lunes, 7 de abril de 2014

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA LUNES 7 DE ABRIL DE 2014


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
LUNES  7  DE ABRIL DE 2014
V SEMANA DE CUARESMA

ANTÍFONA DE ENTRADA (Sal 55, 2)
Ten compasión de mí, Señor, porque me pisotean y acosan todo el día mis enemigos.

ORACIÓN COLECTA
Dios nuestro, que con el don de tu amor nos colmas de bendiciones, transfórmanos en una nueva creatura, para que estemos preparados a la Pascua gloriosa de tu Reino. Por nuestro Señor Jesucristo...

LITURGIA DE LA PALABRA
La inocencia de Susana.

DEL LIBRO DEL PROFETA DANIEL: 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62

En aquel tiempo vivía en Babilonia un hombre llamado Joaquín, casado con Susana, hija de Quelcías, mujer muy bella y temerosa de Dios. Sus padres eran virtuosos y habían educado a su hija según la ley de Moisés. Joaquín era muy rico y tenía una huerta contigua a su casa, donde solían reunirse los judíos, porque era estimado por todos. Aquel año habían sido designados jueces dos ancianos del pueblo; eran de aquellos de quienes había dicho el Señor: "En Babilonia, la iniquidad salió de ancianos elegidos como jueces, que pasaban por guías del pueblo". Éstos frecuentaban la casa de Joaquín y los que tenían litigios que resolver acudían ahí a ellos. Hacia el mediodía, cuando toda la gente se había retirado ya, Susana entraba a pasear en la huerta de su marido. Los dos viejos la veían entrar y pasearse diariamente, y se encendieron de pasión por ella, pervirtieron su corazón y cerraron sus ojos para no ver al cielo ni acordarse de lo que es justo.
Un día, mientras acechaban el momento oportuno, salió ella, como de ordinario, con dos muchachas de su servicio, y como hacía calor, quiso bañarse en la huerta. No había nadie allí, fuera de los viejos, que la espiaban escondidos. Susana dijo a las doncellas: "Tráiganme jabón y perfumes, y cierren las puertas de la huerta mientras me baño". Apenas salieron las muchachas, se levantaron los dos viejos, corrieron hacia donde estaba Susana y le dijeron: "Mira: las puertas de la huerta están cerradas y nadie nos ve. Nosotros ardemos en deseos de ti. Consiente y entrégate a nosotros. Si no, te vamos a acusar de que un joven estaba contigo y que por eso despachaste a las doncellas". Susana lanzó un gemido y dijo: "No tengo ninguna salida; si me entrego a ustedes, será la muerte para mí; si resisto, no escaparé de sus manos. Pero es mejor para mí ser víctima de sus calumnias, que pecar contra el Señor". Y dicho esto, Susana comenzó a gritar. Los dos viejos se pusieron a gritar también y uno de ellos corrió a abrir la puerta del jardín. Al oír los gritos en el jardín, los criados se precipitaron por la puerta lateral para ver qué sucedía. Cuando oyeron el relato de los viejos, quedaron consternados, porque jamás se había dicho de Susana cosa semejante.
Al día siguiente, todo el pueblo se reunió en la casa de Joaquín, esposo de Susana, y también fueron los dos viejos, llenos de malvadas intenciones contra ella, para hacer que la condenaran a morir. En presencia del pueblo dijeron: "Vayan a buscar a Susana, hija de Quelcías y mujer de Joaquín". Fueron por Susana, quien acudió con sus padres, sus hijos y todos sus parientes. Todos los suyos y cuantos la conocían, estaban llorando.
Se levantaron entonces los dos viejos en medio de la asamblea y pusieron sus manos sobre la cabeza de Susana. Ella, llorando, levantó los ojos al cielo, porque su corazón confiaba en el Señor. Los viejos dijeron: "Mientras nosotros nos paseábamos solos por la huerta, entró ésta con dos criadas, luego les dijo que salieran y cerró la puerta. Entonces se acercó un joven que estaba escondido y se acostó con ella. Nosotros estábamos en un extremo de la huerta, y al ver aquella infamia, corrimos hacia ellos y los sorprendimos abrazados. Pero no pudimos sujetar al joven, porque era más fuerte que nosotros; abrió la puerta y se nos escapó. Entonces detuvimos a ésta y le preguntamos quién era el joven, pero se negó a decirlo. Nosotros somos testigos de todo esto". La asamblea creyó a los ancianos, que habían calumniado a Susana, y la condenaron a muerte.
Entonces Susana, dando fuertes voces, exclamó: "Dios eterno, que conoces los secretos y lo sabes todo antes de que suceda, tú sabes que éstos me han levantado un falso testimonio. Y voy a morir sin haber hecho nada de lo que su maldad ha tramado contra mí". El Señor escuchó su voz. Cuando llevaban a Susana al sitio de la ejecución, el Señor hizo sentir a un muchacho, llamado Daniel, el santo impulso de ponerse a gritar: "Yo no soy responsable de la sangre de esta mujer".
Todo el pueblo se volvió a mirarlo y le preguntaron: "¿Qué es lo que estás diciendo?" Entonces Daniel, de pie en medio de ellos, les respondió: "Israelitas, ¿cómo pueden ser tan ciegos? Han condenado a muerte a una hija de Israel, sin haber investigado y puesto en claro la verdad.
Vuelvan al tribunal, porque ésos le han levantado un falso testimonio".
Todo el pueblo regresó de prisa y los ancianos dijeron a Daniel: "Ven a sentarte en medio de nosotros y dinos lo que piensas, puesto que Dios mismo te ha dado la madurez de un anciano". Daniel les dijo entonces: "Separen a los acusadores, lejos el uno del otro, y yo los voy a interrogar".
Una vez separados, Daniel mandó llamar a uno de ellos y le dijo: "Viejo en años y en crímenes, ahora van a quedar al descubierto tus pecados anteriores, cuando injustamente condenabas a los inocentes y absolvías a los culpables, contra el mandamiento del Señor: No matarás al que es justo e inocente. Ahora bien, si es cierto que los viste, dime debajo de qué árbol estaban juntos". Él respondió: "Debajo de una acacia". Daniel le dijo: "Muy bien. Tu mentira te va a costar la vida, pues ya el ángel ha recibido de Dios tu sentencia y te va a partir por la mitad". Daniel les dijo que se lo llevaran, mandó traer al otro y le dijo: "Raza de Canaán y no de Judá, la belleza te sedujo y la pasión te pervirtió el corazón. Lo mismo hacían ustedes con las mujeres de Israel, y ellas, por miedo, se entregaban a ustedes. Pero una mujer de Judá no ha podido soportar la maldad de ustedes. Ahora dime, ¿bajo qué árbol los sorprendiste abrazados?" Él contestó: "Debajo de una encina". Replicó Daniel: "También a ti tu mentira te costará la vida. El ángel del Señor aguarda ya con la espada en la mano, para partirte por la mitad. Así acabará con ustedes".
Entonces toda la asamblea levantó la voz y bendijo a Dios, que salva a los que esperan en Él. Se alzaron contra los dos viejos, a quienes, con palabras de ellos mismos, Daniel había convencido de falso testimonio, y les aplicaron la pena que ellos mismos habían maquinado contra su prójimo. Para cumplir con la ley de Moisés, los mataron, y aquel día se salvó una vida inocente.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

SALMO RESPONSORIAL: Del salmo 22
R/. Nada temo, Señor, porque tú estás conmigo.

El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace reposar y hacia fuentes tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas. R/.

Por ser un Dios fiel a sus promesas, me guía por el sendero recto; así, aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú estás conmigo. Tu vara y tu cayado me dan seguridad. R/.

Tú mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza con perfume y llenas mi copa hasta los bordes. R/.

Tu bondad y tu misericordia me acompañarán todos los días de mi vida; y viviré en la casa del Señor por años sin término. R/.

ACLAMACIÓN (Ez 33, 11) R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
No quiero la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva, dice el Señor. R/.



Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra.

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN: 8, 1-11

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos y al amanecer se presentó de nuevo en el templo, donde la multitud se le acercaba; y Él, sentado entre ellos, les enseñaba. Entonces los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, y poniéndola frente a Él, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?"
Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo. Pero Jesús se agachó y se puso a escribir en el suelo con el dedo. Como insistían en su pregunta, se incorporó y les dijo: "Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra". Se volvió a agachar y siguió escribiendo en el suelo.
Al oír aquellas palabras, los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos, hasta que dejaron solos a Jesús y a la mujer, que estaba de pie, junto a Él.
Entonces Jesús se enderezó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Nadie te ha condenado?" Ella le contestó: "Nadie, Señor". Y Jesús le dijo: "Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar".

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS 
Concede, Señor, a tus hijos, reunidos para celebrar esta Eucaristía, ofrecerte como fruto de su penitencia, una conciencia limpia. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Prefacio I de la Pasión del Señor

ANTÍFONA DE LA COMUNIÓN (Jn 8, 10-11)
Jesús le preguntó: Mujer, nadie te ha condenado? Ella respondió: Nadie, Señor. Él le dijo: Yo tampoco te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar.

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Que la fuerza de tus sacramentos nos libre, Señor, de nuestras malas inclinaciones y nos ayude a seguir a Cristo, para acercarnos cada vez más a ti. Por Jesucristo, nuestro Señor.


HOMILIA DEL PAPA FRANCISCO 
Lunes  07/04/2014

“LA MISERICORDIA DIVINA ES UNA GRAN LUZ DE AMOR Y DE TERNURA”

La misericordia divina es una gran luz de amor y de ternura, es la caricia de Dios sobre las heridas de nuestros pecados. Lo afirmó el Santo Padre en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.

A partir del Evangelio de la adúltera perdonada el Papa Francisco explicó el significado de la misericordia de Dios. Se trata del conocido episodio en que los fariseos y los escribas llevan ante Jesús a una mujer sorprendida en adulterio y le preguntan qué hacer de ella, teniendo en cuenta que la ley de Moisés preveía la lapidación, por tratarse de un pecado considerado gravísimo.

“El matrimonio – afirmó el Papa – es el símbolo y también una realidad humana de la relación de Dios con su pueblo. Y cuando se arruina el matrimonio con un adulterio, se ensucia esta relación de Dios con el pueblo”.

Pero los escribas y los fariseos plantean esta pregunta para tener un motivo para acusarlo: “Si Jesús hubiera dicho: ‘Sí, sí, adelante con la lapidación’, habrían dicho a la gente: ‘Pero éste es su maestro tan bueno… ¡Miren qué cosa ha hecho con esta pobre mujer!’. Y si Jesús hubiera dicho: ‘¡No, pobrecita! ¡Perdónenla!’, habrían dicho: ‘¡No cumple la ley!’…

A ellos no les importaba la mujer; no les importaban los adúlteros, quizá alguno de ellos era adúltero… ¡No les importaba! ¡Sólo les importaba tender una trampa a Jesús!”. De ahí la respuesta del Señor: “¡Quien de ustedes esté sin pecado, arroje la primera piedra contra ella!”.

El Evangelio – observó el Papa – con “cierta ironía”, dice que los acusadores “se fueron, uno a uno, comenzando por los más ancianos. Se ve – dijo Francisco – que éstos en el banco del cielo tenían una buena cuenta corriente contra ellos”.

Y Jesús permanece solo con la mujer, como un confesor, diciéndole: “Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado? ¿Dónde están? Estamos solos, tú y yo. Tú ante Dios, sin las acusaciones, sin las habladurías. ¡Tú y Dios! ¿Nadie te ha condenado?”.

La mujer responde: “¡Nadie Señor!”, pero no dice: “¡Ha sido una falsa acusación! ¡Yo no cometí adulterio!”; sino que reconoce su pecado. Y Jesús afirma: “¡Ni siquiera yo te condeno! Ve, ve y de ahora en adelante no peques más, para no pasar un feo momento como este; para no pasar tanta vergüenza; para no ofender a Dios, para no ensuciar la hermosa relación entre Dios y su pueblo”.

“¡Jesús perdona! – afirmó el Papa –. Pero aquí se trata de algo más que el perdón”: “Jesús supera la ley y va más allá. No le dice: ‘¡El adulterio no es pecado!’. ¡No lo dice! Pero no la condena con la ley. Y éste es el misterio de la misericordia. Éste es el misterio de la misericordia de Jesús”.

“La misericordia – observó Francisco – es algo difícil de comprender”: “Pero, ‘Padre, la misericordia ¿borra los pecados?’. ‘No, ¡lo que borra los pecados es el perdón de Dios!’. La misericordia es el modo con que Dios perdona. Porque Jesús podía decir: ‘Yo te perdono. ¡Ve!’, como dijo a aquel paralítico que le habían presentado desde el techo: ‘¡Te son perdonados tus pecados!’. Aquí dice: ‘¡Ve en paz!’.

Jesús va más allá. Le aconseja que no peque más. Aquí se ve la actitud misericordiosa de Jesús: defiende al pecador de sus enemigos; defiende al pecador de una condena justa. También nosotros, cuántos de nosotros, quizá deberíamos ir al infierno, ¿cuántos de nosotros? Y esa condena es justa… y Él perdona más allá. ¿Cómo? ¡Con esta misericordia!”.

“La misericordia – afirmó el Papa – va más allá y hace la vida de una persona de tal modo que el pecado es arrinconado. Es como el cielo”:

“Nosotros miramos el cielo, tantas estrellas, tantas estrellas; pero cuando sale el sol, por la mañana, con tanta luz, las estrellas no se ven. Y así es la misericordia de Dios: una gran luz de amor, de ternura.

Dios perdona pero no con un decreto, sino con una caricia, acariciando nuestras heridas del pecado. Porque Él está implicado en el perdón, está implicado en nuestra salvación. Y así Jesús hace de confesor: no la humilla, no le dice ‘¡Qué has hecho, dime! ¿Y cuándo la has hecho? ¿Y cómo lo has hecho? ¿Y con quién lo has hecho?’. ¡No! ‘¡Ve, ve y de ahora en adelante no peques más!’.

Es grande la misericordia de Dios, es grande la misericordia de Jesús. ¡Perdonarnos, acariciándonos!”.
(traducción: María Fernanda Bernasconi – RV).
FUENTE: NEW. VA.

RADIO VATICANO.

REFLEXIÓN

Dan. 13, 1-9. 15-17. 19-30. Este relato llamado historia de Susana constituye una historia edificante, en la que se afirma que la confusión, la opresión y la violencia que sufren los hijos de Israel en el destierro, no viene sólo de sus opresores, sino también de los encargados de guiar a la comunidad creyente. Los dirigentes, apoyados en la Sagrada Escritura, quieren empujar al pueblo a aceptar la seducción del helenismo. Por otra parte están también aquellos que, cegados por su pasión nacionalista, ceden a la tentación de la violencia y quieren acarrear a todo el pueblo por ese camino, condenándolo a una muerte segura. No hay que dejarse seducir por aquellos que dan culto a los falsos dioses debajo de los árboles sagrados (acacias y encinas) y, después, como Dios en el Edén, se pasean por el jardín queriendo juzgar y condenar a quienes no les hacen caso. Pero el resto fiel de Israel, comparado con la mujer bella y temerosa de Dios, permanece fiel a su Señor y no se deja corromper ni por la tentación del helenismo con su culto a falsos dioses, ni por la tentación de la violencia. Por eso Dios librará a su pueblo de la mano de sus opresores, y condenará a los culpables por haber sido infieles a la Alianza pactada con el Señor.
En nuestra propia vida también nos encontramos con una serie de tentaciones que quisieran que, aquellos que creemos en Cristo y hemos sido hechos, en Él, hijos de Dios, entreguemos nuestro corazón a una religión que pierda su claridad y su compromiso. Por desgracia muchos, finalmente, han sabido compaginar el amor a Cristo con el dinero, con la injusticia, con la persecución de los inocentes y con la muerte de los justos. No es sencillo permanecer fieles en el amor a Dios y al prójimo, pues esto puede convertirnos en un vivo reproche para quienes han cerrado su mente a la Verdad, y su corazón al amor. Ante la fidelidad, ante la congruencia de nuestra vida con la fe que profesamos podemos ser blanco de críticas, persecuciones y muerte. Jesucristo es para nosotros el ejemplo de lo que espera a quienes viven en una obediencia fiel y amorosa a la voluntad de Dios. Tomar nuestra cruz y seguirlo no puede convertirse en una frase romántica; más bien requiere una decisión firme y amorosa de saber que, bajo todos los riesgos, hemos de caminar tras sus huellas conscientes de que Dios no abandonará a la muerte a quienes le vivan fieles.

Sal. 23 (22). Tenemos la impresión de encontrarnos ante un salmo genuinamente cristiano. Jesucristo, nuestro Buen Pastor, vela por nosotros y nos alimenta incluso con su Cuerpo y con su Sangre. En medio de peligros, que nos acechan en cañadas oscuras, el Señor va con nosotros; por eso nada tememos, pues su vara y su cayado nos dan seguridad. Dios es nuestro amigo y protector. Con Él nos encontramos en el Templo, pero ese encuentro no se limita a este momento; Dios va con nosotros siempre, todos los días hasta el fin de nuestra vida.
Los que creemos en Cristo hemos de sentir la seguridad de alguien que nos ha amado hasta el extremo y, a pesar de que la cruz se nos torne difícil y pesada, sabemos que Dios no dejará de cumplir sus promesas en nosotros; y si, en amor llegáramos incluso a entregar nuestra vida, tenemos la esperanza cierta de que el Señor no nos abandonará al poder de la muerte, pues Él quiere hacernos participar del Banquete eterno, ahí donde habrán terminado las persecuciones, el dolor, el llanto y la muerte.

Jn. 8, 1-11. Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar. Aun cuando pareciera que esta parte del Evangelio perteneciera a los Evangelios Sinópticos, pues encaja mejor en el Evangelio de san Lucas, sin embargo, de cualquier forma es también Evangelio, Buena noticia, que es lo más importante. Frente a los puritanos, frente a aquellos que emiten juicios severos y valorativos para dividir a la humanidad en buenos y malos, y concretizar quiénes son unos y quiénes son otros; frente a aquellos que condenan a los culpables, Jesús manifiesta que Él no ha venido a condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Él, como el Buen Pastor, sale en busca de los pecadores para ayudarlos a volver al camino del bien, y a la comunión con Dios y con el prójimo. Es verdad que el Señor no nos condena; más aún, siempre está dispuesto a perdonarnos. Pero esto no puede llevarnos a vivir en una falsa confianza en la bondad Divina. Por eso, el relato termina con un: Vete y ya no vuelvas a pecar. Este es el compromiso de amor de quien camina en la fidelidad, y que toma en serio la conversión, y no sólo como una costumbre que lo llevaría, en esta Cuaresma, a confesar sus pecados cumpliendo sólo con un precepto, para volver después volver al camino de maldad. El Señor nos llama a ser santos como Él, libres de pecado y dando testimonio de nuestra fe pasando, al igual que Cristo, haciendo el bien a todos.
En la Eucaristía celebramos el amor hasta el extremo que Dios nos ha tenido; amor manifestado en que el único Justo, Cristo Jesús, condenado injustamente y muerto clavado en una cruz para salvar a los culpables. Celebramos, también, que el Justo no fue abandonado a la muerte, sino que fue glorificado por su Padre Dios, quien lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha para siempre. En este momento supremo de Cristo nosotros, los únicos culpables, encontramos, no la condenación, sino el perdón para ser justificados y ser santos, como Dios es Santo. Aprovechemos, pues, este momento de amor y de gracia que el Señor nos concede vivir.
Los que creemos en Cristo, los que hemos recibido la gracia de no ser condenados sino perdonados, no podemos pasar la vida enjuiciando y condenando a nuestro prójimo. Sí, hemos de abrir los ojos para contemplar las faltas y miserias de nuestro prójimo; esto es una realidad que no podemos negar, como no podemos negar nuestra propia fragilidad y nuestros propios pecados; pero al reconocer el amor que Dios nos ha tenido también nosotros hemos de vivir el amor a nuestro prójimo, sabiendo que Dios no nos envió a condenar, sino a salvar. Jesús nos dice: Así como yo lo he hecho con ustedes, así háganlo los unos con los otros: Ámense, como yo los he amado a ustedes. Seamos la voz de los desvalidos, de los marginados, de los condenados injustamente, para que, por medio nuestro medio ellos logren verse libres de aquellos que, como fruto de sus injusticias o de sus desequilibrios internos, los han hecho blanco de sus persecuciones y los han condenado a muerte.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber amar a nuestro prójimo con el mismo amor con que Dios nos ha amado a nosotros. Esto no sólo nos alejará de la tentación de querer condenar y eliminar a quienes pensamos que son malos, sino que nos hará responsables de la salvación de nuestros hermanos, aun cuando no profesen la misma fe que nosotros. Sólo entonces nuestro testimonio será creíble y será posible que haya un sólo rebaño bajo un sólo Pastor: Cristo Jesús, Señor nuestro. Amén.

Reflexión de Homilía católica

REFLEXION: LAS VÍCTIMAS DE LA ARROGANCIA MASCULINA
Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Jn 8, 1-11
El relato de Susana y de la mujer adúltera del cuarto Evangelio no son dos casos aislados en las páginas de la Biblia. Dichas situaciones se han multiplicado en la historia de miles de mujeres, víctimas del hostigamiento y el chantaje de hombres abusivos. Afortunadamente en el relato ambas historias tuvieron un desenlace favorable: la valentía y la sensatez del joven Daniel impidieron que una inocente fuese condenada; la firmeza y la mirada crítica del Señor Jesús frenaron la lapidación de la adúltera. Detrás de esos hechos y de todos los que ocurren en la vida real, hay una mentalidad que denigra y pisotea a las mujeres, y menores de edad, reduciéndolos a objetos de los deseos y la lujuria de los "fuertes" que abusan de sus cargos para allegarse favores sexuales. El Evangelio marca un límite a la prepotencia. La corrupción de lo mejor (la administración de la justicia), resulta detestable (abuso de autoridad). (www misal com mx)

Santos
San Juan Bautista de La Salle, fundador; Germán José de Colonia, presbítero.
 Beata María Asunta Pallota, religiosa.

Feria (Morado)

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