martes, 12 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Martes 12 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Martes 12 de Noviembre de 2013
32ª semana del Tiempo Ordinario. C
San Josafat, Obispo y Mártir



LECTURA DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 2,23–3,9

Dios creó al hombre para que fuera inmortal, lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; mas, por envidia del diablo, entró la muerte en el mundo, y la experimentan quienes le pertenecen. En cambio, las almas de los justos están en las manos de Dios y no los alcanzará ningún tormento. Los insensatos pensaban que los justos habían muerto, que su salida de este mundo era una desgracia y su salida de entre nosotros, una completa destrucción. Pero los justos están en paz.

La gente pensaba que sus sufrimientos eran un castigo, pero ellos esperaban confiadamente la inmortalidad. Después de breves sufrimientos recibirán una abundante recompensa, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí. Los probó como oro en el crisol y los aceptó como un holocausto agradable.

En el día del juicio brillarán los justos como chispas que se propagan en un cañaveral. Juzgarán a las naciones y dominarán a los pueblos, y el Señor reinará eternamente sobre ellos. Los que confían en el Señor comprenderán la verdad y los que son fieles a su amor permanecerán a su lado, porque Dios ama a sus elegidos y cuida de ellos.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL 33, 2-3. 16-19
R Bendigamos al Señor a todas horas.

Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo /R

Los ojos del Señor cuidan al justo y
a su clamor están atentos sus oídos.
Contra el malvado, en cambio, está el Señor,
para borrar de la tierra su recuerdo /R

L Escucha el Señor al hombre justo y
lo libra de todas sus congojas.
El Señor no está lejos de sus fieles y
levanta a las almas abatidas /R



LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 17,7-10

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “¿Quién de ustedes, si tiene un siervo que labra la tierra o pastorea los rebaños, le dice cuando éste regresa del campo: ‘Entra enseguida y ponte a comer’? ¿No le dirá más bien: ‘Prepárame de comer y disponte a servirme, para que yo coma y beba; después comerás y beberás tú’? ¿Tendrá acaso que mostrarse agradecido con el siervo, porque éste cumplió con su obligación?

Así también ustedes, cuando hayan cumplido todo lo que se les mandó, digan: ‘No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer’”.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.


Reflexión

Sab. 2, 23-3, 9. Dios nos creó para que fuéramos inmortales. Tenemos la esperanza cierta de llegar a donde ha llegado Cristo, nuestra Cabeza y principio. Él nos invita a tomar nuestra cruz de cada día y a seguirlo, para que donde Él está estemos también nosotros. Vamos de camino hacia la eternidad. Ojalá y no perdamos de vista esta vocación a la que hemos sido llamados. Imitemos a San Pablo en su lanzarse en la carrera para alcanzar la corona de la victoria, de la que, junto con Cristo, somos coherederos. Cierto que seremos blanco de muchas tentaciones, persecuciones y tribulaciones, que hemos de padecer por haber depositado nuestra fe en Cristo. Sin embargo no hemos de temer la muerte, pues nuestra vida está oculta con Cristo en Dios; y si permanecemos unidos a Él, aun cuando tengamos que pasar por la muerte, no pereceremos como los animales, sino que será nuestra la vida eterna, que Dios ha reservado para quienes le vivan fieles.

Sal. 34 (33). Dios, cuando nos vio caídos y dominados por la maldad, no nos abandonó a la muerte, sino que, lleno de amor y de compasión por nosotros, nos envió a su propio Hijo para que, hecho uno de nosotros, nos rescatara del pecado y de la muerte, y nos hiciera hijos de Dios para llevarnos, junto con Él, a la participación de la Gloria del Padre. Dios sabe que somos pecadores y que nadie puede permanecer de pie en su presencia; pues si hasta en los ángeles encontró maldad, qué será de nosotros, humanos, entre quienes hasta el justo peca siete veces al día. Pero Dios, que nos creó por amor, no se ha arrepentido de habernos llamado a la vida, y está a nuestro lado para librarnos de la mano de nuestros enemigos, y para cuidar de nosotros y conducirnos al gozo eterno de su Reino celestial. ¿Cómo no dar testimonio del amor que Dios nos ha tenido? Por eso hemos de hacer nuestra la orden de Cristo: Vuelve a tu casa, junto a los tuyos, y cuéntales todo lo que el Señor te ha hecho, y cómo tuvo misericordia de ti.

Lc. 17, 7-10. ¿Estamos dispuestos en todo a hacer la voluntad de Dios? Por muchas riquezas, poder y justificación que tengamos, jamás podremos decir que nos hemos igualado a Dios en su perfección. Siempre estaremos a la altura del siervo, dispuesto en todo a hacer la voluntad de su Señor. Y lo que Él espera de nosotros es que estemos siempre dispuestos, como el Buen Pastor, a cuidar de los suyos. No podemos sentarnos a la mesa mientras no lo sirvamos en los hambrientos, sedientos, desnudos, enfermos y encarcelados. Cuando lo hagamos debemos ser conscientes no sólo de que somos fortalecidos por su Espíritu en nosotros, para dar a nuestros hermanos esas muestras de afecto del amor de Dios, sino que también hemos de ser conscientes de que el mismo amor con que actuamos viene de Dios. Ojalá y jamás nos enorgullezcamos como para llegar a decir que lo que realizamos lo hacemos porque tenemos el mismo poder de Dios, y que sin Él, al margen de Él, podemos hacer lo mismo que Él hace; sin embargo esto no es posible. Por el contrario, unidos a Él realizaremos las obras de Dios y trabajaremos conforme a la Gracia recibida. Por eso siempre sólo podremos decir: "No somos más que siervos; sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer."
Celebramos el Misterio Pascual de Cristo, mediante el cual el Sacrificio del Señor fue aceptado por el Padre Dios como un holocausto agradable. A pesar de que Jesús padeció la muerte, esos momentos fueron breves a comparación de la abundante recompensa recibida. Así se cumplen las palabras de Jesús: Era necesario que el Hijo del Hombre padeciera todo esto para entrar, así, en su Gloria. El Señor, como si fuera el siervo de la casa, nos sienta a su Mesa y parte su pan para nosotros. Al final podrá, satisfecho, decirle a su Padre: Todo está cumplido; en tus manos encomiendo mi Espíritu. Así experimentamos el amor de Dios que, a pesar de nuestras fragilidades, miserias y ofensas, nos sigue amando y contemplando cariñosamente para protegernos como lo hace un padre amoroso con sus hijos.
Los que entramos en comunión de vida con Cristo estamos llamados a comportarnos a la altura del bien que hemos recibido de Dios. Identificados con Cristo por la fe y el bautismo, debemos continuar trabajando para que la salvación llegue a todos. En este aspecto no podemos escatimar esfuerzos. Dios espera de nosotros que seamos esforzados trabajadores de su Reino, proclamando la Buena Nueva de salvación a todos. Nuestro amor, convertido en un signo del amor de Dios para nuestros hermanos, debe propagarse como chispas en un cañaveral o en rastrojo. Y esa propagación no sólo se hará mediante palabras con las que, con erudición expliquemos el Evangelio, sino también, y de modo especial, con toda nuestra vida puesta al servicio de todos, preferencialmente a favor de los pobres para socorrerlos, y de los pecadores para ayudarles a encontrar el Camino de salvación, que es Cristo. Con tal de lograr cumplir en nosotros la voluntad de Dios, que nos ha confiado tan noble misión, estemos dispuestos, incluso, a derramar nuestra sangre. Al socorrer a los pobres, al anunciar el Evangelio a los pecadores para que vuelvan a Dios, al asumir con amor todas las consecuencias que por ello nos venga, estaremos derramando nuestra sangre por los demás; sangre que se convierte en un holocausto agradable a Dios, asumido por Cristo en el momento de su entrega por nosotros.
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la Gracia de hacer en todo su voluntad, sabiendo que eso es el único camino que nos mantiene unidos a Cristo para ser, junto con Él, coherederos de la Gloria del Padre. Amén.

Reflexión de Homilía Católica


Santoral
San Josafat, San Emiliano, San Margarito Flores y Santa Agustina Livia Petrantoni



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