martes, 5 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA del Martes 05 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Martes 05 de Noviembre de 2013
33ª semana del Tiempo Ordinario. C
Santos Zacarías e Isabel
Feria



LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CRISTIANOS DE ROMA 12, 5-16a

Hermanos:
Todos nosotros formamos un solo cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos dones diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.
Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad.
Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes.

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL 130, 1-3
R.    ¡Guarda mi alma en la paz junto a ti, Señor!

Mi corazón no se ha ensoberbecido, Señor,
ni mis ojos se han vuelto altaneros.
No he pretendido grandes cosas
ni he tenido aspiraciones desmedidas.  R.

Yo aplaco y modero mis deseos:
como un niño tranquilo en brazos de su madre,
así está mi alma dentro de mí.
Espere Israel en el Señor, desde ahora y para siempre.  R.


 EVANGELIO
EVANGELIO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO SEGÚN SAN LUCAS 14, 1a.15-24

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos.
Uno de los invitados le dijo: «¡Feliz el que se siente a la mesa en el Reino de Dios!»
Jesús le respondió: «Un hombre preparó un gran banquete y convidó a mucha gente. A la hora de cenar, mandó a su sirviente que dijera a los invitados: "Vengan, todo está preparado". Pero todos, sin excepción, empezaron a excusarse. El primero le dijo: "Acabo de comprar un campo y tengo que ir a verlo. Te ruego me disculpes". El segundo dijo: "He comprado cinco yuntas de bueyes y voy a probarlos. Te ruego me disculpes". Y un tercero respondió: "Acabo de casarme y por esa razón no puedo ir".
A su regreso, el sirviente contó todo esto al dueño de casa, y éste, irritado, le dijo: "Recorre en seguida las plazas y las calles de la ciudad, y trae aquí a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y , a los paralíticos".
Volvió el sirviente y dijo: "Señor, tus órdenes se han cumplido y aún sobra lugar".
El señor le respondió: "Ve a los caminos y a lo largo de los cercados, e insiste a la gente para que entre, de manera que se llene mi casa. Porque les aseguro que ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena"».

Palabra del Señor.

Reflexión
Rom. 12, 5-16. La Iglesia forma un solo Cuerpo, cuya Cabeza es Cristo. Cada uno tiene su propia función en ella, y hemos de cumplirla por el bien de todos. No podemos convertirnos en miembros inútiles, que sólo se alimentan de la vida divina, pero que se quedan paralizados cuando les corresponde ponerse al servicio de los demás conforme a la Gracia recibida. No todos tienen la misma función, pues unos tienen el don de servicio, otros el de enseñanza, otros el de exhortación, otros el de presidir a la comunidad; y todos el de atender, con alegría a los necesitados. Cumplir con amor lo que nos corresponde nos lleva a colaborar para que la Iglesia sea un signo vivo, actuante, del amor de Dios en todos los tiempos y lugares. Preocupémonos de ser un signo del amor solidario de Cristo especialmente para los pobres, a quienes hemos de ayudar en sus necesidades. Seamos motivo de bendición para todos, pues Dios no nos hizo maldición, sino signos de su bendición para el mundo. Vivamos unidos por un mismo Espíritu, desterrando de nosotros toda división y rivalidad. Así, viviendo en comunión fraterna por nuestra unión con Cristo y participando del mismo Espíritu, seremos colaboradores eficaces en la construcción del Reino de Dios entre nosotros, conforme a la Gracia recibida.

Sal 130. A cada uno, Dios nos ha concedido su Gracia, su Espíritu y los carismas necesarios para que contribuyamos a la construcción del Reino de Dios entre nosotros. Hemos de aceptar con amor el lugar que nos corresponde en la Iglesia y cumplir, sin envidias ni rivalidades, aquello que el Señor nos haya confiado. No seamos siervos inútiles en el cumplimiento de lo que nos corresponda llevar a cabo en la Evangelización, que el Señor nos ha confiado. No claudiquemos, no seamos mediocres ni miedosos ante los retos que la vida nos presenta, ni nos detengamos ante la persecución de los poderosos que quisieran apagar la voz de los profetas. Seamos fieles al Señor sabiendo que Él velará siempre de nosotros. Que esa sea parte de nuestra fe y de nuestra confianza en los brazos de Dios.

Lc. 14, 15-24. Dios, por medio de su Hijo Jesús, se acerca como Salvador a todo hombre de buena voluntad. Muchos le han aceptado; pero muchos también lo han rechazado. En verdad que los publicanos y las prostitutas se han adelantado a muchos en el Reino de los cielos. Por eso, hemos de reflexionar con seriedad acerca de la sinceridad no sólo con que le damos culto a Dios, sino de nuestra respuesta vital a Él, siendo fieles a su Palabra y a su invitación a ir tras de Él cargando nuestra propia cruz. A quienes se nos confió el anuncio del Evangelio, no podemos vivir tranquilos porque algunos han dado su respuesta de fe a Dios y perseveran en ella, renovando día a día su Vida en el Espíritu de Dios. Hemos de abrir los ojos ante tantos que viven lejos del Señor y de la salvación que Él nos ofrece y no darnos descanso hasta que Cristo logre, por medio de su Iglesia, que todos participen de su Banquete, mediante el cual quiere hacer una alianza de amor, nueva y eterna con todos y cada uno de nosotros.
Cristo Jesús nos invita a participar de su Banquete Eucarístico mediante el cual Él continúa comunicándonos su Vida y su Espíritu. Él no se fija en nuestras pobrezas y limitaciones, sino sólo en que no rechacemos la invitación que nos hace. Si acudimos a su llamado, su Palabra nos santifica; su Muerte en la cruz nos purifica de nuestros pecados, y su gloriosa Resurrección nos da nueva vida. Entrar en comunión de vida con el Señor nos hace participar de su amor salvífico, que nos impulsa a vivir como criaturas nuevas, revestidas de Cristo y liberados de la carga de nuestros pecados. Permitámosle al Señor que por medio de su Eucaristía nos haga vivir unidos a Él y, fortalecidos con su Espíritu, nos convierta en miembros, no inútiles, sino activos en su Iglesia, capaces de esforzarnos continuamente por hacer el bien a todos.
Alimentados de Cristo, unidos a Él, seamos portadores de su vida para todos. No hagamos de nuestro trabajo un esfuerzo de grupos cerrados. No tengamos una Iglesia "de los nuestros", "de nuestro grupo". Abramos los ojos ante quienes viven entre necesidades y angustias, limitaciones y pobrezas; interesémonos por ellos en la misma forma en que en un cuerpo los miembros se preocupan unos de otros. Tratemos así hacer de la Iglesia una comunidad de hermanos, unidos por el amor. Entonces podremos alimentar la fe, la esperanza y el amor de todos los hombres; entonces, rompiendo nuestros grupos cerrados, saldremos a los cruces del camino para hacer llegar la salvación a todos, incluso a quienes han sido despreciados a causa de su pobreza, de sus limitaciones, de su cultura o de su edad avanzada. Cristo nos ha llamado para hacernos comprender que Él ha sido enviado a todos sin excepción, para que, quienes creemos en Él sepamos que hemos sido enviados para continuar su obra de salvación en la misma forma en que Él la realizó en favor de todos los hombres.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de vernos y amarnos como hermanos para poder ser un signo de Cristo para todo el mundo. Así podremos cumplir la misión de hacer llegar la salvación, de un modo creíble, a todos los hombres. Amén.


Reflexión de: Homilía católica.


No hay comentarios:

Publicar un comentario