LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Jueves 07 de
Noviembre de 2013
33ª semana del Tiempo
Ordinario. C
San Ernesto Abad
Feria
LECTURA
DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 14,7-12
Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo, ni muere para sí mismo. Si vivimos,
para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Por lo tanto, ya
sea que estemos vivos o que hayamos muerto, somos del Señor. Porque Cristo
murió y resucitó para ser Señor de vivos y muertos. Pero tú, ¿por qué juzgas
mal a tu hermano? ¿Por qué lo desprecias? Todos vamos a comparecer ante el
tribunal de Dios. Como dice la Escritura: Juro por mí mismo, dice el Señor, que
todos doblarán la rodilla ante mí y todos reconocerán públicamente que yo soy
Dios.
En
resumen: cada uno de nosotros tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 26, 1. 4. 13-14
R El
Señor es mi luz y mi salvación.
El
Señor es mi luz y mi salvación,
¿a
quién voy a tenerle miedo?
El
Señor es la defensa de mi vida,
¿quién
podrá hacerme temblar? /R
Lo
único que pido,
lo
único que busco es vivir en la casa del Señor toda mi vida,
para
disfrutar las bondades del Señor y
estar
continuamente en su presencia /R
La
bondad del Señor espero ver
en esta
misma vida.
Ármate
de valor y fortaleza y
en el
Señor confía /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 15,1-10
En
aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo;
por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los
pecadores y come con ellos”.
Jesús
les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se
le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que
se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus
hombros, lleno de alegría y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y
les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había
perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un
pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan
arrepentirse. ¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde
una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta
encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice:
‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo
les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador
que se arrepiente”.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor.
Reflexión
Rom.
14, 7-12. ¿Por qué miramos la paja en el ojo de nuestro hermano y no vemos la
viga que llevamos en el nuestro? Si pertenecemos a Cristo vivamos entre
nosotros como hermanos. No pensemos que los demás son malos y que están
condenados porque han depositado su fe en Cristo de modo diferente al nuestro.
Si decimos que estamos vivos para Dios, amemos, sin distinción, como Cristo nos
ha amado. Si queremos ganar a alguien para Cristo hagámoslo de hacer desde un
corazón que ame, que comprenda, que viva la misericordia. Si obramos así,
entonces seremos del Señor tanto en esta vida como en la otra. Ciertamente no
podemos cerrar los ojos ante el pecado de los demás; pero esto no puede
llevarnos a criticarlos, a juzgarlos, a despreciarlos, ni a condenarlos, sino a
trabajar para que también en ellos se manifieste, con mayor claridad, su
dignidad de hijos de Dios. Al final daremos cuenta de nosotros mismos a Dios.
Ojalá y que al tratar de ayudar a los demás a corregir el rumbo de su vida,
nosotros mismos seamos los primeros en hacerlo, no sea que, al final, ellos se
salven y nosotros salgamos reprobados.
Sal. 27
(26). Estemos vigilantes para llegar con seguridad a la casa eterna del Padre
Dios. Que lleguemos como hijos en el Hijo. Que ese sea nuestro anhelo, el
motivo de nuestras oraciones, la única felicidad y seguridad buscadas. Que ya
desde ahora caminemos a la luz del Señor, de su Palabra, de su amor. Entonces
Dios volverá su mirada hacia nosotros y nos contemplará como a hijos suyos, y
nos manifestará su bondad ya desde esta vida. Sin embargo no sólo hemos de
disfrutar del amor y de la misericordia del Señor, sino que, experimentando la
cercanía amorosa de nuestro Dios y Padre, nosotros mismos nos hemos de
convertir en un signo de ese amor y de esa misericordia para nuestros hermanos.
Entonces, armados de valor y fortaleza en el Señor, iremos como testigos de Él
para ayudar a nuestro prójimo a caminar, también él, a la Luz del Señor.
Lc. 15,
1-10. El Señor nos invita a una sincera conversión; lo cual significa aceptar
la salvación que nos ofrece, y que Él nos logró a costa de la entrega de su
propia vida por amor a nosotros. Dios nos ama con un amor infinito. Su amor por
nosotros no es como nube mañanera, ni como el rocío del amanecer. Podrán
desaparecer los cielos y la tierra, podrá una madre dejar de amar al hijo de
sus entrañas; pero el amor de Dios hacia nosotros jamás se acabará. Ese amor
llevó al Hijo de Dios a descender desde la eternidad y a hacerse uno de
nosotros para salir a buscarnos, pues andábamos errantes como ovejas sin
pastor; y cuando nos encontró, lleno de amor nos cargó sobre sus hombros; es
decir, no nos trató con golpes, no nos condenó, pues Él no vino a condenar,
sino a salvar todo lo que se había perdido. Con grandes muestras de amor hacia
nosotros, amor manifestado hasta el extremo, nos hizo experimentar que Dios
jamás ha dejado de amarnos. Y puesto que sólo el amor es digno de crédito, su
amor no se quedó sólo en palabras, sino que se manifestó mediante sus obras,
llegando hasta el extremo de entregar su propia Vida, con tal de ganarnos como
hijos para su Dios y Padre. ¿Seremos capaces de amar como Él nos ha amado?
¿Seremos capaces de colaborar en la salvación de los que viven lejos del Señor,
buscándolos y ayudándolos a retornar a la Casa del Padre, no a golpes y
regaños, sino con un amor sincero, manifestado a ellos hasta el extremo de
estar dispuestos a entregar nuestra vida por ellos?
En esta
Eucaristía el Señor sale a nuestro encuentro para ofrecernos su perdón, su
Vida, su Espíritu. Alimentarse de Cristo no es sólo acercarse a recibir la
Eucaristía por devoción, por costumbre, o, por desgracia, de un modo
inconsciente. Entrar en comunión de vida con el Señor significa abrirle nuestro
corazón para que Él habite en nosotros, y nos transforme haciéndonos vivir como
hijos suyos que, dejándonos amar por Él, comencemos a caminar a su luz, amándolo
a Él por encima de todo, y amando a nuestro prójimo como Dios nos ha amado a
nosotros. Ese es el compromiso de fe que hemos de adquirir al participar en la
Eucaristía.
El
Señor nos envía como un signo de su amor misericordioso y salvador para el mundo.
Conociendo las grandes miserias que aquejan a muchas personas, hemos de
trabajar de un modo real por remediarlas. Aquel que ante el dolor y la pobreza
de los demás permanece indiferente, o sólo da las migajas que le sobran
mientras él banquetea espléndidamente, no puede identificarse con Cristo que
sale al encuentro de la oveja herida por tantas injusticias de que ha sido
víctima. Aquel que vive su fe encerrado en sí mismo no puede identificarse con
Cristo, que sale a buscar a la oveja descarriada, y que se desvela por ella
hasta encontrarla. No podemos ser signo de Cristo mientras nos quedemos en casa
esperando que los pecadores y descarriados vuelvan solos. La Vida de Cristo ha
de ser como una luz que, por medio nuestro, se haga cercanía a quienes viven en
tinieblas y en sombras de muerte para que, en Cristo, encuentren el Camino que
le dé nuevamente sentido a su vida y les salve.
Roguémosle
al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra
Madre, la Gracia de ser portadores de Él y de su Evangelio hasta los últimos
rincones de la tierra, para que todos puedan llegar a saltar de gozo y queden
llenos del Espíritu Santo, y para que, viviendo como hijos de Dios, todos
podamos encaminarnos, unidos a Cristo, al gozo eterno. Amén.
Reflexión
de: Homilía Catolica.
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