LECTURAS DE LA
EUCARISTÍA
Lunes 18 de Noviembre
de 2013
33ª Semana del tiempo
ordinario. C
Feria o Memoria de la
Dedicación de las
Basílicas de san
Pedro y san Pablo, apóstoles.
Fiesta de Ntra. Sra. De la Chiquinquirá, Patrona de los zulianos.
LECTURA DEL PRIMER
LIBRO DE LOS MACABEOS 1,10-15.41-43.54-57.62- 64.
En
aquellos días, surgió un hombre perverso, Antíoco Epifanes, hijo del rey
Antíoco, que había estado como rehén en Roma. Subió al trono el año ciento
treinta y siete del imperio de los griegos.
Hubo
por entonces unos israelitas apóstatas, que convencieron a muchos diciéndoles:
“Vamos a hacer un pacto con los pueblos vecinos, pues desde que hemos vivido
aislados, nos han sobrevenido muchas desgracias”.
Esta
proposición fue bien recibida y algunos del pueblo decidieron acudir al rey y
obtuvieron de él autorización para seguir las costumbres de los paganos.
Entonces, conforme al uso de los paganos, construyeron en Jerusalén un
gimnasio, simularon que no estaban circuncidados, renegaron de la alianza santa,
se casaron con gente pagana y se vendieron para hacer el mal. Por su parte, el
rey publicó un edicto en todo su reino y ordenó que todos sus súbditos formaran
un solo pueblo y abandonaran su legislación particular. Todos los paganos
acataron el edicto real y muchos israelitas aceptaron la religión oficial,
ofrecieron sacrificios a los ídolos y profanaron el sábado.
El
día quince de diciembre del año ciento cuarenta y cinco, el rey Antíoco mandó
poner sobre el altar de Dios un altar pagano, y se fueron construyendo altares
en todas las ciudades de Judá. Quemaban incienso ante las puertas de las casas
y en las plazas; rompían y echaban al fuego los libros de la ley que
encontraban; a quienes se les descubría en su casa un ejemplar de la alianza y
a los que sorprendían observando los preceptos de la ley, los condenaban a
muerte en virtud del decreto real.
A
pesar de todo esto, muchos israelitas permanecieron firmes y resueltos a no
comer alimentos impuros. Prefirieron la muerte antes que contaminarse con aquellos
alimentos que violaban la santa alianza. Muy grande fue la prueba que soportó
Israel.
Palabra
de Dios.
Te
alabamos, Señor.
SALMO RESPONSORIAL 118, 53.61.134. 150. 155.
158
R
Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos.
Me
indigno, Señor,
porque
los pecadores no cumplen tu ley.
Las
redes de los pecadores me aprisionan,
pero
yo no olvido tu voluntad /R
Líbrame
de la opresión de los hombres y
cumpliré
tus mandamientos.
Se acercan a mí los malvados
que
me persiguen y están lejos de tu ley /R
Los
malvados están lejos de la salvación,
porque
no han cumplido tus mandamientos.
Cuando
veo a los pecadores,
EVANGELIO
LECTURA DEL SANTO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 18,35-43
En
aquel tiempo, cuando Jesús se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado a un
lado del camino, pidiendo limosna. Al oír que pasaba gente, preguntó qué era
aquello, y le explicaron que era Jesús el nazareno, que iba de camino.
Entonces
él comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Los que iban
adelante lo regañaban para que se callara, pero él se puso a gritar más fuerte:
“¡Hijo de David, ten compasión de mí!”
Entonces
Jesús se detuvo y mandó que se lo trajeran. Cuando estuvo cerca, le preguntó:
“¿Qué quieres que haga por ti?” Él le contestó: “Señor, que vea”. Jesús le
dijo: “Recobra la vista; tu fe te ha curado”.
Enseguida
el ciego recobró la vista y lo siguió, bendiciendo a Dios. Y todo el pueblo, al
ver esto, alababa a Dios.
Palabra
del Señor.
Reflexión
1Mac.
1, 10-15. 41-43. 62-64. El hombre de fe vive en el mundo sin ser del mundo. Da
testimonio de su fe en los diversos ambientes en que se desarrolla su
existencia. Vive como todos, pero diferente a todos. Colabora con todos los
hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano, más justo
y más fraterno. Lo que le cuesta al hombre de fe es no disimular que ha
depositado toda su confianza en Dios. No puede vivir con hipocresía,
manifestándose como hombre de fe y piadoso en el templo, y después vivir en sus
asuntos temporales como si no conociera a Dios, viviendo tras las injusticias y
llevando una vida escandalosa, disociando así su fe de su vida ordinaria. Hemos
de vivir en su totalidad nuestro compromiso con el Señor, aceptando todas las
consecuencias que nos vengan por haber creído en Él. Hemos de vivir en el mundo
sin ser del mundo; es decir: sin dejarnos envolver por actitudes contrarias a
la fe, al amor a Dios y al amor fraterno. Con nuestro ejemplo, con nuestras
palabras, con nuestras obras, con nuestra vida misma hemos de procurar que la
Buena Nueva se vaya encarnando en todos los ambientes y culturas, de tal forma
que la humanidad retome el rumbo del Reino del amor que Jesucristo inició entre
nosotros. No dejemos que la maldad levante su trono en nuestros corazones.
Esforcémonos denodadamente, guiados por el Espíritu Santo que habita en
nosotros, para que el Reino de Dios llegue a nosotros y no nos convirtamos en
hombres malvados que destruyen la vida y los auténticos valores en los demás.
Sal.
119 (118). Vivimos inmersos en un mundo que trata de avanzar constantemente
hacia su plena realización, gracias al esfuerzo constante de muchos que tienen
una visión de un futuro mejor para toda la humanidad. Pero no podemos negar,
por otra parte, la presencia del mal en muchos que, aprovechando los avances de
la ciencia tratan de dañar las conciencias de las personas. Quienes creemos en
Cristo no podemos caer en las redes del Maligno, pues no hemos sido llamados a
unirnos con Cristo para convertirnos en signo de muerte sino de vida. Por eso,
no pudiendo cerrar los ojos ante una realidad que se ha deteriorado en muchos
aspectos y que amenaza con echar a perder los buenos propósitos de los hombres
de buena voluntad, quienes vivimos en comunión con el Señor no podemos olvidar
su Plan de Salvación, sino que hemos de trabajar, guiados por el Espíritu de
Dios, para que no sólo no desaparezcan, sino que se incrementen entre nosotros
la Verdad, el Amor y la Paz, que proceden de Dios, a cuya imagen y semejanza
hemos sido creados.
Lc.
18, 35-43. Yo he venido a este mundo para un juicio: para que vean los que no
ven y para que los que ven se queden ciegos. Poco antes del relato de este día
san Lucas nos ha narrado la tentativa fallida de un hombre importante que
quería seguir a Jesús, pero que da marcha atrás ante las exigencias del Reino:
Vende todo lo que tienes, reparte el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en
los cielos. Después ven y sígueme. Pero él se marchó entristecido. Quien abre
sus ojos para lo pasajero y los cierra para el amor a Dios y el amor al
prójimo, ha quedado ciego para el Reino de Dios. Muchos han rechazado la
invitación del Señor a seguirle, pues su corazón se quedó esclavo del dinero,
de los bienes materiales, del poder, del placer. Pero hay otros que, sin tener
lo que los ricos tienen; más aún, reconociendo que ante Dios nada tienen en su
interior, se han querido llenar de Él y se han sentado a su Mesa para disfrutar
de los Bienes Verdaderos. Y así se han puesto delante los publicanos y las
prostitutas, los ciegos, los cojos, los lisiados y los pobres. El Evangelio de
este día nos habla de un ciego que, sanado por la Palabra Salvadora de Cristo,
abre los ojos para irse tras de Jesús. Si la Palabra de Cristo no logra
convertirnos y hacernos actuar como hijos de Dios, de nada nos servirá el
acudir con frecuencia a la oración, ni el escuchar la Palabra de Dios, pues,
finalmente todo lo que el Señor estuviese haciendo por nosotros sería un
trabajo inutilizado por nuestras maldades, a las que habríamos esclavizado
nuestra vida. Si somos hombres de fe dejemos que el Señor nos guíe por el
camino del bien y vayamos tras sus huellas hasta alcanzar la Gloria a la que Él
nos ha llamado.
Nos
acercamos a Jesús llenos de fe para suplicarle que nos haga contemplar su
Rostro y nos llene de su Luz. Entonces podremos caminar tras sus huellas.
Huellas que nos ha dejado especialmente en la Eucaristía, a la que acudimos no
sólo a adorarlo y a reconocerlo como Señor en nuestra vida, sino a aceptar el
compromiso de vivir conforme a su Evangelio, dando testimonio de Él con
nuestras obras. Es el Señor que se acerca a nosotros y que nos dice: ¿Qué
quieres que haga por ti? Ante esa pregunta no queramos responder pidiendo cosas
intranscendentes. Pidámosle que nos dé un corazón nuevo y un espíritu nuevo,
capaz de ayudarnos a convertirnos en un testimonio vivo del Amor y de la
Verdad, que es Dios, y que habita en nuestros corazones. Ante el Señor
reconocemos nuestras miserias, pero el Señor quiere perdonarnos; ojalá y
aceptemos su perdón y, libres de las tinieblas del pecado y de la muerte,
vayamos tras de Cristo, alabando su Nombre con nuestras buenas obras.
Quienes
participamos de la Eucaristía y entramos en comunión de Vida con el Señor,
hemos de tener los ojos abiertos para contemplar su Rostro en nuestros
hermanos, para preocuparnos de hacerles siempre el bien. El ir tras de Jesús no
ha de ser sólo para vivir nuestra fe de un modo personalista, sino para vivirla
como testigos. A la Iglesia de Cristo, formada por nosotros, corresponde la
Misión de devolver la vista a quienes el pecado les ha enceguecido los ojos del
corazón y les ha embotado su mente. La proclamación del Evangelio de Cristo se
ha de hacer en todo momento, insistiendo a tiempo y a destiempo. Y, al
proclamar la Buena Nueva del Señor, no podemos dejar de pasar haciendo el bien
a todos, pues el anuncio del Evangelio, que no vaya acompañado de buenas obras,
difícilmente podrá conducir a la fe a quienes nos escuchen. El Espíritu Santo
debe llenar todo nuestro ser para que podamos no sólo ver, sino comprender la
voluntad de Dios sobre nosotros, y, siguiendo las huellas de Cristo, podamos
algún día, junto con Él, contemplar y disfrutar eternamente la Gloria del Padre
Dios.
Que
Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre,
la gracia de ser fieles discípulos de su Hijo, dejándonos perdonar por Él,
permitiéndole que nos ayude a contemplar su vida para amoldarnos a ella, y
dejándonos conducir por su Espíritu para llegar a la Gloria, a la que nos llama
como término de nuestro camino como testigos por este mundo. Amén.
Reflexión
de Homilía católica.
Santoral
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