sábado, 30 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Sábado, 30 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Sábado, 30 de Noviembre de 2013
Semana 34ª durante el año
San Andrés, Apóstol

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 10,9- 18
Hermanos: Basta que cada uno declare con su boca que Jesús es el Señor y que crea en su corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, para que pueda salvarse. En efecto, hay que creer con el corazón para alcanzar la santidad y declarar con la boca para alcanzar la salvación.

Por eso dice la Escritura: Ninguno que crea en él quedará defraudado, porque no existe diferencia entre judío y no judío, ya que uno mismo es el Señor de todos, espléndido con todos los que lo invocan, pues todo el que invoque al Señor como a su Dios, será salvado por él.

Ahora bien, ¿cómo van a invocar al Señor, si no creen en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír hablar de él, si no hay nadie que se lo anuncie? ¿Y cómo va a haber quienes lo anuncien, si no son enviados? Por eso dice la Escritura: ¡Qué hermoso es ver correr sobre los montes al mensajero que trae buenas noticias! Sin embargo, no todos han creído en el Evangelio. Ya lo dijo Isaías: Señor, ¿quién ha creído en nuestra predicación? Por tanto, la fe viene de la predicación y la predicación consiste en anunciar la palabra de Cristo.

Entonces yo pregunto: ¿Acaso no habrán oído la predicación? ¡Claro que la han oído!, pues la Escritura dice: La voz de los mensajeros ha resonado en todo el mundo y sus palabras han llegado hasta el último rincón de la tierra.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL 18, 2-3. 4-5
R El mensaje del Señor resuena en toda la tierra.

Los cielos proclaman la gloria de Dios y
el firmamento anuncia la obra de sus manos.
Un día comunica su mensaje al otro día y
una noche se lo transmite a la otra noche /R

Sin que pronuncien una palabra,
sin que resuene su voz,
a toda la tierra llega su sonido y
su mensaje hasta el fin del mundo /R



EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 4,18-22
Una vez que Jesús caminaba por la ribera del mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado después Pedro, y Andrés, los cuales estaban echando las redes al mar, porque eran pescadores. Jesús les dijo: “Síganme y los haré pescadores de hombres”. Ellos inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron.

Pasando más adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que estaban con su padre en la barca, remendando las redes, y los llamó también. Ellos, dejando enseguida la barca y a su padre, lo siguieron.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.




Reflexión
Rom. 10, 9-18. El acontecimiento salvífico de la Resurrección de Cristo nos hace comprender el Poder que tiene Dios para iniciar una nueva creación, pues aun cuando hayamos sido los más grandes pecadores, Dios nos llama para que participemos de su misma Vida y de su mismo Espíritu.
Pero para que eso se haga realidad en nosotros es necesario que aceptemos en la fe el Don de Dios, pues de nada sirve que confesemos con los labios la fe que sólo haya anidado en nuestra mente, mientras la Palabra de Dios no haya descendido a nuestro corazón, ni haya movido nuestra voluntad para ponernos en camino como criaturas renovadas en Cristo, y no sólo como meros parlanchines, tal vez muy eruditos, de las cosas de la fe.
Y el Señor nos llama a todos para que vivamos y vayamos tras sus huellas. Por eso la Palabra de Dios no sólo ha de ser estudiada a profundidad por nosotros, sino que ha de ser escuchada por quienes hemos sido llamados a vivir como discípulos fieles del Señor para dar testimonio, con las obras, de la fe que hemos depositado en Cristo.
Así, a través nuestro, que nos gloriamos de ser la Iglesia del Señor, ha de resonar por toda la tierra el mensaje de Salvación, ciertamente con nuestras palabras, pero sobre todo con nuestras obras, con nuestro testimonio, de tal forma que, viendo los demás nuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre Dios, que está en los cielos.

Sal. 19 (18). Los cielos proclaman la Gloria de Dios. Ese Dios que ha descendido a la tierra para anunciarnos, más aún, para manifestarnos el gran amor que Él nos tiene.
Y por ese su amor hacia nosotros el mismo Dios Encarnado ha querido convertirse en camino, en el único Camino que nos conduce al Padre, para que lleguemos a ser tan perfectos como Él.
Y es el amor, como única Ley, la que desde el cielo ha brillado para nosotros.
Los que nos gloriamos de creer en Cristo Jesús, y de ser, en Él, hijos de Dios, hemos de continuar proclamando el amor de Dios a toda creatura, a través de toda la historia de nuestro mundo.
Y tal vez no pronunciemos palabra alguna; sin embargo nuestra vida justa, cercana a quienes padecen enfermedades, pobrezas, desilusiones; y nuestra lucha por erradicar todos esos males, y trabajando esforzadamente para que todos vuelvan al camino del bien y se salven por su fe en Cristo Jesús, será la mejor forma de conducir a nuestros hermanos al conocimiento de Aquel que ha sido enviado como Evangelio viviente de salvación para todos los pueblos.
Y esta Misión que el Señor confió a sus apóstoles, la Iglesia continúa cumpliéndola a través del tiempo, pues no nos llamó el Señor para que vivamos de un modo cobarde nuestra fe, sino para que continuemos, con valentía, su obra en el mundo.
¿En verdad el Evangelio resuena por toda la tierra, y lo hará hasta el fin del mundo? Ojalá y no defraudemos la confianza que el Señor nos ha tenido.

Mt. 4, 18-22. Siempre dispuestos. Totalmente dispuestos para escuchar la voz del Señor, que nos llama; y emprender el camino tras sus huellas, como discípulos fieles.
Y entonces se inicia en nosotros un continuo camino de conversión, en el que poco a poco desaparecerán los propios criterios, y las propias seguridades; y día a día se irá formando en nosotros la imagen del Señor; y seremos sus testigos, y no sólo los que hablen de Él desde la ciencia humana.
Y Dios tiene nuestra hora; y Él sabe desde dónde nos va a llamar. Y nosotros hemos de estar dispuestos a dejarlo todo, hasta lo que humanamente pensamos que es lo más preciado para nosotros, pues ante Él todo lo demás queda como una penumbra de amor.
Tengamos fija la mirada en lo que será el final de la Misión que el Señor nos está confiando.
Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Y a nosotros nos ha confiado el Mensaje de la reconciliación, de tal forma que todos volvamos a Dios como a nuestro Padre, y volvamos a nuestro prójimo como a nuestro hermano. Entonces habremos ganado a todos para Cristo, y la pesca realmente habrá sido abundante.
Y no podemos esperar para mañana. Dentro de la vida familia, dentro de las diversas actividades que realizamos en los diversos ambientes del mundo, hemos de esforzarnos para que los principios del Evangelio, especialmente el amor, rijan la vida de toda la humanidad, de tal forma que el Reino de Dios empiece a construirse, ya desde ahora entre nosotros sobre la Roca firme, que es Cristo, y sobre el cimiento de los apóstoles y sus sucesores.
Por eso tratemos de que nuestra fe no se reduzca a un intimismo personal y cobarde, sino que se manifieste en nuestras actividades de cada día, de tal forma que al ver los demás nuestras buenas obras glorifiquen a nuestro Dios y Padre, que está en los cielos.
La Iglesia se construye en torno a la Eucaristía. Es el Memorial de la Pascua de Cristo lo que le da sentido y culmen a nuestra fe. El Señor nos reúne en torno suyo para que, como discípulos, continuemos siendo instruidos, no sólo a través de discursos eruditos, sino mediante la meditación fiel de su Palabra, sabiendo que el Señor quiere encarnarse en nuestra propia vida, de tal forma que, liberándonos de toda esclavitud al pecado, nos convierta en un signo creíble de su Reino para el mundo entero.
Ciertamente necesitamos reconocer nuestra fragilidad y nuestros pecados; y no tanto para vivir con una culpabilidad enfermiza, sino para saber desde dónde nos está llamando el Señor para darle un nuevo sentido a todo nuestro ser, de tal forma que, por pura bondad suya, podamos llegar a ser un signo creíble de su amor, de su bondad y de su misericordia para el mundo entero, anunciando el Evangelio desde la experiencia de la misericordia de Dios que nosotros mismos hayamos tenido.
En esta Eucaristía el Señor nos vuelve a manifestar cuánto nos ama. Pero al mismo tiempo nos llama para ir tras sus huellas, de tal forma que podamos llegar a colaborar, con Él, en su obra salvadora en el mundo a través de la historia.
¿Realmente seguimos a Cristo? ¿Realmente son nuestros los criterios del Evangelio? No podemos inventarnos un Cristo y un Evangelio a la medida de nuestras expectativas. El Señor nos ha manifestado lo que espera de nosotros: Que estemos dispuestos a darlo todo, con tal de salvar a todos.
Y no podemos quedarnos en una pastoral demasiado miope, de tal forma que sólo trabajemos en ganar para Cristo a aquellos que siempre están dispuestos a escucharnos, y a darle a Dios culto junto con nosotros.
Todos hemos de salir a los cruces de los caminos; y hemos de estar dispuestos a empolvar nuestras sandalias, y a dejar nuestras comodidades y poltronerías para buscar a las ovejas que se descarriaron en un día de nubarrones y oscuridad.
Aquel que cree en Cristo no puede continuar siendo un destructor de las ilusiones de sus hermanos; no puede continuar siendo un hipócrita en su fe, de tal forma que su vida no concuerde con lo que anuncia.
El Señor nos llamó para que conociéramos en Él el amor que el Padre Dios nos tiene; y nos quiere enviar como ministros de su Evangelio, de tal forma que desde nuestra vida el mundo continúe experimentando, a través de la historia, el gran amor que Él tiene a todos, y no sólo a unos grupos especiales.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de convertirnos realmente en sus Apóstoles, trabajando constantemente para lograr que la salvación llegue hasta el último rincón de la tierra. Amén


Reflexión de Homilía católica.


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