martes, 19 de noviembre de 2013

LECTURAS DE LA EUCARISTÍA Lunes 18 de Noviembre de 2013


LECTURAS DE LA EUCARISTÍA
Lunes 18 de Noviembre de 2013
33ª Semana del tiempo ordinario. C
Feria o Memoria de la Dedicación de las
Basílicas de san Pedro y san Pablo, apóstoles.

Fiesta de Ntra. Sra. De la Chiquinquirá, Patrona de los zulianos.

LECTURA DEL PRIMER LIBRO DE LOS MACABEOS 1,10-15.41-43.54-57.62- 64.

En aquellos días, surgió un hombre perverso, Antíoco Epifanes, hijo del rey Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento treinta y siete del imperio de los griegos.

Hubo por entonces unos israelitas apóstatas, que convencieron a muchos diciéndoles: “Vamos a hacer un pacto con los pueblos vecinos, pues desde que hemos vivido aislados, nos han sobrevenido muchas desgracias”.

Esta proposición fue bien recibida y algunos del pueblo decidieron acudir al rey y obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos. Entonces, conforme al uso de los paganos, construyeron en Jerusalén un gimnasio, simularon que no estaban circuncidados, renegaron de la alianza santa, se casaron con gente pagana y se vendieron para hacer el mal. Por su parte, el rey publicó un edicto en todo su reino y ordenó que todos sus súbditos formaran un solo pueblo y abandonaran su legislación particular. Todos los paganos acataron el edicto real y muchos israelitas aceptaron la religión oficial, ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.

El día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó poner sobre el altar de Dios un altar pagano, y se fueron construyendo altares en todas las ciudades de Judá. Quemaban incienso ante las puertas de las casas y en las plazas; rompían y echaban al fuego los libros de la ley que encontraban; a quienes se les descubría en su casa un ejemplar de la alianza y a los que sorprendían observando los preceptos de la ley, los condenaban a muerte en virtud del decreto real.

A pesar de todo esto, muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos a no comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos alimentos que violaban la santa alianza. Muy grande fue la prueba que soportó Israel.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.


SALMO RESPONSORIAL 118, 53.61.134. 150. 155. 158
R Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.

Me indigno, Señor,
porque los pecadores no cumplen tu ley.
Las redes de los pecadores me aprisionan,
pero yo no olvido tu voluntad /R

Líbrame de la opresión de los hombres y
cumpliré tus mandamientos.
 Se acercan a mí los malvados
que me persiguen y están lejos de tu ley /R

Los malvados están lejos de la salvación,
porque no han cumplido tus mandamientos.
Cuando veo a los pecadores,
siento disgusto, porque no cumplen tus palabras /R





EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18,35-43

En aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino.

Entonces él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”

Entonces Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó: “¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.

Enseguida el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al ver esto, alababa a Dios.

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.



Reflexión

1Mac. 1, 10-15. 41-43. 62-64. El hombre de fe vive en el mundo sin ser del mundo. Da testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo y más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha depositado toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía, manifestándose como hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus asuntos temporales como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y llevando una vida escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos de vivir en su totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las consecuencias que nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo sin ser del mundo; es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a la fe, al amor a Dios y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras palabras, con nuestras obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la Buena Nueva se vaya encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma que la humanidad retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre nosotros. No dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones. Esforcémonos denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en nosotros, para que el Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en hombres malvados que destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.

Sal. 119 (118). Vivimos inmersos en un mundo que trata de avanzar constantemente hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante de muchos que tienen una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero no podemos negar, por otra parte, la presencia del mal en muchos que, aprovechando los avances de la ciencia tratan de dañar las conciencias de las personas. Quienes creemos en Cristo no podemos caer en las redes del Maligno, pues no hemos sido llamados a unirnos con Cristo para convertirnos en signo de muerte sino de vida. Por eso, no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que se ha deteriorado en muchos aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos propósitos de los hombres de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el Señor no podemos olvidar su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar, guiados por el Espíritu de Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se incrementen entre nosotros la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a cuya imagen y semejanza hemos sido creados.

Lc. 18, 35-43. Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no ven y para que los que ven se queden ciegos. Poco antes del relato de este día san Lucas nos ha narrado la tentativa fallida de un hombre importante que quería seguir a Jesús, pero que da marcha atrás ante las exigencias del Reino: Vende todo lo que tienes, reparte el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos. Después ven y sígueme. Pero él se marchó entristecido. Quien abre sus ojos para lo pasajero y los cierra para el amor a Dios y el amor al prójimo, ha quedado ciego para el Reino de Dios. Muchos han rechazado la invitación del Señor a seguirle, pues su corazón se quedó esclavo del dinero, de los bienes materiales, del poder, del placer. Pero hay otros que, sin tener lo que los ricos tienen; más aún, reconociendo que ante Dios nada tienen en su interior, se han querido llenar de Él y se han sentado a su Mesa para disfrutar de los Bienes Verdaderos. Y así se han puesto delante los publicanos y las prostitutas, los ciegos, los cojos, los lisiados y los pobres. El Evangelio de este día nos habla de un ciego que, sanado por la Palabra Salvadora de Cristo, abre los ojos para irse tras de Jesús. Si la Palabra de Cristo no logra convertirnos y hacernos actuar como hijos de Dios, de nada nos servirá el acudir con frecuencia a la oración, ni el escuchar la Palabra de Dios, pues, finalmente todo lo que el Señor estuviese haciendo por nosotros sería un trabajo inutilizado por nuestras maldades, a las que habríamos esclavizado nuestra vida. Si somos hombres de fe dejemos que el Señor nos guíe por el camino del bien y vayamos tras sus huellas hasta alcanzar la Gloria a la que Él nos ha llamado.
Nos acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas. Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con nuestras obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué quieres que haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo, capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la Verdad, que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor reconocemos nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y aceptemos su perdón y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte, vayamos tras de Cristo, alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el Señor, hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al proclamar la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien a todos, pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras, difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre Dios.
Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por Él, permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén.

Reflexión de Homilía católica.


Santoral
San Flavio, San Winebaldo y San Modesto




No hay comentarios:

Publicar un comentario