jueves, 14 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Jueves 14 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Jueves 14 de Noviembre de 2013
32ª semana del Tiempo Ordinario. C


LECTURA DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 7, 22—8, 1

La sabiduría es un espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil y penetrante, inmaculado, lúcido e invulnerable, amante del bien, agudo y libre, bienhechor, amigo del hombre y amable, firme, seguro y sereno, que todo lo puede y todo lo ve, que penetra en todos los espíritus: los inteligentes, los puros y los más sutiles.

La sabiduría es más ágil que cualquier movimiento y, por ser inmaterial, lo atraviesa y lo penetra todo. La sabiduría es un resplandor del poder de Dios, una emanación purísima de la gloria del omnipotente, por eso nada sucio la puede contaminar. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo inmaculado de la actividad de Dios y una imagen de su bondad. Ella sola lo puede todo; sin cambiar en nada, todo lo renueva; entra en las almas de los buenos de cada generación, hace de ellos amigos de Dios y profetas, porque Dios ama sólo a quienes conviven con la sabiduría. La sabiduría es más brillante que el sol y que todas las constelaciones; si se la compara con la luz del día, la sabiduría sale ganando, porque al día lo vence la noche, pero contra la sabiduría, la maldad no puede nada. Ella se extiende poderosa de un extremo al otro del mundo y con suavidad gobierna todo el universo.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL 118, 89-91. 130. 135. 175

R Enséñanos, Señor, tus leyes.

Tu palabra, Señor, es eterna, más estable que el cielo.
Tu fidelidad permanece de generación en generación,
como la tierra, que tú cimentaste /R

Todo subsiste hasta hoy por orden tuya y
todo está a tu servicio. La explicación de tu palabra da luz
y entendimiento a los humildes /R

Mira benignamente a tu siervo y
enséñame a cumplir tus mandamientos;
que sólo viva yo, Señor, para alabarte y que tu ley me ayude /R


EVANGELIO

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17,20-25

En aquel tiempo, los fariseos le preguntaron a Jesús: “¿Cuándo llegará el Reino de Dios?” Jesús les respondió: “El Reino de Dios no llega aparatosamente. No se podrá decir: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, porque el Reino de Dios ya está entre ustedes”.

Les dijo entonces a sus discípulos: “Llegará un tiempo en que ustedes desearán disfrutar siquiera un solo día de la presencia del Hijo del hombre y no podrán. Entonces les dirán: ‘Está aquí’ o ‘Está allá’, pero no vayan corriendo a ver, pues así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será la venida del Hijo del hombre en su día. Pero antes tiene que padecer mucho y ser rechazado por los hombres de esta generación”. Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Sab. 7, 22—8, 1. Tal vez no puedan decirse cosas más bellas acerca de la Sabiduría, eligiéndola muy por encima de todo. Ella es Luz de Luz. Quien la contemple estará contemplando al mismo Dios. Ella no hace sino lo que le ve hacer a su Padre. Ya sólo faltó que, en el tiempo en que se escribió este Libro, se nos revelara lo que en la Nueva Alianza se nos dirá en el Evangelio de San Juan: Y el Verbo era Dios. Así, Aquel que ha sido engendrado desde la eternidad por el Padre Dios, no sólo se encarnó y puso su morada entre nosotros, sino que, en una alianza más fuerte y más íntima que el mismo matrimonio humano, habita en nosotros y nos hace ser y actuar conforme a la imagen del mismo Hijo de Dios. Por eso, los que hemos aceptado esa Alianza nueva y eterna con el Señor, debemos ser tan santos y tan puros como Él.

Sal. 119 (118). Al iniciarse el libro del Génesis se nos hace ver que por la Palabra de Dios fueron creadas todas las cosas. Los que permitamos que, por la fe, la Palabra de Dios haga su morada en nosotros, estaremos permitiéndole al Señor continuar conformándonos constantemente como hijos de Dios, hasta lograr la perfección en Él. Por eso el que acepta a Aquel que el Padre Dios envió como salvación y camino que nos lleva a la unión con Él, debe estar dispuesto, como María, a escuchar la Palabra de Dios y a ponerla en práctica. Y para que esto se haga realidad en nosotros, hemos de escuchar al Señor, meditar profundamente su Palabra y dejarnos instruir por su Espíritu Santo para que vivamos esa Palabra hasta sus últimas consecuencias. Entonces podremos proclamar a los demás la Palabra que nos salva, siendo nosotros mismos un reflejo de la Sabiduría de Dios en el mundo, y colaborando para que todos lleguen a alabar y a glorificar el Nombre de Dios.

Lc. 17, 20-25. El Reino de Dios. Ojalá y ya esté no sólo entre nosotros, sino dentro de nosotros. Nos llena de esperanza el saber que, cuando al final del tiempo vuelva el Señor para dar a cada uno lo que merezcan nuestras obras, Él nos recibirá para siempre en su presencia, pues ya desde ahora vivimos esforzándonos denodadamente por su Reino, y caminamos, en medio de pruebas y riesgos por nuestra fidelidad al Evangelio, trabajando para que el amor del Señor se haga realidad entre nosotros en todas y cada una de las personas. ¿Acaso nos angustia la segunda venida de Cristo? ¿Nos dejaremos espantar por esos charlatanes que nos dicen que el Señor ya está aquí o allá? Si les hacemos caso viviremos entre angustias y temores, y tal vez nos olvidemos de seguir luchando por un mundo más justo y más fraterno. El Señor no nos ha revelado el día ni la hora de ese momento para que no perdamos la fe sino que continuemos viviendo en una constante conversión, para que cuando termine nuestra vida personal, nos presentemos ante el Señor como hijos en el Hijo porque su Reino haya cobrado vida en nosotros.
Habiendo entrado en comunión de vida con el Señor; estando el Señor en nosotros y nosotros en Él, a través de la historia continuamos su Obra de salvación en el mundo. A nosotros corresponde seguir proclamando el Evangelio, para que en quienes lo escuchen se despierte la fe en Jesucristo. La Iglesia, al continuar la obra salvadora que le confió su Señor, Cristo Jesús, se ha de convertir en un signo vivo del amor de Dios para todos. Nuestra mirada ha de estar puesta en Cristo para escucharlo, para dejarnos instruir por Él, de tal forma que no hagamos nuestra voluntad, sino la suya. Contemplándolo a Él aprenderemos a ser justos, a hacer el bien, a perdonar y a socorrer a los necesitados. Tenemos la esperanza cierta de que Él volverá al final de los tiempos para llevarnos, junto con Él, a la Gloria del Padre. Sin embargo no podemos vivir angustiados, engañados por supuestas revelaciones, ni por interpretaciones equivocadas de la Escritura, ni por charlatanes que quieran ganar adeptos a costa de infundir temores infundados en las mentes de quienes tienen una fe demasiado frágil. El Señor vendrá, y vendrá con seguridad. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Por eso debemos vivir vigilantes y permitirle al Señor que venga a habitar en nuestro corazón, pues esa venida es la más importante, ya que definirá nuestra vida a favor del Señor y de su Reino, poniéndonos en el Camino seguro que nos conduce a la posesión de los bienes eternos.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Sabiduría necesaria para poder vivir con lealtad nuestra fe, convirtiéndonos, así, en testigos del Mundo Nuevo, inaugurado por Cristo e impulsado en nosotros por su Espíritu Santo. Amén.


Reflexión de Homilía católica

No hay comentarios:

Publicar un comentario