LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
DOMINGO 3 DE
NOVIEMBRE DE 2013
DOMINGO XXXI DURANTE
EL AÑO
LECTURA DEL LIBRO DE LA
SABIDURÍA 11,22–12,2
Señor,
delante de ti, el mundo entero es como un grano de arena en la balanza, como
gota de rocío mañanero, que cae sobre la tierra.
Te
compadeces de todos, y aunque puedes destruirlo todo, aparentas no ver los
pecados de los hombres, para darles ocasión de arrepentirse. Porque tú amas todo
cuanto existe y no aborreces nada de lo que has hecho; pues si hubieras
aborrecido alguna cosa, no la habrías creado.
¿Y
cómo podrían seguir existiendo las cosas, si tú no lo quisieras? ¿Cómo habría
podido conservarse algo hasta ahora, si tú no lo hubieras llamado a la
existencia?
Tú
perdonas a todos, porque todos son tuyos, Señor, que amas la vida, porque tu
espíritu inmortal, está en todos los seres. Por eso a los que caen, los vas
corrigiendo poco a poco, los reprendes y les traes a la memoria sus pecados,
para que se arrepientan de sus maldades y crean en ti, Señor.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO
RESPONSORIAL 144, 1-2. 8-11. 13c-14
R Bendeciré al Señor eternamente.
Dios
y rey mío, yo te alabaré,
bendeciré
tu nombre siempre y para siempre.
Un
día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte/R
El
Señor es compasivo y misericordioso,
lento
para enojarse y generoso para perdonar.
Bueno
es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas/R
Que
te alaben, Señor, todas tus obras
y
que todos tus fieles te bendigan.
Que
proclamen la gloria de tu reino y narren tus proezas a los hombres/R
El
Señor es siempre fiel a sus palabras
y
lleno de bondad en sus acciones.
Da
su apoyo el Señor al que tropieza y al agobiado alivia /R
LECTURA DE LA SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN
PABLO A LOS TESALONICENSES (2Tes 1,11—2,2)
Hermanos:
Oramos siempre por ustedes, para que Dios los haga dignos de la vocación a la
que los ha llamado, y con su poder, lleve a efecto tanto los buenos propósitos
que ustedes han formado, como lo que ya han emprendido por la fe. Así
glorificarán a nuestro Señor Jesús y él los glorificará a ustedes, en la medida
en que actúe en ustedes la gracia de nuestro Dios y de Jesucristo, el Señor.
Por
lo que toca a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestro encuentro con
él, les rogamos que no se dejen perturbar tan fácilmente. No se alarmen ni por
supuestas revelaciones, ni por palabras o cartas atribuidas a nosotros, que los
induzcan a pensar que el día del Señor es inminente.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS (LC 19,1-10)
En
aquel tiempo, Jesús entró en Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que
un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a
Jesús; pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura.
Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al
llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: “Zaqueo, bájate pronto,
porque hoy tengo que hospedarme en tu casa”.
Él
bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a
murmurar diciendo: “Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador”. Zaqueo,
poniéndose de pie, dijo a Jesús: “Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad
de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más”.
Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también él es
hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se
había perdido”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
REFLEXIÓN
DEL PAPA FRANCISCO ANTES DEL ANGELUS
DOMINGO
03 DE NOVIEMBRE 2013.
“No
hay pecado o crimen de ningún tipo que puede borrar de la memoria y del corazón
de Dios a uno solo de sus hijos”
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La
página del Evangelio de Lucas de este domingo nos muestra a Jesús que, en su
camino hacia Jerusalén, entra en la ciudad de Jericó. Esta es la última etapa
de un viaje que resume en sí el sentido de toda la vida de Jesús, dedicada a
buscar y salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Pero cuanto el
camino más se acerca a la meta, tanto más en torno a Jesús se va estrechando un
círculo de hostilidad.
Y
sin embargo, en Jericó sucede uno de los acontecimientos más gozosos narrados
por san Lucas: la conversión de Zaqueo. Este hombre es una oveja perdida, es
despreciado, es un “excomulgado”, porque es un publicano, es más, es el jefe de
los publicanos de la ciudad, amigo de los odiados ocupantes romanos, es un
ladrón, es un explotador. Bella figura, ¡eh! Es así...
Impedido
de acercarse a Jesús, probablemente a causa de su mala fama, y siendo bajo de
estatura, Zaqueo se trepa a un árbol, para poder ver al Maestro que pasa. Pero
este gesto exterior, un poco ridículo, expresa el acto interior del hombre que
trata de ponerse por encima de la muchedumbre para tener un contacto con Jesús.
El mismo Zaqueo desconoce el sentido profundo de su gesto, no sabe por qué hace
esto, pero lo hace; ni siquiera osa esperar que pueda ser superada la distancia
que lo separa del Señor; se resigna a verlo sólo de paso.
Pero
Jesús, cuando está cerca de aquel árbol, lo llama por su nombre: “Zaqueo, baja
pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa” (Lc 19, 5). Aquel
hombre pequeño de estatura, rechazado por todos y distante de Jesús, está como
perdido en el anonimato; pero Jesús lo llama, y aquel nombre, Zaqueo, en las
lenguas de aquel tiempo, tiene un bello significado lleno de alusiones: En
efecto, “Zaqueo” quiere decir “Dios recuerda”. Es bello, Dios recuerda.
Y
Jesús va a la casa de Zaqueo, suscitando las críticas de toda la gente de
Jericó. Porque también en aquel tiempo se hablaba tanto, ¡eh! Y la gente decía,
¿pero cómo, con todas las personas buenas que hay en la ciudad, va a estar precisamente
con aquel publicano? Sí, porque él estaba perdido; y Jesús dice: “Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham” (Lc
19, 9). Desde aquel día, en la casa de Zaqueo, entró la alegría. Entró la paz,
entró la salvación, entró Jesús.
No
hay profesión o condición social, no hay pecado o crimen de ningún tipo que
puede borrar de la memoria y del corazón de Dios a uno solo de sus hijos. “Dios
recuerda”. Siempre. No se olvida de ninguno de los que ha creado; Él es Padre,
siempre en espera, vigilante y amorosa, de ver renacer en el corazón del hijo
el deseo del regreso a casa. Y cuando reconoce aquel deseo, incluso
sencillamente insinuado, y tantas veces casi inconsciente, inmediatamente le
está a su lado, y con su perdón le vuelve más leve el camino de la conversión y
del regreso.
Pero
miremos hoy a Zaqueo sobre el árbol. Ridículo. Pero es un gesto de salvación. Y
yo te digo a ti: si tienes un peso en tu conciencia, si tienes vergüenza de
tantas cosas que has hecho, detente un poco. No te asustes. Piensa que hay uno
que te espera. Porque jamás ha dejado de acordarse de ti, de pensarte. Y éste
es tu Padre, es Dios, es Jesús que te espera. ¡Trépate, como hizo Zaqueo,
súbete al árbol por las ganas de ser perdonado! Yo te aseguro que no serás
decepcionado. ¡Jesús es misericordioso y jamás se cansa de perdonar! Acuérdense
bien de esto, así es Jesús.
Hermanos
y hermanas, ¡dejemos también nosotros que Jesús nos llame por nuestro nombre!
En lo profundo del corazón, escuchemos su voz que nos dice: “Hoy debo detenerme
en tu casa”. Yo quiero detenerme en tu casa, en tu corazón, es decir en tu
vida. Y recibámoslo con alegría: Él puede cambiarnos, puede transformar nuestro
corazón de piedra en corazón de carne, puede liberarnos del egoísmo y hacer de
nuestra vida un don de amor. Jesús puede hacerlo. ¡Deja que Jesús te mire! .
Otras Reflexiones
SIEMPRE
ESTAMOS A TIEMPO DE CAMBIAR
1.-
Se subió a un árbol. Otra vez un publicano, en este caso con un nombre
concreto, Zaqueo. Ahora no se trata de una parábola, sino de un personaje real
que busca encontrarse con alguien que llene su vacío existencial. Ha oído
hablar de Jesús, quiere verle en persona y no vacila en subirse a un sicómoro o
higuera porque era bajo de estatura. Podemos suponer el ridículo que supondría
para un personaje público el subirse a un árbol. Los publicanos se habían
enriquecido a costa del pueblo oprimido por los impuestos romanos, de los
cuales eran recaudadores. A los ojos del pueblo eran ladrones y al mismo tiempo
traidores. Sin duda, eran personajes odiados por todos, pecadores públicos. La
gente le impedía ver a Jesús, en venganza por la injusticia en la que Zaqueo
colaboraba. El subirse a lo alto de una higuera refleja el primer proceso de la
conversión, es similar al "se puso en camino" del hijo pródigo. Para
salir del fango hay que querer salir y hacer algo, sea dar un paso o subirse a
un árbol.
2.-
Me imagino lo que pudo impresionar a Zaqueo la mirada de Jesús. Le miró con
cariño, como un padre o una madre miran a su hijo rebelde. Así es Dios con
nosotros, clemente, misericordioso, rico en piedad, bueno con todos, cariñoso
con todas sus criaturas (Salmo 144). Dios reprende con amor, poco a poco, dando
a cada uno su tiempo para que se corrija y vuelva al buen camino. Porque, como
dice la lectura del Libro de la Sabiduría, Dios es "amigo de la vida"
y "a todos perdona porque son suyos". ¡Cuánto bien haría la mirada de
Jesús en Zaqueo! Se sintió por primera vez en su vida amado de verdad. Y no
sólo eso, Jesús le pide hospedarse en su casa. Zaqueo se sintió honrado, pero
los "perfectos" criticaban que quisiera hospedarse en casa de un
pecador. San Agustín comenta este detalle diciendo que "el Señor, que
había recibido a Zaqueo en su corazón se dignó ser recibido en casa de él.
3.
- ¿Qué pasó en el corazón de Zaqueo para que se produjera en él un cambio tan
radical que estuviera dispuesto a dar la mitad de sus bienes a los necesitados?
Pues, simplemente que le inundó el amor misericordioso de Jesús. Todos podemos
reorientar nuestra vida. Quizá necesitamos un toque de atención, la cercanía de
una mano amiga, un impacto especial o una experiencia trascendente.
Algo
así le pasó a Elena, una joven que contó su experiencia en el curso de
preparación al matrimonio al que estaba asistiendo. A las cinco de la madrugada
de un sábado cualquiera, después de unas cuantas copas, le expresó el vacío en
que se encontraba a una amiga que, pacientemente, estaba a su lado. Su amiga le
metió en el bolsillo un papel con un teléfono. Pasaron varios días y por
casualidad se encontró con ese papel arrugado y pasado por la lavadora. Llamó
al número que allí estaba escrito sin saber de quién era. Se llevó una sorpresa
al comprobar que quien le respondía era una monja, una Misionera de la Caridad
de la Madre Teresa de Calcuta. Elena le contó que disponía de algún tiempo
libre, la religiosa le dijo que se pasara por su casa, que algo podría hacer. Y
desde entonces se embarcó en la empresa que cambió su vida, dedicando varias
horas a la semana al acompañamiento en pisos de acogida a gente de la calle.
Allí conoció a Andrés, su futuro marido. Los dos lo tienen claro: cuando se
casen continuarán colaborando juntos con las hermanas y fijarán una cantidad de
dinero mensual para compartirlo con los necesitados. Es cuestión de
organizarse. .Hay muchos Zaqueos por el mundo. Tú puedes ser uno de ellos, sólo
hace falta que le pidas a Jesús que te diga a ti también: "Hoy tengo que
alojarme en tu casa".
José
María Martín OSA
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LA
VERDADERA CONVERSIÓN DE ZAQUEO
1.-
Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me
he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Cuando Zaqueo se subió a la
higuera para así poder ver a Jesús, no lo hizo porque estuviera convertido, o
porque pensara convertirse. Lo más probable es que lo hiciera por pura
curiosidad, porque quería ver a un personaje famoso del que se contaban hechos
y dichos portentosos. Fue Jesús el que con su llamada y su actitud
misericordiosa hacia él le convirtió. Zaqueo, eso sí, se dejó convertir por
Jesús, siendo fiel a la llamada que este le hizo. Y la conversión de Zaqueo no
se limitó a creer en Jesús, sino que desde el primer momento estuvo dispuesto a
aceptar y a asumir las consecuencias de su nueva fe. Él era jefe de publicanos
y rico, mientras que Jesús predicaba la pobreza y una confianza total en la
providencia y bondad de un Dios padre. Zaqueo era publicano porque se dedicaba
a recaudar los impuestos públicos –públicum– que Roma imponía a los judíos. Así
se había hecho rico; pero la presencia misericordiosa de Jesús junto a él, en
su propia casa, le había transformado. Jesús no había visto en él al pecador
público, sino a un hijo de Abrahán, a quien Dios ama. Al sentirse amado por
Jesús, Zaqueo se convierte a Dios y al prójimo. Por eso, Zaqueo es un
maravilloso ejemplo de conversión cristiana, de conversión a Cristo, al Cristo
que no entiende la conversión a Dios, si no viene acompañada de una verdadera
conversión al prójimo. Si nosotros nos dejamos tocar por el amor de Cristo, por
el amor de Dios, seguro que nos convertiremos de verdad a Dios y manifestaremos
nuestro amor a Dios, amando con hechos, no sólo con palabras, a nuestro
prójimo.
2.-
Señor, te compadeces de todos, porque todo lo puedes, cierras los ojos a los
pecados de los hombres, para que se arrepientan… A todos perdonas, porque son
tuyos, Señor, amigo de la vida… corriges poco a poco a los que caen, les
recuerdas su pecado y los reprendes, para que se conviertan y crean en ti,
Señor. Este texto del libro de la Sabiduría es un maravilloso anticipo de lo
que sería la vida de Jesús, una vida en la que se manifestó el amor de Dios,
nuestro padre, hacia nosotros. No intentaré comentar este texto, porque es
difícil decir lo que el texto dice, mejor de lo que lo dice. Sí quiero
invitaros a todos vosotros a meditar con fe y unción las palabras de este texto
del libro de la Sabiduría. El Señor nunca quiere la muerte del pecador, sino
que se convierta y viva, y así debe ser nuestra conducta hacia todas aquellas
personas a las que consideramos más pecadoras que nosotros. Lo que de verdad
queremos es que se conviertan al amor de Dios y al amor al prójimo, como hizo Zaqueo.
Dios es amigo de la vida, nunca de la muerte, y quiere que todos sus hijos
amemos a todas las personas, que también nosotros seamos amigos de la vida y
nunca de la muerte.
3.-
No perdáis fácilmente la cabeza, ni os alarméis por supuestas revelaciones,
dichos o cartas nuestras, como si afirmásemos que el día del Señor está encima.
En esta segunda carta a los Tesalonicenses san Pablo se dirige especialmente a
todas aquellas personas que vivían más pendientes de la segunda venida del
Señor, que de vivir el día a día siguiendo los consejos y mandamientos del
Señor Jesús. Lo que deben hacer –les dice– es esforzarse en vivir como buenos
cristianos en cada uno de los momentos de la vida. Lo de la segunda venida es
cosa del Señor, no nuestra; dejemos que el Señor cumpla sus designios y sus
promesas cómo y cuándo a él le plazca. Lo nuestro es vivir de tal manera que
“Jesús, nuestro Señor, sea glorificado en nosotros y nosotros en Él, según la
gracia de nuestro Dios y del Señor Jesucristo”.
Gabriel
González del Estal
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MIRANDO
POR ENCIMA DE LA HOJARASCA
Lo
dice un viejo proverbio “Que la espesura del bosque no te impida ver y buscar
el horizonte”. Algo así le ocurría a Zaqueo (pequeño de estatura pero con
ansias de ver al Señor) y, algo parecido, nos puede suceder a nosotros; nos
sentimos grandes pero, el monumental lío junto al espectáculo que se levanta
delante de nuestros ojos, nos impiden ver y sentir la presencia de un Jesús
que, una y otra vez, nos dice: “hoy quiero hospedarme en tu casa”.
1.-
Hay muchos árboles a los que podemos encaramarnos para ver más allá de nosotros
mismos. Los cristianos, desde aquel primer Jueves Santo, tenemos el árbol de la
Eucaristía. En ella, con un valor infinito, nos encontramos cara a cara con la
Palabra de Dios y, por si fuera poco, con el mismísimo Cuerpo y Sangre de
Jesucristo. ¿Qué nuestros sentidos no lo perciben? ¿Qué nuestra vista no lo ve
del todo claro? ¿Qué nuestro foro interno no se siente transformado cuando
escuchamos el mensaje, siempre profundo e interpelante de la Palabra del Señor?
Tenemos
que despertar el interés por las cosas de Dios. Zaqueo, en su pequeñez y en su
debilidad, le acompañó una gran virtud: ¡fue un curioso! No se echó atrás ante
las dificultades. Tal vez incluso, alguno, le diría al oído que aquel nazareno
era un impostor, que no merecía pena subirse a un árbol desde el cual, además,
podía caerse. Pero, Zaqueo, no se lo pensó dos veces: ¡subió y vio al Señor! Y,
el Señor, que valora y sale al encuentro del que lo busca…hizo con Zaqueo dos
milagros: que no se conformara con estar en un simple árbol y que, además, su
casa se convirtiera en anfitriona de Jesús. ¿Pudo esperar más en tan poco
espacio y tiempo Zaqueo? Su pecado, la distancia que le separaba de Jesús,
pronto fue historia pasada.
2.-
Uno de los males que aquejan a nuestra comunidad eclesial es precisamente
nuestra corta estatura. Nos conformamos con los mínimos. Nos cuesta realizar un
esfuerzo extraordinario para que, nosotros y otros, vean y descubran el rostro
del Dios vivo en Jesús. A Zaqueo no se lo pusieron fácil; entre la gente (mayor
que él) y su pequeñez (pero con anhelos de ver algo grande) todo era una
carrera de obstáculos para hacerse el encontradizo con Jesús.
Ese
Zaqueo, rodeado de dificultades y de muros, somos nosotros. Unos son
construidos por una sociedad que quiere prescindir de Dios (y que desea que
también nosotros lo hagamos) y, otros muros, levantados por nosotros mismos
(fragilidades, contrariedades, afán de riqueza, conformismo, etc.).
Tenemos
que reconocer que, no siempre, damos la talla para estar a la altura de Jesús
o, por lo menos, por intentar tocar la orla de su manto, o para escuchar con
todas las consecuencias su mensaje de salvación o, simplemente, para que
–durante un tiempo– se quede por la oración y la meditación en la casa de
nuestro corazón.
3.-
¿Lo intentamos? ¿Qué nos aparta del amor de Dios? ¿Qué personas e ideas se
convierten en diques que nos impiden vivir y fiarnos de verdad del Señor? ¿En
qué aspectos tenemos que crecer o cultivar para sentir que Jesús pasa al lado
de nosotros? Malo será que, el Señor, en vez de decirnos “bajad de ese árbol”
al ver nuestra situación personal, nuestro mundo idílico, nuestros sueños y
fantasías….más bien nos sugiera: “bajad de la higuera que estoy yo aquí
vosotros” ¿O no?
Javier
Leoz
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