y creyó, pero, como dice San Agustín, "quería creer con los dedos". Tiene que meter sus dedos en las cicatrices para creer. El santo obispo de Hipona se pregunta: ¿y si hubiera resucitado sin las cicatrices? Entonces.....Tomás no hubiera creído, "pero si no hubiera conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de nuestro corazón". Jesús alaba a los que creen sin haber visto por encima de los que creen porque han visto y hasta han podido tocar. Sin embargo Tomás nos resulta cercano porque se parece mucho a nosotros, hombres del siglo XXI tecnificado: queremos comprobar las cosas antes de creerlas. Sin embargo, hay muchas personas que se fían de Jesús, todo ese pueblo sencillo y humilde de las procesiones de Semana Santa nos da ejemplo de confianza, porque creer es fiarse de Aquél que nunca nos falla. Pero, para que nuestra fe sea auténtica, es necesario dar un paso más. No vale sólo con vivir las emociones de un momento. La fe nos compromete y nos anima a seguir a Jesús y a poner en práctica su mensaje, pues "la fe sin obras es una fe muerta", nos dice Santiago en su Carta.

4.- El mensaje de Jesús en este segundo domingo de Pascua es doble: la paz y la misericordia. En primer lugar nos trae la paz: "Paz a vosotros". Es la paz que no puede regalarnos nadie más en la vida, la paz interior, la paz que da sentido a nuestra vida y la plenifica. Por eso, los discípulos "se llenaron de alegría al ver al Señor". Hay algo que todavía no tenemos asumido los que nos decimos seguidores de Jesús: tenemos que ser misericordiosos. Jesús nos envía a perdonar no a condenar, es el evangelio de la misericordia lo que nos trae. Lo ha recordado el Papa Francisco: “Dios no se cansa de perdonar”. Nos ha dicho, además, que tenemos que anunciar la misericordia de Dios. Nosotros tenemos que ser mensajeros de perdón, aprender a perdonarnos primero a nosotros mismos y ser instrumentos de perdón y reconciliación para todos. Este es el Evangelio auténtico. Quizá muchos no dan el paso de entrar en nuestras celebraciones desde la calle después de las procesiones porque no ven en nosotros esos signos evangélicos de paz, misericordia y alegría. Hoy es el día de la "Divina misericordia". Que la celebración de este día nos ayude a ser misericordiosos y compasivos todo el año.

José María Martín OSA
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“BIENAVENTURADOS LOS QUE SIN VER HAN CREÍDO”

1. - Hay mucho “listillo” por este mundo, que por haber leído mucho, y, seguramente por una gran indigestión de lectura, se consideran en posesión de la verdad y nos desprecian a los que creemos en Dios y en sus misterios. De estos tales, ya dijo Jesús que ha sido su Padre del cielo el que ante su soberbia les ha cegado los ojos para que no vean.
2. - Santo Tomás se mostró un poco “listillo”, pero no era de los “listillos” agnósticos. Lo que Santo Tomás tenía era un berrinche. Sus palabras: “no creeré si no veo en sus manos la señal de los clavos” constituyen la muestra de una verdadera pataleta infantil.
Que todos hayan visto al Señor y él –que cuando Jesús dijo que iba a casa de Lázaro con peligro de vida, dijo: “vayamos y muramos con Él”– no lo haya visto, eso no lo aguantó. Tomás se cegaba por el miedo de que fuese verdad lo que tanto deseaba, ver de nuevo vivo el Señor.
Tomás creía que no creía, pero creía. Y en cuanto sus manos tocaron a Jesús se dio cuenta de que ese contacto corporal no añadía nada a lo que la intuición del amor y la fe le habían dado. Y por eso, debió mirar sus inútiles manos y dice una leyenda medieval que se las vio manchadas de sangre. Como si hubiera cometido un atentado, no contra el Señor sino, contra su propio corazón y su fe.

3. - Y Tomás cae en tierra y nos cuenta esas palabras maravillosas: “Señor mío y Dios mío”. Mío, no nuestro, no de todos. Es personal e intransferible. Ese Señor se ha hecho experiencia íntima, se ha agarrado al corazón para no salir jamás de allí. Tomás sin el Señor, sin su Dios, ya no tiene sentido. Quitadle al Señor y Tomás dejará de ser mío, muy mío, porque es yo mismo. No vivo sino que Cristo vive en mí.
La fe de Tomás ha pasado de la cabeza al corazón. Si con una especie de racionalismo religioso queremos fortalecer nuestra fe, con meras razones humanas, temamos si no nos hemos empezado a parecer a los “listillos” a los que Dios no se revela.
Fe es adhesión a la persona de Jesús con una fuerza tal que Jesús pasa a ser mío. De un Tú y un Nosotros, pasa a un Tú y un Yo, que al fin se resume en un Tú, por la identificación del cristiano con Cristo.

4. - “Bienaventurados los que sin ver han creído”. Es nuestra bienaventuranza:
--Porque muchos le vieron y oyeron en su vida mortal y no le creyeron.
--Porque la fe de los Apóstoles no es mayor que la muestra de que palparon a Jesús, sino porque le amaron más y su entrega fue mayor.
--Porque la fe depende de Dios que se revela no a los “listillos” sino a los sencillos.
--Porque la fe es la creación de un nuevo corazón dentro de nosotros.
Jesús sopló sobre los Apóstoles como Dios creador sopló sobre el primer hombre para darle vida. El soplo de Jesús resucitado viene a avivar el rescoldo de nuestra fe que aún humea vacilante bajo las cenizas de los convencionalismos religiosos:
--De nuestros cumplidos y costumbres religiosas.
--De esa letra muerta y de nuestras leyes.
Ese soplo da vida a nuestra fe. Reaviva nuestro corazón y lo pega al Señor de forma que podamos decir: “Aquel Señor mío y Dios mío”.

José María Maruri, SJ
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¡CON EL DEDO EN EL CIELO!

En este segundo Domingo de la Pascua, cuando se sostienen en el aire los cantos y el gozo del Aleluya, dos nuevos santos –Juan XXIII y Juan Pablo II– suben a los altares. Los dos, en la tierra, se fiaron de Cristo.
Como Tomás, los dos, exclamaron “DIOS MÍO Y SEÑOR MÍO” y, a los dos, la Iglesia los proclama Santos para que, desde el cielo nos ayuden a descubrir a Cristo sin exigencias hacia Él y sin pruebas de su existencia. Hoy, el costado de Cristo, se nos presenta más claramente cuando dos personajes de nuestro tiempo, que fecundaron a la Iglesia con aires nuevos (Juan XXIII y JUAN PABLO II) son iconos de bondad y de perseverancia, de vida y de resurrección, de entrega y de generosidad. Hoy, los dos, estarán viendo cara a cara a ese Cristo en el cual nosotros creemos y celebramos en esta alegría pascual: ¡HA RESUCITADO! Sólo desde la Resurrección de Cristo, los dos nuevos santos, entendieron toda su vida.

1. A los dos, Juan XXIII y JUAN PABLO II, el encuentro personal con Cristo –como a Tomás– les cambió la vida. Y los dos, como sacerdotes, obispos y Papas después, tuvieron un único afán y cometido: presentar a la Iglesia como pregonera de la alegría de la Pascua.
Los dos, con sus peculiares personalidades pero con un mismo fondo, contemplaron los acontecimientos de la historia de la humanidad y la quisieron penetrar con la luz de la Verdad que es Cristo. En Él, y desde Él, colocaron las dificultades, anhelos y esperanzas de la Iglesia. Ante un mundo que exige racionalidad, pruebas, eficacia y se queda en lo superficial, Juan XXIII y Juan Pablo II, con la bondad uno y la valentía otro, recordaron a los contemporáneos que Dios no se casa con nadie. Que seguir a Jesús no es edulcorar la fe. Que ser fiel a la Iglesia no conlleva mostrar en carne viva a Aquel que predicamos.
A los dos, movidos por un profundo amor a Cristo y a la Iglesia, les une el testimonio –como a Tomás– de que Jesús es Alguien vivo, operativo y presente en el ámbito de nuestras vidas personales. Si a Tomás le conmovió el costado abierto de Cristo, los agujeros de los clavos en pies y manos, a los dos Papas les sedujo desde tiempos atrás un Jesús que les llamó a ser sacerdotes y heraldos de su reino. Lo demás vendría por añadidura y por exigencias del Espíritu Santo.

2. Ante una realidad que intenta hilvanar todo, con el hilo de la apariencia, este segundo domingo de la Pascua nos ayuda a fiarnos de Dios sin condiciones. La Iglesia no está llamada a demostrar nada. En todo caso, la Iglesia, como depositaria de la fe de los apóstoles, sabe perfectamente que no le faltarán detractores o muros infranqueables a sus fuerzas y posibilidades humanas. Pero, también es verdad, que la Iglesia sabe que no es mayor que el Maestro y que, por lo tanto ese Maestro, no le evitará problemas pero le dará fuerzas para soportarlos y ser ante el mundo un recordatorio permanente de que Dios existe.
Llama la atención, en una encuesta realizada esta semana pasada, como 6 de cada 10 ciudadanos de Europa (excepto en Dinamarca y España) consideran que la Religión es un bien necesario. Algo tendremos que hacer para que, ese porcentaje que no lo ve así (entre ellos España) sientan que la Iglesia –lejos de ser sólo institución– es un canal válido e imprescindible para llevarnos a un encuentro real y fuerte con el Resucitado.
Que los dos nuevos Papas Santos, Juan XXIII y Juan Pablo II, nos ayuden a dar con esa clave que posibilite abrir los corazones cerrados, clarificar las mentes ofuscadas por el sensacionalismo, calmar los nervios de aquellos a los cuales la Iglesia molesta tanto o impregnar de interés por lo divino a toda esa masa que piensa que, vivir sin Dios, es mejor y más saludable.
Juan XXIII y Juan Pablo II…vosotros que estáis tocando con vuestra mano y con vuestros dedos el rostro de Cristo Resucitado, no olvidéis a esta Iglesia que ama con locura a su Señor pero necesitada siempre de conversión, luz, paz y valentía para hacerlo presente en este mundo. Así sea.
P. Javier Leoz.

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO

El sumario que nos presenta San Lucas en su segunda obra tiene un carácter ejemplar, puesto que nos describe el ideal cristiano que animaba a la iglesia madre de Jerusalén. Cuatro pilares sostienen su vida como creyentes: la oración, la enseñanza, la comunión y el servicio. Si una de esas realidades está ausente, el rostro de la comunidad eclesial se desfigura, convirtiéndose en asociación piadosa, escuela de teología u organización no gubernamental. La realidad sacramental (oración y eucaristía) se prolonga y concretiza en las iniciativas de auxilio mutuo y de servicio dentro y fuera de la comunidad cristiana. La comunión de fe nos vincula con el Padre y nos hermana con los bautizados; esa conciencia nos empuja a vivir como ministros, es decir, servidores de los que pasan necesidad. (www misal com mx).


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