LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Viernes 22 de Noviembre
de 2013
33ª Semana del tiempo
ordinario. C
LECTURA DEL PRIMER
LIBRO DE LOS MACABEOS 4, 36-37. 52-59
En
aquellos días, Judas y sus hermanos se dijeron: “Nuestros enemigos están
vencidos; vamos, pues, a purificar el templo para consagrarlo de nuevo”.
Entonces se reunió todo el ejército y subieron al monte Sión. El día
veinticinco de diciembre del año ciento cuarenta y ocho, se levantaron al
romper el día y ofrecieron sobre el nuevo altar de los holocaustos que habían
construido, un sacrificio conforme a la ley. El altar fue inaugurado con cánticos,
cítaras, arpas y platillos, precisamente en el aniversario del día en que los
paganos lo habían profanado. El pueblo entero se postró en tierra y adoró y
bendijo al Señor, que los había conducido al triunfo.
Durante
ocho días celebraron la consagración del altar y ofrecieron con alegría
holocaustos y sacrificios de comunión y de alabanza. Adornaron la fachada del
templo con coronas de oro y pequeños escudos, restauraron los pórticos y las
salas, y les pusieron puertas. La alegría del pueblo fue grandísima y el
ultraje inferido por los paganos quedó borrado.
Judas,
de acuerdo con sus hermanos y con toda la asamblea de Israel, determinó que
cada año, a partir del veinticinco de diciembre, se celebrara durante ocho
días, con solemnes festejos, el aniversario de la consagración del altar.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 1Crón
29, 10. 11ab. 11d-12bcd
R
Bendito seas, Señor, Dios nuestro.
Bendito
seas, Señor,
Dios
de nuestro padre Jacob,
desde
siempre y para siempre /R
Tuya
es la grandeza y el poder,
el
honor, la majestad y la gloria,
pues
tuyo es cuanto hayen el cielo y en la tierra /R
Tuyo,
Señor, es el reino,
tú
estás por encima de todos los reyes.
De
ti provienen las riquezas y la gloria /R
Tú
lo gobiernas todo,
en
tu mano están la fuerza y
el
poder y de tu manoproceden la gloria y la fortaleza /R
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 19,45-48
Aquel
día, Jesús entró en el templo y comenzó a echar fuera a los que vendían y
compraban allí, diciéndoles: “Está escrito: Mi casa es casa de oración; pero
ustedes la han convertido en cueva de ladrones”.
Jesús
enseñaba todos los días en el templo. Por su parte, los sumos sacerdotes, los
escribas y los jefes del pueblo intentaban matarlo, pero no encontraban cómo
hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus palabras.
Palabra
del Señor.
Gloria
a ti, Señor Jesús.
Reflexión
1Mac.
4, 36-37. Nuestro enemigo el Diablo ha sido vencido mediante la muerte de
Cristo. Ahora a nosotros, a quienes el Señor nos confió el anuncio de su
Evangelio, corresponde trabajar, guiados por el Espíritu Santo, en la
reconstrucción de la Morada de Dios entre nosotros. Y no nos referimos a los
templos materiales en que nos reunimos para dar culto a Dios. Templos que,
probablemente serán una auténtica obra de arte y patrimonio de la humanidad.
Sino al templo que somos nosotros. En nuestro propio interior se ha de levantar
el Altar en el que se ofrezca nuestra propia vida como una continua ofrenda
grata al Señor. La vida de quienes somos gente de fe, debe convertirse en un
sacrificio que se eleve al Padre con el suave aroma del olor de Cristo.
Alabemos al Señor con gritos de triunfo; y no permitamos que el mal vuelva a
encadenar nuestra vida. Si somos del Señor, vivamos para Él y no convirtamos la
Casa del Señor en una cueva de ladrones, de maldad y de pecado.
1Cron.
29, 10-12. Reconozcamos que todo viene del Señor. Y si del Señor recibimos los
bienes, ¿no recibiremos también los males? Bendito sea el Señor que, en su gran
bondad, se ha hecho presente en nuestros corazones. Él está por encima de todos
los reyes de la tierra, pues de Él procede toda potestad en el cielo y en la
tierra. Nosotros nos alegramos por tenerlo, no sólo como Rey, sino como nuestro
Dios y Padre. Él es quien levanta al pobre y desvalido para sentarlo entre los grandes.
El Hijo de Dios, hecho uno de nosotros, habiendo vivido en pobrezas y
sufrimientos, ahora Reina glorioso. Él espera, de quienes creemos en Él, que
sigamos sus huellas, pues no hay otro camino para llegar a Dios. Sea Él bendito
por siempre.
Lc.
19, 45-48. Si le abres tu corazón a Dios, para que Él habite en ti como en un
templo, Él, como un buen huésped, se encargará de purificar tu vida de todo
pecado. La salvación no procede de la buena voluntad del hombre, por muy firme
que ésta sea. Sólo Dios salva. A nosotros sólo corresponde abrir la puerta para
que Él entre, de tal forma que no pase de largo junto a nosotros y se aleje. Él
nos dice: Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, yo entraré y cenaré
con Él; Él se quedará con nosotros, mientras no tomemos la decisión de echarlo
fuera y cerrarle la puerta. Reconozcámonos pecadores ante Dios. No queramos
sólo con meditación, tal vez hecha con métodos orientales, llegar a dominar
nuestras pasiones. No es sólo la tranquilidad mental lo que buscamos, sino la
salvación; y ésta sólo nos la ha dado Dios por medio de su Hijo, que se hizo
uno de nosotros. No tenemos otro camino que nos conduzca al Padre. Jesús, si
habita en nosotros, todos los días nos enseñará el Camino que hemos de seguir;
ojalá y lo escuchemos y nos dejemos conducir por Él, fortalecidos por la
presencia de su Espíritu Santo en nosotros.
Convocados
por el Señor, que nos abre la puerta de su Casa y nos sienta a su mesa, ante Él
reconocemos que no hemos caminado como fieles discípulos suyos. Sin embargo Él
está dispuesto a purificarnos de todo pecado, pues para eso Él vino al mundo.
Si realmente creemos en Él; si hoy hemos acudido a su llamado, guiados no por
la costumbre sino por la fe, dejémonos transformar por Él en criaturas nuevas, a
pesar de que tengamos que renunciar a nosotros mismos. Dios quiere hacer su
obra de salvación en nosotros para enviarnos, como testigos suyos, a proclamar
su Nombre y a continuar construyendo su Reino en el mundo; ojalá y le
permitamos transformar nuestra vida en un templo digno para que Él habite en
nosotros y, desde nosotros, haga llegar su salvación a todos los pueblos.
Dedicados
al Señor; hechos hijos de Dios; convertidos en testigos de su amor en el mundo.
Esta vocación que tiene la Iglesia de Cristo no puede llegar a su feliz
cumplimiento sólo realizando algunas acciones de culto y pasando de largo ante
el pecado, ante la miseria, ante la pobreza que hay en el mundo. La Iglesia no
es una comunidad burocrática, sino una comunidad de servicio, y misionera, a
imagen de su Fundador, Cristo Jesús, Enviado del Padre para ir al encuentro de
las ovejas descarriadas, que se perdieron y alejaron de la casa paterna en un
día de tinieblas y nubarrones. No podemos lamentarnos de los males e
injusticias que aquejan a muchos sectores de la sociedad. Si queremos purificar
al mundo de todos sus males, si queremos que todos queden consagrados por la
Verdad y el Amor y que, como consecuencia de ello haya más paz en el mundo,
vivamos como auténticos testigos del Evangelio, no generando más maldad entre
nosotros, sino un poco más de amor fraterno, de justicia social y de
preocupación efectiva para remediar la pobreza en el mundo. Vivamos no como
promotores sociales, sino como testigos del Evangelio en el mundo, con la mirada
puesta en Cristo y con los pies en la tierra para ofrecerle un nuevo camino al
orden de las cosas de todos los pueblos.
Roguémosle
a nuestro Dios y Padre que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen
María, nuestra Madre, la gracia de vivir llenos de su amor, colaborando para
que entre nosotros se viva, cada día con mayor fuerza y lealtad, nuestra
dignidad de hijos de Dios.
Reflesión
de Homilía católica
Santoral
Santa
Cecilia y San Filemón
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